Crítica

Un volcán bajo los pies

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 3 minutos

Jon Bilbao
Estrómboli
bilbao-estromboli

Género: Relatos
Editorial: Impedimenta
Páginas: 272
ISBN: 978-84-1654-236-9
Precio: 20,95 €
Año: 2016
Idioma original: castellano

 

Estrómboli, en el archipiélago de las Eolias, ejerce sobre el visitante un efecto paradójico: bañada por el mar Tirreno, con su volcán siempre dispuesto a desperezarse en cualquier momento, resulta tan atractiva como inquietante, quizá porque uno intuye que bajo la calma aparente se mueven fuerzas insondables, corrientes de fuego y azufre ocultas por un decorado paradisíaco. Por eso hay quien huye al rato de poner los pies en sus arenas cenicientas, y quien se queda allí para siempre.

Estrómboli es también el título del nuevo —y turbador, y por momentos irresistible— libro de relatos de Jon Bilbao. Sus personajes llevan por lo general vidas anodinas, casi vulgares, hasta que descubren un volcán bajo los pies, un peligro latente que atenta contra su paz interior. En ‘Crónica distanciada de mi último verano’, esa debilidad es el miedo y la cobardía frente a un motorista pendenciero; en ‘El peso de tu hijo en oro’ se trata de la duda y la culpa tras un accidente; ‘Siempre hay algo peor’, por su parte, habla de amistades peligrosas y fatalidades, con una figura diabólica como antagonista; y ‘Avicularia avicularia’, de ambiciones, competitividad y arrepentimiento…

Bilbao crea estructuras sólidas con una querencia por ubicar la acción en parajes desolados

Otros relatos más complejos se apartan ligeramente de este esquema (el coral y casi detectivesco ‘Una boda en invierno’, la construcción de una central nuclear en’Como en un idioma desconocido’, las vicisitudes marineras de ‘El castigo más deseado’ o la pieza que da título al volumen, con su búsqueda de incierto resultado), sin que ello suponga una pérdida de homogeneidad. Ésta viene asegurada por el estilo, firme y austero, que caracteriza la prosa de su autor. Bilbao crea estructuras muy sólidas —a ratos se diría que demasiado perfectas—, y muestra una querencia notable por ubicar la acción en parajes más o menos desolados, exóticos o no tanto; espacios en los que el ser humano carece del abrigo de la comunidad, o en todo caso no tiene más remedio que afrontar el destino con los mínimos recursos.

La ciudad de Reno, un río que atraviesa una rocosa garganta, un motel en la autopista de Mojave, los Picos de Europa, Nueva Zelanda o nuestra famosa perla de las Eolias son algunos de estos escenarios, que permiten al autor lucir su cuidado por la verosimilitud, al tiempo que invitan a imaginar que, más allá de los vivificantes aires cosmopolitas, estos dramas podrían haber tenido lugar en cualquier parte, pues el paisaje dominante es el paisaje humano, la geografía del alma.

Y aunque siempre es temerario establecer afinidades, yo osaría vincular esta obra a una tradición que va de Hemingway a Richard Ford, pasando, en su costado más fantástico, por Roald Dahl. Pero tal vez esto no sea más que una caprichosa conjetura, como tal vez Estrómboli no sea más que una bonita y pacífica isla mediterránea, y todo lo demás, literatura.

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