Opinión

Cagueta

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Cuando un funcionario de alto rango de un país llama al líder de otro país ‘‘cagueta’’, se puede suponer que las relaciones entre los dos países no pasan por su mejor momento. De hecho, pueden verse como relaciones un tanto hostiles.

Esta semana ha sucedido. Manteniéndose en el anonimato, un funcionario estadounidense de muy alto rango lo dijo en una entrevista con Jeffrey Goldberg (un nombre muy judío), respetado periodista también estadounidense.

Ningún funcionario de alto rango utilizaría semejante término, sabiendo que va a ser publicado, sin el permiso expreso del presidente de Estados Unidos de América. Pues así está la cosa.

En la historia se han visto muchas relaciones extrañas entre naciones. Pero me atrevo a decir que no se ha visto relación más extraña que la que existe entre Israel y Estados Unidos.

En cientos de votaciones, Israel ha respaldado a Estados Unidos, y viceversa; parecía una alianza inquebrantable

A primera vista, no hay dos Estados que puedan tener una relación más estrecha. Sólo un pequeño ejemplo: el día en el que el memorable comentario de ‘‘cagueta’’ fue noticia, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobaba una resolución que pedía a Estados Unidos que levantara el embargo al que desde hace 50 años viene sometiendo a Cuba. 188 países, incluyendo a todo el espectro de países de la Unión Europea y de la OTAN, votaron a favor. Dos Estados votaron en contra: Estados Unidos e Israel.

¿Dos países contra todo el mundo? No, no del todo. Micronesia, Palaos e Islas Marshall se abstuvieron. (Estas tres poderosas naciones isleñas también suelen apoyar a Israel, aunque pocos israelíes las podrían situar en un mapa).

A lo largo de los años, en cientos de votaciones, Israel ha respaldado con lealtad a Estados Unidos, y viceversa. Parecía una alianza inquebrantable. ¿Y ahora llaman cagueta a nuestro valiente primer ministro?

El funcionario basaba su ofensivo comentario en que Netanyahu se muestra reacio a bombardear Irán, habiendo amenazado con hacerlo varias veces, así como en su poca disposición para hacer las paces con los palestinos.

La primera acusación es infundada, ya que Netanyahu nunca ha considerado seriamente atacar Irán. Algunos de mis lectores recordarán que desde el primer día yo les aseguraba, sin dejar resquicio alguno en la afirmación por si me equivocaba, que tal ataque no tendría lugar. Sabía que un ataque así era totalmente imposible. Y no sólo porque toda la cúpula de las fuerzas armadas israelíes estuviera en contra de ello.

Netanyahu no se ‘‘cagó’’ a la hora de hacer las paces: esto presupondría que quería hacer las paces

La segunda acusación tiene incluso menos fundamentos. Netanyahu no se ‘‘cagó’’ a la hora de hacer las paces. Esto presupondría, en primer lugar, que quería hacer las paces. Si de verdad los estadounidenses creen eso, deberían leer una serie de buenos artículos (principalmente míos).

Netanyahu nunca contempló, ni por un instante, la idea de hacer las paces. Toda su educación hace que esto sea totalmente imposible. Su difunto padre, Ben-Zion, era un nacionalista tan rígido y extremista que Vladimir Jabotinsky, el líder sionista de derechas, comparado con él, parecía un pacifista de izquierdas.

Todas las palabras que Binyamin Netanyahu ha pronunciado alguna vez a favor de la paz y de la solución de los dos Estados no eran más que descaradas mentiras. Que Netanyahu abogue por un Estado Palestino es como si el gran rabino abogara por comer cerdo en Yom Kippur.

Todo diplomático estadounidense que no sepa esto debería ser transferido de inmediato a Micronesia (o a Palaos).

Últimamente, parece como si Netanyahu hubiera estado haciendo todo lo que está en su mano para provocar una disputa con el gobierno de Estados Unidos.

A primera vista, esto parece un acto de locura, un acto tan peligroso que cualquier psiquiatra competente lo haría ingresar en el ala de régimen cerrado de un manicomio.

Israel depende por completo de Estados Unidos; no en un 99, sino en un 100 por ciento. El mismísimo día de la publicación del comentario de ‘‘cagueta’’, Estados Unidos acordó venderle a Israel un segundo escuadrón de cazas F-35, después de la primera venta de 19 aviones (por un precio de 2.350 millones de dólares). El dinero viene del tributo anual que Estados Unidos paga a Israel.

Sin el veto automático de Estados Unidos a todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que el gobierno de Israel no aprueba, ya existiría desde hace tiempo un Estado de Palestina como miembro de pleno derecho en Naciones Unidas. Un concepto básico en nuestras relaciones exteriores es la convicción de muchos países de que para pasar la puerta que da acceso a los favores del Congreso de Estados Unidos, primero hay que sobornar al guardián: Israel. Y así sucesivamente.

Todo israelí está convencido, literalmente, de que la relación con Estados Unidos supone el sustento de nuestro Estado. Si es que existe algo en torno a lo que la opinión de los israelíes de diferentes edades, comunidades, creencias y orientaciones políticas es unánime, es esta convicción.

¿Por qué nuestro primer ministro está esforzándose por destruir la relación entre los gobiernos de Israel y EE UU?

Entonces, ¿cómo es que nuestro primer ministro está esforzándose a tiempo completo por destruir la relación entre los dos gobiernos?

Cuando nuestro ministro de Defensa, Moshe Ya’alon, visitó Washington D.C. esta semana, se rechazaron categóricamente todas sus solicitudes para reunirse con ministros de gabinete y otros altos funcionarios de Estados Unidos, a excepción de una reunión con su homólogo Chuck Hagel, al cual no le quedó otra. Fue un insulto abierto, sin precedentes.

A Ya’alon, un antiguo jefe del Estado Mayor del ejército, no se le considera un genio. Algunos creen que habría sido mejor si hubiera permanecido en su antigua profesión: ordeñando vacas en un kibbutz. Cuando declaró que John Kerry padecía un ‘‘mesianismo obsesivo’’ en sus esfuerzos por conseguir la paz entre Palestina e Israel, tanto Kerry como el presidente Obama se sintieron sumamente ofendidos.

Pero ese tipo de comentarios por parte de ministros de gabinete israelíes se han convertido en rutina, así como las agudas refutaciones de los y las portavoces estadounidenses. La opinión pública israelí hace caso omiso de estas refutaciones.

Binyamin Netanyahu no es ningún loco. Cagueta o no, a diferencia de Ya’alon, se le considera listo e inteligente. Entonces, ¿qué está haciendo?

Hay lógica en su locura.

Netanyahu creció en Estados Unidos. Cuando a su padre lo boicoteó el mundo académico israelí, que se negó a tomarle en serio como historiador, la familia se mudó a las afueras de Filadelfia. Binyamin se enorgullece de poseer un conocimiento profundo de Estados Unidos.

Netanyahu sabe que controla el Congreso de Estados Unidos: ningún político  puede ser reelegido si critica Israel

¿En qué está pensando?

Sabe que Israel controla el Congreso de Estados Unidos. Ningún político estadounidense podría ser reelegido si expresara el más mínimo indicio de crítica hacia el ‘‘Estado de los judíos’’. El AIPAC, el lobby más poderoso en Washington (aparte de la Asociación Nacional del Rifle) se encargaría del asunto. El poderoso control que el lobby judío ejerce sobre los medios de comunicación es una garantía extra.

Desde el punto de vista de Netanyahu, en cualquier confrontación entre el Congreso y la Casa Blanca en torno a Israel, el presidente tiene las de perder. Así que no hay nada que temer.

De hecho, Netanyahu está jugando a la ruleta con todo el capital de Israel en ese gran casino llamado Estados Unidos. Puede que se haya visto contagiado por su mentor y protector, el zar de los casinos Sheldon Adelson, que interviene en la gestión de la política de Israel en Estados Unidos.

(Fue Adelson quien nombró al embajador israelí en Washington, Ron Dremer, un importante activista del Partido Republicano al que detestan en la Casa Blanca).

Para poder apreciar el alcance de las apuestas de Netanyahu, usándonos a nosotros como fichas, uno tiene que visualizar el estado de la unión.

Estados Unidos es ahora mismo una democracia disfuncional.

En una democracia normal – por ejemplo Reino Unido o Alemania – hay dos partidos centrales, o coaliciones de partidos, que se enfrentan los unos a los otros. Los dos están en la corriente de lo establecido, y las diferencias entre ellos son pequeñas. Se suceden los unos a los otros de vez en cuando sin que haya mucho alboroto. Los ciudadanos apenas se dan cuenta.

Eso no pasa en Estados Unidos. Ya no.

La opinión pública de Estados Unidos está ahora dividida en dos bandos, que se odian desde lo más profundo

La opinión pública de Estados Unidos está ahora profundamente dividida en dos bandos, que se odian desde lo más hondo de sus corazones (si es que tienen). Este odio es abismal. Uno de los bandos es el partido de los ultrarricos, que defienden sus privilegios, y el otro es el de los moderadamente ricos y sirve a sus intereses.

Las ideologías de los dos bandos están diametralmente opuestas. Por tanto, no pueden estar de acuerdo prácticamente en nada. Los republicanos consideran casi una traición cualquier cosa que hagan los demócratas; los demócratas consideran estúpido, si no una locura, cualquier cosa por la que aboguen los republicanos.

Los republicanos, que controlan el Congreso (y puede que lo controlen incluso con más firmeza en el plazo de unos pocos días), están dispuestos a inmovilizar a la administración. Una vez incluso detuvieron todos los pagos federales, haciendo imposible el funcionamiento del Estado. Una política exterior consistente y colectiva es imposible. No estoy seguro de si la situación en vísperas de la gran Guerra Civil era mucho peor.

Netanyahu se ha metido de lleno en esta situación demente. Ha apostado todas sus fichas (nosotros) por los republicanos.

Obama todavía podría hacer mucho por la paz entre Israel y Palestina, pero para eso se necesita valor

En las últimas elecciones a presidente, casi apoyó abiertamente a Mitt Romney, el contrincante de Obama, declarando así prácticamente la guerra a la administración actual. Las declaraciones radicales anti-Obama que hacen los líderes israelíes las usan – y se diseñan para que las usen – los candidatos republicanos contra sus oponentes demócratas.

Los demócratas dedican arduos esfuerzos para atraer a electores y donantes judíos halagando a Israel en los más indignantes términos, prometiendo apoyar todas y cada una de las acciones del gobierno israelí, de aquí a la eternidad, sean las que sean. Sin saberlo, clavan puñales en la espalda de las fuerzas por la paz israelíes, haciendo que esta lucha sea incluso más hercúlea.

Pero incluso si las elecciones de mitad de mandato hacen que la Casa Blanca y el Senado estén todavía más al servicio de la derecha israelí, a Obama todavía le quedarán dos años de presidencia. De alguna manera, sin tener más elecciones a las que temer, tendrá más libertad que antes para obstruir a Netanyahu.

Ojalá pudiera. Pero no tengo muchas esperanzas. Incluso siendo un ‘‘pato cojo’’, seguirá teniendo que tener en cuenta los intereses del próximo candidato demócrata para la Casa Blanca.

Obama todavía podría hacer mucho por la paz entre Israel y Palestina, una paz que apoya todo el bloque árabe pro-Estados Unidos; algo que favorece claramente los intereses nacionales de Estados Unidos, por no mencionar los nuestros.

Para eso se necesita valor. Y – sí – un poco más de ‘‘mesianismo obsesivo”.

Publicado en Gush Shalom | 1 Nov 2014 | Traducción del inglés: Víctor Olivares