Opinión

La soberbia del ramadán

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Al fondo, una casa; sus habitantes aterrados. En primer plano, una pandilla de macarras, encabezados por un barbudo con una tea en la mano, pide consejo espiritual a un imam de barba blanca: “Quemarle la casa a un aleví durante la jornada de ramadán ¿rompe el ayuno?” La respuesta: “Si inspiráis el humo, sí”.

La viñeta, firmada por el artista turco Tahsin Kaya, circula por internet. No es una broma: el domingo pasado, medio centenar de personas apedreó una casa en Sürgü, un pueblo de Malatya, y metió fuego al establo. El motivo: los habitantes, seguidores de la confesión aleví, que no prescribe el ayuno, habían tenido un debate agrio con un tamborilero ramadanesco, tradicional figura turca, porque no apreciaban su ruidoso esfuerzo destinado a despertar a toda la vecindad a las tres de la madrugada para que los creyentes puedan tomar la última comida antes del alba.

El incidente se saldó con la intervención policial, tiros al aire y patrullas frecuentes para proteger un derecho esencial del ciudadano en un país laico, como es Turquía: no cumplir los ritos de la religión mayoritaria ni fingir que se cumplen. Lo que la muchedumbre agitada —según la prensa, la mayoría de los agresores vinieron de fuera, no eran vecinos— no perdonaba a los alevíes era que al pedir al tamborilero que cambiara de calle, mostraran a las claras que ellos no practicaban el ayuno, no se sometían a los dictados de la religión mayoritaria.

Muchos musulmanes severos de Turquía consideran a los alevíes musulmanes herejes, el peor estatus que se puede tener en el islam; un cristiano o judío gozaría de mayor respeto. Pero en la misma categoría se integran las millones de personas que han nacido en familias musulmanas y no practican la fe o se declaran ateos. Y a todos ellos, los integristas les pedirán, a la mínima oportunidad, que si no cumplen los mandatos, que al menos lo finjan. Todo sea para no “ofender la decencia pública y el respeto de la comunidad a lo sagrado”.

Egipto quiere imponer el ayuno obligatorio para «no ofender el respeto a lo sagrado»

Esta última frase es una cita literal de un dictamen de la autoridad religiosa de Egipto de este mes de agosto que pide al gobierno impedir que cualquier musulmán rompa el ayuno durante el ramadán. El ayuno impide comer, beber, fumar o tener actividad sexual desde el amanecer hasta la puesta del sol. (Aunque no haya base coránico, en casi todos los países, de Marruecos a Turquía, se considera que además no se debe beber alcohol durante todo el mes, mientras que su consumo está tolerado durante el resto del año).

En Marruecos ya rige tal prohibición: cuando seis jóvenes, miembros del movimiento MALI (Movimiento alternativo de libertades individuales) quisieron comer en un bosque urbano en 2009 fueron arrestados por «provocación».

En la mayoría de los países en los que el islam es religión de Estado —todos los de habla árabe, menos Siria y Líbano— se asume que cualquier ciudadano, a no ser que pueda demostrar lo contrario, es musulmán. Eso deja a los 3.000 judíos de Marruecos, o a los 10 millones de cristianos de Egipto, en la incómoda situación de tener que justificarse a cada rato, si quieren encender un cigarrillo o sacar el botellín de agua. En Marruecos, relata el periodista Ali Amar, los empleados de las cadenas de comida rápida piden el carné de identidad a los clientes y si figura un nombre supuestamente islámico, no puede comer en el establecimiento, aunque sí llevarse la comida a casa.

La ley marroquí prohíbe comer en público durante el ramadán; y ante la complicación legal de pedir certificados médicos a embarazadas, lactantes, mujeres que, simplemente, tengan la regla, diabéticos o cualquier enfermo que por prescripción tenga que tomar pastillas durante la jornada (¿quién es el camarero para meterse en la vida privada del cliente?), lo preferible es, concluyen las autoridades, que nadie coma en público. Muy probablemente, las autoridades egipcias seguirán este año la misma vía. Tal vez salve de la quema un carné que marque la religión copta.

¿Una religión que impone oficialmente la hipocresía? Sí: todo vale para no romper la imagen pública de un pueblo devoto.

Lo que en algunos países se impone por ley, en otros se extiende por la colaboración voluntaria de la ciudadanía: en aras de no “herir los sentimientos de quienes ayunan”, muchas personas, de toda fe y condición, se abstienen de comer en público. No se creen hipócritas sino respetuosos. Pero es un respeto de sentido único.

Porque los practicantes no respetan a quienes no lo son: exigen que se les reconozca que ellos tienen la única actitud aceptable: la de ayunar. ¿Generalizamos demasiado cuando decimos “los practicantes”? No, porque son suficientemente poderosos como para imponer su ley de Marruecos a Egipto, y de protagonizar incidentes desagradables o violentos incluso en los países donde no imponen su ley, sin que la masa, aquella que simplemente cumple, haga nada para rebelarse contra sus normas.

Al respetar a quienes ayunan, y ocultar el hábito de comer durante el día, los no practicantes, cristianos, ateos, agnósticos, librepensadores, les están perdiendo el respeto a sus semejantes: predican con el ejemplo (público) que la única actitud aceptable es la de ayunar. Incluso cuando uno no cree en ello. Al compartir públicamente la opción de los practicantes, y no de quienes no practican, eligen bando: se situán en el lado de quienes niegan el derecho a no practicar una determinada fe. Al sumarse a la mayoría supuestamente ayunadora aumentan la presión sobre la minoría que no ayuna.

Todo vale para no romper la imagen pública de un pueblo devoto

Funciona ahí el mismo proceso que en el caso del velo islamista: las chicas que, por comodidad, por falta de valentía o por “respeto”, se colocan el hiyab para no exponerse a los insultos de quienes consideran este trozo de tela una obligación para toda musulmana (es decir, toda mujer nacida como musulmana), les arrebatan a todas las demás el derecho a no vestirlo. Con cada chica que se somete al dictado del velo, aumenta la presión pública sobre las que prefieren prescindir de él. Hasta llegar al punto donde llevarlo deja de ser una opción y se convierte en una obligación indiscutible.

No es algo propio del islam. Lo mismo vale para cualquier expresión pública de una opción contraria a la dictaminada por una religión instalada en el poder, como puede ser el cariño público entre homosexuales en los países cristianos. La única forma de contrarrestar este proceso es asumir abierta y públicamente la opción individual propia, defenderla como un derecho inalienable, comer en la calle durante ramadán.

No siempre fue así. Hace apenas veinte años, relata una joven de Estambul, ayunar era una opción individual en Turquía. Y quienes la cumplían cuidaban de que no se notara. Ayunar sin aparentar haciéndolo evitaba a los demás miembros de la familia o los allegados el mal trago de sentirse culpable por no hacerlo. Era una forma de respeto. Era lógico también, según la tradición islámica: el único al que le puede importar si uno ayuna o no, el único al que le corresponde juzgarlo, es Dios.

Pero sobre todo evitaba el peligro de asumir una posición de poder moral, evitaba destacar como más devoto, más piadoso, mejor que los demás. Porque avergonzar a los demás al mostrar públicamente que uno cumple mejor con los dictámenes de la fe, eso es de soberbios. Y dice el Corán que la soberbia, a diferencia de la actitud frente al ramadán, el alcohol, el rezo o similares ritos, es uno de los pocos pecados por los que un musulmán arderá en el infierno, sin remisión.

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