Opinión

El imprescindible

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

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Han pasado 80 años desde que mataron a Federico, dicen. En una carretera andaluza. Sin embargo, no hay ningún poeta más vivo que él en España.

No hay ningún poeta que pudiéramos necesitar más, ninguno que forma una parte tan esencial de nuestros fundamentos de idioma, de pensamiento, de expresión. Y con este “nos” no me refiero a Andalucía, ni a España entera, aunque desde luego, ni siquiera Galicia sería la misma sin la danza da lua en Santiago. Me refiero a algo mucho más amplio, algo que, a falta de mejor verbo, hemos dado en llamar Mediterráneo.

Las bodas de sangre no se celebran hoy día en España: nadie mata a la novia por fugarse con un amante. Pero sí se celebran, con escopeta de por medio, tal cual como las describe el dramaturgo, en alguna parte del Kurdistán, en Jordania, a veces hasta en Líbano. Ha muerto Bernarda Alba, afortunadamente, pero vi a sus hijas, a Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, vivas en Palestina.

Ha muerto Bernarda Alba, afortunadamente, pero vi a sus hijas vivas en Palestina

La arabista Eva Chaves dirigió la obra con jóvenes estudiantes en la Universidad de Belén en 2013. El idioma de los diálogos era el castellano original de Lorca, pero el drama era palestino: cada año, en ese pequeño territorio mueren veinte chicas por disparos de su propia familia – dos de cada tres homicidios – , cada año, 50 se suicidan como se suicidó Adela. Las chicas palestinas en Belén no escenificaban la obra de un poeta andaluz muerto hace 80 años: escenificaban su propia vida, frase a frase.

En eso reside la grandeza de Lorca: haber sido capaz de expresar, tomando como ejemplo una aldea andaluza, unas normas, la esencia de unos tabúes patriarcales y sexuales que compartimos a través de todo el Mediterráneo y bastante más allá. Con tal precisión que ni un adjetivo hubo que cambiar. Y no sólo hablo del Lorca de los tres dramas andaluces: también el romancero gitano, que a veces hoy se mira por encima del hombro como ejercicio folclórico, recoge con verso afilado los conceptos que rigen la vida hasta hoy en grandes partes del Mediterráneo (creyendo que era mozuela, pero tenía marido; Niña, deja que levante tu vestido para verte; Aquí pasó lo de siempre: han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses).

Porque esos conceptos vienen de antiguo, de muy antiguo, y Lorca ha sabido detectarlos en las palabras de los gitanos de su tierra. Como ha sabido detectar en Nueva York las claves del capitalismo salvaje que hoy nos sigue asediando, ese naufragio de sangre, donde, en impúdico reto de ciencia sin raíces, las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. (Y cómo olvidar que sin Lorca no existiría este disco de Omega, que pasado por las letras y la música de un cantautor judío canadiense, un cantaor granadino y una banda andaluza de rock con nombre anglosajón ha sido capaz de dibujar el 11 de septiembre en Manhattan cinco años antes de que sucediera).

Sin Lorca perderíamos la referencia que nos permite entender las sociedades que nos rodean

Tras la vertiginosa evolución de la sociedad española en el último siglo, podemos estar tentados de leer los romances y los dramas de Federico García Lorca como testimonios costumbristas de una sociedad arcaica, olvidada. Es cierto que el patriarcado que denuncia el poeta (Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno) es más sutil hoy; aunque muchas frases quedan en nuestra cotidianidad (Así les darás de hablar a las gentes; No maldigas, está feo en una mujer). Pero basta con levantar la vista allende el horizonte: también Yerma podría representarse hoy, letra por letra, en Marruecos, por mujeres que son Yerma. (Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí vienen las mujeres a conocer hombres nuevos y el Santo hace el milagro).

Si quitáramos a Lorca de nuestra historia, no sólo se tambalearía el idioma castellano: perderíamos la referencia que nos permite entender las sociedades que nos rodean. Cualquier cooperante o periodista que viaje por el Magreb, por Anatolia o el gran Levante podría prescindir de tesinas, análisis de sesudos politólogos o tratados sobre la religión islámica, pero no debería nunca olvidar llevarse lo esencial: una edición de bolsillo del dramaturgo andaluz.

Federico es hoy el poeta social más certero del Mediterráneo.

(¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen!)

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