Crítica

Solos en casa

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

Niccolò Ammaniti
Anna
ammaniti-anna

Género: Novela
Editorial: Anagrama
Páginas: 304
ISBN: 978-84-3397-960-5
Precio: 21 €
Año: 2015 (2016 en España)
Idioma original: italiano
Título original: Anna
Traducción: Juan Manuel Salmerón

Según la leyenda –confirmada por su filmografía– Alfred Hitchcock se negaba a rodar con niños y mascotas. Un prejuicio del que carece por completo Niccolò Ammaniti, que en al menos tres novelas, que yo sepa, ha tomado como protagonistas o coprotagonistas a infantes o medio púberes (Te llevaré conmigo, No tengo miedo, Tú y yo) y que en esta última traducida al español, Anna, incorpora además un perro para mayor oposición al genio del suspense.

El personaje femenino que da título a la novela es una chica siciliana, una de las supervivientes de un extraño virus originario de los Países Bajos que ha terminado asolando Europa. Dicha plaga acaba de manera fulminante con la vida de todos los adultos, de modo que los niños (que lo incuban pero son inmunes a él hasta que llegan a la fatídica edad) se ven obligados a sobrevivir como buenamente pueden.

La protagonista es una chica siciliana, superviviente de un extraño virus que ha terminado asolando Europa

Anna, de trece años, lo hace tratando de proteger a su vez a su hermano pequeño. Como ayuda básica dispone de un cuaderno que le dejó su madre antes de sucumbir a La Roja –ése es el nombre popular de la enfermedad, nada que ver con la selección española de fútbol–, titulado Las cosas importantes, y que opera también como pretexto para informar al lector del escenario en que se mueven los personajes.

El propósito de Anna es recorrer el trayecto entre Palermo y Messina para intentar cruzar el Estrecho y descubrir si en la península, es decir, en el continente, se ha descubierto alguna posibilidad de curación. Por el camino, como es fácil imaginar, los dos niños se enfrentarán a mil vicisitudes, desde las dificultades para procurarse sustento a los encuentros más o menos ingratos que puedan tener con otros grupos de chavales, en concreto una curiosa secta que cree poseer el secreto para neutralizar el virus.

Sí, el lector lo ha adivinado: nos enfrentamos a una historia que mezcla la atmósfera de filmes tipo 28 días –algo menos apocalíptica gracias a un telón de fondo mediterráneo– con La carretera de Cormac McCarty y El señor de las moscas de William Golding, por citar algunas referencias más o menos evidentes.

Podemos entrever un elogio de la lectura, es decir de la cultura, como infalible método de supervivencia

Ammaniti, un autor que desde muy temprana edad ha dado sobradas muestras de su capacidad para narrar, con el mérito añadido de no repetirse nunca, se pregunta en este nuevo reto cómo funcionaría un mundo sin adultos, es decir, de qué modo se desarrollarían los seres humanos sin el apoyo fundamental, pero también sin la autoridad, de sus mayores. Esto hace de Anna una historia de iniciación especialmente atractiva, pues su campo de cuestionamiento de nuestras propias estructuras sociales y nuestras inercias colectivas es muy amplio, y abarca desde aspectos como el amor y la solidaridad hasta los abusos de poder o el papel de las supersticiones en la articulación de las comunidades.

Tras la insistencia de la difunta madre en que Anna enseñe a su hermano a leer podemos entrever incluso un elogio de la lectura, es decir de la cultura, como infalible método de supervivencia: entretiene cuando la electricidad ha quedado suspendida, ilumina en medio del caos, es vehículo de la memoria cuando los mayores no están…

Lo malo de la novela –tenía que haber un pero– tiene que ver precisamente con las dotes de narrador del autor romano. Casi desde el principio lo vemos tirar más de oficio –y créanme, tiene mucho– que de fantasía y sensibilidad. Ammaniti se sabe bueno, muy bueno, creando imágenes, articulando diálogos (con el mérito añadido de evitar casi siempre que los niños hablen como si fueran tontos), recrea escenarios sin cargar demasiado las tintas en los detalles pintorescos, dejando que sea el lector quien imagine la playa de Cefalú o un teatro Politeama en ruinas a partir de sutiles pinceladas.

Uno termina la novela murmurando “chapó”. O con una sonrisa: «¡Qué hijoputa!»

Sin embargo, algo falla cuando se percibe demasiado la cocina del escritor, su modo de sacar adelante un capítulo tras otro a fuerza de recursos técnicos, y no por la fuerza natural de la historia. Habrá quien se pregunte qué otra cosa es la literatura, sino un artificio lingüístico. Podríamos asentir, pero añadir a su vez que la buena literatura es la que hace invisible lo artificioso, como el buen mago es el que nos hace olvidar que detrás de la magia solo hay técnica y práctica.

Casi 300 páginas son muchas para sacarlas adelante, como digo, a golpe de habilidades, y no seré yo quien critique a los lectores que se den por vencidos antes de llegar al final. No los criticaré, pero lo lamentaré por ellos. Porque en el tramo final de esta ficción, Ammaniti parece decirse a sí mismo: “Maldita sea, Niccolò, has llegado hasta aquí como has podido, pero si quieres que la novela sea una buena novela, si quieres que el nombre de Ammaniti siga figurando entre lo mejorcito de las letras italianas actuales, más vale que tires de casta y pongas un broche digno. No hagas como en Que empiece la fiesta. Nada de idas de olla. Tomáte en serio al lector y dale lo que se merece”. Y lo hizo. Gracias a ello, uno termina la novela –y no diré más– murmurando “chapó”. O en versión extensa, con sonrisa incluida: “¡Qué hijoputa!”.

Concluyo preguntándome por la elección de Sicilia como escenario. La respuesta básica es que se trata de un espacio insular, en cierto modo aislado, y al mismo tiempo lo suficientemente próximo al continente para que dos niños puedan aspirar a alcanzarlo. No obstante, la paradoja es que actualmente Sicilia está viviendo la experiencia opuesta: todos los jóvenes se están marchando, principalmente en busca de trabajo, pero también de sociedades más abiertas, menos corruptas, al menos liberadas de la tristemente célebre lacra mafiosa. Se marchan cada día y no piensan en volver.

He ahí otro escenario distópico –cada vez menos alejado de la realidad– que le regalo a Ammaniti o a cualquiera que quiera tomarlo: ¿Cómo van a vivir los viejos sicilianos en una isla sin jóvenes?

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