Reportaje

Vivir bajo el Daesh

M'Sur
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· 11 minutos
Ciudad devastada de Shadadi en Siria (Abril 2016) | © Darío Ibañez
Ciudad devastada de Shadadi en Siria (Abril 2016) | © Darío Ibañez

Shadadi (Siria) | Abril 2016

Los combates y los bombardeos de la coalición internacional han dejado la localidad de Shadadi en ruinas, tras dos años de dominio del Estado Islámico (Daesh), recientemente expulsado por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS). Esta milicia predominantemente kurda avanza desde las zonas del noreste del país, bajo dominio de las YPG kurdas, hacia los feudos del Daesh más al sur.

La municipalidad y las edificaciones alrededor de rotonda del mercado, rebautizada la «plaza de las ejecuciones», han quedado reducidas a una montaña de escombros. Sus calles adyacentes son una hilera de persianas bajadas, de negocios abandonados.

Frente a la escuela de secundaria Abu Kassem Shaabi, que el Daesh usaba como hospital de campaña, hay una pequeña barbería abierta. Khaled maneja la navaja de afeitar con destreza sobre un rostro humedecido con jabón. “Cuando el Daesh se marchó afeité en un solo día más de trescientas barbas”, dice, sin levantar la mirada del cuello de su cliente.

El Daesh prohibía a los hombres cortarse el pelo al estilo occidental , quitarse la barba, o arreglarse las patillas

Bajo el régimen de puño de hierro de los yihadistas se prohibió a los hombres cortarse el pelo al estilo occidental, quitarse la barba o arreglarse las patillas. Aquel que no obedecía la norma tenía que pagar una multa de 2.000 liras sirias (unos 8 euros), recibía 75 latigazos y estaba obligado a asistir a un curso de instrucción religiosa durante un mes.

Desde una de las esquinas, caminando entre escombros, aparece Hisham. Regentaba una tienda de utensilios de cocina. Su negocio estaba justo enfrente de la rotonda. Desde detrás del mostrador de su tienda presenció decenas de ejecuciones y decapitaciones. Al principio Hisham se siente incómodo ante los periodistas, no por ellos sino por nuestra escolta: un miliciano kurdo de las YPG.

La mayoría de los vecinos de Shadadi son suníes de habla árabe, por lo que al principio, muchos no se opusieron a la presencia de los yihadistas. En cambio, sí desconfían de las fuerzas kurdas que ahora controlan la urbe.

El Daesh trajo a Shadadi prosperidad, dinero y puestos de trabajo, sobre todo por el negocio del gas y petróleo. La localidad, situada en el valle del río Khabur, a 50 kilómetros al sur de Hasaka y a 115 de la ‘capital’ kurda de Qamishli, alberga cientos de pozos de petróleo y yacimientos de gas, entre ellos el de Jabsheh, uno de las más importantes áreas de gas del país. Pero además era un punto estratégico para la milicia yihadista: por aquí pasa la carretera que conecta Raqqa, el centro del Daesh en Siria, con Mosul, la mayor ciudad bajo dominio de este grupo en Iraq. Y a menos de 100 kilómetros al sur se halla Deir ez Zor, otro feudo del Daesh que alberga los mayores yacimientos de crudo del país.

“A las chicas jóvenes nos obligaron a cubrirnos completamente, también los ojos, en público»

Como era habitual en las zonas que ocupaba la milicia yihadista, la extracción de los hidrocarburos seguía en manos de empleados del Gobierno sirio, que continuaron recibiendo los sueldos del régimen – como ocurre también con los funcionarios en otras zonas en guerra – a pesar de que el Daesh supervisara su trabajo y vendiera los productos.

Pero la prosperidad tenía un coste. Hisham relata que después de decapitar a un condenado “colgaban su cabeza en un poste para señales de trafico”. Los cuerpos sin vida de los ejecutados eran exhibidos en el recinto de la municipalidad. “Colgaban los cadáveres en cruces y le colocaban un cartel con el delito que habían cometido. A veces dejaba los cuerpos expuestos hasta cinco días”, describe Hisham.

A cada vecino de Shadadi le persigue una historia aterradora. Daliya, de 25 años, recibió 60 latigazos por no llevar puesto el niqab, el velo saudí, que en la versión del Daesh tapa hasta los ojos. “A las chicas jóvenes nos obligaron a cubrirnos completamente cuando estábamos en público. Tenía los ojos irritados de llevarlos tapados y me dolía la cabeza, así que me quité la última capa del velo para poder descansar la vista. Una vecina me vio y me delató a la ‘hisba’, la policía religiosa del Daesh”, relata Daliya.

No siempre son tanto celos religiosos como discordias vecinales: “Mi hijo había tenido una riña con el hijo de un vecino. Éste se lo contó a su padre, que trabajaba como informador del Daesh y que me había visto en la calle sin el niqab”, explica Fátima, de 45 años. La mujer fue detenida y llevada a las oficinas de la ‘hisba’ para que contara su versión. “Me defendí y al final quedó todo en un susto”, agrega.

Pero a veces, los rencores entre vecinos llegaron demasiado lejos. Un joven de 22 años fue decapitado en la “plaza de las ejecuciones” por, presuntamente, haber blasfemado en un mensaje de texto. Mas tarde se descubrió que había sido un conocido del joven que le había cogido el móvil para escribir el mensaje, según el relato de Fátima.

“Me pillaron con una cajetilla de tabaco bajo la túnica. 1.000 liras de multa y 10 azotes con una vara”

El Estado Islámico obligó a todo el que tenía un negocio a pagar la ‘zaqat’, una contribución fiscal recogida por las normas islámicas que se paga a la administración para que sea redistribuida a los pobres. “Repartieron edictos en los locales y negocios sobre todo lo que estaba prohibido en el islam y los castigos por infringir la regla”, explica Abdel Rahman, que regenta una tienda de ultramarinos. Revela que vendía tabaco de contrabando a escondidas.

En más de una ocasión le pillaron infraganti. Un día, al salir de la mezquita, le paró un “agente” del Daesh y le registró, relata: “Llevaba una cajetilla de tabaco bajo la túnica. Me detuvo y me llevó a las oficinas de la ‘hisba’. Tuve que pagar 1.000 liras sirias (4 Euros) y recibí diez azotes con una vara”. En otra ocasión, hallaron un cartón de tabaco en el ultramarinos. Esta vez la pena fue de 50 latigazos y una multa de 10.000 liras.

Junto con la erradicación del “vicio” iba el adoctrinamiento en la virtud. “Cuando los islamistas entraron en Shadadi cerraron todas las escuelas. Quemaron todos los libros de texto del gobierno y expulsaron a los profesores”, recuerda Um Omar, una maestra de 47 años que hasta aquel momento daba clase en la escuela primaria Hani Hakuf, hoy reducida a escombros. Enciende un cigarrillo y le da una profunda calada de placer, algo que sólo puede hacer desde que el Daesh fue expulsado. Lleva la cabeza cubierta con un pañuelo pero su hermana, Dima, luce su melena teñida de rubio oscuro.

Los alumnos dejaron de estudiar Matemáticas, Ciencias e Historia, para centrarse en la vida del profeta

A las pocas semanas de tomar la localidad, el Daesh reabrió las escuelas, rebautizadas con nombres de importantes personajes de la historia del islam, y trajo sus propios libros de enseñanza islámica. “Vinieron a mi casa para ofrecerme dar clases de nuevo pero solamente podíamos enseñar con sus libros. Me propusieron pagarme el doble del salario que recibía del gobierno para convencerme, pero no acepté”, explica la maestra. Añade que el Daesh penalizaba a los maestros que no quisieron volver a la escuela, les quitaba el salario gubernamental y les prohibía abandonar la ciudad. “Me amenazaron con quitarme a mis hijos si nos marchábamos”, dice alterada Um Omar.

Los profesores que aceptaban las condiciones recibieron un curso de preparación para adaptarse al nuevo currículo escolar y cobraban después un salario mensual de 40.000 liras sirias (160 Euros) frente a las 28.000 liras que paga el gobierno de Damasco. El nuevo plan de estudios se basaba únicamente en las enseñanzas religiosas. Los alumnos dejaron de estudiar Matemáticas, Ciencias e Historia, para centrarse en la vida del profeta Mahoma y la historia de los primeros tiempos del islam.

Quedan pocos testigos en pie de este período, y apenas se encuentran ejemplares de los libros de texto yihadistas, que nadie dice conservar. Pero en un centro abandonado a las afueras de la localidad de Al Houl, al sur de Hasaka, bajo control del Daesh hasta noviembre de 2015, estos periodistas hallaron por azar tres libros de texto del Estado Islámico, apilados en el suelo de un aula con otros papeles y documentos.

Uno de ellos es un cuaderno escolar con hojas fotocopiadas sobre las hazañas del profeta Mahoma y los  cuatro califas. En la parte superior de la tapa del cuaderno se presenta al Estado Islámico como institución oficial con un departamento de Educación. El Califato divide su territorio en provincias y la región de Hasaka se llama “provincia Al Baraka”. Un guerrero con turbante y luenga barba a caballlo, empuñando la bandera negra del Daesh, ilustra el libro de texto infantil.

El segundo es un cuadernillo de ejercicios. En uno de ellos se pide al alumno que elija el nombre correcto del verdadero siervo de Dios de entre los siguientes sustantivos: Profeta, infiel, cristiano, el diablo, y muyahidín. En la mitad del libro hay unas hojas anexas con las instrucciones de las abluciones y las posiciones para el rezo. El último es un manual de la escuela teológica wahabí, cuya interpretación rige en Arabia Saudí.

Un Corán descansa sobre un pupitre del colegio. Nadie se ha atrevido a tocarlo: podría ser un explosivo

Hay colegios destruidos por los bombardeos de la coalición internacional antiyihadista, liderada por Estado Unidos. Algunos sirvieron de bases militares o almacenes de municiones y material explosivo de los yihadistas. Pero también los demás, parcialmente dañados, siguen abandonados. Antes de huir, creen los vecinos, los yihadistas esparcieron explosivos dentro de las aulas, que todavía no han sido desactivados por las fuerzas kurdas.

La escuela de Hani Hakuf, donde trabajaba Um Omar, fue uno de los centros militares de la milicia. La estructura está prácticamente demolida, convertida en una montaña de escombros y amasijos de hierros. Cuentan los vecinos que en esa escuela, renombrada como “Bilal Al Habashi”, en homenaje al primer almuédano de La Meca, se escondía el líder yihadista Abu Omar Shishani, lugarteniente de Al Baghdadi. El yihadista checheno fue dado por muerto numerosas veces, la última vez a principios de marzo, tras un ataque aéreo estadounidense a las afueras de Shadadi, [pero sólo el 13 de julio, el Daesh informó sobre la muerte del comandante, supuestamente durante combates al sur de Mosul, en Iraq].

No quedan escuelas donde enseñar, ni hay libros para los alumnos: el Dáesh los quemó

Los yihadistas utilizaron el instituto de secundaria Abu Kassem Shaabi como dispensario médico. El edificio recibió el impacto de varios misiles disparados por aviones estadounidenses. En la pizarra de una de sus aulas aún se conserva el símbolo del Daesh, escrito con una tiza. En otra aula vacía, un Corán en perfectas condiciones descansa sobre un pupitre de la primera fila. Nadie se ha atrevido a tocarlo: podría tratarse de un artefacto explosivo, se cree.

Ahora, los maestros están en paro porque no tienen escuelas donde enseñar, ni quedan libros para repartir a los alumnos. Pero la ciudad recupera lentamente un ritmo normal, aunque con cierta reticencia hacia los nuevos dueños kurdos. Ahmad, de 20 años, ha regresado hace poco. En dos ocasiones fue detenido y castigado por el Daesh por beber alcohol etílico (el usado en farmacia) mezclado con bebida energética, y por llevar un peinado moderno.

“La primera vez recibí 150 latigazos y me enviaron un mes a un centro de instrucción religiosa. Cuando volvieron a detenerme, me amenazaron con córtame la cabeza si volvía a beber. Tuve mucho miedo y escapé de la ciudad”, cuenta el joven. Pero desconfía: “El Daesh nos castigaba por cortarnos el pelo y la barba. Ahora los milicianos de la YPG nos prohíben dejarnos crecer el pelo y la barba”.

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