Crítica

Autopsia de una revolución

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Lluís Bassets
El año de la revolución

Género: Crónica
Editorial: Taurus
Páginas: 400
ISBN: 9788430609420

Precio: 20 €
Año: 2012

Este es el libro que yo quisiera haber escrito. A ustedes les puede parecer una señal de cierta hybris que me compare con Lluís Bassets (Barcelona, 1950, corresponsal en Europa, director asociado del diario El País, autor de otros dos libros de ensayo político, sobre Estados Unidos y sobre Cataluña), pero entiéndanlo como un elogio.

Este análisis de la Revolución árabe es probablemente el más lúcido, preciso, acertado de lo que ustedes encontrarán ahora mismo en el mercado español. Hecho con pasión por la revolución y de forma desapasionada: el autor toma partido, por supuesto; la palabra “tirano” es aún la más amable que dedica, desde la portada, a todos aquellos, ejem, tiranos de la estirpe de Ben Ali, Mubarak, Saleh, Gadafi, Asad y siga usted contando, pero no intenta en ningún momento cerrar los ojos ante la incertidumbre que se extiende tras la revolución y en la que cabe todo, incluido el desastre. Esto no es un panfleto. Es un análisis.

Sorprende, al menos a mí me sorprende, que Bassets, del que no nos consta que domine el árabe, ni que haya vivido largo tiempo en algún país al sur del Mediterráneo, sea capaz de meter el bisturí con tanta precisión en tantas sociedades de enorme complejidad, sin meter, a la vez, la pata. Al menos no, hasta donde alcanza a ver este reseñista, que desde luego tampoco se conoce de primera mano ni la mitad de los países tratados.

En todo caso cabe subrayar que Bassets no cae en orientalismos (término que equivale a “estupidez” o “propaganda negra” cuando se emplea fuera del ámbito de las Artes). No reproduce ese feo hábito tan extendido, extremamente extendido y extremamente feo, de contemplar las sociedades llamadas árabes a través de un cristal de color verde y atribuirles una “cultura” distinta basada en el “islam”. No. Bassets habla de ciudadanos, de derechos, de libertades, de economía, de pan y de geopolítica. Que es la única manera de tratar con respeto a una sociedad.

No reproduce ese feo hábito de atribuir a las sociedades llamadas árabes una “cultura” distinta basada en el “islam”

Por supuesto, Bassets habla de la religión. Habla del papel de los movimientos religiosos, su influencia en la política, su afán de poder, su dependencia del inacabable pozo de petrodólares y prédicas, Arabia Saudí. Pero en ningún momento comete el error de atribuir ninguna actitud de la revolución, o la contrarrevolución, a supuestas normas del Corán o etereidades similares.

Sí, ya sé que es triste tener que elogiar un libro enumerando los errores que no comete, pero así está el patio. Bassets, en cambio, ni siquiera peca por omisión: no se cansa de subrayar el papel que juega Israel a la hora de bloquear la paz en Oriente Próximo y de impedir, a través de este bloqueo, la democratización de las sociedades que la rodean.

El libro se divide en dos partes. El primero es el ‘Diario de 2011’, que reúne un centenar de breves textos, del tipo columna-análisis, ese formato tan popular en la prensa española, a medio camino entre la noticia (aunque dando por supuesto que el lector ya se ha leído la noticia), el intento de averiguar qué hay detrás de la noticia (porque en el periodismo moderno, a los redactores de diario se les dice que esto no es su trabajo) y el intento de deslizar algún consejo a los de allí arriba, a los mandos de la política (por si casualmente leyesen este periódico).

Parte de estos textos fueron publicados en el diario El País, no todos; no sabremos cuáles ni tiene importancia (aunque el tono marcadamente personal, de reflexión o de emoción de algunos nos hace pensar que fueron apuntes más privados). Cada uno está precedido de un párrafo que resume la actualidad del día.

Las columnas cubren desde el 30 de diciembre de 2010 hasta el 27 de noviembre de 2011, semana de las elecciones en Marruecos y Egipto que, de alguna forma, marcan el fin de la primera etapa de la revolución o, al menos, pretenden marcarlo en la mente de quienes quieren conservar el poder (y, de hecho, lo conservan, tanto en Marruecos como en Egipto).

La columna es un formato que obliga a ser preciso, directo, decir mucho con muy pocas palabras: exige maestría. Bassets la tiene. Y además, tiene una rara capacidad: consigue decir incluso las cosas que no se deben decir, sin que nos tomen por locos, pero de manera que parece un accidente. Y si no, lean la entrada del 9 de mayo de 2011 (‘Golpe geopolítico’) referido a la eliminación de Bin Laden, “el cierre de una etapa”, en sintonía con la primavera árabe, dado que “sin Bin Laden hay menos caminos para tergiversar posiciones, de un lado y del otro”.

En otras palabras: la figura del saudí enturbantado ya no convenía a la estrategia de Estados Unidos, una vez constatado el éxito de la revolución. ¿Hemos leído bien? Sí: “El líder megaterrorista rendía sus especiales servicios en muy distintas direcciones; a los regímenes que se escudaban en el peligro de Al Qaeda o a los enemigos de la paz en Oriente Próximo”. Lean esta frase dos veces, piénsenla y entenderán por qué digo que Lluis Bassets es un analista de estos pocos que no se dedican a echarnos arena de desiertos árabes en los ojos.

Lo que tal vez nos pueda sentar mal a algunos —personalmente no me he sentido muy cómodo y sé de otros que al leerlo echarán por la boca un par de culebras y algún que otro sapo— es la rotunda defensa que Bassets hace de la intervención armada en Libia. Se agradece lo de rotunda: no hay nada peor que un analista-opinador que se quede a medias, no tome partido, no se moje.

Bassets se moja: apoya el bombardeo de la OTAN en Libia, antes que permitir las masacres de Gadafi

Bassets se moja: se encarga de recordar que estuvo rotundamente opuesto a la invasión de Iraq, se opondrá más tarde a una invasión militar de Siria, pero apoya el bombardeo de la OTAN en Libia porque la alternativa, dice, sería permitir las masacres prometidas por Gadafi. Lo apoya rotundamente: probablemente en algún futuro cercano tendrá que hacer balance y decidir si el nuevo orden libio es efectivamente mejor que la dictadura de Gadafi. Es pronto para saberlo.

Luego vienen cien páginas tituladas “Atlas del cambio político”, en las que el periodista resume los cambios acaecidos en Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Jordania, Yemen, Arabia Saudí, Qatar (protagonista, a través de Al Jazeera, de todas las revueltas, sin tener una propia), Bahréin —se agradece, visto lo poco que la prensa internacional ha denunciado el aplastamiento de la revolución pacífica bahreiní por parte de Arabia Saudí— y Siria, con un colofón dedicado a Israel. Falta Iraq, sí, donde la revolución se ahogó en sangre un día de febrero y nunca más levantó cabeza.

Aunque esta parte del libro es imprescindible para consultas, leerlo produce cierto efecto de repetición. Sensación que se agudiza en los últimos dos capítulos, que juntos no suman más de 60 páginas: “Las claves de las revueltas” y “El espíritu revolucionario”. Mucho de lo tratado aquí ya fue dicho en las columnas; aquí viene resumido y condensado.

El  libro no trae mapas. Éstos los tendrán que poner ustedes. Éstos y todo el contexto que hace falta: las columnas son para quién ya se ha leído la noticia, repito. El libro no es lectura de playa, excepto si usted tiene el mapa geopolítico en la cabeza (cosa deseable en los tiempos que corren). Si no, empiece pinchando aquí.

He titulado esta reseña “Autopsia de una revolución”. Las autopsias se les hacen a los cadáveres. ¿Ha muerto la revolución? No, desde luego no ha muerto. Más bien diría —y eso no lo dice Bassets, pero creo que estaría de acuerdo— que todavía está superando su primer reto: el de nacer.

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