Reportaje

Vota SÍ, vota Sisi

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 10 minutos
Mujeres aclaman al general Al Sisi en un colegio electoral | ©  Miguel Ángel Sánchez
Mujeres aclaman al general Al Sisi en un colegio electoral | © Miguel Ángel Sánchez

Madrid | 15 enero 2014

El estruendo de los cascotes contra el suelo hace a una mujer encogerse del susto entre las risas de sus comadres. Una nube blanca de polvo asciende mientras la policía, vestida de antidisturbios, intenta mantener un cordón policial traspasado a lo largo y ancho por cámaras de televisión, operarios y curiosos con el teléfono en ristre intentando obtener una imagen. El tráfico está cortado en uno de los sentidos, en esta amplia avenida dividida por una mediana y ocupada en su totalidad por curiosos y testigos oculares. Hace apenas una hora que un artefacto ha explotado frente al Tribunal Norte de Giza, en el barrio cairota de Imbaba. Es día de elecciones, y hoy y mañana, martes y miércoles, los egipcios votarán un referéndum constitucional. El segundo en un año. Los niños no van al colegio, muchos trabajos han dado días libres y no hay que lamentar víctimas mortales en el suceso, así que el espectáculo está servido. Sin embargo, a lo largo de la jornada perderán la vida al menos 9 personas en enfrentamientos entre islamistas y fuerzas de seguridad.

Un camión de bomberos acerca en su escalera a dos hombres para echar abajo los trozos de cornisa que cuelgan en la fachada del tribunal. Emad Tuhamy coge aire y exclama: “Pensé que iba a morir”. Este ingeniero que coge cada día el microbús frente a los juzgados sintió cómo “los cristales saltaban por los aires en su coche y el que iba delante”, antes de que empezaran a desalojarles por temor a que hubiera otro artefacto. Mientras habla, una docena de hombres se arremolina junto a él, pasando casi por encima de un oficial de policía que observa la escena flanqueado por un subalterno ataviado con pasamontañas y fusil cruzado frente al pecho, y otro que usa boina y mantiene su arma pegada a la tripa. “Creo que los Hermanos Musulmanes han hecho esto para que no vayamos a votar, pero los egipcios somos muy cabezotas, y conseguirán lo contrario”, sentencia.

Al menos 9 personas han muerto en enfrentamientos en la primera jornada del referéndum

Los Hermanos Musulmanes. Poco han tardado las miradas en posarse en ellos. Tal vez por eso muchos hombres con barba eluden las cámaras y también siguen rápidos su camino para evitar llamar la atención. Desde que el 3 de julio, los militares tomaran el poder en una asonada que acabó con el año de presidencia de Mohamed Mursi, el primer presidente de la democracia egipcia, los ánimos se han encendido cada vez más contra los islamistas. Y las barbas suelen traer problemas a sus portadores como signo de rigor islámico.

Extraño atentado

Las nefastas políticas de Morsi, que por decreto se blindó a sí mismo y sus decisiones ante la Justicia, unidas a una economía en caída libre, propiciaron unas protestas que, sin embargo, tampoco habían tenido tregua antes de la llegada al poder de este hermano musulmán. “Cuando gobernaba Morsi había libertad de expresión, pero ahora sólo tengo que hacer el símbolo de Rabaa [la plaza que fue bastión de la resistencia islamista] y juro por Dios que me detienen”, explica un barbudo con galabeya y un enorme callo de rezo en la frente. “Nos detienen por la calle, nos detienen en nuestras casas, si voy con la barba ya soy un hermano musulmán. ¿Y qué si fuera hermano? No pasa nada”, asevera.

Alejado del tumulto, con gafas y chaqueta de cuero, un hombre observa las tareas de desescombro. Dice llamarse Mohamed y no cree que haya sido la Hermandad la autora del atentado. “Esto es un tribunal, y todos los lugares importantes están protegidos por el Ejército. Esta mañana había protección, pero de repente ya no estaban y la bomba estalló”.

160.000 efectivos militares han sido desplegados para la protección de los comicios. Apostados tras sacos terreros y con armas al hombro los soldados protegen los accesos a los colegios o guardan el orden desde algún piso superior. Muy cerca de donde ha estallado el artefacto esta mañana, en el colegio “La conquista de Tarqub”, un oficial jalea a las mujeres invitándolas a exhibir todas sus armas patrióticas ante las cámaras. A saber: el himno nacional, albórbolas de celebración y carteles de Abdelfatah al Sisi ondeando al lado de banderas egipcias, todo ello junto a un buen puñado de niños y niñas entusiastas del nuevo líder, que este fin de semana manifestó su intención de presentarse a la presidencia si el pueblo así lo pedía. Y lo pide, ante el móvil de un entusiasta capitán que les anima a hacer el signo de la victoria y a entonar, antes de salir discretamente del plano.

Al Sisi, el general al mando de las Fuerzas Armadas egipcias, es el ídolo de las masas en esta jornada de votación. Si Morsi es la bestia negra, el cabecilla de los Hermanos Musulmanes, Sisi es el caballero de la brillante armadura, el libertador de todos los egipcios. No en vano fue suya la responsabilidad de anunciar la destitución de Morsi. Desde entonces, la verborrea nacionalista y la exaltación del líder han sido alentadas desde el Ejército y correspondidas por el pueblo, ávido de estabilidad y de cantos de sirena. Así, Egipto se ha acercado a las urnas para votar, no sólo sobre una Constitución, sino sobre un modo de gobierno: el que desde Nasser hasta Mubarak, pasando por Sadat, ha casado Estado y milicia.

«Tengo que decir que sí porque quiero que el país salga adelante, pero estamos en contra de Sisi», dice un joven

“Voy a decir sí, tengo que decir sí”, lamenta Essam, un camarero de 32 años. “No por nada, sino porque quiero que el país salga adelante. Tengo niños pequeños que se están muriendo. Y este, y este otro también se están muriendo”, apunta señalando a dos amigos del barrio de Imbaba que pasean con él. “Ni comemos ni bebemos ni hay dinero en el país, ni hay producción. Y este año, va a ser un año negro”, augura. Un hombre que pasa junto a él trata de unirse a la conversación: “Después del golpe no han hecho nada por los pobres y aquí todos somos pobres. Di la verdad ante Dios, ¿desde el golpe de Estado has visto algo bueno?”. “Nosotros estamos en contra de Sisi”, prosigue Essam, “tiene que salir a la calle, dejar la oficina y trabajar con sus manos y ver con sus propios ojos a los pobres como nosotros”.

La ex «república islámica de Imbaba»

Los últimos comentarios de Essam se pierden en una pitada de tuc-tuc a la carrera mezclada con los gritos de algunos chavales que caminan hacia el colegio electoral. A pocos metros, la basura se acumula contra los muros y las aceras, igual que la carretera es apenas una argamasa de arena, porquería y cemento. En la cabina de un motocarro, un quinceañero deshace una pastilla de hachís. Imbaba, el barrio en el que esta mañana se ha producido el atentado, no es cualquier lugar de El Cairo. Entre sus callejuelas desordenadas abundan la pobreza, el paro y la droga, y con todas ellas la delincuencia, pero además es el único lugar de Egipto donde ha existido un califato islamista.

Durante mes y medio en 1992, en “la república islámica de Imbaba” reinó la sharia. Tal vez por eso en estos meses sus habitantes se han vuelto tan ferozmente contra los islamistas, que en los noventa fueron desalojados por un despliegue de más de 12.000 efectivos de las fuerzas de Seguridad del Estado del entonces presidente, Hosni Mubarak. Y aunque aquellos poco o nada tienen que ver con los que defienden a Morsi, hoy, es difícil que nadie alce su voz para defender a los Hermanos Musulmanes. A pesar de su extendida presencia en el barrio, donde hasta hace poco eran los responsables de atender las necesidades de los pobres a través de su red de ayuda social y su presencia en las mezquitas.

“Los Hermanos Musulmanes han puesto la bomba para asustarnos, con la ayuda de Qatar y de América”, azuza otro viandante a Essam que sin pestañear le responde: “pero ellos son los únicos que nos daban ayuda”. Para este camarero las distancias entre los que gobiernan y su propia realidad están claras: “Ellos pueden vivir y nosotros no. Ellos pueden comer galletas y nosotros fuul y taamiya [comidas populares hechas de legumbre]. Nosotros podemos pasar los días sin una libra en el bolsillo. Ellos tienen dinero. Nosotros podemos hablar de política, sí… pero tenemos hambre”.

La niebla que cubre el Nilo esta mañana de referéndum parece trasladarse por momentos a las cabezas de los habitantes de El Cairo. En la tesitura de aceptar una dictadura militar para evitar una religiosa, muchos se ven forzados a acudir a votar una Constitución en la que no creen o que apenas conocen, por la necesidad de avanzar. Para algunos el resultado de la votación, será un reflejo del sentir de los egipcios y la aprobación del referéndum supondrá el espaldarazo definitivo para que el general al Sisi consolide su liderazgo de cara a las presidenciales. Pero para el silencioso 25% que representan los islamistas de los Hermanos Musulmanes no es así, aunque resulte casi imposible hablar con ellos.

«Voy a boicotear este referéndum. No hay transparencia, las calles están bañadas de sangre», afirma un hombre

Mohamed Said apenas tiene tiempo de presentarse y empezar a sudar cuando se ve rodeado de gente. “Yo quiero dar una opinión contraria”, apunta en las inmediaciones del colegio electoral. “Voy a boicotear este referéndum. No hay transparencia en estas elecciones, las calles están bañadas de sangre”, afirma.

“Da igual si somos Hermanos Musulmanes o no; da igual si estamos a favor de Morsi o de Sisi. Pase lo que pase en política, no deberíamos llegar a matarnos entre nosotros por las calles”, prosigue. Pero los discursos templados no están de moda estos días. Y las voces críticas no son bien recibidas. “Desgraciadamente, algunos miembros del Ejército y de la policía, no todos, están matando a la gente por las calles solamente por expresar su punto de vista”, concluye. Por su izquierda, un hombre de la multitud le golpea y espeta: “El Ejército no está haciendo nada, hijo de perra”.

Con el primer insulto a los periodistas se les obliga a dejar de grabar y a abandonar el lugar escoltados por un oficial militar mientras un policía se lleva al joven crítico al interior del colegio. Las puertas se cierran. El mismo militar que grababa con el móvil y animaba a posar para las cámaras prohíbe ahora el acceso. En los alrededores una turba acusa a los informadores de intentar mostrar una imagen negativa del país. Ya nadie canta.