Opinión

Los secuaces de Sheldon

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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En Japón, en los viejos tiempos, Binyamin Netanyahu estaría ahora cometiendo su harakiri.

En Inglaterra, en esa época, la monarca lo habría nombrado gobernador del islote más remoto del Océano Pacífico.

En Israel, su cota de popularidad no tardará en subir.

Porque en nuestero país, el viejo adagio tiene una nueva vuelta de tuerca: Nada tiene más éxito que un fracaso.

¡Y qué fracaso más sonado! ¡Hay que ver!

Netanyahu prácticamente le ha declarado la guerra al presidente de Estados Unidos, líder del Mundo Libre, protector supremo del Estado judío.

Hace no tanto, uno habría pensado que eso era imposible. Pero para Binyamín Netanyahu, nada es imposible.

Para un primer ministro israelí, empezar una pelea con el presidente de EE UU es algo demencial

Si alguien acaba de llegar del planeta Marte, aquí va un breve resumen de cómo depende Israel de Estados Unidos: recibe de Washington la mayor parte de su armamento pesado, sin necesidad de pagarlo, puede fiarse de que EE UU vetará todas las resolución del Consejo de Seguridad que condenen los actos y abusos de Israel, recibe de este Estado todos los años miles de millones de dólares, aunque la la economía israelí florezca.

Hay otra ventaja, que a menudo no se contempla. Dado que el mundo cree que las dos cámaras del Congreso estadounidense están totalmente subordinadas a Israel, todos los países pagan a Israel para recibir acceso al Congreso. Hay que sobornar al vigilante de la puerta para poder entrar.

Para un primer ministro israelí, empezar una pelea con el presidente de Estados Unidos parece algo totalmente demencial… y lo es, de hecho.

Pero Netanyahu no es demente, aunque sus acciones lo sugieran. Ni siquiera es un idiota.

Así que qué demonios se cree que está haciendo?

Hay varias explicaciones posibles que se me ocurren.

Una es que intenta mimar el público israelí. Lejos de querer crear un Nuevo Judío, como prometió el sionismo, el Viejo Judío domina Israel, Y el Viejo Judío cree que todo el mundo es antisemita, de manera que toda nueva demostración de este hecho lo llena de satisfacción. ¿Ves? Los goy (gentiles) no han cambiado nada.

La popularidad de Netanyahu sube con toda nueva manifestación de un gesto hostil en el extranjero

Las cotas de popularidad de Netanyahu suben con toda nueva manifestación de un gesto hostil en el extranjero. Si incluso los norteamericanos, que durante tanto tiempo pretendían ser los mejores amigos de Israel, nos venden a los iraníes antisemitas, entonces necesitamos a un líder fuerte que no se rinda. Es decir, un Netanyahu.

Otra explicación plausible para el comportamiento de Netanyahu puede ser que crea sinceramente que ningún senador o senadora ni diputado o diputada estadounidense se atrevería nunca a escaquearse de una orden de AIPAC, a sabiendas de que esto sería el fin de su carrera política. Al igual que los peores antisemitas, Netanyahu cree que los judíos dominan el mundo, o al menos el Congreso estadounidense. En el momento crucial, el Congreso votará como diga AIPAC, y contra el presidente de Estados Unidos.

Otra explicación puede ser, paradójicamente, su fe ciega en la la integridad del presidente Obama. Netanyahu cree que le puede pegar en la cabeza, escupirle a los ojos, darle una patada en el culo y Obama seguirá actuando de manera racional, con sangre fría, y apoyará Israel hasta el final, salvo en el asunto del acuerdo con Irán. Seguirá enviando armas y dólares, vetando las resoluciones del Consejo de Seguridad, aceptando llamadas de teléfono de Israel a medianoche.

Uno ya sabe como son esos americanos. Son serviles. Sobre todo los negros.

Pero puede haber otra explicación que supera todas las anteriores.

Al enfrentarse al presidente de Estados Unidos, a su Gobierno y su partido, Netanyahu está jugándose nuestro futuro a la ruleta. Lo que nos lleva al emperador del mundo de los juegos del azar, el rey de Las Vegas, el príncipe de Macao: Sheldon Aldelson.

Adelson no esconde su apoyo a Netanyahu como persona, a su familia y su partido. Se gasta ingentes sumas de dinero en un diario hebreo que se distribuye gratis a los israelíes, lo quieran o no lo quieran. Es ahora el periódico de mayor tirada en Israel y está dedicado personalmente a Netanyahu y a su mujer. No tiene otra finalidad.

Sin embargo, Adelson no parece tener ningún interés verdadero en Israel. No vive aquí, ni siquiera parte del tiempo. ¿Qué recibe a cambio, pues?

Adelson ha comprado a Netanyahu con un sólo objetifo: colocar a un secuaz suyo en la Casa Blanca. Es una meta con la que ningún otro multimillonario puede soñar siquiera.

Adelson ha comprado a Netanyahu con un sólo objetifo: colocar a un secuaz suyo en la Casa Blanca

Para conseguir ese objetivo, Adelson necesita utilizar el Partido Republicano como escalera. Debe seleccionar a su candidato a la presidencia, hacer descarrilar a Hillary Clinton y ganar las elecciones. Para superar con éxito estas pruebas debe movilizar el inmenso poder del lobby proisraelí en el Congreso estadounidense y destrozar al presidente Obama.

El primer paso en esta larga marcha es derrocar el acuerdo con Irán. Netanyahu no es más que una ruedecita en este gran mecanismo. Pero una ruedecita muy importante.

¿Se parece esto lo que digo a una caricatura del Der Stürmer, el panfleto antisemita nazi de triste fama, o, peor, parece que es una página de los Protocolos de los Sabios de Sión, esta conocida falsificación antisemita? Es la imagen antisemita clásica: el feo judío de las finanzas buscando dominar el mundo.

Para un israelí hay algo en esta imagen que nos produce arcadas. La visión sionista nació como consecuencia de un rechazo total a esta caricatura. Los judíos dejarían de traficar con acciones y papeles de valor y préstamos. Los judíos iban a cultivar el campo con el sudor de su frente, hacer un trabajo manual productivo, rechazar todo tipo de especulaciones parasíticas. Este ideal se consideraba tan elevado que justificaba incluso desplazar a la población árabe nativa de la tierra.

El Estado de los judíos sigue las órdenes de un tiburón internacional de los casinos. Eso es triste

Y ahora estamos aquí, un Estado que sigue las órdenes de un tiburón internacional de los casinos, cuyo sector de negocios sea quizás el menos productivo del cosmos. Eso es triste.

¿Hay una valerosa oposición que se opone a este rumbo de Israel? No. Literalmente cero.

En toda mi larga vida en Israel nunca he visto nada que se acerque tanto a la total ausencia de oposición que lo que tenemos ahora.

Unas cuantas voces del diario Haaretz, alguna opinión solitaria en el extremo ala izquierda, y ya está.

Aparte de estas voces (entre las que se halla Gush Shalom), no hay otra cosa que aplausos ensordecedores a Netanyahu o el silencio terrorífico de un cementerio.

El tratado con Irán es “malo”. No, no sólo malo sino “catastrófico”. No sólo catastrófico sino “uno de los desastres más terribles en toda la historia del pueblo judío”. Algo similar a un “segundo holocausto”. (No me lo estoy inventando).

Los argumentos superficiales de Netanyahu se aceptan como verdades sagradas, como sentencias pronunciadas por uno de los demás grandes profetas judíos. Nadie se preocupa en hacer la pregunta relevante: ¿Por qué?

El sol sale por la mañana. El río desemboca en el mar. Irán construirá una bomba atómica y la lanzará sobre Israel, por mucho que con esto se opone a sí mismo a un desastre histórico. Los mulás son unos nazis. El tratado es otro acuerdo de Munich. Obama es el nuevo Neville Chamberlain, sólo en negro.

Nadie se toma la molestia de argumentar a favor de estas afirmaciones. Las cosas son evidentes tal cual. El día es el día y la noche es la noche.

He visto muchas situaciones de una opinión pública casi unánime durante mi vida, especialmente en tiempos de guerra. Pero nunca en toda mi vida he experimentado una situación de una unanimidad tan total, una ausencia tan completa de dudas y cuestionamientos como la que tenemos ahora.

Si el tratado con Irán es un desastre de tal calibre, ¿por qué continúa Netanyahu en el cargo?

Esta situación no le falta su toque absurdo. Por ejemplo: El líder supremo de Irán se tiene que enfrentar, obviamente, a sus propios extremistas, que le acusan de vender el país al satanás americano. Para aplacarlos ha proclamado que el tratado es una victoria tremenda para la República Islámica y que ha conseguido que los Estados Unidos (e Israel) se arrodillen. La enorme máquina de propaganda de Netanyahu recoge esas citas y los vende como si fueran verdades del Evangelio. Todo el mundo sabe que los iraníes siempre mienten, pero esta vez están diciendo las cosas como son.

Yair Lapid, el dirigente de un partido “centrista” bastante encogido (los ultraortodoxos no le permitieron a Netanyahu que lo metiera en el Gobierno de coalición) denuncia este tratado como una desastre histórico para el pueblo judío. Dado que esto es así, pregunta en voz alta, ¿por qué no se le ha forzado a Netanyahu a dimitir, una vez que no ha conseguido impedir ese acuerdo? Con más motivo, visto que hay un líder mucho más capaz que él y dispuesto a ocupar su lugar y encabezar la lucha, un hombre llamado Yair Lapid.

Hay en efecto algo paradójico en la situación de Netanyahu: si el tratado es un desastre de tal calibre, uno “de los peores en la historia judía”, ¿por qué continúa Netanyahu en el cargo?

Para derrocar a un primer ministro, un país necesita una oposición que pueda ocupar su lugar. De hecho, ésta es la función principal de la oposición.

Ah, pero no en Israel.

Comparado con Avigdor Lieberman, Netanyahu parece un izquierdista comeflores

El líder de la Oposición (que ostenta un título oficial como tal en Israel) condena el tratado en los mismos términos rotundos que Netanyahu. Se ha ofrecido como voluntario para ir a Estados Unidos y ayudar a luchar contra el acuerdo. Su competidor, Yair Lapid, hijo de un nacionalista radical, es todavía más extremista que él. El líder del tercer partido de la oposición es Avigdor Lieberman, alguien frente al que Netanyahu parece un izquierdista comeflores. Claro que hay un cuarto partido de oposición, la Lista Árabe Unida, pero ¿quién escucha lo que dicen?

Uno daría por supuesto que frente a un desastre histórico de estas dimensiones, Israel estaría vibrando con debates sobre el tratado. Pero ¿cómo se puede debatir si todos están de acuerdo? No he escuchado ni una sola discusión verdadera en televisión ni he leído ninguna en los periódicos impresos ni en internet. Aquí y allá hay algunos susurros de una pequeña duda, pero ¿un debate? ¡Nunca!

De hecho, uno puede vivir feliz en Israel durante días y no oir a nadie mencionar siquiera este histórico desastre. El precio del queso fresco suscita más emociones.

Así que estamos felizmente progresando hacia el desastre… salvo que uno de los secuaces de Sheldon, con la ayuda de Bibi, llega a la Casa Blanca.

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