Crítica

El hacha

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos
manutrillo-quivirQuivir
Dirección: manutrillo

¿Aún no te has dado cuenta de que el documental es una de las muchas categorías del cine de ficción? Esto me lo dijo Javier Corcuera, una mañana de invierno en Bagdad, cuando observé que eso de juntar personajes diversos en ubicaciones que sin las necesidades de la cámara – luz, fondo de río o palmeras, ruinas – quizás no habrían pisado. Sí: por supuesto hacíamos ficción; siempre se hace aunque el buen gusto en el cine documental exige hacer creer al espectador que lo que ve es un simple reflejo de la realidad.

El golpe de efecto de manutrillo (Sevilla, 1975) en Quivir es romper esa cuarta pared, dejar claro que él está creando la realidad que se dispone a filmar. Sin necesidad de saltar él mismo al encuadre, a lo Michael Moore: no no. Tiene demasiada elegancia para eso. Simplemente va creando un hilo narrativo no sobre la pantalla, sino en la realidad, no sobre la mesa del estudio de montaje, sino sobre la del patio donde se come tayín de verduras o pollo al ajillo, donde entre dos caladas de tabaco empiezan a circular fotos del otro lado.

No hay mapa, dato ni brújula: manutrillo ha cogido y los ha dejado a ustedes a solas con los corcheros

El otro lado: este es el gran argumento fílmico de Quivir. Ese juego de mostrar dos lados, separados por el Estrecho de Gibraltar – Sur de Europa, Norte de África son las únicas palabras de toda le película que no son diálogo subtitulado – que poco a poco se van acercando como dos piñones de un mecanismo narrativo hasta engarzar sus dientes y desencadenar el movimiento emocional del espectador. Sur de Europa y Norte de África: sólo por los diálogos sabremos que los del sur del Norte viven en Alcalá (de los Gazules, colijo) y que los del norte del Sur, en alguna parte entre Chaouen y Taza. No hay mapa, dato ni brújula: manutrillo ha cogido y los ha dejado a ustedes a solas con los corcheros.

Ojos, pómulos algo hundidos, arrugas, bigotes hirsutos, piel sudada. Estoy intentando describir el cariño con el que la cámara recorre a los hombres del corcho, gente de campo de toda la vida. Para qué. Vean el filme, las palabras no tienen color. Quédense frente a esas miradas, aguántenlas. Miradas que vienen de otra época, de cuando aún las manos eran tierra, madera, raíz, agua y corcho.

El filme es más, muchísimo más que una obra antropológica que documente las costumbres de la tribu de los alcornocales

manutrillo fue fotógrafo antes que fraile, y se nota en el exquisito cuidado de cada fotograma. Pero además ha conseguido la hazaña de filmar una época de casi posguerra – de lo que asociamos a la posguerra nosotros, los que ya nos criamos en la España urbana del milagro europeo de los ochenta – en la década 2010. Porque el filme es más, muchísimo más que una obra antropológica que documente las costumbres de la tribu de los alcornocales (aunque también): es una profunda reflexión social, rebelde, sobre la crisis económica de nuestra década, sobre ese boom de la construcción que aquí nos amarga cual mala conciencia y que sigue en pleno al otro lado del Estrecho, sobre esa engañifa de la riqueza fácil que dejó el campo abandonado, ese campo que quizás vuelva a ser futuro nuestro. Como cineasta, manutrillo tiene esa rara capacidad que es mirar el mundo desde abajo.

Pero esto no sería posible reflejarlo si manutrillo no les pusiera un espejo lupa a los alcornocales andaluces: las caras, las manos, las casas, las palabras de quienes, en el otro lado, en Marruecos, viven exactamente lo mismo, con treinta años de desfase. No hace falta que lo diga yo. Lo dicen ellos.

No hace falta que yo venga aquí con mi cantinela de siempre, explicar que las sociedades de Andalucía y Marruecos – o en general, de los países mediterraneos, sureuropeos y norteafricanos – no se distinguen en absoluto por una diferencia cultural sino por una temporal, que sólo un desarrollo acelerado en el norte, y un estancamiento en el sur ha creado esa diferencia visual que hoy día nos evoca fantasmadas como “cultura musulmana” y “cultura occidental”. No, para entender eso ya no hace falta que lean ustedes M’Sur. Basta con que vean Quivir. Se lo dirán. Los de Chaouen y los de Alcalá. En dáriya y en andaluz paladino.

Lo verán ustedes. Durante la primera media hora, el cineasta tiene la cortesía de proyectar las imágenes de los alcornocales andaluces cuando en off hablan los corcheros en castellano, y las del Rif cuando los diálogos son en árabe magrebí. Así, cuando usted realmente ya no sabe a qué paisaje pertenece esa casa, ese campo, estos hombres blandiendo hachas, estas mulas – y pronto dejará de saberlo – la voz le orientará, le dará la seguridad de ubicarse. Pero en la segunda mitad pasamos al nivel dos del juego: ahora las imágenes del Rif ilustrarán a la perfección lo que los de Alcalá cuentan de su infancia. Ni con todo el oro de Hollywood se podrían haber construido escenarios de cartón mejores para ese flashback de los campesinos. manutrillo sólo ha necesitado su cámara y un billete de ferry Algeciras-Tánger.

Quivir es el documental más cercano a una obra de ficción que conozco. Y por esto, el más honesto y el más real

Y mucho amor. Desde luego. Es fácil ver que estas escenas no se rodaron en un día. Ni en cien. Meses ha tenido que pasar el cineasta con ellos, viajando una y otra vez al lugar, al cortijo de Los Alcornocales, o a las colinas allende Chaouen, para alcanzar esa confianza que le permite volverse invisible en sus faenas, sus comidas, sus charlas, sus despertares. Como guionista ha creado una realidad que antes no existía, pero a la vez ha conseguido lo que sólo consiguen los buenos: que los actores se olviden definitivamente de la cámara y vivan su papel. O que interpreten su vida. Es lo mismo. Quivir es el documental más cercano a una obra de ficción que conozco. Y precisamente por esto es el más honesto y el más real.

Quivir ha ganado varios premios, pero si les digo que el sábado pasado fue galardonado como mejor documental en la gala de Cinespaña en Toulouse – y hay nivel en ese festival, vaya si lo hay – me creerán que no estoy hablando así del filme porque manutrillo sea mi colega, que lo es, o porque M’Sur aparece en alguna parte de los créditos, que aparece.

Ya que estoy confesando, ahí va una más: a mí, en general, no me gustan los documentales. Prefiero mil veces los filmes de ficción. No puedo con la documentalomanía que está arrasando no sólo en España sino también en tantos países del otro lado del Mediterráneo. La tengo por un síntoma de pobreza: cuando no hay manera de pagar actores, pues se hacen documentales. Pero ojo, otra cosa es hacer algo como Quivir. Es ficcionar la realidad sin filtro, sin trampa ni cartón. manutrillo, no puede negarse, es un hacha.