Opinión

El Mesías no ha venido

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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El Mesías no ha venido y Bibi no se ha ido.

Este es el triste resultado.

Triste, pero no el fin del mundo.

Como dicen los americanos: “Hoy es el primer día del resto de tu vida”.

Yo diría: “Hoy es el primer día de la batalla por las próximas elecciones”.

La batalla para salvar Israel debe empezar ahora mismo.

Hay gente que dice que lo mejor ahora sería un así llamado Gobierno de Unidad Nacional.

Suena como una buena idea. Unidad siempre suena bien.

Puedo aducir algunos buenos argumentos a favor. La combinación de los dos mayores partidos crearía un bloque de 54 escaños (de un total de 120). Esa coalición sólo necesitaría un partido más para formar una mayoría. Hay varias posibilidades; la primera está encabezada por los diez escaños de Moshe Kahlon.

Los defensores de esta opción tienen un argumento bueno: es el mal menor. La única otra alternativa es un gobierno de la derecha religiosa extrema, que no sólo frenará todo paso hacia la paz sino que también expandirá los asentamientos, aprobará más leyes para ahogar la democracia e impondrá leyes religiosas reaccionarias.

Es un buen argumento, pero hay que rechazarlo de plano.

El Gobierno de unidad nacional estaría dominado por la derecha. En el mejor de los casos constituiría un gobierno de inmovilidad total. No sería capaz de dar el más mínimo paso para clausurar el conflicto histórico, terminar la ocupación y reconocer a Palestina, ni tampoco dispuesto a hacerlo.

Los asentamientos se expandirían a un ritmo frenético. Las posibilidades de una paz definitiva se alejarían aún más.

El daño sería enorme. El Partido Laborista estaría obligado a justificar y embellecer ese rumbo desastroso de las cosas y a desarmar el Gobierno de Obama y a las fuerzas progresistas judias en todas partes del mundo. Sería una inmensa hoja de parra para tapar el Mal.

También dejaría Israel sin una oposición efectiva. Si la coalición gubernamental se fracturara en algún momento, el Partido Laborista estaría demasiado manchado como para constituir una alternativa creíble. El éxito inicial de Yitzhak Herzog a la hora de levantar el viejo partido de su estado comatoso no se puede repetir una segunda vez. Los laboristas se convertirían en una fuerza desgastada, un vegetal.

Afortunadamente para el Partido Laborista, esta opción se murió casi inmediatamente después de las elecciones. Netanyahu la mató con un solo golpe.

Por cierto, un curioso efecto colateral del gobierno de unidad nacional habría sido que el dirigente de la Lista Unida (árabe), Ayman Odeh. se habría convertido en líder de la oposición.

Por ley, este título se asigna automáticamente al jefe del mayor partido de la oposición. Otorga a quien lo ostente muchos privilegios propios de un ministro de gabinete. El primer ministro está obligado a reunirse con él de forma regular y debe hacerle partícipe de secretos del gobierno.

Pero incluso si no hay gobierno de unidad, y Herzog se convierte en el líder opositor, un resultado destacado de estas elecciones es el cambio en la situación de los árabes en la Knesset.

Esto no carece de ironía. Era Avigdor Lieberman, que odia a los árabes casi de forma patológica, quien indujo a la Knesset de elevar el umbral electoral hasta el 3,25 por ciento. La intención era eliminar del Parlamento a los tres pequeños partidos árabes (contando a los comunistas, que también tienen algunos votantes judíos), pero éstos respondieron superando sus desacuerdos mutuos y sus animadversiones y formaron una lista conjunta. Lieberman tenía grandes dificultades para superar su propio umbral y el partido de Eli Yishai, que incluye a los herederos del fascista Meir Kahane, se quedó – gracias a dios – fuera de la Knesset.

Esperemos que la Lista Unida Árabe no se fracture. Odeh representa a una nueva generación de ciudadanos árabes que tiene mucha más voluntad de integrarse en la sociedad israelí. Tal vez la próxima vez, los viejos tabúes desaparezcan por fin y los ciudadanos árabes se conviertan en una parte verdadera de la vida política israelí. Esta vez, los laboristas no se atrevían aún a aceptarlos como miembros de pleno derecho de una coalición de izquierdas.

No me gusta decir: “¡Os lo dije!” No es algo que te haga caer simpático. Pero esta vez no lo puedo evitar, porque hay una lección que aprender.

Al principio de la campaña electoral escribí dos artículos en el diario Haaretz para proponer que que se aprovechara el impulso inicial creado por la unión de Herzog y Livni y se intensificara creando una Lista Unida mucho más amplia, que incluyera el “Campo Sionista” (Laboristas), al Meretz, al Yesh Atid de Lapid y, si fuera posible, incluso al nuevo partido de Moshe Kahlon.

¿La respuesta? Ninguna en absoluto. Ninguno de los partidos se dio siquiera por enterado oficialmente.

La idea era que un frente unido de este tipo crearía un impulso irresistible y atraeria a votantes que no habrían votado por ninguno de estos partidos individuales (o que no habrían votado en absoluto). Junto con la lista árabe unida habrían creado una fuerza de bloqueo que habría imposibilitado la vuelta del Likud.

Añadí que si esta propuesta no se aceptaba, todos los partidos involucrados lo lamentarían algún día. Lo siento muchísimo, pero parece que tenía razón.

El día siguiente a las elecciones por la mañana, la dirigente del Meretz, Zehava Galon, dimitió. Era lo más honrado que pudo hacer.

El Meretz apenas superó el umbral electoral y se redujo a cuatro escaños, aunque muchos votantes (yo también) fueron a socorrerlo en el último momento.

El partido ha sufrido una larga serie de líderes sosos. Pero su malestar viene de mucho más lejos. Es existencialista.

Desde el primer momento, Meretz era un partido de la élite intelectual asquenazí. Decía las cosas correctas. Pero las masas de la comunidad oriental le tenían rencor, los religiosos lo odiaban, los inmigrantes rusos lo rechazaban. Vivía en una isla aislada y sus miembros dan la impresión de vivir bastante felices entre ellos mismos, sin toda esa gentuza.

Zehava Galon es muy buena persona, honrada y con buenas intenciones, y su dimisión (inmediatamente después de que llegaran los primeros resultados y pareciera que el Meretz se había reducido a cuatro escaños) le honra. Pero el partido se ha vuelto… bueno… aburrido. Nada nuevo desde hace mucho, mucho tiempo. Su mensaje es correcto, pero no sabe a nada.

Meretz necesita un líder, una persona que inspire y suscite entusiasmo. Pero sobre todo necesita una nueva actitud, una que le permita salir de sus cascarón y atraer de forma activa a los votantes que ahora lo rehuyen. Debe trabajar muy duro para atraer a los orientales, los rusos, los árabes e incluso a los religiosos moderados.

Pero sería injusto pedir eso sólo al Meretz. Esto se debe aplicar a todo el sector social y liberal de Israel, todo el campo por la paz y la justicia social.

Los resultados electorales han mostrado que las oscuras profecías sobre una deriva decisiva e irreversible de Israel hacia la derecha no tienen fundamento. La línea divisoria atraviesa el país por la mitad y puede moverse.

El panorama general no ha cambiado. La derecha (Likud, Bennett, Lieberman) sólo ha ganado un único escaño: subidó de 43 a 44. El centroizquierda (Campo Sionista, Meretz, Lapid) ha perdido 8 escaños: de 48 a 40, pero la mayoría fueron a parar a Kahlon, que ganó 10. Los ortodoxos bajaron de 17 a 14. Los árabes ganaron 2: de 11 a 13. La falsa impresión de un enorme cambio se creó durante los sondeos avanzados con sus dramas artificiales.

Pero para mover esa divisoria hay que estar dispuesto a empezar desde el principio.

La composición actual de la izquierda israelí no va a funcionar. Esa es la simple verdad.

El hecho más destacado de estas elecciones es que los resultados reflejan exactamente la composición demográfica de la sociedad israelí. El Likud ganó de forma decisiva en la comunidad judía oriental, que abarca las capas socioeconómicas inferiores. También mantuvo su cabeza de puente en la comunidad asquenazí.

El Campo Sionista y Meretz ganaron de forma decisiva entre el público asquenazí acomodado… sólo allí, y en ningún otro ámbito.

La actitud de la gente del Likud hacia su partido recuerda la actitud de los hinchas de fútbol hacia su equipo. Tiene un gran elemento emocional.

Yo siempre estaba convencido de que la propaganda electoral y toda la algarabía del carneval electoral tiene escaso efecto sobre los resultados, si es que tiene alguno. Lo que decide son los hechos demográficos.

La izquierda debe reinventarse acorde a esta realidad. De otro modo no tendrá futuro.

Si alguno de los partidos existentes puede hacerlo, bien. Si no, se debe formar una fuerza política nueva. Ahora.

Las organizaciones no partidistas, que tanto abundan en Israel, no pueden hacer este trabajo. Pueden intentar remediar muchos fallos existentes, y lo hacen. Sus activistas luchan por los derechos humanos, propagan ideas buenas, destacan abusos. Pero no pueden hacer el trabajo principal: cambiar las políticas del Estado. Para eso necesitamos un partido político, uno que pueda ganar las elecciones y formar un Gobierno. Esta es la condición más importante. Sin esto vamos de cabeza al desastre.

En primer lugar tenemos que analizar claramente nuestros fracasos y admitirlos. El grave fracaso de no ganarse a una gran parte de la comunidad judía oriental, ni siquiera de segunda y tercera generación. Esto no es un hecho dispuesto por Dios. Se debe reconocer, analizar y estudiar. Puede hacerse.

Lo mismo, en mucha mayor medida, vale para los inmigrantes de la antigua Unión Soviética. Están totalmente distanciados de la izquierda. No hay motivo para esto en el Israel de hoy. La segunda y tercera generación puede y debe ganarse.

El tabú que impide a la izquierda judía unirse con las fuerzas políticas árabes debe romperse. Es un acto de autocastración (en ambos lados) y condena a la izquierda a la impotencia.

No hay motivo para una ruptura total entre la izquierda laica y las fuerzas religiosas moderadas. La postura provocadora antireligiosa, que es típica para algunos sectores del centro y de la izquierda, es directamente estúpida.

Así que ¿qué hacer?

En primer lugar se debe fomentar que surjan nuevos dirigentes. Otros deben seguir el (primer) ejemplo loable de Zehava Galon; y ella misma también. Deben aparecer auténticos nuevos líderes, que no sean réplicas de los antiguos.

El mayor peligro es que después del primer choque, todo se calme y se vuelva a como estaba antes, como si nada hubiera sucedido.

Hay que hacer un primer esfuerzo para localizar los roces entre la izquierda y los sectores que le son ajenos. Hay que establecer grupos experimentales para alcanzar las raíces – conscientes e inconscientes, prácticas y emocionales – de este distanciamiento.

Hay que dejar atrás las actitudes autoritarias. Ningún sector tiene un derecho exclusivo sobre el Estado. Todo el mundo tiene derecho a que se le escuche y a expresar sus sentimientos profundos y sus aspiraciones. La exclusividad, a menudo inconsciente, debe sustituirse con la inclusividad.

A mi parecer, ocultar nuestras convicciones es un error. Al contrario, el hecho de que las palabras “paz” y “Palestina” ni siquiera se mencionaban en la campaña no ha ayudado a la izquierda. La honradez es el primer requisito para convencer a la gente.

En resumen, si la izquierda quiere ganar la próxima vez – que puede llegar mucho antes de lo que se espera – debe empezar a reformarse y superar las razones de su fracaso.

Puede hacerse. El momento para empezar es ahora mismo.

Publicado en Gush Shalom | 21 Marzo 2015 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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