Sinagogas con minaretes

por De Lamadrid
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Marruecos

En la época de los protectorados español y francés, aproximadamente el diez por ciento de los habitantes de las ciudades eran judíos. En algunas como Essauira o Sefrú eran mayoría. Producían joyas, hilo de oro, representaban empresas extranjeras, cambiaban moneda o eran comerciantes o banqueros.

Mohamed V, el primer rey, tuvo varios gestos que le hicieron ganar prestigio entre los hebreos. Pero para muchos ya era tarde. Entre el nacimiento de Israel en 1948 y el de la independencia del reino alauí (1956) hicieron las maletas unos 90.000, es decir, un tercio de los aproximadamente 270.000 que vivían en el país magrebí.

Muchos se fueron empujados por la propaganda sionista puesta en marcha por el recién nacido estado israelí. Entre 1961 -año en el que decenas de emigrantes judíos murieron al naufragar su barco- y 1964 partieron 120.000 más. La Guerra de los Seis Días, en 1967, supone el último viaje en grupo: unos 40.000 judíos se fueron.

Esto no impide que los pocos miles de judíos que quedan hoy formen la comunidad más importante asentada en un país árabe y musulmán, donde profesan libremente su fe. No consienten nada más que ser marroquíes y judíos, porque entienden que ésa es su nacionalidad, ésa es su religión y no tienen más tierra que la que habitan. Y así lo llevan forjando desde hace veinte siglos y así piensan que seguirá siendo, por mucho que algunos quieran verlos en Israel o por mucho que en Sefrú no quede ni un judío.

La mayoría se fueron, como Amir Peretz, nacido en la cordillera del Atlas que ha llegado a ministro de Defensa de Israel. O como Shlomo Ben Ami, nacido en Tánger, que fue ministro de Exteriores, también con los laboristas. Otros se quedan y no se sienten menos que ellos: André Azoulay fue consejero de Hasán II y lo sigue siendo con Mohamed VI, pero hubo también ministros y embajadores.

El núcleo principal ha dejado de ser Fez, como lo fue antaño. Hoy unos 3.000 se concentran en Casablanca, donde funcionan una veintena de sinagogas, varias escuelas que forman a un millar de alumnos -judíos y musulmanes-, centros de asistencia para mayores, carnicerías kosher, cementerios y hasta el museo que dirige Simon Levy.

Levy, que además de judío es comunista militante, lo tiene claro: “Soy un viejo de 75 años y me voy a quedar donde vivo y he luchado, un pueblo abierto y tolerante pero que no ha tenido mucha suerte en el modo de ser dirigido en sus primeros cincuenta años de independencia”.

Luis de Vega.[Extracto del prólogo para le exposición ‘Los otros’]