Crítica

La importancia de llamarse Ernesto

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos
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Joseph Kessel
Belle de Jour

 

Dígame un escritor de fama mundial, nacido en el momento de apagarse el siglo XIX, periodista y corresponsal de guerra. Casi adolescente aún cuando recorre los frentes de la I Guerra Mundial en Francia, luego se convertirá en héroe de los bares de Montmartre, formará parte de la “movida” literaria del París de los años veinte, escandalizará a la sociedad, dará más de una vez la vuelta al mundo, siempre pasando por las estepas africanas que le fascinan, volverá al frente de Francia en la II Guerra Mundial, vivirá la liberación entre guerrilleros del maquis francés. Nunca dejará de ser corresponsal de guerra, pero le lloverán premios literarios, honores, las máximas distinciones de su país, sus libros serán ‘best-sellers’ inagotables, traducidos a decenas de idiomas, que aún hoy es fácil de encontrar en cualquier manta en una acera de Casablanca. Los mayores cineastas llevarán una decena de sus libros a la gran pantalla, con las máximas estrellas del momento. Tendrá fama de mujeriego irredento, irá de amante en amante, un hombre de aspecto duro de un mundo de hombres, uno que no perdona el whisky diario. Morirá con el alcohol como fiel compañero de toda la vida.
¿Lo adivina? Una pista más: la acción de su libro más famoso transcurre entre animales salvajes, cerca del Kilimanjaro.

No… No es Ernest Hemingway.

Joseph Kessel, nacido en Argentina en 1898, criado en los Urales, hijo de una familia que hablaba yídish en casa y ruso en el colegio, es uno de los mayores escritores franceses del siglo, miembro de la Académie Française. ¿Que a usted no le suena el nombre? Pero sí conoce sus obras ¿qué apostamos? ¿Le suena Belle de jour? ¿Un filme de Luis Buñuel con Catherine Deneuve? ¿Ve? ¿Pero no sospechaba que la historia que estropeó Buñuel era de Kessel?

Le suena Belle de jour ¿verdad? ¿Pero no sospechaba que la historia que estropeó Buñuel era de Kessel?

Un momento, me dirá. ¿Como que Buñuel estropeó la historia? La habrá modificado, la habrá adaptado a su gusto. Pero un filme no tiene por qué reproducir la novela: tiene que recrearla a su manera. Argumentación impecable de Alejandro Luque.

Un año más tarde, y previo paso de Luque por las estanterías polvorientas donde el pintor gaditano Chencho Ríos, Zócar para los amigos, acumula sorpresas bibliófilas para los colegas, asistí a la misma conversación entre Luque y una amiga suya buñueliana. Sólo que ahora era él quien decía que don Luis había estropeado el argumento y ella la que hablaba de la libertad del cineasta.

Me consta que meses más tarde, previo préstamo de un ejemplar, ella empezó a hablar del estropicio que perpetró el a veces genio aragonés…

No voy a contar aquí la novela, pero el planteamiento lo conocen: Severine, una mujer de buena sociedad, casada con un marido irreprochable, siente la oscura atracción del burdel, único lugar donde es capaz de vivir el goce sexual. Un enredo con un casanova, un gángster, una criada – todo muy fielmente rodado por Buñuel, hasta los detalles de los diálogos – da lugar a un nudo de alta tensión que explotará en un único tiro de pistola. El filme mantiene la mano que aprieta el gatillo, mantiene la nuca que recibe la bala. Pero cambia la trayectoria de las intenciones. Y la filigrana urdida por Kessel, esa inmensa historia de amor imposible contra el propio cuerpo, esa lucha de titanes entre cerebro y coño, esa tragedia dantesca donde las palabras conducen con precisión inmisericorde hacia el infierno, se viene abajo como un castillo de naipes construido con fotos porno hechas en un cabaret barato.

Vi el filme en Berlín, años después de leer la novela. Salí de la sala con una decepción profunda. Me sentí como si alguien me hubiera arrebatado mi reloj para sacarle tres o cuatro piñoncitos, tirarlos a la basura y decirme: total, la esfera es lo que importa ¿no?

Una inmensa historia de amor imposible contra el propio cuerpo, una lucha de titanes entre cerebro y coño

Belle de jour no es la primera novela de Kessel que leí, aunque desde luego es la que más veces he regalado. La primera debió de ser El león, que alguien me prestaría a la mejor edad: la de la adolescencia. Luego he vuelto a comprar cuantas ediciones por pocos dirham pude encontrar en los kioscos o las aceras de Marruecos. Es probable que El león cuente hoy como novela juvenil – no quiero, por si acaso, ver la película que Jack Cardiff rodó en 1962 – pero le aseguro que jamás he encontrado un libro con una trama tan perfectamente hilada, siempre en el borde de lo mágico, pero siempre verosímil, necesaria. Y no sé si tiene parangón en la Literatura el carácter de Patricia, la emperatriz de la estepa, esa niña de 13 años, capaz de jugar como si fueran las muñecas de su habitación con leones y masais, capaz de conjurar – concientemente, con una despiadada fascinación adolescente – un drama de vida y muerte. No sé si se lo daría de leer a mi hija.

Y qué decir de Los jinetes (John Frankenheimer la rodó en 1971 como The horsemen, con Omar Sharif), cómo describir esta vuelta de tuerca de la trama hacia un aún más difícil. A lo largo de sus páginas no sólo nos preguntamos cómo el altivo protagonista afgano saldrá de ésta, sino sobre todo cómo lo hará el escritor, enredado entre la telaraña que va torciendo hacia un nudo casi imposible: el de un noble afgano empeñado en conseguir que lo traicione su más fiel criado, empeñado en buscar la muerte –pero sólo casi– para salvar la cara.

Hemingway nunca llegó tan lejos. Ni hizo amistad con el último pirata blanco en Yibuti

No haré la lista de las obras de Kessel: las hay inmensas, las hay medianas, menores, las hay casi desdeñables: no sorprende, con más de 70 libros en su haber, entre novelas, relatos, reportajes, textos autobiográficos. Las hay que son joyas: poseo una traducción portuguesa de su reportaje de Etiopía siguiendo las caravanas de esclavos que en los años 30 – el tráfico llevaba décadas ilegalizado – cazaban a niños negros en los montes abesinios para llevarlas luego hasta el Mar Rojo y pasarlas a Yemen. Hemingway nunca llegó tan lejos. Ni hizo amistad con el último pirata blanco, el francés Henry de Monfreid, traficante de armas, perlas y esclavos en Yibuti (Les secrets de la mer rouge: como dén con ella, romperán su edición de La isla del tesoro). Pero ya se sabe que el pasaporte a la inmortalidad es un apellido anglosajón, y por mucho que le llamasen Jeff, y por mucho que escribiera más y mejor que su coetáneo, tuviera más premios, visitara más países, viera más guerras, bebiera más copas y ligara más, mucho más, a Kessel le faltaba ese detalle de llamarse Ernesto.

Así que ya saben: en el próximo baratillo en la calle Feria, fíjense en los autores que empiezan con K. Puede que les caiga un tomo de reportajes aburridos. Puede que un tesoro. En todo caso, para regalar, y para entender los engranajes de nuestra mente, ninguna como Belle de jour. Después de esta lectura, el lector varón no entenderá mejor a las mujeres, pero aprenderá por fin a no intentar entender. Porque la guerra de los sexos se libra en el propio cuerpo de cada una, sin remisión.

Cosas de la evolución. Ayer me compré otro libro (esta vez en Raimundo, Cádiz), el de la antropóloga británico Elaine Morgan: lo tradujeron al castellano como Eva al desnudo. El primer y único ensayo científico que explica, por fin, con precisión de paleontóloga, qué nos ha llevado a esa gigantesca confusión de amor y sexo, ese inmenso error de la evolución que caracteriza al homo sapiens. Kessel no pudo explicarlo, sólo pudo retratar el resultado. No es poco. Si ustedes se acercan a la librería de Chencho, susúrrenle el nombre de Belle de jour: me consta que siempre guarda un ejemplar para los amigos.