Opinión

De Sarajevo a Kobani

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

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No soy de la generación de periodistas que se estrenó en Sarajevo. Llegué más tarde, en ese periodo de entreguerras de los noventa, cuando no había tiroteos a mano para hacerse un nombre, excepto la de Palestina que, de forma intermitente, siempre estaba ahí. Pero Sarajevo marcó una década: por lo imposible. Lo imposible de imaginar que una ciudad europea, de rica cultura, fuera masacrada a conciencia día tras días, sin que nadie movió un dedo para evitarlo. Dos años.

Kobani no es Sarajevo. Es apenas una ciudad kurda de 60.000 habitantes, en la frontera entre Siria y Turquía, sin biblioteca nacional y, que se sepa, sin sinagogas centenarias, aunque sí con algunas iglesias. Lleva bajo asedio sólo dos semanas. Eso sí: bajo asedio de una banda de cortacabezas que ha sido declarada enemigo de la humanidad por todos los países de los alrededores. De Washington a París y Ankara, hasta Teherán, Bagdad y, quién iba a decirlo, Damasco, todo el mundo dice estar de acuerdo en que el llamado Estado Islámico de Iraq y Levante (yo seguiré llamándolo ISIL) es la mayor amenaza para la paz del mundo. Pero nadie mueve un dedo para impedir que esta banda ponga sitio a una ciudad kurda con el objetivo declarado – o al menos, el objetivo obvio, visto su historial – de masacrar a sus habitantes.

Desde que empezó la “ofensiva” estadounidense contra el ISIL, los yihadistas no han hecho más que avanzar

Nadie mueve un dedo, aunque la grandiosa coalición “antiyihadista” encabezada por Estados Unidos ha mandado algunos aviones a bombardear. Eso dicen. En realidad, los ataques aéreos no han cambiado las tornas en el frente de Kobani. “Tiran bombas, sí, pero nunca aciertan a los tanques”, observan todos los kurdos de Kobani con los que he hablado. Desde que empezó la “ofensiva” estadounidense, supuestamente dirigida contra el ISIL, los yihadistas – vamos a llamarlos así, a falta de una palabra mejor – no han hecho más que avanzar, de tomar una colina tras otra, hasta el punto de bombardear ya el centro de Kobani.

Y Turquía calla. Desde los muros de la fortificación militar turca de Mertismael, a cinco kilómetros al este de Kobani, se pueden escuchar no sólo el ladrido de las ametralladoras y las detonaciones de la artillería: también se puede ver a los yihadistas ir corriendo a lo largo de la vía del tren (una vía turca), parapetándose entre casas, lanzando ataques. Los militares turcos no intervienen: observan una estricta neutralidad.

Es una neutralidad ante el enfrentamiento entre una banda de asesinos y un pueblo de civiles. Los kurdos de Kobani han formado milicias, conocidas como YPG, sí, pero si alguna vez tuvo sentido el término de fuerzas de autodefensa, es aquí. En los tres años que llevan armados, no constan prácticamente agresiones a nadie; o pueden contarse con los dedos de una mano. Nada que justifique ponerlos en pie de igualdad con el ISIL, que parece empeñado en adornar su hoja de servicios con guirnaldas de cabezas cortadas. La neutralidad, aquí, es un crimen de guerra.

El Ejército turco no dispara contra el ISIL, pero la gendarmeria no duda en lanzar gas lacrimógeno contra los pueblos kurdos

Turquía sí los pone en pie de igualdad. Cuesta encontrar una sola referencia en la prensa en la que el primer ministro turco, y ahora presidente, Recep Tayyip Erdogan, haya siquiera utilizado el término “terroristas” para referirse al ISIL, una palabra que tan fácil le salió de los labios para referirse a los manifestantes del parque Gezi, en los días de Taksim. Por fin lo hizo, aparentemente por primera vez, el domingo pasado, en el Foro Económico Mundial… pero únicamente para quejarse de que el mundo no se alza de igual manera contra el PKK, la guerrilla kurda de Turquía, como se está alzando (de boquilla) contra el ISIL.

El PKK o las milicias de Kobani: para la prensa progubernamental, para los votantes de Erdogan, son la misma organización. Nadie duda de que efectivamente, el PYD, el partido kurdo de Siria del que dependen las YPG y el control de Kobani, tiene estrechas relaciones con el PKK; puede llamarse la rama siria del PKK. Traducido: para Erdogan, el enemigo no es ISIL, son los kurdos que están a la espera de ser masacrados, si Kobani cae.

No son sólo palabras: el Ejército turco no dispara contra el ISIL, pero la gendarmeria no duda un momento en lanzar densas salvas de gas lacrimógeno contra los pueblos kurdos del lado turco que hacen ademán de manifestarse contra los yihadistas, y a favor de sus hermanos del otro lado de la frontera.

No sé si es verdad lo que creen todos los kurdos de la zona, desde las diputadas del Parlamento hasta el último refugiado: que las autoridades turcas proveen al ISIL de armas y munición. Hay mil rumores, hay quien dice ser testigo ocular. Es difícil de comprobar. Lo que sí sabemos es que Turquía hace lo que está en sus manos – y es mucho – para poner de su parte en el asedio e impedir que a Kobani lleguen fusiles, balas o siquiera comida. Llamarlo neutralidad es ya abusar del lenguaje.

Hoy se vota en el Parlamento turco la renovación del permiso para enviar al Ejército allende las fronteras. No es algo novedoso: para Iraq, tal permiso existe desde 2007, y se ha hecho amplio uso de él, enviando reiteradamente los tanques hasta los Montes Qandil, donde se acuartela el PKK. Para Siria existe desde 2012. Sin que se haya aprovechado aún. Legalmente, no hacía falta esperar a la renovación para decidir una intervención: el permiso estaba en vigor todos estos días pasados, y la renovación no está sujeta a dudas, vista la mayoría absoluta del partido gubernamental, el AKP, en el hemiciclo.

Turquía no intervendrá en Siria para poner fin al régimen de terror del Estado Islámico; si acaso, para utilizarlo como pretexto

Podemos concluir que la votación de hoy no cambiará nada: probablemente, Erdogan (sigue siendo él que está al mando pese a haber dejado el puesto de primer ministro a su veterano compañero de rezos, Ahmet Davutoglu) encontrará otros motivos para no mover un dedo frente al asedio de Kobani. Asegura urbi et orbi que desde junio tenía las manos atadas, debido a los 49 ciudadanos y empleados turcos en manos del ISIL, secuestrados en un extraño golpe de mano en Mosul. Lo curioso es que los yihadistas los entregaran sanos y salvos el 20 de septiembre, precisamente nueve día después de que se formara en Yidda la coalición antiyihadista. Pensar que lo hicieran para que por fin Turquía tenga via libre de sumarse a esa coalición y atacarlos, sería ilusorio.

Sería ilusorio, si creyéramos que el ISIL es algo más que una herramienta utilizada por los cabecillas de esa misma coalición – Arabia Saudí y los demás aliados de Washington en la región – para destruir a conciencia Siria, como ya se destruyó Iraq.

En ambos casos, Turquía no intervendrá en Siria para poner fin al régimen de terror del Estado Islámico. Si acaso, para utilizarlo como pretexto en el intento de establecer su control sobre el norte de Siria, ahora en parte aún bajo dominio kurdo. Pero no creo que tenga prisa: le conviene mucho más dejar que ISIL haga el trabajo sucio y acabe con los kurdos, para luego llenar un vacío de poder.

La guinda del pastel: volver a pedir – ahora – una zona de exclusión aérea. El ISIL no tiene aviones. Aún

Conviene recordar que Erdogan y Davutoglu han protestado de inmediato cada vez que un dirigente del PYD mencionara algo sobre la opción de declarar una autonomía de la zona kurda de Siria. Autonomía, que no independencia. ¡Una amenaza contra la seguridad de Turquía! ¡Una inaceptable creación de una situación de facto, no legitimada por el pueblo sirio! Aún estoy buscando en la prensa del último año una sola referencia en la que hayan dicho algo remotamente similar respecto a la creación de un “Estado” “islámico” en Siria e Iraq.

Esperen sentados. Las grandes palabras de una zona de colchón, de regiones pacificadas bajo el control de Turquía o la OTAN para proteger a los civiles, no son más que una pantalla. Las he leído, en titulares, desde 2012, literalmente idénticas, prevista la incursión para mañana por la mañana. Y la guinda del pastel: volver a pedir ahora – ahora – una zona de exclusión aérea. Esto tenía sentido cuando la aviación de Asad atacaba a los civiles sirios. El ISIL no tiene aviones. Aún.

El enemigo son los kurdos, esos mismos kurdos con los que Erdogan lleva dos años fingiendo una negociación de la paz. Los que declararon, en el Newroz de 2013, que la guerra contra Ankara se había acabado y que era la hora de la paz y la democracia, la pacífica integración en una Turquía plural, sin autonomía, con plenos derechos de ciudadanos. Un millón de personas aclamó la lectura del manifiesto en la explanada de Diyarbakir. Treinta años de guerra se acabaron ese día. O eso pensaban.

No. Los kurdos, los del movimiento laico e izquierdista tan esforzadamente levantado contra todas las circunstancias históricas, no caben en los planes del islamista radical Erdogan que durante una década se las daba de moderado, engañando a propios y extraños. Lo que sí cabe es un Estado Islámico.

Siria ya se ha ido al diablo. Ahora le toca a Kurdistán. Sarajevo no se salvó tampoco hasta que fuera demasiado tarde: hasta que se consigiuó convertir en feudo de islamistas. Kobani resistirá hasta la última bala, prometen sus milicianos, pero quizás ahora, cuando usted lea esto, ya se haya disparado.

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur

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