Opinión

Juzgar a Egipto

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 8 minutos

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Si las cosas pueden ir a peor en Egipto, hoy es el día con todas las posibilidades de que suceda. Comienza el juicio de Mohamed Morsi, el primer expresidente de la democracia egipcia; el hermano musulmán que logró hacerse con al trono de Heliópolis en las elecciones que siguieron a la revolución del 25 de enero de 2011; la excusa perfecta de un régimen ansioso por regresar a sus orígenes; la última pieza en caer de un ajedrez sobre el que bailaban torres, galopaban caballos y se sacrificaban peones. Una partida en la que el adversario ya había visto el jaque mate, mucho tiempo atrás.

Apenas un año y tres días después de jurar su cargo, el 3 de julio de este turbulento verano del que Egipto se ha despegado lentamente, un golpe de Estado militar, refrendado por millones de personas en las calles, acabó con el sueño islamista de Morsi. Y dio por consumada una estrategia brillante de restauración, en la que los Hermanos Musulmanes ayudaron en gran parte cubriéndose de descrédito, dilapidando la legitimidad de la democracia, deglutiendo y defecando derechos y libertades en aras de un bien mayor, Alá, en un país en el que, si bien la religión es un pilar fundamental de su sociedad, no lo es al modo cerril que los extremistas querrían. O al menos no en tan grandes proporciones como para que los egipcios enajenen sus pequeños placeres mundanos en pos de ulteriores y paradisíacas recompensas. Para los egipcios, al menos para los que se frotan las manos a la espera del juicio de hoy, el islam no es ni será la solución.

Para los egipcios, al menos para los que se frotan las manos hoy, el islam no es ni será la solución

Aquel 3 de julio Morsi desapareció. No hemos vuelto a ver una sola imagen suya. Sí hemos visto, sin embargo, a egipcios de uno u otro signo protestando en su contra, alabando a los militares que lo pusieron bajo arresto, le forzaron a renunciar a sus derechos presidenciales y tendieron una red sobre todos aquellos que movían los hilos del títere presidencial Morsi: Mohamed Badíe, el líder de la hermandad, Khairat Shater, su hombre más influyente, Mohamed Beltegy, … y así hasta completar la cúpula de la cofradía de los Hermanos Musulmanes. Y después, extendiéndolo un poco más, a cientos de sus miembros a lo largo y ancho del país.

También hemos visto a los islamistas, a sus simpatizantes: manifestándose a lo largo y ancho del país, siendo masacrados por docenas durante el desmantelamiento de dichas protestas y de los campamentos de Rabaa al Adawiya y de la Universidad de El Cairo. Y hemos visto fuegos artificiales, banderas, posters del general Abdel Fatah Sisi, el artífice del golpe, ahora ministro de Defensa, junto a los de otro militar insigne, Gamal Abdel Nasser y de otro no tanto, Anwar Sadat. Aún nos queda mucho por ver, y el futuro empieza hoy.

A Mubarak se le acusaba de asesinato; a Morsi se le imputan cargos de incitación al homicidio

El proceso que da comienzo esta mañana nos dirá mucho de lo que aguarda a Egipto y los egipcios, igual que hace dos años, el 3 de agosto de 2011, otro juicio del milenio, nos permitió intuir apenas lo que había de venir. Aquel día comenzaba el proceso contra Hosni Mubarak, sus hijos, su ministro del Interior y algunos de los principales responsables policiales de la represión de las protestas del 25 de enero. En pleno ramadán, a las 7 de la mañana, agonizábamos bajo un sol infame informadores, simpatizantes y detractores del depuesto faraón, intentando vislumbrar el desarrollo del proceso en una pantalla gigante de televisión.

Las familias de las víctimas aguardaban con las fotos de sus muertos pidiendo justicia, venganza; los abogados de la acusación no podían acceder a la sala; el juez al frente del proceso había sido nombrado por el depuesto rais que, ajeno a cuanto sucedía, y tumbado en una camilla, aguardaba en una celda mientras sus hijos intentaban hurtar su imagen a las cámaras…

Gritos dentro de la sala, gritos fuera de la sala, pedradas, carreras. A Hosni Mubarak se le acusaba de asesinato. A Mohamed Morsi se le imputan cargos de incitación a la violencia y el homicidio contra sus opositores, entre otros.

El país empezaba a fracturarse, creímos entonces, entre los que apoyaban o estaban contra Mubarak y su régimen. Islamistas y liberales portaban juntos carteles contra la corrupción y gritaban al unísono… ¡Qué equivocados estábamos! El país se fragmentaba en muchas más partes de las que podíamos imaginar. Ya lo estaba, de hecho, solo que no nos habíamos apercibido aún. Divide et impera. Divide y vencerás. Una máxima atribuida a Julio César, el mejor estratega militar de todos los tiempos, que los uniformados han sabido ejercer a lo largo de la Historia con probada eficacia. También los egipcios.

Ese día de agosto que se inició el juicio a Mubarak, los agentes que escoltaron al expresidente y sus hijos se cuadraron ante el general de aviación. Dudo mucho que Morsi tenga la misma suerte. Desde su llegada al poder tuvo en contra el aparato ejecutor del Ministerio del Interior, a pesar de su deseo de hacer uso de las herramientas de represión a su alcance.

Los altos mandos de la seguridad del Estado no estaban dispuestos a rendir tributo al que consideraban un terrorista, amigo de terroristas y protector de terroristas. Sus funciones se restringían a escoltar al presidente, y así se hacía, pero no pensaban ir mucho más lejos, salvo que pudieran segar la hierba bajo sus pies. Y así lo han hecho. Darle su fidelidad, fidelidad que, no me cabe la menor duda, aún deben al depuesto Mubarak, eso era impensable.

Nadie es tan ingenuo para creer ya que en Egipto existan protestas sin enfrentamientos

En las calles la oposición perdió la oportunidad de unificarse, de hacer causa común y fuerza común. Sólo estuvieron de acuerdo en que no querían a Morsi. El gran logro de su año de mandato. Y el gran logro de los militares y los miembros del Amm el Dawla, la temida y temible seguridad del Estado.

Los Hermanos, por su parte cometieron también el error, la vileza de exacerbar a las masas, de arengarlas a defender el islam y a su presidente, Morsi, en las calles. Pacíficamente, sí, pero nadie es tan ingenuo para creer a estas alturas que en Egipto existan protestas sin enfrentamientos.

El ahora encumbrado general Sisi hizo lo propio llamando al populacho a respaldar la represión contra los islamistas a través de protestas multitudinarias en las calles. Tanto monta, monta tanto… Hoy con toda probabilidad volverá a correr la sangre, ojalá me equivoque, pero aún no sabemos en qué medida, si es que se puede cuantificar algo que no sean los muertos: el dolor, la incomprensión, la rabia, la ira…

El fin de Morsi no es el fin del islamismo político, como la caída de Mubarak no supuso el fin del régimen

Sólo Egipto podría haberme forzado hoy a estar lejos de Egipto, y lo ha hecho con una contundencia ajena a mi voluntad periodística y mediante convincentes puntos de sutura. Pero seguir lejos de El Cairo este nuevo juicio del milenio permite, en la distancia, ver con otra lucidez el desarrollo del partido. A principios de este mes, las sesiones del juicio de Mubarak se reanudaron celebrándose a puerta cerrada. Después de haber sido condenado a cadena perpetua el proceso se está repitiendo. Se le pidió pena de muerte. Morsi es probable que la consiga. Muerto el perro se acabó la rabia. Aunque esa idea resulte obscena en cualquier ocasión y muy poco realista en ésta en concreto.
Porque el fin de Morsi no es el fin del islamismo político, como la caída de Mubarak no supuso el fin del régimen, aunque sí sea un síntoma claro de la crisis de simpatías que atraviesa dicho movimiento, no solo en el país del Nilo, algo que, el tiempo nos ha demostrado, no ha ocurrido con el mubarakismo travestido ahora de liberalismo revolucionario.

Si el juicio y la repetición del proceso contra Hosni Mubarak fue el encausamiento de un régimen y de sus fieles, el nuevo sumario sienta en el banquillo una ideología y a sus adeptos. Dos juicios, dos procesos a parte de la población. Sin tregua para los vencidos, Egipto camina de nuevo por el filo de la navaja. O del sable. Los defensores del islamista volverán a protestar; las fuerzas del orden a contener (reprimir), los liberales a pedir que se respeten los derechos, las fuerzas del orden a vulnerarlos… Y los titulares de mañana a hablar de islamistas y militares, de a favor o contra Morsi, de polarización, de crisis… de política al fin y al cabo, de personas. Mientras, Egipto volverá a sentarse otra vez en el banquillo.