Opinión

Llanto por la tierra amada

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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No quería escribir este artículo, pero he tenido que hacerlo.

Adoro Egipto. Adoro a su gente. He pasado allí algunos de los días más felices de mi vida.

Me duele mucho pensar en Egipto. Y estos días lo hago continuamente.

No puedo quedarme callado mientras veo lo que está ocurriendo allí, a solo una hora de avión de mi casa.

Vamos a poner sobre la mesa qué es lo que está pasando, desde el principio.

Dicho lisa y llanamente, Egipto ha caído en manos de una cruel y despiadada dictadura militar. No va camino de la democracia. No se trata de un régimen de transición. No es nada de eso.

Como las antiguas plagas de langosta, los militares han invadido Egipto

Como las antiguas plagas de langosta, los militares han invadido el país. Y no parece que vayan a renunciar a él voluntariamente.

Incluso antes del golpe, el ejército egipcio tenía enormes recursos y privilegios. Controla grandes empresas, no está sujeto a ningún tipo de vigilancia y vive de aprovecharse de lo poco que produce el país. Ahora lo controla todo. ¿Cómo va a renunciar a ello?

Los que creen que lo hará, que renunciará por decisión propia, están mal de la cabeza.

Basta con mirar las fotos. ¿A qué nos recuerdan?

Estas hileras de generales bien alimentados, que no han luchado en ninguna guerra, repletos de insignias y condecoraciones, con sus ostentosas gorras llenas de galones dorados ¿dónde los hemos visto antes?

¿Donde hemos visto antes a los generales? ¿En el Chile de Pinochet, en la Argentina de los torturadores?

¿En la Grecia de los coroneles? ¿El Chile de Pinochet? ¿La Argentina de los torturadores? ¿En uno más de la docena de países sudamericanos? ¿En el Congo de Mobutu?

Todos estos generales tienen el mismo aspecto. El rostro pétreo, la confianza en sí mismos. El total convencimiento de que son los únicos defensores de la nación. El total convencimiento de que cualquiera que se les oponga es un traidor que debe ser capturado, encarcelado, torturado, asesinado.

Pobre Egipto.

¿Cómo han llegado a esto? ¿Cómo es que una gloriosa revolución se ha convertido en este desagradable espectáculo?

¿Cómo es que los millones de ciudadanos felices que consiguieron liberarse de una cruel dictadura, que respiraron los primeros y embriagadores aires de libertad, que convirtieron la Plaza de la Liberación (eso es lo que significa Tahrir) en un faro de esperanza para toda la humanidad han acabado de forma tan triste?

Al principio parecía que lo estaban haciendo todo bien. Recibir con los brazos abiertos a la Primavera Árabe era fácil. Se tendieron lazos entre unos y otros, religiosos y laicos desafiaron juntos a las fuerzas del decadente dictador. Parecía que el ejército los apoyaba y los protegía.

Pero los errores fatales eran obvios ya entonces, como indicamos en su momento. Fallos que no corresponden exclusivamente a Egipto. Son comunes a todos los nuevos movimientos populares a favor de la democracia, la libertad y la justicia social en todo el mundo, incluido Israel.

La actitud anárquica y feliz de los jóvenes no pudo hacer frente al verdadero poder

Son los fallos de una generación educada en las redes sociales, la inmediatez de internet, la facilidad de lo instantáneo de la comunicación en masa. Esto ha fomentado una sensación de poder sin esfuerzo, de que es posible cambiar las cosas sin el arduo proceso de organizar a las masas, de construir políticamente el poder, de contar con una ideología, liderazgo o partidos. Una actitud anárquica y feliz, que desgraciadamente no puede hacer frente al verdadero poder.

Cuando la democracia consiguió por fin su momento de gloria y se vislumbraron unas elecciones limpias, esta masa amorfa de jóvenes tuvo que enfrentarse con una fuerza que poseía todo lo que a ellos le faltaba: organización, disciplina, ideología, liderazgo, experiencia, cohesión.

Los Hermanos Musulmanes.

Los Hermanos y sus aliados islamistas ganaron fácil y limpiamente unas elecciones libres y democráticas frente a una anárquica variedad de grupos y personalidades laicas y liberales. Esto había ocurrido ya antes en otros países árabes como Argelia o Palestina.

Las masas árabes islámicas no son fanáticas sino esencialmente religiosas (como lo son los judíos llegados a Israel desde países árabes). A la hora de votar por primera vez en unas elecciones libres, tienden a hacerlo por partidos religiosos, aunque no son ni mucho menos fundamentalistas.

Lo sensato hubiera sido que los Hermanos hubieran tendido la mano a otros partidos, incluidos los seculares y liberales, y hubieran sentado las bases de un régimen democrático fuerte e integrador. A la larga esto les habría beneficiado.

Al principio parecía que estas eran las intenciones de Mohamend Morsi, el presidente electo. Pero pronto cambió de rumbo, usando sus poderes democráticos para modificar la Constitución, excluir a todos los demás y comenzar a establecer la dominación exclusiva de su partido.

Esto era imprudente pero comprensible. Tras muchas décadas sufriendo persecuciones por parte del Estado, encarcelamientos, tortura sistemática e incluso ejecuciones, el movimiento estaba sediento de poder. Una vez que se hicieron con él, no pudieron contenerse. Intentaron devorarlo todo.

Fue particularmente imprudente porque el régimen de los Hermanos compartía el espacio con un cocodrilo que, como sucede generalmente con los cocodrilos, tan solo hacía como que estaba dormido.

Morsi expulsó a los viejos generales, pero sólo reemplazó un cocodrilo viejo por otro más hambriento

Al principio de su mandato Morsi expulsó a los viejos generales, aquellos que habían servido en tiempos de Hosni Mubarak. Se le aplaudió. Pero no hizo más que reemplazar al viejo y cansado cocodrilo por uno más joven y más hambriento.

Es difícil adivinar qué estaban pensando los militares en ese momento. Los generales sacrificaron a Mubarak, que era uno de ellos, para salvarse a sí mismos. El pueblo pasó a adorarlos, especialmente los jóvenes laicos y liberales. “El ejército y el pueblo están unidos” Qué bonito. Qué naif. Cuán sumamente estúpido.

Ahora está claro que durante el mandato de Morsi, los generales estaban esperando su oportunidad. Cuando Morsi cometió el error garrafal de anunciar que iba a cambiar la Constitución, la aprovecharon.

A todas las juntas militares les gusta aparecer al principio como las salvadoras de la democracia.

Abd-al-Fatah al-Sisi no cuenta con una ideología interesante, como en el caso de Gamal Abd-al-Nasser y su panarabismo cuando llevó a cabo el incruento golpe de estado de 1952. No tiene la visión de paz de Anwar al-Sadat, el dictador que heredó el poder. No es el heredero reconocido por su predecesor, comprometido a continuar con su visión, como Hosni Mubarak. Es un puro y simple dictador militar (aunque desde luego, poco tiene de puro y de simple).

¿Tenemos la culpa los israelíes? Es lo que ha dicho el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. Es todo obra de Israel. El golpe de estado de Egipto es una maquinación nuestra.

Israel impide que Estados Unidos elimine la subvención de 1.300 millones a los generales egipcios

Muy halagador, pero me temo que un pelín exagerado.

Es verdad que la clase dirigente israelí tiene miedo del mundo árabe islámico. Detesta a los Hermanos Musulmanes, madre de Hamas y otros movimientos islámicos comprometidos en la lucha contra Israel. Disfruta de una relación cordial con el ejército egipcio.

Si los generales egipcios le hubieran pedido consejo a sus colegas y amigos israelíes con respecto al golpe de estado, los israelíes les hubieran prometido un apoyo entusiasta. Pero no hubieran podido hacer mucho más.

Excepto una cosa. Es Israel la que durante décadas ha asegurado al ejército egipcio su gran paquete de ayuda anual por parte de Estados Unidos. Usando su control sobre el congreso estadounidense, Israel ha impedido la eliminación de esta subvención a través de los años. En este momento, la enorme maquinaria de poder israelí en Estados Unidos está ocupada asegurando la continuidad de los aproximadamente 1.300 millones de dólares en ayuda estadounidense a los generales. Sin embargo, no se trata de una ayuda crucial puesto que las oligarquías del Golfo Pérsico están dispuestas a financiar a los generales incondicionalmente.

Lo que es crucial para los generales es el apoyo político y militar de Estados Unidos. No cabe la menor duda de que, antes de actuar, los generales pidieron permiso a Estados Unidos y de que este se lo otorgó de inmediato.

La dictadura en Egipto favorece a corto plazo al complejo político-económico-militar que dirige EE UU

El presidente de Estados Unidos no dirige realmente la política de su país. Puede dar bonitos discursos, elevando la democracia a un estatus divino, pero no puede hacer mucho más al respecto. Es un complejo político, económico y militar el que dirige la política y él es solo su representante.

A este complejo no le importan nada los “valores americanos”. Está al servicio de los intereses estadounidenses y los suyos propios. Una dictadura militar en Egipto favorece estos intereses, al igual que favorece los que Israel considera suyos.

¿De verdad los favorece? Quizás a corto plazo. Pero una continua guerra civil, ya sea abierta o solapada, arruinará la inestable economía egipcia y espantará a los turistas y los inversores importantes. Las dictaduras militares son notablemente incompetentes en labores de administración. Dentro de algunos meses o algunos años esta dictadura caerá, como han caído todas las demás dictaduras del mundo.

Hasta ese día, lloraré por Egipto.