Opinión

Ah, si tuviera 25 años…

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Hay estudios que demuestran que una de las palabras más usadas en hebreo es ‘‘shalom’’. Los israelíes se saludan unos a otros diciendo ‘‘shalom’’, y muchos de ellos lo dicen también al despedirse (otros usan el argot y dicen las dos palabras ‘‘yallah bye’’, una del árabe y la otra del inglés).

Shalom no es un sinónimo de la palabra europea ‘‘paz’’, como muchos creen. Es mucho más. Tiene sus orígenes en la raíz ‘‘total’’, y expresa el sentido de totalidad, de seguridad, de bienestar. No hay lengua europea en la que se pueda decir: ‘‘nuestros soldados atacaron al enemigo y regresaron a la base en shalom’’.

En árabe, salaam significa lo mismo.

Pero incluso en su significado restringido de paz, shalom expresa un anhelo profundo del ser humano. Desde la antigüedad, la gente ansiaba la paz y temía la guerra. ‘‘Dona nobis pacem’’ – (Dios) danos paz’’ – es parte de la misa católica. Varios compositores le han puesto música a esta frase. Recuerdo cantarla cuando era niño.

Pero en el Israel de hoy, usar la palabra ‘‘paz’’ en el discurso político es casi indecente. Una palabra prohibida (de hecho, en hebreo y árabe tiene 4 letras, como todas las palabras tabú). Uno puede expresar todavía el deseo de una ‘‘solución política’’, pero incluso eso suena un poco sospechoso.

Se ha puesto de moda decir que el movimiento por la paz está moribundo, y la palabra «paz» es casi indecente

Se ha puesto de moda decir que el movimiento por la paz está moribundo. Que la ‘‘solución de los dos Estados’’ está muerta, mientras que la llamada ‘‘solución de un Estado’’ es inútil.

La forma más segura de decirlo es: ‘‘Estoy totalmente a favor de la paz, pero…’’.

Hace poco, un columnista del diario Haaretz, Ari Shavit, popular entre los judíos estadounidenses, escribió un artículo en el que condenaba por igual a los de ‘‘extrema derecha’’ y a los de ‘‘extrema izquierda’’, a aquellos que abogan por la guerra y a aquellos que abogan por la paz. Consiguió generar irritación. Los de izquierdas protestaban argumentando que ellos nunca habían asesinado a ningún oponente, y menos a un primer ministro, mientras que los de derecha han hecho eso y mucho más.

¿Puede uno comparar, digamos, a Zehava Galon, líder del partido Meretz, con Miri Regev del Likud? (Hace poco, Regev, una antigua portavoz principal del ejército, muy guapa, demandó a un bloguero por haberla llamado ‘‘puta con la boca como una cloaca’’. El tribunal desestimó la demanda).

Condenar a las dos partes les genera una impresión de superioridad e imparcialidad a los columnistas

Personajes de lo más destacados e inteligentes en Israel atacaron a Shavit. El columnista Akiva Eldar, el escultor de renombre mundial, Dani Karavan (cuya obra incluye la pared que hay detrás del presidente de la Knesset) y muchos otros condenaron su razonamiento. ¿Cómo se puede comparar?

La derecha nos está llevando hacia un Estado de apartheid en el que una minoría judía oprimirá a una mayoría árabe, mientras que la izquierda aboga por una situación en la que los dos pueblos vivan uno junto al otro al lado del otro en paz. ¿Dónde está la simetría?

Pero a los columnistas les encanta la simetría. Condenar a las dos partes genera una impresión de superioridad e imparcialidad. Por otra parte, permite que los lectores piensen de ellos que son espíritus libres, que planean muy por encima del tumulto de las masas.

Para los políticos, la tentación es mucho mayor. Tanto los de izquierdas como los de derechas afirman pertenecer al ‘‘centro’’, suponiendo que ahí es donde pueden encontrar más votos. Asimismo, si eres de derechas, supones que los de derechas te van a votar a ti de todas formas, así que sale más rentable invertir todos tus esfuerzos en el ‘‘centro’’. Lo mismo se puede aplicar a los de izquierdas.

Esto lleva a una distorsión del proceso político. Ambas partes esconden o restan importancia a sus opiniones reales para así agradar a un grupo de votantes que no tienen opinión alguna, y a los que, sinceramente, les importa bastante poco todo este proceso.

En otras palabras, aquellos a los que menos les importa el futuro de la nación son los que deciden quienes la liderarán en el futuro.

Esto le hace pensar a uno en Winston Churchill, que dijo que la mejor forma de perder la esperanza en la democracia es hablando con un votante durante cinco minutos. Sin embargo, el mismo Churchill también dijo que pese a que la democracia es un sistema muy defectuoso, el resto de sistemas que se han experimentado son peores.

Shavit no se opone a la paz. Al contrario, él ama la paz.

Incluso nos adelanta su generoso plan para conseguir la paz: si Mahmoud Abbas acepta inequívocamente la propuesta de paz de Ehud Omlert, y si todos los Estados árabes abandonan todas las reivindicaciones por el regreso de los refugiados palestinos, él, Shavit, está listo para negociar por la paz.

A mí me parece un poco inocente.

La reivindicación de los refugiados es con diferencia la carta más fuerte de los diplomáticos árabes

Olmert entregó su propuesta de paz cuando ya estaba casi fuera, después de haber sido acusado de corrupción. Ni yo ni (sospecho) nadie se acuerda del contenido de la propuesta. Se quedaba corta en las condiciones para los palestinos. ¿Por qué aceptaría Abbas, sin haberlo podido negociar, un plan israelí elaborado por un político arruinado?

En lo que respecta a los refugiados, es incluso más infantil. La reivindicación de los refugiados es con diferencia la carta más fuerte de los diplomáticos árabes. Puede que la abandonarán, pero sólo después de una larga y dura lucha para conseguir a cambio un precio adecuado: un Estado palestino, una capital en Jerusalén Este, una conexión entre Cisjordania y Gaza, para empezar.

Abandonar esa reivindicación incluso antes de que empiecen las negociaciones es, en fin, un poco absurdo. Demuestra que Shavit es inocente de toda comprensión acerca de lo que significa la paz.

La izquierda israelí no está muerta. Es lo que los alemanes llaman ‘‘scheintot’’, es decir, que todavía vive pero que se la da por muerta (una de las pesadillas de mi infancia era ser enterrado mientras todavía estaba vivo).

Mientras los cañones tronaban, callaban las musas del Partido Laborista y el izquierdista Meretz

El Partido Laborista es un penoso remanente de la fuerza poderosa que en su día lideró la comunidad pre-Estado y la lucha por la creación de Israel. Hoy en día lo lidera gente que da pena, y al frente está el ‘‘líder de la oposición’’ oficial, Yitzhak Herzog. A lo largo de la última guerra, el partido permaneció en silencio, excepto para de vez en cuando dar a Netanyahu consejos (que no les habían pedido y que fueron ignorados) sobre cómo dirigir el curso de la guerra.

Meretz apenas alzó la voz un poco más. Mientras los cañones tronaban, sus musas callaban.

Ninguno de los dos partidos tiene la más mínima posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos. En los sondeos, la preferencia por Herzog como primer ministro es de un dígito.

¿Y los partidos árabes? ¿Quién pregunta? ¿Nadie? Vale.

Hace dos semanas, en mi 91 cumpleaños, me pregunté: si tuviera 25 años y estuviera ansioso por actuar, ¿cómo me las arreglaría para intentar crear una nueva izquierda?

El primer consejo que me daría sería: no te comportes como el aborigen que se compró un búmeran nuevo y tiró el antiguo, que al regresar le dio de lleno en la cabeza. Desterraría al antiguo búmeran a un armario cerrado y me haría con uno nuevo y reluciente.

¿Cómo? Primero me desharía de todos los eslóganes, apelativos y marcas antiguas, empezando por la palabra ‘‘izquierda’’.

¿Qué significa ‘‘izquierda’’ para el israelí medio? Para el millón y medio de inmigrantes ‘‘rusos’’ significa la odiada Unión Soviética, Stalin y la KGB. Para el millón de ciudadanos judíos ‘‘orientales’’, significa la odiada élite askenazí, que todavía domina en muchos aspectos del país. Para los religiosos de toda índole, significa el público laico que ha renunciado a Dios y a sus 613 mandamientos. Para los ciudadanos árabes, significa un largo historial de traiciones por parte de gobiernos de izquierdas.

Necesitamos un apelativo nuevo, uno que puedan aceptar y amar los diferentes sectores de la actual sociedad israelí: hombres y mujeres, askenazíes y orientales, religiosos y laicos, judíos y árabes.

Esto no es fácil. Formaría grupos de referencia en cada sector, haría que lo discutieran entre ellos largo y tendido, intentaría encontrar algo original, en hebreo, que hablase a los corazones de la gente, no sólo a sus mentes.

Las emociones son extremadamente importantes. Durante mucho tiempo, la izquierda israelí ha sido seca y estéril, incapaz de emocionar. En las manifestaciones de la ‘‘izquierda sionista’’ no hay entusiasmo, ni canciones inspiradoras, nada como ‘‘¡Venceremos!’’

En las manifestaciones de la ‘‘izquierda sionista’’ no hay entusiasmo, ni canciones inspiradoras, nada como ‘‘¡Venceremos!’’

Paz, democracia, igualdad, humanismo: éstos no son eslóganes vacíos y obsoletos. Combinados con el respeto hacia las tradiciones judías y árabes y la sabiduría de los antiguos, así como hacia la contribución exclusiva de cada uno de los diferentes sectores al bien común, pueden suponer una mezcla nueva y emocionante.

Necesitamos, como dijo Martin Luther King de forma tan elocuente, un sueño. Una revelación. No sólo un programa electoral.

Una revelación necesita un instrumento para su realización. Sin una revelación nueva y emocionante, no puede haber una fuerza política nueva. Pero sin una fuerza política nueva, la revelación seguirá siendo un sueño.

La antigua izquierda está moribunda porque durante los últimos sesenta años ha entregado, sin resistencia, todos sus instrumentos de poder, desde el antaño poderoso Histadrut (una organización sindical) hasta casi todos sus medios de comunicación. El malestar de fragmentación de la izquierda sigue debilitando sus fuerzas. Tenemos montones de asociaciones por la paz y por los derechos humanos, compuestas muchas de ellas por gente maravillosa que hace un trabajo maravilloso en la lucha contra la guerra, la ocupación, la desigualdad social y la opresión, cada una en su propio campo. Son, ¡ay!, incapaces de unirse para organizar incluso el más elemental instrumento colectivo.

La política es una cuestión de ideas y de poder. Estos dos elementos se tienen que formar a partir de cero.

Afortunadamente, ya no tengo 25 años, y dejo gustosamente la tarea a las generaciones venideras.

Según el calendario judío, un año nuevo comenzó el jueves, hace dos días. Esperemos que este año pueda ver el primer paso hacia el despertar.

Publicado en Gush Shalom | 13 Septiembre 2014 | Traducción del inglés: Víctor Olivares