Opinión

Ser virgen a los 35 años (2)

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 11 minutos

opinion

 

Leer la primera parte de esta columna

Las chicas que se han negado pasar a mayores viven el celibato prolongado como una sanción.

“He querido a hombres que he perdido porque me negaba a la intimidad, por miedo a dejarme dominar por mi excitación y cometer lo irreparable.” La sexualidad se considera como un útil para afianzar el amor y abrir, quizás, la opción de una relación que acabe en matrimonio. Pero tan seguro no es: “No se qué pensar. Incluso si me hubiese entregado, no tenia garantía de que se casara conmigo. Para casarse, los hombres prefieren a una virgen. Ya no sé. He perdido toda capacidad de análisis y de entendimiento. ¡Estoy perdida!”

Esa perplejidad demuestra una vez más la perdida de puntos de referencia, junto con arrepentimientos: “Si hubiese sabido que todavía estaría virgen a mi edad, me habría divertido sin freno a partir de los dieciocho años. Sin duda me habría sentido culpable, pero no frustrada.” “Habría hecho como las chicas de hoy: en el peor de los casos, me lo habría hecho recoser después para casarme con un machista que considerase imprescindible hacerme sangrar en la noche de bodas.”

«Si te encuentras a un hombre virgen de 35 años, se trata de un impotente»

Los remordimientos son más intensos por una fuerte sensación de injusticia y una discriminación alimentada por la sociedad: “Los hombres, por su parte, no tienen el menor problema. Si te encuentras a un hombre virgen de 35 años, se trata de un impotente.” Lo cierto es que un hombre de 35 años, pasando la pubertad con 15, tiene veinte años de experiencia sexual. En la misma sociedad, que se rige por la misma religión, el valor de un hombre se determina primero por su virilidad, la cantidad de sus parejas y una experiencia sexual rica; el valor de una mujer se determina primero por su empeño infalible de mantener la abstinencia sexual.

Y eso que el islam prohíbe toda relación premarital tanto al hombre como a la mujer. Pero la cultura decide de otra manera: “No es justo. Si se libera al hombre, hay que liberar a la mujer.” ¿Cómo llamar a una sociedad que utiliza el islam para reprimir a sus mujeres y a la tradición para liberar a sus hombres? “¡Eso es hipocresía!”

Esas chicas hablan con amargura: “He desperdiciado los años más bonitos de mi vida. He vivido en la privación y a la espera del príncipe azul que me llevaría al orgasmo vaginal en el marco del matrimonio. Lo he jodido todo, incluso dos bonitas historias de amor, por culpa de unos principios ridículos. Daría mis ojos para regresar al pasado y evitar ese desperdicio.”

«Estoy pensado pagar a un hombre, solo para conocer el placer y quitarme de encima ese complejo»

Tal desperdicio tiene cifra: “Tengo 37 años. Habría podido tener una relación normal desde mis veinte años. Llevo 17 años consumidos y como los maridos no se apiñan en mi puerta, pues me arriesgo a quedarme virgen hasta la muerte. Estoy pensado si sacrificarme, incluso pagando a un hombre si es preciso, solo para conocer el placer y quitarme de encima ese complejo de chica eternamente virgen. ¡Que yo no soy la Virgen María!”

Pero liberarse a esa edad se hace difícil: “¿Tener relaciones superficiales con la edad que tengo? ¿Con quien? Los hombres nos rechazan. Para eso van con chicas jóvenes, no con mujeres maduras.” Además, los hombres son duros con esas chicas y hablan de forma irónica e hiriente: “Conocí, hace tres meses, a un hombre que me dijo haberse enamorado a primera vista de mi. Me rechazó en cuanto se enteró que era virgen et que pensaba seguir siéndolo.”

Respuesta de un hombre de 41 años: “¿Relaciones ligeras con una chica de más de 35 años? Me niego. Se me baja, porque sé que esa categoría solo busca un marido. Me niego a caer en trampa. Con chicas menores de 30 años, aún puede valer, aunque solo si me enamoro de verdad y guardando la esperanza de que acabe aceptando dejarse desflorar.”

De aquí tal consejo de un hombre de 38 años: “¿Virgen con 35 años? Ahí no hay nada que esperar: estará obsesionada con casarse. Te doy un consejo con experiencia: ¡Sal corriendo! Solo cosechas palabras, te gastas la pasta en bares y restaurantes, sin ver un rendimiento de tu inversión. En el mejor de los casos consigues rozarte un rato. Eso es para adolescentes, ¡Para mi no!”

A las mujeres maduras se les valora cuando no son vírgenes, por la habilidad que muestran en la cama: “Busco a una mujer talentosa en el amor, no a una estirada que no quiere desnudarse o que se sobresalta en cuanto intento explorar el interior de su cuerpo, por miedo a perder su virginidad.” Según dice este hombre de 38 años, las mujeres maduras gustan cuando no son vírgenes: “Prefiero a las chicas de más de 35 años, porque podemos hablar, intercambiar opiniones, pero que no sean vírgenes. Una chica que no ha hecho el amor hasta los 35 está acomplejada, tensa y no te da ningún placer en la cama.”

“Muchos hombres me han dejado en cuanto se han enterado de que soy virgen»

Privadas del placer sexual, esas chicas aseguran que también se quedan sin amor ni romanticismo: “Muchos hombres me han dejado en cuanto se han enterado de que soy virgen. No puedo ni esperar una relación de amor. Estoy condenada a la soledad.”

Discurso masculino mordaz

“¿Desflorar a una virgen de 35 años? ¡Hace falta una sierra! Además, puesto que carece de experiencia, le costará correrse a esa edad.”

Es fácil hablar así cuando uno tiene la ventaja y se lleva mejor parte. Si los hombres antes tenían que conformarse con relaciones sexuales superficiales, parece ser que hoy en día ya no es así: “Hay tantas chicas desfloradas. ¿Para que enrollarse con vírgenes? Suelen ser fuentes de problemas y se ponen pegajosas.”

Hay que preguntarse qué es lo que impide a esas chicas quitarse de encima una virginidad que ven como una desventaja. La esperanza de casarse: “Todo ese tiempo he ido esperando. No voy a malvenderme 22 años después de mi pubertad. Todavía espero a un marido que sabrá valorar mi sacrificio.”

Pero esas chicas no se engañan: “Ya sé que a mi edad tendré que aceptar a un hombre muy distinto del que tenía como ideal. Ahora soy candidata para un tipo divorciado o viudo, que será sin duda mucho más mayor que yo y por supuesto conservador. Y en el caso de que se presente tal candidato, para él la virginidad será una condición imprescindible. Guardo la esperanza.”

“Somos candidatas para hombres con defectos: divorciados, viudos, sin dinero, menos cultos…»

Una verdad se impone: “Somos candidatas para hombres con defectos: divorciados, viudos, sin dinero, menos cultos que nosotras o con trabajos menos valorados. Se sacrificarán para subir en la escala social.”

Si estas chicas no consumen el acto es porque están convencidas de que ya es demasiado tarde y se les ha hecho imposible tomar tal decisión, por tener esa prohibición demasiado arraigada en ellas, hasta convertirse en un bloqueo insuperable.

Confiesan acogerse a sus fantasías. Pero cuando se les pregunta por la autosatisfacción se sienten muy incómodas. Mientras los hombres hablan de eso muy libremente, para las mujeres este tema sigue siendo un gran tabú. A este acto se le llama ‘al âda sirría’ (costumbre secreta) en árabe clásico. Los maestros de escuela, en curso de religión, suelen llamar la atención a los alumnos sobre el pecado que se perpetra con esa costumbre.

En árabe dialectal, no existe palabra para la masturbación femenina, lo que demuestra que la sociedad niega esa practica entre las mujeres, cuando entre los hombres, el mismo hábito es aceptada y tiene nombre. Pocas chicas se atreven a hablar de esto, acogiéndose al humor para encubrir su molestia: “¡No puede esperar más! ¡Voy a pagarme a un semental para vivir por fin el erotismo con el que llevo tantos años soñando!” “Ya me he gastado la mano, ¡quiero otra cosa!” “Acabaré comprándome una muñeca hinchable. Pero también en eso hay desigualdad: ¡No hay muñecos hinchables!” “Voy a tomar la decisión de regalarme un juguete. Pero no hay para vírgenes. Los pueblos que los han concebido han dejado atrás estas hipocresías y han liberado a la vez a hombres y mujeres.”

¿Hace falta insistir aún acerca del sufrimiento de esa chicas, privadas de cariño y condenadas a la frustración? Yo, como socióloga, ¿qué más puedo hacer, salvo ser portavoz de lo que ellas viven e insistir en que nuestra sociedad es demasiado permisiva con los hombres y demasiado cruel con las mujeres?

«No tengo miedo a decir que yo me excito, que me mojo, que tengo ensoñaciones eróticas»

Es una sociedad que cree firmemente que Dios ha dado a los hombres un deseo descomunal y ha privado de ese deseo a las mujeres. A eso reacciona esta chica: “Hay que poner fin ya esa mentira. Dios nos ha dado el mismo deseo. Que no se vuelva a decir que las mujeres no necesitamos lo mismo. ¡Es falso! Es la sociedad la que ahoga nuestros impulsos. Acabamos callándolos para que no se nos tilde de viciosas, pero seguimos sintiéndolos muy fuerte. No tengo miedo a decir que yo me excito, que me mojo, que tengo ensoñaciones eróticas, que deseo con fuerza, que tengo fantasías fálicas ¡Así es la mujer normal!”

¿Qué soluciones proponer? ¿El matrimonio ‘mutaâ’? Esa unión en la que un hombre y una mujer se pueden poner de acuerdo sobre cuanto durará su vida en común, mediante un dote pagado por el hombre a la mujer para eliminar el tabú sexual? Imposible1. Esa forma de pareja ‘halal’ a sido prohibida entre los suníes y solo se le autoriza aún entre los chiíes. ¿Casarse temprano?¿Es eso una solución a largo plazo? Muchos islamistas se casan a una edad temprana, queriendo evitar así cometer el pecado de fornicación. Se conforman con una vida material rudimentaria, viviendo en casa de la familia.

“Se debería suprimir ya de nacimiento esa membrana, o modificarnos genéticamente para que deje de existir»

Tiene que haber un debate sincero para zanjar el tema de una vez para todas: o bien se decide que la sexualidad está prohibida tanto a los hombres como las mujeres, o bien se decide que, por razones obvias, hay que levantar la prohibición tanto a los hombres como a las mujeres. Entonces podremos hablar de una sociedad equilibrada y serena en lo que a relaciones entre hombres y mujeres se refiere.

Además, sabiendo que la edad media de contraer matrimonio subre cada vez más, con el paso del tiempo la cuestión se planteará de forma más y más cruda. Hoy, la edad media a la que las mujeres se casan es de 27 años. La franja de edad de la que hablamos será cada vez más importante en los próximos años.

Otra solución es la que propone Hind, de 36 años, farmacéutica: “Se debería suprimir ya de nacimiento esa membrana, o bien modificarnos genéticamente para que deje de existir. De esa forma podríamos escoger libremente tener o no sexo antes de casarnos, y la sociedad nos valoraría según criterios más nobles que los que se refieren al aparato genital.”

Esta es la segunda parte del texto publicado por la autora. Puedes leer aquí la primera parte

¿Te ha interesado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos