Entrevista

Tahar Ben Jelloun

«Los celos son una enfermedad universal»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Tahar Ben Jelloun (Madrid, 2013) | © Alejandro Luque / M'Sur
Tahar Ben Jelloun (Madrid, 2013) | © Alejandro Luque / M’Sur

Si en su última visita a España traía dos nuevos libros, uno sobre emigración y otro sobre la primavera árabe, esta vez Tahar Ben Jelloun (Fez, 1944) se propone hablar sobre el amor. La felicidad conyugal, su última novela publicada en España por Alianza, está llena de elementos autobiográficos que el premio Goncourt proyecta sobre la sociedad marroquí y sobre la idea de pareja en general.

A sus 70 años, Ben Jelloun mantiene cierta apostura, y nunca olvida sazonar la conversación –en francés o en español trufado de expresiones italianas– con buen humor, aunque también confiesa que a veces se cansa de que le pregunten por cualquier cuestión de actualidad, y se olviden de sus libros.

Llama la atención que el protagonista de su novela sea un pintor marroquí…

¿Por qué? [Risas]

Bueno, conocemos a escritores, músicos, cineastas de su país, pero a muy pocos artistas plásticos. Una vez le pedí a un pintor marroquí que me citara nombres de colegas suyos, y solo pudo hablarme de él mismo.

«Al pintar no tengo una visión, ni una filosofía, solamente colores, luz y optimismo»

Hay una clase de pintores muy importante en Marruecos. Están los clásicos, del fin del XIX al XX, y ahora hay una profusión de pintores de distinta categoría. No todos son buenos, pero hay una docena de pintores importantes que se venden bien, incluso en el mercado español. Si no hay una tradición pictórica en Marruecos, es porque hay una tradición artesanal de calidad, para mí, superior. Cuando visitas la Kutubía, en Marrakech, o la Gran Mezquita de Casablanca, puedes ver la excelencia de los artesanos de Fez, Marrakech, Tetuán. Son para mí los mejores artistas de Marruecos. Hay también pintores que trabajan sobre la tela, pero no tienen una visibilidad importante en el extranjero. Le contaré una medio-broma: me “convertí” a la pintura hace cuatro o cinco años…

Por eso quería preguntarle, la ilustración de portada de su libro es suya.

Hice una muestra el año pasado en Roma, y preparo ahora una nueva exposición en Marrakech, con unos cuarenta cuadros. No practico la pintura como profesión. Me gusta mucho, porque no me tomo en serio. Hago colores, cosas surrealistas. Tengo un estilo personal, soy el único que hace cosas de este tipo.

¿Y qué le da pintar que no le dé la literatura?

Por ejemplo, esta última obra que hice, grande, de dos metros… [muestra sus cuadros en la pantalla del teléfono] Hay también cosas distintas, una serie de mariposas. No tengo una visión, ni una filosofía, nada, solamente colores, luz y optimismo. Pero hala, pasemos a la novela…

«En el matrimonio se unen dos tribus: la pareja se ve destruida por las familias»

Hay una socióloga marroquí que dice que el problema del matrimonio en este país no es la unión entre dos personas, sino entre dos familias. ¿Lo cree así?

Normal, ¿no? También pasaba antes aquí, ¿verdad?, aunque quizá menos. Pero sí, se unen dos tribus. Cada familia tiene su opinión, su enfoque. Es una cosa increíble, que se repite en Grecia, en todo el Mediterráneo. Hay muchos intereses.

Lo que sucede es que, como dos familias no pueden hacer el amor, el sexo es la primera víctima de esa concepción, ¿no?

Sí, las primeras víctimas de esta situación justamente son las parejas, éstas se ve destruida por las familias. Porque hay jóvenes que están totalmente encantados de verse dominados por la familia. Existen, no solo hay parejas rebeldes.

En la novela, ella es de familia bereber. ¿Qué significa este hecho?

Es como si en España una familia andaluza se casase con alguien de Santander, o de Cataluña. Hay diferencias culturales entre ambos, seguro. O supongamos que una es católica y la otra judía: habrá conflictos. En la novela, los bereberes, que fueron los primeros habitantes de Marruecos, fueron islamizados en el siglo IX… Como muchos judíos, otros siguieron conservando su religión. Siempre hay diferencias entre las dos culturas, árabe y bereber. Y muy pocos matrimonios entre ambas categorías.

¿Cómo fue su experiencia personal?

Yo elegí una pareja árabe y bereber, ese es el aspecto autobiográfico del libro. Y no solo me casé con una bereber, sino que era la hija de un trabajador emigrante. Fue una catástrofe para las dos familias, no fue buena noticia para nadie… Yo era entonces suficientemente ingenuo como para creer que el amor podía ser más fuerte que los conflictos culturales. Por desgracia, estos matan el amor. Eso aprendí del matrimonio. Obviamente no soy pintor, no he tenido un ictus ni soy un seductor como mi personaje. De ella hice una heroína, guerrera, terrible, que no corresponde a lo que era mi mujer. En todas las novelas hay algo autobiográfico, pero hay que saber transformarlo, porque contar la vida propia no interesa a nadie.

«En Marruecos, las mujeres se toman su revancha de una manera muy marcada, pero no es deseable»

Usted escribe: “Ahora las mujeres marroquíes mandan”. ¿No es un poco optimista?

¡Siempre ha sido así, aunque no se vea! El derecho, hasta el nuevo código de la familia, no estaba del lado de las mujeres. Cuando una no tiene los derechos, una pelea con el temperamento, la valentía de intentar dominar la situación, dominando al hombre. En una sociedad como la nórdica, la sueca, la de Bergman [cuyas citas acompañan los capítulos del libro], los derechos son los mismos para el hombre y la mujer, por tanto solo tenemos conflictos metafísicos. Por eso en Marruecos las mujeres se toman su revancha de una manera muy marcada. Y al mismo tiempo, en el fondo no es deseable, es una situación de desequilibrio permanente.

¿Qué papel juegan los celos hoy en la sociedad marroquí? ¿Aún se mata por ellos?

No, no, eso ocurre en Pakistán, en Afganistán… Los crímenes de honor están prohibidos en Marruecos. Pero los celos son una enfermedad universal, por supuesto. ¿Con qué derecho poseo a la persona con la que vivo? Hay que seducirla para que quiera estar conmigo por su voluntad, no por la fuerza.

¿Hay medicina para esa enfermedad?

[Risas] Bueno, hay un trabajo personal que hacer. Es muy fácil entrar en los celos, como esa pequeña puerta del infierno en la que uno entra creyendo que estará calentito… Luego está ardiendo y no puedes salir de esa sala, como en la película de Buñuel.

 «¿Con qué derecho poseo a la persona con la que vivo? Hay que seducirla para que quiera estar conmigo»

Siempre decimos que en España la envidia es el deporte nacional, pero por lo visto en la novela, en Marruecos también hay afición…

Por supuesto, cuanto más pequeña es la sociedad, más grandes son los conflictos. Sin duda. Hay envidias entre escritores: como hay pocos, hay mucha envidia. En Francia, con 3.000 o 4.000 escritores, es menos frecuente.

A propósito, la mayoría de los escritores marroquíes que vamos descubriendo en España vienen paradójicamente de Francia, no de Marruecos. ¿Puede descubrirnos alguno?


En España también hay una chica rifeña, ¿no? Muy fuerte…

Sí, Nayat El Hachmi. ¿Pero hay más?

Sí, aunque no tantos reconocidos e importantes. Está Fouad Laroui, que vive en Amsterdam; y también Abdelhak Serhane, Rajae Benchemsi, Mohamed Nedali… No recuerdo todos, pero hay un grupo de unos veinte que está muy bien.

Y si tuviera que entregarle su corona, ¿a quién elegiría?

No, no, es mejor que me quede aparte [Risas]. Muchas veces, cuando un autor no tiene editor en Francia, se dice “ah, es Ben Jelloun, que no nos deja vivir”. Trabajo desde hace 40 años, cada día. Y nunca en mi vida he hecho cosas de corrupción, de privilegios, para llegar a una etapa concreta. Mi trabajo son mis libros, que escribo solo. Nunca hice nada vergonzoso. No tengo relación con periodistas, no soy complaciente con ninguno, si me entrevistan es porque creen que el libro merece atención. Consagro mi vida a que fructifique lo que he hecho. Eso no se ve, muchos jóvenes no lo entienden.

En las elecciones francesas se dijo que se había negado el voto árabe a Hollande. ¿Cree que fue así?

No existe tal voto árabe. Hay marroquíes, franceses de origen marroquí o argelino, que no se interesan tanto por la política… No hay una comunidad estructurada, como la de los hebreos, los judíos. Podemos hablar de un voto judío, católico, pero los árabes nunca votan unidos.

Lo cierto es que Hollande va hacia abajo, y Jean Marie Le Pen hacia arriba. Y parece que no tiene mucha simpatía por los árabes.

Le Pen ha construido toda su política sobre el miedo, la violencia y el odio. Es un programa fácil, resulta muy sencillo despertar los prejuicios. Pero de su programa económico y cultural no sabemos nada aún. Es totalmente irrealista.

«La solución para la inmigración será la lucha contra la mafia, africana o de donde sea, que aprovecha el sufrimiento»

¿Hollande sí lo tenía?

Sí, el problema de Hollande es que los resultados se ven en cinco años. Las personas sufren y no confían en el futuro.

Usted que ha escrito mucho sobre inmigración, ¿ve una solución para toda esa gente que trata de saltar la valla de Ceuta y Melilla?

La solución será la lucha contra la mafia, africana o de donde sea, que aprovecha el sufrimiento y el dolor de la gente para hacer dinero. Hay que invertir más en estos países, establecer un diálogo con los dirigentes africanos, que son los que deben retener a sus ciudadanos. Es una cuestión entre Europa y África.

¿La intervención francesa en Mali fue a su juicio acertada?

Bueno, creo que nos estamos apartando del tema del libro…

Acabemos con el libro, pues. Quería preguntarle por Delacroix, a quien usted menciona repetidamente…

Sí, he escrito sobre eso en un libro titulado Lettre à Delacroix [Una carta a Delacroix]. Visitó Marruecos y tomó esbozos como infinidad de postales. Era la época colonial, hablamos de 1832, cuando llega a Argelia ni siquiera sabe que está en Argelia… No se le puede pedir a los artistas que hagan política.

¿No cree que cayó en el tan denostado orientalismo?

Sí. Pero a mí me encanta su pintura. Me interesa como ciudadano, aunque está incluso al límite, mira a los árabes con cierto enfoque de superioridad. Era lo normal en la época.