Opinión

El voto ciego

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

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– Este domingo tienes que votar a mi padre.
– ¿Y por qué debería votarle?
– ¡Hombre! De eso comemos.

Era un diálogo entre una chica de quince años, hija de un dirigente socialista, y un amigo suyo, pocos años mayor. Siempre he querido pensar que no reflejara lo que en aquella casa de un destacado político se enseñara a los hijos.

He recordado este diálogo, de hace 20 años, esta semana, cuando hemos tenido dos cataclismos en nuestro universo político. En el primero ocurrió lo inesperado: Reino Unido sale de la Unión Europea. En el otro, no ocurrió lo inesperado: que una fuerza de la izquierda formada en las protestas de calle conquistara el poder en las urnas en su primer asalto. Bueno, en el bis del primer asalto.

Muchos de los que nos consideramos de izquierda nos hemos preguntado cómo ha podido volver a ganar un partido que lleva años no sólo gobernando, con el desgaste habitual, sino que ha hecho lo posible para privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas de aquel ataque y saqueo del bien común perpetrado por los bancos y llamado, con excesiva bondad, crisis bancaria.

La mentalidad del súbdito tiene asumido que los bienes no particulares son propiedad del señor

Porque ya no es que los juzgados están demostrando la corrupción masiva y sistemática del PP: este argumento se ha revelado inútil en campaña para convencer al votante, que invariablemente responde que “todos roban”. Mientras el ciudadano no sufre la corrupción de calle – tener que pagar al celador para conseguir cama en el hospital público – le parece que la corrupción no importa. Es invisible. El dinero público no existe. Vivimos en la mentalidad del súbdito que tiene asumido que los bienes no particulares son propiedad del señor, el que sea, rey, caudillo u obispado. Que haga con ellos lo que le plazca parece natural, y no nos importa, mientras nos otorgue su protección contra los bárbaros que acechan en el horizonte.

No, la corrupción no es lo que más debería haberle pasado factura al PP (siempre es fácil de contestar con el “y tú más”). Lo que debería haber hecho a la ciudadanía cambiar su voto es reconocer que el gobierno conservador del PP, y sus semejantes en toda Europa, son el brazo político de las grandes empresas que han traicionado el pacto social y han lanzado – la frase es de Warren Buffett, el hombre más rico de la Tierra – una guerra de clases contra los trabajadores, contra toda la ciudadanía. Eso es algo imperdonable.

El señor que pierde millones en la ruleta obliga a su chófer a limpiar el casino en sus horas libres

Lo que hemos vivido los últimos años es el caso del señor que pierde millones en la ruleta y que, para enjugar la deuda, obliga a su chófer a trabajar en horas libres limpiando el casino. En otros tiempos, uno se pegaba un tiro si se jugaba más de lo que podía pagar. Hoy, un partido en el poder simplemente deriva el dinero de educación, salud y pensiones a pagar las deudas de juego de los tiburones bancarios. Eso no es corrupción. Eso es ideología.

Al final, para conseguir cama en un hospital, tendremos que pagar a una empresa de Salud S.L., a un celador con corbata. Pero para darse cuenta de eso hay que ponerse a pensar. Y a los votantes no les gusta pensar.

¿Estoy llamando tontos a ocho millones de votantes del PP? Sí, porque es imposible que estos ocho millones estén en el bando ganador de la así llamada crisis. Es imposible que todos ellos formen parte de los empresarios, accionistas y gerentes que han cobrado durante estos últimos años mayores dividendos y mayores sueldos que en tiempos normales. Los que han sido ganadores de esta nueva distribución de la riqueza de abajo hacia arriba que es el resultado de esta nueva guerra de clases.

¿Cómo han podido? es la pregunta que nos hacemos muchos. Y la triste respuesta es que no han sido sólo ellos. También quienes votaron al PSOE han seguido, en gran parte, un reflejo similar de respaldar a “los nuestros”, pase lo que pase, se transmute el partido como se transmute. Es dolorosa la frase de la joven mencionada arriba. Pero es real. Y conozco a suficientes compañeros de Izquierda Unida como para saber que son incapaces de ponerle siquiera el adjetivo de dictador a un dictador que tenga la ocurrencia de declararse comunista. Prima la fidelidad.

Por esto yo habría votado por Podemos (y Unidos Podemos): al ser un partido recién nacido, votarlo ha necesitado un proceso de pensamiento, no un reflejo ciego. Bien saben ustedes qué opinión me merece Pablo Iglesias (no la he cambiado), pero lo que convierte en valiosa la formación morada es el debate político que ha motivado a tres millones de votantes a reflexionar sobre su voto.

O eso pensaba yo. Ya no estoy tan seguro. Me han hecho pensar las reacciones frente al Brexit de la izquierda española, esa que vota a Unidos Podemos. Hubo unos cuantos aplausos por parte del sector antieuropeísta, siguiendo la lógica: como no queremos la política neoliberal que impone Bruselas, nos alegramos de que la Unión Europea se debilite. O incluso: esperamos que esta sacudida remueva conciencias y sirva para que los burócratas de Bruselas reflexionen por qué no los queremos.

Quienes votaron por el Brexit quieren lo que nosotros no queremos que Bruselas haga jamás

Esto es ceguera política. Todos sabemos que quienes han votado por el Brexit lo han hecho por dos motivos: uno, por no compartir la riqueza generada en Inglaterra con países de vagos y maleantes en crisis, como son España, Portugal o Grecia, y dos, por poder cerrar sus fronteras a esas hordas de vagos y maleantes, españoles, griegos o polacos, que podrían llegar a las Islas y quitarles el trabajo. Y de los refugiados sirios ya ni hablamos.

Quienes han votado por el Brexit han votado contra lo que tiene de positivo la Unión Europea: el libre movimiento y libre trabajo de personas en el interior de sus fronteras. Quieren cerrar fronteras y negociar tratados comerciales. Quieren primar el mercado por encima de las personas. Quieren todo lo que nosotros no queremos que Bruselas haga jamás.

Porque para nosotros, españoles, portugueses, griegos, criados en décadas de una socialdemocracia avanzada con derechos laborales, países donde los sindicatos han llegado a parecer superfluos porque la ley nos protegía a nosotros, trabajadores, Bruselas puede ser sinónimo de recortes, de anulamiento de derechos, de despido fácil, de ventajas dadas al mercado. Puede ser sinónimo de un despiadado poder que exige pobreza a nuestros países como condición para prestarle los fondos necesarios para sacarlo de la crisis en la que nos han hundido sus bancos desenfrenados.

La ausencia de un partido de extrema derecha en España contribuye a la falta de reflexión política

Pero basta con leer la prensa para saber que para Reino Unido no es así. Que allende el Canal de la Mancha, Bruselas ha forzado reformas para devolver a los trabajadores derechos, protección, días de maternidad, seguridades arrebatados a la clase baja por esa apisonadora de la derecha conocida como thatcherismo. Pensar que “Bruselas” signifique lo mismo en Londres que en Madrid es creer que votar al Partido Comunista tenga el mismo significado en Málaga y en Pekín.

Y sin embargo, han aplaudido.

No sirve subrayar estos hechos evidentes en las redes sociales. La respuesta será que vale, pero de todas formas es bonito ver que los políticos de la UE lo pasan mal, y que eso merece alegría. “Dejadnos soñar en paz a los que no nos gusta la Constitución europea”, llegan a responder.

No son tiempos de soñar. Una Revolución en mayúsculas, asaltos a la Bastilla, guillotinas y barricadas quedan bien en la poesía. A nosotros, nacidos en el siglo XXI, no nos queda otra que estar despiertos. Por ahora, el Parlamento Europeo puede ser una tribuna. No sé si tendría ventajas abandonar estos foros internacionales, pero sé el error que significa elegir para tal salida como compañeros de viaje a los euroescépticos de derechas, como abundan en Grecia y casi todo el resto de Europa. Y especialmente en Reino Unido.

Deberíamos haber aprendido de la Primavera Árabe qué ocurre cuando la extrema derecha (islamista en el caso de Marruecos o Egipto) y la izquierda juntan sus fuerzas para un objetivo aparentemente común. No lo intenten, camaradas.

Quizás sea una suerte histórica que en España, Podemos, con su discurso netamente izquierdista, haya asumido la función que en otros países desempeñan personajes neonazis. Pero tal vez la ausencia de un partido de extrema derecha en España contribuya a la falta de reflexión política.

Aunque desde luego, para falta de reflexión política, Reino Unido, donde ahora los ciudadanos dicen que votaron por un Brexit que en realidad nunca quisieron. Hasta ahí espero que no lleguemos nunca.

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