Opinión

Luttwak, Fallaci y el ISIL

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 10 minutos

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Es muy fácil decir ISIL, pero de “califatos” feroces e insensatos está llena la historia de la humanidad. “Califatos” también en Occidente, convendría decir. ¿Hubo algo más “occidental” que el nazismo en el siglo pasado? ¿O que el exterminio de los aztecas y de los mayas en América central, con firma española, portuguesa y de la Compañía de Jesús? ¿Hubo algo más “occidental” que el exterminio de los indios en América como el precio a pagar para el nacimiento de una nación? ¿Y acaso el primer y hasta ahora único bombardeo atómico de la historia, sobre Hiroshima y Nagasaki, no fue desencadenado por manos occidentales en su más amplio sentido?

Las carnicerías y limpiezas étnicas en los países africanos para truncar el espejismo de una independencia panafricana ya desde su nacimiento, ¿no se llevaron a cabo acaso con armas belgas, francesas, inglesas o alemanas? Y así podríamos seguir hasta el infinito, pero no llegaríamos a ninguna parte.

Cuando los tiempos se vuelven oscuros, se ve menos; aumenta la ceguera de quien debería entender

Porque, en sentido contrario, se podría hacer una larga lista de gulags soviéticos, remontarnos a la época de los hunos, a los mongoles y a las barbaries de algunas dinastías chinas que se movían en dirección geográfica opuesta.

Lo que queremos decir es que siempre son tiempos oscuros en época de llamada a las armas, de reclutamiento forzoso, de proclamas bélicas contra un invasor que ya ha atravesado las puertas, de terapias marciales, de presuntas superioridades raciales, de invitaciones a la defensa de “nuestros” valores religiosos por encima de los de los demás, de eliminación de la diversidad que forma el mosaico del planeta Tierra tal y como se ha venido configurando durante milenios. Es precisamente para la conservación de ese mosaico para lo que todos deberíamos trabajar, no para su eliminación.

Porque, cuando los tiempos se vuelven oscuros, ya se sabe, se ve menos. Aumenta la ceguera de quien tendría la obligación de entender, distinguir, razonar. Y actuar en consecuencia.

Si fuera tan simple, Occidente podrían construir algo parecido a la Gran Muralla China

Los rascacielos de Miami se construyeron con cemento armado y sus ventanas tienen cristales con una docena de centímetros de espesor porque esa arquitectura fue precisamente diseñada ante el riesgo de los huracanes, siempre al acecho en la costa del Océano Atlántico. El hombre ha construido rompeolas para mantener lejos la fuerza bruta de la naturaleza que puede manifestarse en cualquier momento. Pero está claro que no podemos considerar los comportamientos de otros pueblos, de otras etnias, de otros países, como si fueran un huracán o un terremoto de los que defendernos con masas de cemento armado o cierres blindados resistentes.

Y en cambio, ¿no se parecen acaso a la “arquitectura de Miami” (por poner un ejemplo) las políticas de gobiernos europeos que recientemente se han visto tentados de erigir muros y alambradas para defender sus propias fronteras, convencidos de que esta es la única barrera contra los flujos migratorios procedentes del Este? Si fuera tan simple como eso, Occidente y los defensores de su superioridad podrían construir algo parecido a la Gran Muralla China, delimitando de una vez por todas las fronteras de Europa, construyendo un invernadero gigantesco donde cultivar los gigantescos valores de la “civilización” y el “cristianismo”. Y no habría nada más que hablar.

Cuando los tiempos se vuelven oscuros no se ve más allá de las propias narices y cuanto más imbécil se es, más se arma uno de valor viendo al enemigo a cada paso, alzando la voz contra el “fantasma” que está dentro de nosotros mismos y confundiéndolo con el “extraño” que porta amenazas y peligros.

Estos días, los periódicos y televisiones están llenos de ejercicios retóricos, bélicos y para-bélicos porque la opinión pública quiere respuestas determinadas, afinadas y tranquilizadoras. Y, como decía Indro Montanelli, los buenos periodistas de verdad son aquellos que saben explicar a los lectores temas que ni siquiera ellos mismos han entendido.

Contraponer hoy, recuperando su pensamiento, a dos glorias del periodismo nacional como Oriana Fallaci y Tiziano Terzani, ¿qué es sino la prueba de la oscuridad por la que están atravesando aquellos que en cambio deberían ser capaces de ver por sí solos? ¿Con una especie de afición (“Estoy con Oriana” o “estoy con Tiziano”) limpiaremos acaso la conciencia? Por favor.

Fallaci fomentaba odios y ajustes de cuentas en una recreación imaginaria de cartón piedra

Nosotros, si tuviésemos que apoyar a alguno, apoyaríamos a Terzani que tendía a un lenguaje paradójicamente más “evangélico” que el de Fallaci, muy considerada «cristiana» – de ahí lo del término “paradójicamente” referido a Terzani, que no era cristiano – con su instintiva propensión a fomentar odios y ajustes de cuentas, identificando, ya sean en las mezquitas, ya sea en el burka, los objetivos a atacar en la propia recreación imaginaria de cartón piedra.

Probemos a adentrarnos más en este tema escabroso y complicado.

Y empecemos por esta pregunta: ¿De verdad nos gusta tanto Occidente? ¿De verdad creemos que es preferible por definición a “aquel Oriente” que situamos como origen de todos nuestros males y desgracias?

Kipling, escritor inglés de marcada inspiración colonialista y, por lo tanto, nada sospechoso, advertía: desgraciado el hombre que quiera infligir violencia a Oriente.

Pero no tenemos una respuesta sensata para esta pregunta. Y no la tenemos porque la pregunta en sí misma nos parece de lo más insensato que se pueda concebir.

Aunque Edward Luttwak, politólogo rumano y americano de adopción y con récord de apariciones en las tertulias televisivas (que se disputan el título de liante de turno para conseguir medio punto de audiencia más) encuentra la pregunta pertinente. Y con tanto ardor retórico como para echar de menos incluso a Giuliano Ferrara, quien cuando se escucha el redoble de los tambores es insuperable empuñando el garrote y la honda de la oratoria.

«El mundo está equivocado. La tierra es del hombre, no es ni de Dios ni del diablo”

Tenemos, sin embargo, una respuesta que nos parece sensata, aunque sea la cita del pensamiento de otro.
En 1964, el director de cine Glauber Rocha, pionero del cine brasileño de vanguardia, finalizó una de sus grandes películas, Deus e o Diablo na terra do sol, con esta frase: “El mundo está mal dividido. El mundo está equivocado. La tierra es del hombre, no es ni de Dios ni del diablo”.

Se podrá decir que es como descubrir el agua tibia. Que la frase no contiene la perspicacia filosófica y existencial de muchos pensadores de hoy. Que se trata de las típicas porquerías marxistas anticuadas que tanto mal hicieron en el siglo pasado estropeando irremediablemente millones de conciencias.

Pero la frase nos gusta. Y creemos que hace justicia de un solo golpe, a los dioses y demonios que están instalados de forma arbitraria en un mundo mal dividido. Y esta división errónea, ya se sabe, no data de ayer o de hoy, data de hace milenios.

Por eso se dice “ISIL” muy rápido. Pero por favor…

¿De qué hemos hablado durante estos últimos 20 o 30 años? ¿No existían acaso antes del Isis los cortacabezas de Al Quaeda y Osama Bin Laden? ¿Y no existían acaso los mismos cortacabezas talibanes a los que “Occidente” les había hecho un guiño con propósitos antirrusos antes de descubrir su índole totalitaria y fundamentalista? ¿Y no existieron acaso las milicias de aquel otro cortacabezas que respondía al nombre de Sadam Hussein? ¿O ya hemos olvidado los caballos y las tiendas beduinas del libio Gadafi instaladas en el centro de Roma, huésped de excepción de Silvio Berlusconi poco antes de que se descubriese, también en este caso, su índole totalitaria y fundamentalista? ¿O acaso no recordamos haber vivido no una sino dos guerras del Golfo con Bush padre y con Bush hijo? ¿Y con qué resultado?

También en este caso los ejemplos podrían seguir hasta el infinito.

“Occidente» quiere exportar la democracia con una mano y con la otra apropiarse de riquezas ajenas

Entonces, ¿cuál es el problema? Que el mundo se nos muestra siempre como algo congelado, como una imagen fija que propone los mismos fotogramas década tras década. Gargantas cortadas, secuestros que terminan en sangre, atentados ciegos que golpean a ciegas, miles de vidas inocentes truncadas, los monumentos y el arte herido de muerte. Y nosotros, “Occidente”, que con una mano queremos exportar la democracia y con la otra apropiarnos de recursos y riquezas ajenos. No tiene solución.

Si nos convencieran las teorías de Salvini y Meloni, ¿por qué no darles carta blanca en materia de terrorismo e inmigración? Sin embargo, no son teorías. Son la expresión de palabras que no llevan a nada. Como cuando querían una ley para bombardear las embarcaciones en el Estrecho de Sicilia. Que esas mismas palabras busquen conseguir un puñado más de votos no cambia gran cosa.

Leemos últimamente disquisiciones comparativas entre los terroristas del ISIL, los kamikazes japoneses y las SS nazis, etc., etc. Evidentemente, quien se adentra en el universo de las comparaciones concluye que no existe una forma de terrorismo peor a la del ISIL en el mundo. Bien, estamos de acuerdo. Son bestias, son feroces, son atroces. Convendría ajusticiarles uno a uno. ¿Está bien así? ¿Expresándonos de esta forma conseguimos la ciudadanía de la Europa occidental? ¿Y después qué?

Algunos querrían hacernos creer que el ISIS y su “califato” son un “hongo” venenoso que ha surgido de la nada

Quizás no todos sepan cuál es la raíz de la palabra “asesino”. Por eso puede resultar útil explicarlo.
Del libro Le Parole Raccontano (“Einaudi” – 1986): «La palabra asesino deriva del término árabe hashishin, es decir, que consume hachís. Los estímulos del hachís eran aprovechados, según parece, por una secta musulmana aparecida en los siglos XII y XIII, en la época de las cruzadas, con la misión de eliminar, uno a uno, a los enemigos de la fe, en especial a los cristianos de Tierra Santa mediante homicidios individuales. La secta, citada ya por Marco Polo, operaba en varias zonas del actual Oriente Medio y contaba entre sus temibles jefes con el famoso “Viejo de la Montaña”, personaje misterioso que vivía en una gruta considerada inaccesible cerca de Antioquía, actualmente Turquía.

Las “Cruzadas”.

El “viejo de la montaña”.

Han pasado casi mil años. Aunque algunos querrían hacernos creer que el ISIS y su “califato” son un “hongo” venenoso que ha surgido de pronto de la nada.

Perdón, pero en ese juego no entramos. Pudiendo elegir, preferimos evitar alistarnos solo porque lo ordenen Luttwak o la buena de la Fallaci, que en paz descanse. Si Europa tiene algo serio que hacer contra el ISIS, que lo haga. Y deprisa. Lo demás es charlatanería.

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