Opinión

El otro 11 de septiembre

Stelios Kouloglou
Stelios Kouloglou
· 6 minutos

opinion

El 11 de septiembre es una fecha maldita. En 2001 fue el ataque a las Torres Gemelas el que cambió drásticamente el planeta, por supuesto para peor: las guerras en Irak y Afganistán, el infierno de Guantánamo, el sistema de intervención mundial de comunicaciones y la persecución implacable del hombre que lo reveló, como también de Assange y de los alertadores estadounidenses que revelan la verdad, la transformación de los Estados Unidos en un alguacil borracho global que no le rinde cuentas a nadie, y la reciente piratería internacional dirigida contra del presidente Evo Morales.

Todo este retroceso gigantesco de la Humanidad, con prácticas impensables hace dos décadas, habría sido muy difícil de realizar si la caída de las Torres Gemelas no hubiera permitido a los Estados Unidos pasar de autor a víctima de un ataque terrorista sangriento.

El retroceso gigantesco de la Humanidad habría sido muy difícil de realizar sin la caída de las Torres Gemelas

Sin embargo, casi tres décadas antes del ataque de Nueva York y Washington, el 11 de septiembre de 1973, otro acontecimiento importante tendría el mismo, si no mayor, impacto en el curso de la Humanidad. Porque el derrocamiento del presidente socialista electo Salvador Allende de Chile no fue un golpe de Estado normal, de los que solía organizar la Agencia Central de Inteligencia (CIA) si no le caía bien algún presidente en América Latina. El total de víctimas fue muy alto. En 30.000 se estiman los muertos y los desaparecidos, aparte de los exiliados. Pero los «daños colaterales» fueron iguales o mayores en otras intervenciones despiadadas de Washington a otros lugares, de Guatemala y la República Dominicana a Nicaragua.

El caso de Chile fue especial por tres factores. En primer lugar, supuso la imposición de la dictadura militar en un país de América Latina con gran tradición democrática. El derrocamiento de la democracia en Chile ha retrasado el progreso de todo el continente. En segundo lugar, el derrocamiento de un presidente elegido por el pueblo, Allende, que era un símbolo de civilización y de dignidad nacional, fue la lápida para la estrategia de la transición pacífica al socialismo. Este hecho tuvo un gran impacto en el desarrollo de los partidos de la izquierda en todo el mundo.

El comunismo, que estaba ganando terreno en Europa, acusó un golpe fatal con el experimento chileno

El comunismo, que estaba ganando terreno en Europa, acusó un golpe fatal con la trágica evolución del experimento chileno, impulsando las tendencias más obsoletas: de la adopción del guevarismo o del terrorismo en los países donde la realidad social era completamente diferente, como sucedió en Europa Occidental y en particular en Italia con las Brigadas Rojas, a la prevalencia en el movimiento de la izquierda y comunista global de los partidos que eran una caricatura del estalinismo, como ha pasado en Grecia con el Partido Comunista de Grecia (KKE).

El tercero y más importante factor de la tragedia de Chile fue que el país pasó a ser la cobaya del neoliberalismo. Hasta 1973, Chile era un país pobre, pero sin embargo uno de los más desarrollados del continente, con una red de servicios de bienestar social muy amplia para aquel tiempo.

Inmediatamente después del golpe de Pinochet entraron en el país los Chicos de Chicago de Milton Friedman, un grupo de economistas chilenos, básicamente estudiantes del maestro neoliberal, que utilizaron la destrucción completa de los derechos de los trabajadores y el terror para imponer el cambio más radical de las relaciones sociales que se haya visto en una nación, tal vez después del ascenso de los nazis en Alemania. Fue el propio Friedman quien visitó en Santiago el dictador para aconsejarle cómo destruir el estado de bienestar y sustituirlo por un nuevo sistema en el que los que tienen dinero paguen peajes hasta por el aire que respiran, mientras los que no tienen se pierden.

El modelo ha sido exitoso y tenía su lógica, ya que aquellos que resistían morían en las salas de tortura, o eran perseguidos hasta Argentina y Uruguay, en todos los países en los que actuó el red terrorista de Pinochet con la «Operación Cóndor», que incluyó magnicidios de disidentes y ataques terroristas no sólo en América Latina sino en el corazón de Washington, y en Europa.

Diez años más tarde, a principios de la década de los 80, México se encontró con una deuda con los bancos norteamericanos que no podía pagar. El presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, admirador de Friedman, para salvar los bancos, aplicó en el país la misma receta neoliberal que fue probada en Chile. Así, el neoliberalismo comenzó a extenderse como una plaga por todo el planeta.

El método básico de actuación está descrito maravillosamente por Naomi Klein en su libro «Doctrina del Shock»: la explotación de un desastre, sea natural o sea social, para imponerse a la población de un país que está impactada, asustada e inerme, llevándola hacia un estado de shock colectivo en el que a menudo renuncian a valores que de otro modo defenderían con firmeza. En el caso de Chile fue el shock del golpe y el asunto de los tanques.

En 2010, en un país europeo que era también una  cobaya, el choque fue el descubrimiento de una deuda sobre la que nadie hasta ese momento había informado a la población, la confusión acerca de las verdaderas causas de la crisis, la culpa de que «hemos malgastado el dinero juntos» y el asunto de que cualquier reacción frente a las medidas onerosas, contra las cuales se supone que no hay otra alternativa, no podría sino empeorar las cosas.

Puede que el 11 de septiembre de 1973 esté más lejos que el año 2011, pero el caso de Chile es muy similar a la Grecia.