Entrevista

Abdelatif Hwidar

«Siempre habrá quien quiera capitalizar el desencanto»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Abdelatif Hwidar | Cedida
Abdelatif Hwidar | Cedida

Un vagón de metro, el hastío matinal, cierto aire hostil de la muchedumbre embarcada en su rutina. De pronto, un niño se pone a jugar con su padre. Se produce el encantamiento, sin sospechar que una tragedia está a punto de desatarse.

Éstas son las premisas de Salvador, historia de un milagro cotidiano, cortometraje del director ceutí Abdelatif Widar que le ha valido la candidatura a los premios Goya. Con anterioridad, Widar había trabajado como actor en filmes como Fuerte apache o La vida abismal. “He hecho varios papeles, de tetuaní, de argelino y de cabileño”, comenta con sarcasmo. Pero después de recibir elogios en todos los festivales, desde Berlín hasta Corea, todo apunta a una carrera más que promisoria.

¿Cómo encontró ese especial punto de vista sobre el 11-M?
Lo primero que pensé es que el propio terrorista es la primera víctima, desde el momento en que quiere aniquilar cuanto le rodea. Hay que sentir mucha presión, y mucho vacío interno, para llegar a ese extremo: no he conocido a nadie feliz que quiera autoinmolarse, o exterminar al prójimo. Salvador propone ponerse por un instante de ese lado. El terrorista niega a la gente como personas, niega a la humanidad; pero cuando vemos esos atentados, nos hierve la sangre y le negamos la humanidad a quien los ha perpetrado, es algo muy perverso que va más allá de las bombas, que nos destruye a todos. Mucha gente que ve el corto se siente extraña, ven que les he hecho identificarse con el malo.

Sorprende que aborde un tema tan espinoso con ternura, pero sin caer en el almíbar.
Teníamos claro que queríamos una fotografía un pelín áspera. En el fondo íbamos a contar un cuento, pero que no pareciera un cuento. Empieza saliendo de un túnel, se hace la luz, y se termina en esa aspereza visual, un regreso a la oscuridad.

¿Tenía el espíritu de algún referente cinematográfico concreto rondándole?
No, no me acordaba de nadie. Tampoco puedes negar que tienes un poso de todo lo que has visto. A mí me gustan muchos directores, desde Mazinger-Z para acá me lo he mamado todo, pero rehúyo las militancias y no tengo prejuicios. Cada historia pide lo suyo, y la labor del director es dárselo.

¿Cree que el cine mediterráneo vive un buen momento?
No sabría decirte nombres concretos, pero es que el Mediterráneo es mucho Mediterráneo [risas]. Francia, por ejemplo, es un clásico, pero ahora hay cosas de macedonios y griegos muy, muy interesantes. Antes de la lluvia, de Milcho Manchevski, es para mí magistral. Una libanesa, Nadine Labaki, que es directora, actriz y guionista, ha hecho una película absolutamente entrañable como Caramel… Pero no hago diferencias de estilos ni geografías. Y me temo que, aunque tengamos locos maravillosos, hay que ponerse las pilas porque las mejores historias las están contando ahora los asiáticos.

He leído en alguna entrevista que tuvo que superar cierto pudor, por el hecho de ser un musulmán hablando del 11-M. ¿Cómo fue ese proceso?
Hubo una primera fase, algo que se instala en tu cabeza y no te lo puedes quitar. Y una segunda, de preguntarte si eres la persona adecuada para contar esa historia. Llegué a ofrecérsela a un amigo, hasta que me hizo meditar: “¿Por qué esquivas ese proyecto?” Entendí que me estaba autocensurando, y la única forma de evitarlo era sacar la cinta adelante.

¿Sintió rechazo por parte de algún vecino tras los atentados, o la sensación de que cualquiera que entre o salga de una mezquita es sospechoso?
He visto algún detalle feo, pero no que se intente satanizar a nadie, en general la reacción colectiva fue muy buena. España asumió ese dolor con mucha madurez. Claro que los ignorantes lo eran antes y después de los atentados: gente cerril la hay en todas las culturas. Pero yo vivía entonces en un barrio multirracial de Valencia, y ya digo, no noté reacciones negativas.

Usted conoce muy bien Marruecos, que asusta a muchos españoles, pero que también reacciona contra cualquier forma de terror.
Es que el terrorismo también ha afectado mucho a Marruecos. El momento es jodido, hay una corriente de pensamiento por un lado y otra antagónica, pero todos tienen claro que el terror no lleva a ninguna parte. Eso aunque exista un núcleo de desencantados, muy similar al que alimenta a la ultraderecha en España, y ya sabemos que el desencanto es muy mal consejero. Siempre va a haber quien quiera capitalizarlo, se llame Le Pen, terrorismo o Federico Trillo.

Como ceutí, ¿no siente que toda la sociedad de su ciudad natal ha fracasado, que ha perdido la oportunidad de una convivencia realmente enriquecedora?
Yo hago la lectura inversa: me parece un milagro cómo la gente cohabita allí, aunque a priori todos los condicionantes parezcan adversos. Para empezar, en el subconsciente colectivo musulmán uno sigue sintiéndose inferior; el cristiano sigue acusando el esquema colonialista, y no puede evitar sentirse superior. Y los hindúes y judíos viven en una especie de neutralidad, han aprendido a pasar desapercibidos. Creo que a todas las partes les está tocando asumir un cambio, pero no perdamos de vista algo: el que antes era facha ahora es ultrafacha, el que era integrista ahora lo es más, pero el grueso de la gente ha llegado a un alto grado de tolerancia, por la sencilla razón de que todos se necesitan para que el circo funcione.

Es curioso que unos y otros reivindiquen ese pedazo de tierra como propio, cuando todos vienen de fuera. No hay ceutíes de diez generaciones.
Habría que estudiar a fondo muchas causas de la situación: históricas, geoestratégicas, demográficas… Pero lo principal es que Ceuta es un sitio de paso, y eso condiciona. No es una comunidad instalada en el Ártico: ahí está la frontera y ahí está el mar.

¿Por qué cree que Ceuta ha dado, por ejemplo, excelentes músicos, y sin embargo le falta gente que haya escrito sobre la ciudad? ¿No es extraño?
Primero, no se han dado los medios para formar a la gente. Ceuta es una ciudad de comerciantes, aplicados al sector que quieras, ya sea legal o ilegal.Siempre ha habido un flujo de dinero y mercancías constante, pero ha faltado una burguesía heterogénea establecida para que se dieran ese tipo de inquietudes.Eso sí, ahí hay muchísimo que contar.

¿No se anima a hacerlo usted, en el cine?
Hay un pequeño problema, y es que si cuentas historias más o menos reales todos los aludidos sabrían quiénes son. Mi madre solía decir que en Ceuta, si te tiras un pedo en el Hacho, lo oyen en El Príncipe [otro barrio de Ceuta]. La consigna general ha sido: no levantes polvo. Pero creo que vivimos un cambio de ciclo, somos ya varias generaciones de ceutíes viviendo fuera de allí, mirando con la justa distancia, y tal vez sea ya hora de abordarlo.

¿Se le ocurre cómo sería esa película?
Si quisiera entrar en el tema de los narcos, da para varias películas de Scorsese. Pero me interesa más coger a una pareja de musulmanes como mis padres, y a otra de su edad que sean españoles. Esa generación ha tenido que asumir muchas cosas, el progreso les ha atravesado como un tren de mercancías. Para ellos, encajar que yo tenga un hijo con una española sin estar casados —algo inconcebible hace 40 años— ha supuesto el mismo cataclismo que para los padres de mi compañera. Me interesa saber cómo se ha metabolizado tanto cambio.

Y no sólo es una cuestión familiar, ¿no?
¡Claro! Pienso también en quien tenía una joyería en los años 20 en plena calle Real, vendía a militares, y los musulmanes, que eran quienes fregaban los suelos y les hacían la comida, con el tiempo acaban siendo su clientela, y tiene que ser servicial con ellos porque son los que ahora le dan de comer. Esa inversión, esos giros, han sido muy radicales y muy rápidos.

¿Qué le aportó su experiencia como miembro de una familia musulmana en Ceuta?
Éramos los únicos musulmanes del barrio, y nunca tuvimos el menor problema por ello. Recuerdo, por ejemplo, con qué respeto trataban a mi padre todos los vecinos. Hubo un momento en que rechacé todo lo que suponía esa ciudad, no quería saber nada de Ceuta, pero he acabado agradeciéndole todo lo que me ha dado, lo que he vivido, lo que he visto. Y si algo he aprendido, es que al final tú decides lo que eres.