Reportaje

Las chicas kurdas ya no se cortan

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 12 minutos
Activistas en el centro de mujeres de Halabya (Feb 2011) | © Ilya U. Topper
Activistas en el centro de mujeres de Halabya (Feb 2011) | © Ilya U. Topper

«Dicen los imames que circuncidar a las niñas es bueno en los países cálidos para frenar el impulso sexual. Pero aquí hace frío, y más fría me quedo yo por dentro». Lo dice Amira, una de las jóvenes kurdas que se reúnen en un centro de mujeres de Halabya, en el Kurdistán iraquí, para planificar campañas contra la ablación del clítoris. Una práctica que en esta región afecta a más del 60% de las mujeres.

Pero no se trata sólo de prevenir sino también de curar. Se trata de ellas mismas: ¿cómo recuperar una vida sexual plena con el marido? Entre opiniones, bromas y carcajadas sonoras se entierran los viejos tabúes según los que una mujer nunca debe hablar de sexo, y menos ante un hombre.

La risa es terapéutica. «Lo mejor de estas reuniones es que ahora puedo hablar de esto. Durante diez años lo tenía todo escondido, en lo profundo, y desde hace dos, me siento muchísimo mejor», dice otra joven. También con su marido ahora puede hablar de sexo, algo que antes le parecía imposible, añade. No paran las risas mientras todas intercambian consejos para tratar el tema en la cama y alaban el desparpajo de Amira como educadora sexual. Çinur confiesa, sin embargo, que no siente absolutamente nada durante el acto sexual. «Me siento culpable, porque mi marido es realmente lindo y nos queremos muchos», dice. Asegura sentirse relajada con él, «la cabeza me va bien», pero sigue «cerrada», concluye: «No me funciona».

Más del 60 % de las mujeres del Kurdistán iraquí han sido sometidas a la ablación

La edad a la que se hace varía enormemente: desde los dos años hasta la adolescencia o incluso poco antes de casarse, señala Suad. «Fue a los nueve años», recuerda una de las chicas. «Yo fui sin miedo, pero recuerdo que otras niñas salían corriendo y espantadas». Amira ya había cumplido 12. «Una mujer vino a ver a mi tía, me mandaron ir con ella y al llegar a su casa, me hicieron sentarme y me cortaron». Sin más ceremonia. Hasta entonces no sabía de qué se trataba. El dolor le duró días. «No pude andar bien y me hermano se reía de mí». No recuerda si antes de la operación tenía sensaciones de placer o si eran distintas a las de ahora. «Tenía demasiada vergüenza como para preguntar a mi madre, y no tengo hermanas».

Otra compañera ya tenía catorce, pero en este caso fue queriendo. «Yo misma lo pedí a mi madre, porque escuchaba comentar a mis familiares y a los vecinos que a las demás niñas ya se había hecho y pensaba que tenía que ser algo bueno. Mi madre inicialmente no quiso, de hecho, mi hermana mayor no está mutilada, pero al final me lo hizo. Lo que pasa es que cortó muy poquito, probablemente no hizo más que una pequeña incisión. Por eso ahora no tengo problemas en el sexo».

¿Por qué entre kurdos?

Mezquita en Halabya (2011) | © Ilya U. Topper
Mezquita en Halabya (2011) | © Ilya U. Topper

Falah Muradkhan, coordinador de la asociación Wadi en Suleimanía, parte de la base de que la ablación es una práctica vinculada a la religión, el islam de la escuela chafeí, y no descarta que exista también en el resto de Iraq, donde quizás sólo esté más oculta, aventura. Reconoce, sin embargo, que según su propia encuesta, dentro de Kurdistán sólo se práctica en pueblos kurdos, muy poco en los de etnia árabe – un 10% en algunos lugares – y está totalmente ausente entre las de etnia turcomana, aunque todos siguen la misma orientación religiosa.

En añadidura, tampoco parece darse en la región de Dohuk en la franja norteña, fronteriza con Turquía, sin que Falah pueda aventurar los motivos. Por otra parte, en el Kurdistán turco no existe hoy día la práctica, pero las ancianas aún recuerdan que se hizo en el remoto pasado, según el testimonio de una feminista de Diyarbakir.

Las jóvenes de Halabya han roto una barrera de silencio que hasta hace nada parecía férrea. Entre un 60 y un 80 por ciento de las mujeres kurdas de Iraq han pasado por la mutilación genital femenina, pero jamás fue un tema de debate público. De hecho, cualquier iraquí habría jurado que en su país, tal tradición no existe y que se trata de una costumbra limitada estrictamente a África y quizás a Yemen.

Ni siquiera todas las kurdas lo saben. «Yo debo de ser de las pocas chicas kurdas que no ha sufrido la ablación, pero de hecho, no tenía ni idea que esto existía aquí. Cuando me pidieron investigarlo, no me lo creía. Y resulta que sí, que se hace en todas partes, pero con total sigilo. Los hombres ni se enteran», relata Suad Abdulrahman, coordinadora de una campaña contra la mutilación genital femenina por cuenta de la ONG alemana Wadi.

El centro comunitario de Halabya trata de cambiar de raíz el papel de la mujer en la sociedad

El centro comunitario de Halabya, en el extremo sureste del Kurdistán iraquí, donde Suad se reúne con Amira y otra decena de chicas, no sólo sirve para luchar contra este rito: se trata de cambiar de raíz el papel de la mujer en la sociedad. Halabya, donde hay tantas mezquitas como días tiene el año, o eso dicen, fue en 2002 el baluarte de una de las milicias islámicas más fundamentalistas de Iraq, la de Ansar al Islam. Ya no, pero la conservadora sociedad kurda cambia despacio. Y los ‘asesinatos de honor’ son todavía extremamente frecuentes. Más de 10.000 mujeres han muerto – asesinadas o por suicidio – en los últimos veinte años, cree Falah Muradkhan, dirigente del proyecto de Wadi. Una media de 500 al año para una población de unos seis millones de personas.

Organización y mejoras

«Hace cinco o diez años me tenía que cubrir entera cuando salía a la calle, y hasta hace poco era muy difícil que me dejaran acudir a un centro para mujeres», relata otra de las chicas. Suad recuerda la época. «Entonces no querían que se les hicieran fotos, hoy ya no les parece mal. Ahora se pasan con frecuencia para saludar o pedir consejos: tenemos una abogada aquí, además se les ayuda a buscar trabajo, hay atención médica». Además, en el centro cocinan juntas, aprenden manualidades, fabrican tejidos, organizan trabajos… Pasos esenciales para encontrar un papel que vaya más allá de las tareas de la familia. Y conspiran para difundir la campaña contra la ablación.

Desde aquí, las chicas llevan la campaña a numerosos rincones del país: organizan reuniones sociales con las mujeres de sus barrios o pueblos, les preguntan por su salud, y de paso se interesan por si su interlocutora ha sido «circuncidada». Si es así, averiguan si hay consecuencias de dolores o complicaciones de parto y la van informando sobre las múltiples consecuencias negativas de la ablación. «A algunas las convencen», señala Suad: «Dicen que al saber lo malo que puede ser, no lo harán a sus hijas».

No existe una gran presión social a favor de la ablación, sino que es un tema que apenas se comenta

No es tan dificil llegar a este punto, porque no existe tampoco una presión social apabullante a favor de la ablación: apenas se comenta, los religiosos no insisten en el aspecto y no hay ritos concretos asociados a la mutilación, de manera que una niña que no pasa por esta operación tampoco queda señalada ni socialmente excluida. «Estamos entre dos niveles, las mujeres no tienen claro que es malo, pero tampoco creen a pies juntillas que es algo bueno o necesario o que forme parte de la religión», resume Suad.

Afortunadamente, la campaña contra la ablación no cuenta con la oposición del clero islámico. «Todos los mulás (teólogos) confirman que no es un mandamiento de la religión, hay algún hadiz por ahí, pero no se considera obligatorio», detalla Suad. «En 2010, los teólogos kurdos emitieron una fetua para aclarar que no se trataba de una obligación sino que cada familia puede decidirlo», abunda Falah Muradkhan. Un dato importante, porque los kurdos llaman la ablación simplemente «sunna», la palabra referido a cualquier mandamiento religioso.

Una de las barreras es que «la educación sexual aquí es cero», señala Falah. «No se puede hablar de sexo. El trabajo que hace Suad con las chicas ha supuesto una enorme liberación para ellas porque por primera vez saben que si tienen problemas en la cama se puede deber a la mutilación, no porque ellas o el marido hagan algo mal». Y a la vez ayuda a difundir la información, simplemente porque ellas ahora sí se atreven a hablar.

Eso sí, saltarse la barrera psicológica para mencionar siquiera el tema es un desafío que las chicas de Halabya han tenido que superar. «Una vez que pregunté en una reunión quiénes habían sufrido la ablación, una mujer me dijo: ‘¡Pero cómo te atreves a hablar de eso! ¿no te da vergüenza?’ Pues no, no me da vergüenza. Claro, al principio me pasaba lo mismo, pero se supera paso a paso, todas hemos pedido consejo y además, como en estas reuniones no hay nombres delante, es más fácil», recuerda Diwan, otra de las jóvenes.

Una de las barreras para la concienciación es que «no se puede hablar de sexo», comenta una mujer

El silencio se ha roto definitivamente. «Ya hubo una campaña de firmas para el Parlamento, con el fin de prohibir la práctica, y este año, el tema ha estado en todas partes, en la televisión, en las tertulias, en los periódicos…» señala Suad. «Ayer mismo vino una señora para decirme que ella ya tenía claro que no se lo iba a hacer a su hija, pero que su marido insistía en que sí. La convencimos a que volviera a hablar con él y de hecho fue y tuvieron una charla, y la mujer simplemente empezó recordándole los problemas que ellos dos tenían en la cama: esto es por la ablación, le explicó. Ahí el hombre se convenció de que no era algo bueno para sus hijas», relata.

De hecho, la práctica se lleva reduciendo con cierta rapidez, al menos en comparación con países como Egipto donde parecen fracasar todos los intentos de erradicarla. En Kurdistán parece en plena retirada ya desde antes de lanzarse las primeras campañas. Aunque la incidencia es del 72 % según un detallado estudio de Wadi, realizado en 2010 entre más de 1.400 mujeres, es muy distinto según las franjas de edad: un 95 % de las mujeres mayores de 58 años habían sufrido la operación, pero sólo un 57% de las menores de veinte años, lo que significa que las jóvenes ya no se someten a la operación con la misma frecuencia que sus abuelas. El mismo año, un sondeo oficial realizado por médicos entre 5.000 mujeres arrojó sólo una incidencia del 41%, cifra probablemente por debajo de la realidad.

Quizás no por mucho tiempo. Porque esto lo tienen claro todas las chicas del centro de mujeres: no se lo harán a sus hijas. ¿Y éstas no tendrán problemas después para encontrar marido, al no estar «purificadas»? «No creo», responde Amira. «Cuando mi hija sea mayor, yo espero que estas cosas ya estarán totalmente prohibidas. Es más, quiero tener una hija para que haya una activista más que ayude a prohibirlas».

 

Lo que dice la ley

Suad Abdulrahman (2011) | © Ilya U. Topper
Suad Abdulrahman (2011) | © Ilya U. Topper

En junio de 2011, el Parlamento kurdo aprobó una ley que incluía medidas contra la mutilación genital femenina, con multas y penas de cárcel de entre seis meses y tres años para médicos y parteras que «instigaran a la ablación, la realizaran o ayudaran en ella».

El camino ha sido largo. Cuando Wadi empezó a trabajar en 2005, casi nadie había escuchado hablar del tema… al menos no en las esferas públicas. Aun en 2008, el Parlamento Kurdo renunció a debatir el asunto. En junio de 2010, la organización internacional Human Rights Watch publicó un informe, que se encontró con rechazo visceral entre los altos cargos, que lo tildaron de «fabricación» y aseguraron que la práctica como mucho se podía encontrar en alguna aldea remota.

«Pero en noviembre, el primer ministro del Kurdistán autónomo, Barham Salih, reconoció en público que la ablación no sólo existía sino que era peligrosa y no debía ser tolerada. A partir de ahí, todo cambió», recuerdan Falah Muradkhan y Suad Abdulrahman.