Laicos, de derechas, apáticos

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 13 minutos
Barkat Nir (izda.) alcalde de Jerusalén, en campaña (2013) |  © Carmen Rengel
Barkat Nir (izda.) alcalde de Jerusalén, en campaña (2013) | © Carmen Rengel

Tel Aviv | Octubre 2013

Amiel viste pantalones caídos que dejan ver sus calzoncillos, botas militares y gafas polarizadas. Su foto podría ilustrar la entrada “depravación” en cualquier diccionario ultraortodoxo. Es un chico normal en este Jerusalén múltiple y complejo.

La gente como él es la que ha revalidado el cargo del alcalde Nir Barkat en las elecciones municipales del martes pasado. Candidato independiente y con una marcada ideología de derechas, Barkat lleva ya cinco años en el cargo y lo ha evalidado el cargo con el 51% de los votos.

Este empresario de las nuevas tecnologías, que no cobra sueldo porque tiene “suficiente para vivir bien” con lo que le da su emporio de software, jugaba la baza de la relativa apertura de la ciudad al turismo y la cultura, con iniciativas que, al menos, sacan a Jerusalén de cuando en cuando de su rutina. Aunque sus detractores dicen que los avances en infraestructuras o transportes se los trabajaron sus predecesores, hay un logro en su gestión: con su tibia modernización ha conseguido estabilizar la población en una Jerusalén que pierde 7.000 jóvenes al año, asfixiados por la rigidez de la ciudad, según denuncia la ONG New Spirit.

“Barkat no me agrada, pero es el menos malo de los candidatos» resume un estudiante

“Barkat no me agrada, pero es el menos malo de los candidatos. Al menos es el que más me representa a mí y a mi familia. Somos judíos pero no vamos tooooodos los sábados a la sinagoga, ni respetamos las más estrictas normas kosher en la cocina. Nos gusta salir al monte en sábado y eso implica conducir. ¿A quién hacemos daño? Necesitamos a alguien que no haga de nuestras vidas un infierno haredí”, resumen Amiel Levy, 24 años, estudiante de Historia en la Universidad Hebrea, que acude a las urnas en la céntrica calle Hillel.

Frente a Barkat estaba Moshe Leon, un exasesor de Netanyahu, avalado por una tríada conservadora de potente maquinaria: el Likud, Israel Beitenu y el Shas, el partido de los ortodoxos de origen sefardí o mizrají, socios del Gobierno central en las dos pasadas legislaturas y hoy fuera de la coalición.

La política, de nuevo, hace extraños compañeros de cama y une a un Lieberman que abomina de los haredíes con Aryeh Deri, nuevo líder ultraortodoxo. Leon, que ha arañado el 45% de las papeletas, era un hombre de paja programado para neutralizar a Barkat. Pero era una elección equivocada: Leon es un contable que ni siquiera vivía en Jerusalén hasta su nominación, sino en Givatayim, y que ha demostrado no conocer ni las costumbres de “su” ciudad.

Eso sí, demostró el poder ultraortoxo. Frente a una participación electoral del 36%, los barrios haredíes acudieron a las urnas en un 70%, una movilización que encumbró a Leon casi hasta la meta. Casi. Si varias facciones del Shas no hubieran decidido retirarle su apoyo en la mañana de las votaciones, podría ser el nuevo alcalde. Se ha quedado a 12.000 votos del sillón.

Hasta los laboristas pidieron el voto para Barkat, por miedo a que los ultraortodoxos ganaran

Daba tanto miedo que esta marioneta de Lieberman y los ultras pudiera llegar a la alcaldía que hasta el centro-izquierda laborista acabó pidiendo el voto para Barkat. El Meretz, la única izquierda con voz, reconocía que hacía falta un “voto útil”. “Un poco de anestesia”, en palabras de su candidato, Pepe Alalu.

Jerusalén, la capital triplemente santa, la joya de la corona, estaba destinada a mantenerse como un bastión de la derecha laica. No es la única. Salvo el cinturón rojo de Haifa y Tel Aviv, laboristas, el mapa se ha llenado del azul de los conservadores, muchos de ellos candidatos independientes, hombres de negocios prominentes respaldados por formaciones como el Likud, el partido del primer ministro, Benjamín Netanyahu, o el Israel Beitenu del exministro de Exteriores, Avigdor Lieberman.

Los partidos religiosos, en cambio, han perdido fuelle: aunque ahora el 12% de los ediles del país son ortodoxos, la enorme fragmentación interna del colectivo les ha impedido alcanzar alcaldías potentes o convertirse en amedrentadora llave del municipio. La de las urnas del martes es la misma pelea que a diario batallan los vecinos de una ciudad donde los religiosos, con dinero o influencias, con presiones o violencia, imponen sus normas cada vez con más frecuencia, desde el cierre de un bar en shabat a la segregación en una línea de autobús. Que sean el 21% del vecindario influye.

Palestinos

Pero Jerusalén no sólo es el lugar de esa eterna lucha entre divinos y humanos. Es la clave en el proceso de paz reabierto en julio entre palestinos e israelíes, tras tres años de absoluto desencuentro. Hoy viven en la ciudad 804.000 personas, de las que 511.000 son israelíes –judíos en su inmensa mayoría- y 293.000 árabes palestinos que residen en zona ocupada. Estos palestinos no tienen derecho a voto en las elecciones generales porque no tienen pasaporte israelí, pero sí en las municipales, donde basta su carnet de residentes.

Hay derecho, pero no se ejerce. Lo que se aplica es el boicot. La participación en sus colegios electorales ha sido inferior al 1%, cuando los árabes podrían ser decisivos, con un 37% de votantes potenciales.

Ania Shouman, estudiante de peluquería de Abu Tor, explica con naturalidad que no vota porque supondría “reconocer a una administración ocupante” como la israelí. “Mis representantes están hoy en Ramala y un día estarán en Jerusalén Este. Estos Barkat o Leon no son nada mío ni de mi pueblo. Sé quiénes son porque leo la prensa y quiero conocer a los que van a hacernos daño”, replica mientras espera el autobús en Derech Hebron –la carretera a Hebrón- , en plena línea verde que separa el Este del Oeste, dos ciudades pegadas pero enemigas.

Es una raya pintada en los mapas pero también en las mentes de los ciudadanos. Los del Oeste rara vez cruzan al otro lado, temerosos de un ataque de “los árabes”, de un robo, una pedrada. Pura paranoia con escasísimo fundamento. Los del Este se ven forzados a cruzar para hacer compras o recibir servicios imposibles de encontrar en su zona.

Los palestinos de Jerusalén tienen derecho a votar, pero aplican el boicot

Los pequeños altercados –peleas por una mirada a una chica del lado contrario, una pugna por un aparcamiento, una cola que no se respeta en el tranvía- se están repitiendo con demasiada frecuencia desde el verano. Otro reto de convivencia para el alcalde Barkat.

En el barrio de Ania, como en toda la zona oriental, viven palestinos que pagan sus impuestos y poco reciben a cambio: 8.000 niños no tienen garantizada una plaza en colegios públicos de la ciudad, el 90% de las casas carece de correctas canalizaciones de agua y alcantarillado, una cifra similar a la de hogares con fallos de corriente eléctrica, y el 67% de la población se encuentra por debajo del umbral de la pobreza.

Fuad Saliman se ha presentado este año, por primera vez, como candidato a edil, precisamente porque entiende que es más urgente dar cobertura a su gente que boicotear a las instituciones de Israel. Tendrá que seguir peleando. “Este ayuntamiento no invierte en nosotros. Sólo se acuerdan del Este para los colonos”, remacha Abdel Haqq Kafati, albañil que busca trabajo apoyado en una valla frente al barrio ultraortodoxo de Mea Shearim.

Barkat ha ordenado unas 2.800 demoliciones de casas palestinas en cinco años

Ese era el mayor punto de encuentro de los programas políticos de Barkat y Leon: ambos prometían más apoyo a los colonos del Este –más de 200.000- , más demoliciones y nuevos barrios. Barkat tiene pista libre para ampliar su récord del pasado mandato: en cinco años ha ordenado unas 2.800 demoliciones parciales o totales, sobre todo en Silwan o Sheikh Jarrah, y ha ideado cuatro nuevos barrios, como Givat Hamatos, que sumados a la obra nueva en asentamientos ya consolidadas como las de la Colonia Francesa, arrojan un saldo de casi 9.000 nuevas unidades. “Leon hablaba de destruir barrios enteros. Parece que ha triunfado el menor de los males”, sostiene el analista político Noam Sheizaf.

Barkat –que no ha pisado ni un barrio palestino en su campaña- ha prometido que Jerusalén se mantendrá como “capital única e indivisible de Israel”, una condición que rechaza la comunidad internacional por ilegal pero que está fijada en una ley aprobada en 1980 por el Gobierno israelí. El estatus de la ciudad será el último punto que se trate en las negociaciones de paz, por ser posiblemente el más sensible, simbólico y espinoso. Los palestinos quieren convertir los barrios del Este en la capital de su futuro Estado.

Las grandes colonias de Cisjordania, en las que residen más de 350.000 israelíes, también han pasado por las urnas. Ahí no hay izquierda que valga. Ha arrasado la derecha de Israel Beitenu y el Likud. El primero de los partidos abomina del proceso de paz y habla de anexión de todo el territorio ocupado. El segundo ha triunfado después de que numerosos líderes colonos en los tres últimos años entrasen en sus filas. Ahora incluso amenazan con imponerse a la facción del propio primer ministro.

Mujeres

Las mujeres no han tenido especiales motivos de alegría en estos comicios. Sólo dos han conseguido convertirse en alcaldesas (Netanya, Ganei Tikva) y, sumadas a las dos de pequeñas pedanías que no se sometían esta vez a voto, suponen cuatro sobre 256 municipios, apenas el 1,6% del total. Se presentaron 30, y mil más para concejalas, de las que han salido 376.

En Jerusalén, Racheli Ivenboim, haredí, tuvo que renunciar a su carrera como edil para Israel Beitenu (nacionalistas religiosos) por las amenazas que han recibido ella misma y sus hijos.

Hoy sólo hay tres ministras en el Gobierno y 27 diputadas en la Knesset, sobre un total de 120 escaños. El hundimiento ha provocado, de nuevo, un debate sobre la necesidad de aprobar una Ley de Igualdad que obligue a listas-cremallera y sancione a los partidos que no incluyan a mujeres en puestos destacados de sus listas.

Los ultraortodoxos del Shas, el partido religioso mejor organizado, han sufrido una severa derrota al caer en Jerusalén, donde tenían grandes esperanzas tras el récord de votos que cosecharon en las elecciones generales de enero. Sólo han conservado la alcaldía de Beit Shemesh (62.000 habitantes), terrible noticia para el resto de los vecinos, en un 55% laicos. Ni la unión de todos los demás partidos ha podido con la enorme movilización haredí. Imposible tumbar al alcalde, Moshe Abutbul, que mantiene aceras segregadas para hombres y mujeres y que coloca carteles pidiendo modestia en el vestir.

Hadassah Margolis, madre de Naama, una niña de ocho años que hace dos se convirtió en el símbolo del pueblo tras ser escupida por un ultra que creía que su ropa del colegio era “provocativa”, se duele de la derrota. “Soy religiosa, muchos de mis vecinos lo son, pero no podemos consentir los extremos y la intransigencia. Este alcalde ha sido denunciado y ahí sigue. Nuestro candidato [Eli Cohen] ha sido llamado nazi o gentil (no judío). No sé qué será de nosotras, las mujeres ahora”, lamenta.

El alcalde ultraortodoxo de Beit Shemesh mantiene aceras segregadas para hombres y mujeres

A esta hora, aún se investiga la aparición de más de 200 documentos de identidad falsos usados para votar al Shas. La oposición laica ha recurrido la votación, pero 200 votos no son suficientes para sacar al fanatismo del consistorio.

En crisis también está la izquierda. No ha conseguido convencer a los trascendentales independientes para que usen sus siglas, sus colores, sus lemas. Los laboristas se dan por contentos con 20 alcaldías, entre ellas, la de Tel Aviv, con el histórico Ron Huldai, 15 años en el cargo, y no precisamente ejemplo de progresismo en sus últimos tiempos.

Es el hombre aclamado por la modernización de la ciudad, elogiada como una de las más abiertas y divertidas del mundo, icono de libertad para homosexuales, pero también ha sido acusado de favorecer los intereses de los más ricos –infraestructuras raudas para ellos en el norte desarrollado- y de atacar sin piedad a los inmigrantes de Sudán y Eritrea que se han asentado al sur, a los que está negando hasta las licencias de apertura de sus comercios porque “molestan”, en palabras de uno de sus asesores.

Huldai no tenía rival, aunque los medios locales se han entretenido en ensalzar a Nitzan Horowitz (Meretz), primer candidato abiertamente homosexual del país.

El norte de mayoría árabe ha sido para los candidatos palestinos. Sin grandes novedades. La política municipal poco tiene que ver, en estos lugares, con el gran conflicto con Israel. Se vota al más cercano, a quien arregla mejor las aceras –donde las hay- .

Nitzan Horowitz, del izquierdista Meretz, es el primer candidato abiertamente homosexual

Nazaret ha sido noticia porque se presentaba como candidata una mujer, Hanin Zoabi (del partido Balad), diputada polémica, siempre enfrentada al Gobierno, que apenas ha sacado el 10% de los sufragios. Habría sido la primera alcaldesa israelí de familia musulmana (tras Violette Khoury, árabe cristiana, que gobernó Kfar Yasif en 1972). Al final, Nazaret queda en el alcalde clásico, Ramiz Jaraisy.

Estas elecciones dejan traslucir una crisis más, de valores en este caso, no sólo por la indolencia de los votantes a la hora de elegir a sus representantes, sino por aguantarles sin castigo delito tras delito. Tres alcaldes (Bat Yam, Ramat Hasharon, Alto Nazaret) han renovado su cargo pese a estar imputados por corrupción y haber sido apartados del cargo por el Tribunal Supremo. Está por ver ahora cómo toman posesión de nuevo, qué mecanismo se idea para ello.

El 63% de los israelíes considera que su ayuntamiento está corrompido, según una encuesta publicada por el diario Haaretz, pero estos regidores, conservadores, han logrado mayorías superiores al 55% de los votos.

“No son meros sospechosos, sino que están enjuiciados por el Supremo. Es desalentador ver cómo el confort personal en cada ciudad se ha puesto por encima de la moral y de la ética”, reflexiona un editorial del mismo diario. “Israel es el único país de Oriente Medio donde se vota con votos, no con bombas. Nuestro proceso democrático es admirable”, aseguró ayer el presidente del país, Simon Peres. Sin ver las sombras.

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