Reportaje

Retorno a Sefarad

Ana Alba
Ana Alba
· 13 minutos
Ancianos sefardíes en Sarajevo (Ago 2015) | © Ilya U. Topper / M'Sur
Ancianos sefardíes en Sarajevo (Ago 2015) | © Ilya U. Topper / M’Sur

Jerusalén | Marzo 2016

“Tengo dos pasaportes: con el israelí entro en países en los que el bosnio necesita visado y con el bosnio puedo ir a donde no me dejan con el israelí. No necesito la nacionalidad española, pero la pediré como algo simbólico”. A Eliezer Papo, rabino sefardí de Sarajevo e historiador de su comunidad, no le falta humor cuando apunta para qué quiere el pasaporte español: “Iré a la Capilla Real de Granada a enseñárselo a la reina Isabel”.

Papo aventuraba este resarcimiento personal, con medio milenio de retraso, en febrero de 2014, cuando el Gobierno español acababa de aprobar un anteproyecto de ley para modificar el artículo 23 del Código Civil y así conceder la nacionalidad española a los sefardíes. Exactamente, 522 años después de que los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, decretasen la expulsión de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón “de todos los judíos y judías” que no estuvieran dispuestos a convertirse al catolicismo. Desde entonces, Sefarad, como los judíos llaman a España, es una tierra deseada.

La nueva ley elimina dos requisitos: residir 2 años en España y renunciar a la otra nacionalidad

La nueva ley, que entró en vigor en marzo de 2015, no abre por primera vez la puerta al retorno, pero sí lo facilita, al eliminar dos requisitos vigentes antes: residir dos años en España antes de pedir el pasaporte y renunciar a la nacionalidad de origen. Otra vía era por carta de naturaleza, otorgada por el Consejo de Ministros. Ahora, cualquier sefardí podrá presentarse en un consulado español y tramitar la solicitud.

La primera persona que ha acabado el proceso para obtener la nacionalidad española en Israel acogiéndose a la nueva ley es Yosi Ben Naim, un abogado nacido en Haifa hace 41 años. Sus padres llegaron a Israel procedentes de Tetuán (Marruecos), donde sus antepasados vivieron desde la expulsión. En diciembre entregó sus documentos en una notaría de Madrid. Una vez que se obtiene el visto bueno, hay que jurar la Constitución y fidelidad al rey en la Embajada española en Tel Aviv. Luego se recibe el pasaporte.

Ben Naim asegura ser  “el primer israelí que completa el proceso y el octavo sefardí del mundo”

Según le han dicho, Ben Naim es “el primer israelí que completa el proceso bajo la nueva ley y el octavo sefardí del mundo en hacerlo”. Desde inicios de 2016, ya al menos 23 sefardíes han tomado el juramento en Israel, pero forman parte de los 4.302 sefardíes que solicitaron la nacionalidad por carta de naturaleza hace unos años y que gracias a un decreto han podido acelerar el proceso.

Ben Naim asegura que le une “un vínculo sentimental a España” y que el salón de su casa está decorado con “la escultura de una flamenca y muchos abanicos”. Tiene parientes en Madrid, Barcelona y Málaga, pero no quiere vivir en España.

Papo aún no se ha apuntado. “Quizás lo haga con el tiempo. Ahora mismo no, porque tengo muchas peticiones de otros sefardíes que necesitan que certifique sus orígenes”, explica este académico residente en Israel. Sus dictámenes son aceptados por la Federación de Comunidades Judías de España, la entidad cuyo visto bueno es necesario para poder acceder a la nacionalidad española.

«En nuestra web tenemos un buscador con una lista de casi 10.000 apellidos sefardíes»

“Por ser el rabino no residente de la comunidad judía de Bosnia escribo letras (cartas) de recomendación para los sefardíes de Bosnia, y como experto en estudios sefardíes, para todos los interesados”, cuenta en ladino, el español que los judíos conservaron tras su expulsión y que sigue siendo extremamente similar al castellano actual, con cambios de fonética y vocabulario menores.

El idioma es uno de los posibles criterios para reconocer a un sefardí, pero no el más habitual, dado que la gran mayoría de los jóvenes desconocen ya la lengua de sus abuelos conservada durante cinco siglos pero en un rápido proceso de extinción en las últimas décadas.

“Uno de los medios para poder verificar el origen es el apellido. En nuestra web tenemos un buscador con una lista de casi 10.000. Todos los judíos que tengan estos apellidos son sefardíes, aunque no están todos los apellidos sefardíes”, indica José Benarroch, presidente de la Unión Sefaradí Mundial (USM), que también está entre las entidades colaboradoras de la Federación, autorizada por el Ministerio de Justicia español. El solicitante tiene que elaborar un pequeño árbol genealógico y presentar pruebas documentales, como certificados de nacimiento, defunción o matrimonio de alguno de sus antepasados.

Hay cola para pedir la nacionalidad, pero no corresponde a las expectaciones creadas por algunos medios el año pasado que vaticinaban una oleada de “millones” de nuevos españoles. En Israel, la USM tiene peticiones en espera para tramitar “de unos cientos de personas”, señala Benarroch. Por su parte, el presidente del Consejo de la Comunidad Sefardí de Jerusalén, Abraham Haim, gestiona unas 50 peticiones y tiene en cartera varias más.

Haim entrevista “personalmente” a cada solicitante, explica. “A mi oficina viene todo tipo de gente. Los mayores, cuando ven todos los trámites pierden un poco el interés. Los jóvenes no: tienen ambición, razones académicas, laborales o quieren comprarse una casa en España”, dice Haim, que también espera obtener el pasaporte español.

“Mi  padre nos hablaba en castellano moderno, pero cuando nos quería agradar, nos decía cosas en ladino”

“Está el perfil vocacional, especialmente de gente mayor, que siente que pidiendo la nacionalidad está cumpliendo una obligación familiar, haciendo honor a la memoria de sus ancestros y cerrando un círculo vital histórico”, comenta Manuel González Garagorri, primer secretario y cónsul de la Embajada española en Tel Aviv. “También hay casos de hombres de negocios a los que puede resultar útil tener trabajadores con nacionalidad europea y jóvenes que buscan recibir becas en Europa y estudiar allí”, informa Benarroch.

Marina Ruth Carmona podría ser candidata, pero aún no se ha decidido y en todo caso no tiene intención de emigrar a España. Productora de televisión en Jerusalén, nacida en Buenos Aires en 1968 y residente en Israel desde 1978, Marina es madre de tres hijos y tiene dos pasaportes, el argentino y el israelí. “Mi abuelo y mi bisabuelo fundaron la sinagoga de Camargo, en Buenos Aires, que era de sefardíes turcos”, cuenta. Su padre era oriundo de Esmirna (hoy Izmir) en el oeste de Turquía. “Nos hablaba en castellano moderno, pero cuando nos quería agradar, nos decía cosas en ladino”, recuerda Marina.

Considera que la iniciativa del Gobierno de España “es para limpiar la conciencia española, aunque es un paso de buena fe que acerca a España e Israel y que ayuda a la gente a pensar en sus raíces”.

«Mantenemos la cultura 500 años después: compartimos todo con los españoles excepto el jamón serrano»

Como ella piensa la mayoría del país. “Los israelíes han recibido muy bien esta ley. La generación de más edad como cumplimiento de un deseo y como una justicia histórica, aunque los mayores no corren para obtener la nacionalidad, los más jóvenes sí”, señala Ruth Fine, ella misma sefardí y profesora de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Admite que acogerse a la ey puede ser “un puente para obtener una nacionalidad europea”, pero cree que ello “no le niega valor simbólico a la ley”. Recalca: “Lo más importante es este valor: los que dejaron la Península Ibérica se consideraron siempre hispano-hebreos. La ley me parece positiva, demuestra sensibilidad hacia un capítulo que nunca termina de cerrarse”.

“La historia de los judíos con España se puede resumir con tres palabras: encuentro, desencuentro y reencuentro. Estamos en el último”, considera Haim. El tercer período “comenzó simbólicamente hace 30 años con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y España. La ley de la nacionalidad es un paso más”.

Benarroch, citando a Yitzhak Navon, primer presidente sefardí de Israel, que falleció hace poco, indica: “La relaciones diplomáticas eran un acto de gobierno a gobierno, la ley es de pueblo a pueblo, es una mano que se nos da después de 500 años de destierro”.

Más rotundo es Elíezer Papo. “No es que la cultura de los sefardíes sea como la española, es que es la suya. Quinientos años después, mantenemos la cultura, la cocina, el refranero, la lengua y la mentalidad española, lo compartimos todo con los españoles excepto el jamón serrano”, sonríe.

Por eso, insiste, “la concesión de la nacionalidad española a los sefardíes es la rectificación de una injusticia y un acto de buena fe por parte de los españoles, más importante para ellos que para los sefardíes desde el punto de vista moral. Es una ley que proviene de un compromiso al que llegó la sociedad española entera”.

El gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu no se ha pronunciado oficialmente, pero los comentarios políticos, en general, han sido positivos. No han tenido prácticamente repercusión los llamamientos de rabinos de la extrema derecha que han llegado a decretar una prohibición religiosa de acogerse a la ley española. Salvo una breve emoción en los medios, con titulares como “Y ahora todos los israelíes buscan sus raíces españolas”, “El sueño español” o “De repente, todos nos convertimos en españoles”, la nueva ley no ha suscitado un mayor debate social en Israel.

Lo que sí han criticado algunos es que se mantenga como parte del proceso rutinario de obtención de la nacionalidad, un examen en el que aparte de nociones de cultura y Constitución española se exige un mínimo conocimiento de lengua castellana, el nivel 2. Algo que Elíezer Papo considera una “incongruencia” debida a que “el pensamiento burocrático no es capaz de salir de su caja”.

«Una gran parte de los sefardíes no solicitarán la nacionalidad. No saben escribir español moderno”

“La ley es especial para los sefardíes pero el tratamiento es el mismo para cualquiera: se le pide a la gente conocimiento del español moderno. Esto significa que una gran parte de los sefardíes no solicitarán la nacionalidad. No saben escribir español moderno”, considera el experto. “Si hubieran pensado un poco más, hubieran visto que iban a dejar sin la ciudadanía justamente a la gente que es sefardí al cien por cien, los de 60, 70 y 80 años, para los que es demasiado tarde ya empezar con grafías españolas”.

Papo lo ve obvio: “Les deberían decir a los jóvenes que no conocen el ladino, que tienen que conocer al menos el español, pero a los viejos les alcanzaría con el judeo-español”. Aunque el habla se entiende, la ortografía estandarizada en las últimas décadas para el ladino sí es muy distinta a la de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, publicada precisamente en 1492, el año de la expulsión. El examen, acota, no afecta tanto a los sefardíes de Marruecos, ya que éstos fueron reemplazando ya a inicios del siglo XX el arcaico judeoespañol por el castellano moderno, más útil para comercio y viajes.

“En Turquía también hay viejos que piden la nacionalidad porque la situación política es tan incierta que prefieren tener opciones”, señala Papo. Pero en general, “para un viejo, todo esto de obtener el pasaporte es simbólico, es una satisfacción moral y un tema para conversar con sus colegas pensionistas. Ninguno dejaría a su familia en Israel y se iría a vivir a España”.

Con todo, Papo se muestra contento: “No creo que en los últimos cien años un Parlamento pasara una ley más justa que ésta”.

¿Cuántos hay?

Eliezer Papo (Estambul, 2014) | © Ilya U. Topper / M'Sur
Eliezer Papo (Estambul, 2014) | © Ilya U. Topper / M’Sur

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre el número de sefardíes expulsados de España en 1492 y años posteriores, pero la cifra que aglutina más consenso considera entre 70.000 y 100.000. Más difícil aún es saber cuántos sefardíes -descendientes directos de los judíos españoles y portugueses – existen hoy en el mundo. Sólo Turquía (15.000 personas), Bulgaria (5.000) y Bosnia (1.500) tienen comunidades cuantificables, a las que se añaden quizás un millar en Marruecos y 500 en Túnez. En Israel, el censo distingue por país de origen de los judíos inmigrados, pero no entre sefardíes y mizrajíes (judíos áraboparlantes): ambos utilizan la misma liturgia por lo que se les llama comúnmente “sefardíes” a todos los judíos de países árabes o incluso a todos los que no sean asquenazíes.

Elíezer Papo cree que en Israel hay “más o menos 200.000 personas que provienen de las comunidades ladinoparlantes, incluyendo la segunda y tercera generación de matrimonios mixtos y contando a todos los que tienen solo un pariente o nono (abuelo) ladinoparlante”. Esta es una estimación basada en los que vinieron a Israel de Turquía, Yugoslavia etc… pero no existe registro, insiste. La cifra máxima, estima, sería de 300.000, mientras que en el resto del mundo podría haber otros 100.000. En Argentina abundan familias de apellido sefardí, pero normalmente mezcladas con otras de origen asquenazí, y en su caso, el dominio del español no es ya un signo distintivo.

Si bien algunos expertos aventuran una cifra de 2,2 millones de sefardíes en todo el mundo, o incluso 3,5 millones – alo que Abraham Haim considera “imposible” – todo indica que estas estimaciones no se libran de una confusión entre sefardíes y mizrajíes

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