Opinión

Hambre de líderes

Clara Palma
Clara Palma
· 10 minutos
Pablo Iglesias saluda a Alexis Tsipras, líder de Syriza | © Facebook de A. Tsipras
Pablo Iglesias saluda a Alexis Tsipras, líder de Syriza | © Facebook de A. Tsipras

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Dos de las grandes esperanzas para la izquierda en Europa se dan la mano. El recién llegado, conocido ya por todos en España, viene a sumarse a esa ola de cambio que surgirá con ímpetu del Sur, para construir una Europa de los pueblos y no del capital; de la solidaridad y no de la explotación… Una ola en la que, por motivos estratégicos, una de las caras más visibles es la de Alexis Tsipras, el coordinador de Syriza, la coalición de la izquierda que ha sido la fuerza más votada en Grecia en las Europeas.

La foto se ha publicado con motivo de las conversaciones para la integración de los 5 eurodiputados de Podemos en el NGL/GUE, el grupo parlamentario del Partido de la Izquierda Europea, cuyo candidato a presidir la Comisión no es otro que el griego. Y tal y como atestigua la creación de una lista exclusiva en su apoyo en Italia (La Otra Europa con Tsipras), que ha obtenido tres escaños, la silueta de Syriza comienza a proyectarse más allá de Grecia. El modelo que propugnan la coalición y otras fuerzas afines comienza a concretarse y a descubrir una vocación amplia para el Sur europeo.

Pero, ¿qué es lo significativo de esta narrativa a la que ha venido a sumarse Podemos? En primer lugar, su existencia como algo creíble para las personas que se identifican con ella. Sin que sepamos aún si se conlleva un cambio sustancial o si se trata sólo del empaque, tras décadas infructuosas la izquierda comienza por fin a parir un discurso lo suficientemente hegemónico para que resulte convincente -al menos en Grecia o en España- al margen de los círculos más ideologizados.

La izquierda comienza a parir un discurso hegemónico como para ser convincente al margen de los círculos más ideologizados

En segundo lugar, ha sido construida con pericia una Imagen con mayúsculas para integrarse en la sociedad del espectáculo, a sabiendas de que es ésta en la que hay que influir, y no en una extinta o idealizada. Y también imágenes, como ésta con la que encabezamos, que en Facebook suscita comentarios como: “Pablo, ¡¡dónde has estado todos estos años!!”. O bien: “Pablo mira de frente y a los ojos, no esquiva la mirada, eso dice mucho de la persona,” a lo que alguien responde con fervor: “Sí… Alexis igual.”

Y es que había hambre de “líderes carismáticos”. Al margen de que, en, en vista del panorama político, comparativamente hasta una patata aparecería revestida de tal cualidad, los hechos demuestran que mucha gente quiere una “marca” reconocible, una cara visible en la que confiar, puesto que parece que es difícil hacerlo en una colectividad sin nombres propios. Alguien que milita en un movimento social confía en el modelo de organización y de toma de decisiones, anónimamente; mientras que sólo participa a través del voto necesita la garantía de un tipo o una tipa que da la cara.

Así, en una conjunción que por lo demás les era favorable, tanto Syriza como Podemos han logrado acceder al imaginario social. Han ofreciendo a los votantes la posibilidad de que su ideología cristalice en algo mundano, tangible. ¿Y a qué votantes? Los que han “recuperado la ilusión” y disfrutan de la novedad de ser de izquierdas y poder creer en el próximo advenimiento de la izquierda. Y está el efecto llamada: aquellos a los que el partido no convence al 100% pero que, una vez superada una determinada masa crítica, al ver que tiene posibilidades votan para ver qué pasa.

Había hambre de «líderes carismáticos». Mucha gente quiere una cara visible en la que confiar

Para ello la asertividad es crucial en la estrategia de comunicación del partido. Izquierda Unida, por ejemplo, tiene un discurso modesto: si proclamaran en campaña que van a ganar las elecciones, causarían más bien estupor. Syriza, en cambio, no cesa de recalcar que inminentemente será el próximo gobierno, con eslóganes como “el 25 [de mayo] votamos, el 26 [el actual gobierno y la Troika] se van”). Esta repetición efectivamente acaba haciendo mella en el escepticismo de los votantes, y, si finalmente la revolución se aplaza, es que no les han votado lo suficiente o con la suficiente convicción (le recriminan los militantes al pueblo).

Pero al margen de que tanto Syriza como Podemos han sido la fuerza política que estaba en el momento y en el lugar adecuados debido a la coyuntura de la crisis (sin la cual conservadores y socialistas hubieran continuado su turnismo democrático ad infinitum), entre las dos formaciones hay más diferencias que semejanzas.

En el plano comunicativo, Podemos ha seguido y sigue una estrategia estudiada, que los ha aupado en pocos meses a practicamente igualar a IU, a la que superarán sin duda a la próxima oportunidad. Syriza, en cambio, a pesar de sus declaraciones altisonantes, se ve obligada a improvisar en multitud de cuestiones en las que queda en evidencia la heterogeneidad interna (por no decir desunión).

Es cierto que la coalición helena cuenta con muchas caras jóvenes como Tsipras o como Rena Duru (la flamante gobernadora electa de Ática). Pero muchos otros pertenecen a la enésima refundicion de la vieja guardia que ha sobrevivido intacta de partido en partido; de hecho el exlíder Alekos Alavanos fue raudo a fundar un nuevo partido una vez le pareció que quizá Syriza estaba creciendo demasiado. Podemos, en cambio, se caracteriza precisamente por no estar compuesto por gente “de partido”, lo que en España ha constituido una de sus principales bazas.

Syriza y Podemos pertenecen esencialmente a dos generaciones distintas, separadas por una falla de 20 o 30 años de desfase político y social entre países. El partido de Iglesias pretende aplicar, más o menos afortunadamente, una serie de lecciones de lo que podríamos dar en llamar postmodernidad: una estructura flexible que integra las reivindicaciones asamblearistas, y de participación directa -incluso telemáticamente-, y que asume como propios la mayoría de los planteamientos del antiautoritarismo con respecto a cuestiones como el derecho de autodeterminación, género, discapacidad, inmigración, ecología… Al mismo tiempo, se propone revertir las consecuencias del desmantelamiento del Estado del bienestar por parte del Gobierno: destrucción de sanidad y educación, paro, vivienda, etc.

Syriza deberá enfrentarse a temas en los que la izquierda española tiene un cierto consenso, pero aún son tabú en Grecia

Entretanto, Syriza ha incorporado efectivamente el segundo grupo de estas reivindicaciones. Pero las cuestiones más ideológicas y menos “de cajón”, le acarrean más de un disgusto. La coalición deberá enfrentarse tarde o temprano a temas que en los que la izquierda española tiene un cierto consenso. Pero la separación entre Iglesia y Estado, las políticas de inmigración y de género, los debates nacionalistas… siguen siendo un tabú para amplios sectores de la sociedad griega, y no hay partido al que no aterre abrir la caja de Pandora. Todo por no mencionar el euro o la UE.

Por otro lado, Syriza sigue siendo un partido “a la vieja usanza”, cuyo nicho, por así decir, es mucho más comparable al de IU que al de Podemos. Es cierto que la izquierda institucional griega, con la salvedad, en todos los casos, del Partido Comunista (KKE), ha sustituido ya hace tiempo el concepto de proletariado por el de los trabajadores que sufren las consecuencias del neoliberalismo. En la forma de pequeñas agrupaciones, ha desarrollado y modernizado su discurso, sin que se produjera sin embargo el cambio de paradigma necesario para que quedara un espacio libre entre los socialdemócratas del Pasok y los marxistas-leninistas del KKE. Hasta que llegó Syriza (en 2004), no fueron capaces de construir una hegemonía en el buen sentido, o unas relaciones mínimamente constructivas.

Por último, y ya que conviene que haya alguien que agüe hasta la mejor fiesta: el entusiasmo despertado por la nueva izquierda antiausteridad es positivo en la medida que aumenta las posibilidades de que a corto plazo se produzca un vuelco electoral. Sin embargo, los resultados de las Europeas no son como para tirar cohetes precisamente. Syriza mantiene con dificultad el 26 y pico por ciento de las nacionales de junio de 2012. Si gana es únicamente con motivo del derrumbe de los otros partidos, pues no han atraído a nuevos electores en los últimos dos años. Podemos ha obtenido casi un 8%: ha irrumpido con fuerza para ser su primer paso, y ya todos conjeturan qué podría alcanzar en coalición con IU… pero no hay aún nada que invite a creer un gobierno próximo que no sea de PP o PSOE (o más bien ambos).

No parece improbable que Syriza gane las próximas elecciones, pero podrían verse forzados a renegar de sus principios

Además, para los de Tsipras la prueba de fuego está por llegar. No parece improbable que ganen las próximas elecciones, a menos que venza el discurso del miedo o que el gobierno de Samarás empiece a repartir mucho “dividendo social”. Constituyen para muchos una esperanza, pero la naturaleza de ésta es frágil y manipulable. Es posible que no logren construir un gobierno viable sin verse forzados a renegar de la mayoría de sus principios y de traicionar a sus seguidores. O puede que sucumban rápidamente a las rencillas internas y a los ataques desestabilizadores, que sin duda serán virulentos.

Por el contrario, quizá demuestren que pueden resistir la presión de sus adversarios políticos -nacionales y foráneos-, y circunnavegar con habilidad los escollos que encuentren en su camino, es decir, los inevitables compromisos que tendrían que alcanzar con el fin de construir en Grecia una alternativa real, manteniendo tranquila a Bruselas. Uno de los factores de los que depende el éxito es de su capacidad -y de la del resto de movimientos sociales de izquierdas- de crear un frente amplio que les confiera estabilidad.

Por eso, y si nos proponemos huir de la concepción de democracia que se limita a una papeleta cada cuatro años, los votos obtenidos no son sino un indicador. Un partido de izquierdas que pretenda contribuir a una democratización real de la sociedad hará bien en prestar más atención a los debates y a las acciones que desarrollan individuos y colectivos; se centrará en crear alianzas con otras fuerzas, en colaborar, en fomentar la construcción de nuevos paradigmas partiendo desde la base. El “potencial revolucionario” de un movimiento político se mide por su capacidad de crear esa sinergia. Si funciona, el logro de una mayoría en las urnas debería ser el menor de los obstáculos.

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