Reportaje

Erdogan toma la calle

Laura F. Palomo
Laura F. Palomo
· 13 minutos
Seguidores de Erdogan en Taksim (Agosto 2015) | © Ilya U. Topper
Seguidores de Erdogan en Taksim (Agosto 2015) | © Ilya U. Topper

Estambul | Agosto 2016 · Con Ilya U. Topper

La sociedad civil paró el golpe de Estado en Turquía. No. Ali Ergin, editor de Sendika, publicación vinculada al movimiento sindical de izquierdas y activa durante las protestas de Gezi de 2013, no admite esta afirmación. Dos días después de la intentona golpista del 15 de julio, analizaba en un artículo los movimientos de calle que pronto se transformaron en una toma del espacio público inducida. Un jefe de Estado convertido en convocante de manifestaciones que durante 25 días azuzó a la población, desde atriles y mezquitas, para que mostraran su defensa de la Democracia en las calles. Todos los grupos, políticos y sociales, simpatizantes u opositores, rechazaron el golpe sin fisuras. Pero los más evitaban pasar por la emblemática plaza Taksim de Estambul, convertida en epicentro de un festival personalista.

«No hemos faltado un solo día y estamos aquí hasta la hora del rezo, a las cinco de la mañana”

Cada noche desde la asonada golpista, Taksim se muda de piel. La estampa de diversidad diurna -turistas y trabajadores, minifaldas y maletines, escotes y abayas – muta a un ambiente más recatado y monocorde. Las vallas, colocadas a las seis de la tarde, cortan el tráfico de la calle Siraselviler para abrir una vía a la llegada progresiva de simpatizantes del presidente. “No hemos faltado un solo día y estamos aquí hasta la hora del rezo, a las cinco de la mañana”, pregona Melek, una joven turca entregada a la causa: “Erdogan es Turquía y Turquía es Erdogan”.

También está definido el enemigo: Fethullah Gülen, el predicador que reside desde 1999 en Estados Unidos, pero cuya cofradía ha acumulado un enorme poder en la Administración turca. Hasta 2013, con el firme respaldo del Ejecutivo. La lucha de poder desencadenada aquel año ha convertido a sus seguidores en enemigos públicos. Ahora se les acusa de haber dirigido el golpe de Estado. Gülen ha negado todo. Pero para Erdogan, no hay dudas: es el cabecilla terrorista.

Los animadores de uno de los escenarios invitan a los asistentes a subirse a la plataforma y ponerse en el foco de una cámara que tomaría fotografías para difundir en las redes sociales con la etiqueta #meydannöbeti (misión plaza). Emocionados, los que responden al reclamo sacuden banderas turcas o banderolas con la cara del presidente Recep Tayyip Erdogan. No son pocos los que alzan la mano con los cuatro dedos extendidos y el pulgar doblado. Es la señal de Rabaa, que popularizaron los Hermanos Musulmanes en Egipto contra la represión militar del presidente Abdelfatah Sisi, y que Erdogan ha importado a Turquía.

La mañana del golpe

Es el 16 de julio. Una tensa calma se ha apoderado de las calles de Estambul, que viven una verdadera resaca golpista. A algunos todavía les cuesta creer lo que ha ocurrido durante la noche, pero todos están convencidos de que la revuelta militar tendrá consecuencias muy serias para el país.

“Es una locura. Ayer aquí mismo estaban disparando a la gente”, dice el camarero de un céntrico café que prefiere no dar su nombre. A pocos metros se encuentra la sede de TRT del barrio de Harbiye, donde se enfrentaron militares y policía. “Esto no beneficia a nadie. Esto no es lo que necesita Turquía. Mira: nadie. Esto tiene que terminar. Necesitamos tranquilidad”.

La zona de Harbiye, así como otras plazas y avenidas del centro de la ciudad, incluida la simbólica Taksim, están hoy totalmente en calma. Una calma extrema para una ciudad que vive en un continuo bullicio. En algunos vehículos ondean banderas turcas como muestra de rechazo al golpe.

En otras zonas de la ciudad la normalidad parece abrirse paso. Prácticamente todos los comercios abren sus puertas y la gente disfruta del caluroso sábado desayunando en alguna terraza. Como Can, un joven de 30 años, vecino del barrio de Kurtulus que, a pesar de estar en contra del Gobierno, también piensa que un golpe militar no es una solución. “Esto no hace más que reforzar al Gobierno que finalmente acabará imponiendo el orden por completo”.

Can, como muchos otros turcos, pasó una larga e incierta noche oyendo el ruido atronador de los cazabombarderos sobrevolando la ciudad de Estambul. “Claro que hay temor, pero en Turquía ya casi nos hemos acostumbrado a estas situaciones. Antes eran atentados; ahora esto”.

No obstante, para algunos el miedo comienza a partir de ahora, con la posible reacción del Gobierno. “Ahora tienen la excusa para atacar a todos los que consideren oportuno”, asegura una estudiante de 26 años que, confiesa, ya está preparando su salida de Turquía para finales de agosto. “Ya hemos visto cómo han reaccionado contra los militares”. La joven se refiere a las palizas que muchos militares sublevados recibieron por parte de los manifestantes civiles en contra del golpe. “Y esto va a continuar”.

Javier P. de la Cruz

Con la caída del sol, aumenta la afluencia y huele a asado. “El problema no es Turquía sino los gülenistas”, explica Mehmet, un camarero apostado en la cola para recoger el bocadillo gratis que reparten puestos de comida. “Han pasado alrededor de unas 25.000 o 30.000 personas cada noche”, asegura Natalie, encargada de poner la carne sobre el pan. La comida -bollos, agua o zumos- la entregan compañías privadas. Publicidad o adhesión a la llamada del Ejecutivo que hacía difícil determinar la financiación de este evento.

Los altavoces emiten decibelios de música, discursos y testimonios de familiares de las víctimas

A los escenarios, rodeados por pantallas gigantes y agentes de la seguridad, van subiendo caras destacadas, vinculadas al AKP, el partido del Gobierno, como el alcalde del distrito de Beyoglu en Estambul, Ahmet Misbah Demircan, cuyo discurso enardece a las masas. Los altavoces emiten cada noche decibelios de música, discursos y testimonios de las familias de los ‘mártires’ –  los 241 ciudadanos que fallecieron la noche del 15 de julio por disparos de los golpistas –  que dificultan la conversación. “Vengo a Taksim por deber a la patria”, defiende Fahri. “No esperábamos algo así de un predicador como Gülen”, añade. Un personaje que todos los asistentes rechazan. “Erdogan es un buen hombre”, insiste Mehmet, orgulloso de mostrar su adhesión. “Seguiré viniendo hasta que Erdogan lo diga”, asume Melek.

Quienes condenan la asonada pero no se sienten fieles al presidente, no hallan su lugar en la plaza, donde predomina el pañuelo religioso, que identifica a quienes se adhieron a la línea islamista del AKP, pero donde abunda incluso el niqab importada desde Arabia Saudí. Los laicos sólo tuvieron un día en Taksim, el domingo 24 de julio, convocados por el mayor partido de la oposición, el socialdemócrata CHP. Para evitar toda divisón ideológica, la formación pidió llevar únicamente banderas turcas y retratos de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República en 1923, pero los lemas coreados dejaron claras las simpatías de la muchedumbre.

Aparte de «Turquía laica» se oía el grito «Taksim en todas partes, en todas partes resistencia», el lema de las manifestaciones antigubernamentales del parque Gezi en 2013, las últimas que se han podido celebrar en la emblemática plaza.

«Es la primera vez que podemos manifestarnos en Taksim en tres años» recuerdan los laicos

«Es la primera vez que podemos manifestarnos en Taksim en tres años y estamos muy felices, es la democracia, estamos en contra del golpe y a favor de las libertades», asegura el joven arquitecto Can, asiduo de las protestas de Gezi. No ha querido acudir a las concentraciones de los seguidores de Erdogan los días anteriores. «Compartimos ser antigolpistas, nos encontramos en la defensa de la democracia, pero ellos sólo piensan en su propia democracia, son más nacionalistas y más religiosos», opina.

«Para ellos, la democracia es votar cada cuatro años, no piensan en los derechos fundamentales, y nosotros sí», añade la ingeniera Figen, que tampoco ha acudido a las manifestaciones de las noches pasadas, en las que incluso se ha pedido reintroducir la pena demuerte, algo que horroriza a los dos jóvenes. «No tengo mucho en común con ellos», admite también otra joven, Rahsan. «Soy del otro cincuenta por ciento», considera, en alusión a los votantes de Erdogan que el propio presidente ha definido a menudo como «el 50 por ciento de la nación».

Mientras, la purga

Con la estampa de una calle legitimando las acciones del Ejecutivo, los decretos emitidos en virtud del estado de emergencia que entró en vigor el 21 de julio iban provocando oleadas de suspensiones de funcionarios y cierre de medios de comunicación, además de arrestos masivos de personas vinculadas a la cofradía de Gülen, que el Gobierno ahora describe como “Organización Terrorista Fethullah Gülen (FETÖ)”. Aunque no existe resolución en Turquía que confirme esta condición, asegura Elkan Albayrak, un abogado de Estambul que ha asumido la defensa de numerosos jueces y fiscales detenidos.

“Hace años se abrió una investigación contra Gülen por formar una organización armada, pero hubo una sentencia que lo negaba y en el 2008 el Supremo confirmó la absolución”, explica. “Eso fue bajo el Gobierno del AKP cuando todavía eran aliados. Desde que se enemistaron en el 2013, se le ha vuelto a considerar terrorista sin que conste en ninguna resolución. Pero en esta ocasión, la primera acusación de pertenencia a la FETÖ lleva automáticamente a la segunda de golpista”, detalla sobre los cargos que constan sobre las decenas de miles de sospechosos detenidos.

Según el primer ministro, Binali Yildirim, 40.029 arrestos en total de los 20.355 están en prisión. Además se han cerrado 35 hospitales, 1061 escuelas, 823 residencias universitarias y 1125 asociaciones. Los altavoces del movimiento también se han silenciado: tres agencias de noticias, 16 canales de televisión, 23 emisoras de radios, 45 periódicos y 14 revistas fueron clausurados de un plumazo por decreto. La mayoría, de todas formas, ya no estaban en activo: habían sido confiscados por el Estado en meses anteriores y forzados a cambiar de línea editorial. Muchos ya habían sido liquidados.

La purga alcanza todos los estamentos sociales, donde el movimiento gülenista había conseguido crear un “Estado paralelo”. Unos 76.000 funcionarios han sido suspendidos y casi 5.000 fueron despedidos, entre ellos 3.000 vinculados con el cuerpo militar.

La despedida, baño de masas

Con unos observadores occidentales recelosos por los movimientos internos, Erdogan ha ido consolidando su apoyo social en la calle. Al menos con esa mitad de la población al que mira con desconfianza la otra media que teme la deriva autoritaria y la extensión de las purgas a todo tipo de oposición. Además del sesgo religioso y conservador de los mensajes que se han escuchado estas semanas en una Turquía qe teóricamente es laica por Constitución.

«Nunca hemos visto algo así en Turquía: la religión interfiriendo en la política. Es ilegal»

“Lo diferente ahora es la presencia de gente en las calles en apoyo al Gobierno. Los llaman desde las mezquitas. Nunca hemos visto algo así en Turquía, la religión interfiriendo en la política. Ahora lo hacen abiertamente, aunque es ilegal, y es muy peligroso. Esto sí que me da miedo”, confiesa Irfan Güler, un abogado kurdo. Cree que si Erdogan convocara elecciones “ganaría por mayoría absoluta”.

Serdar Kaya regresó a Turquía hace dos años tras quince como inmigrante en Francia. “Aquí tengo trabajo, puedo comer y vivo mejor. Turquía es un gran país”, se justifica frente a la entrada del recinto que el domingo 7 de agosto congregó en Estambul una multitudinaria manifestación antigolpista convocada por Erdogan. Ha venido solo, sin sus hijos, a diferencia de miles de familias que han llegado incluso con carritos de bebé. Serdar no se atrevía porque esperaba demasiada gente. No se equivocó. Dos horas antes del evento en la explanada de Yenikapi, las puertas estaban colapsas. Erdogan se dio un baño de masas.

Para facilitar la participación, el Ejecutivo reforzó el transporte con 250 barcos y 7.000 autobuses llegados de distintas ciudades. Todo gratuito. La respuesta fue masiva. Cientos de miles de personas no pudieron acceder y se quedaron merodeando por las inmediaciones, ocupando cafés y plazas, mientras entonaban cánticos religiosos y nacionalistas. “Ordénanos morir y lo haremos” y “Eres un regalo de Dios, Erdogan” se puede leer en las pancartas.

Dos mujeres con velo portan una horca con un muñeco de Fethullah Gülen

Dos mujeres con velo portan una horca con un muñeco de Fethullah Gülen. “Mi padre es soldado y fue expulsado por los gülenistas del Ejército. Hoy no tiene trabajo”, se queja Yusuf que ha acudido junto a su madre. Haci, cuyo padre también fue afectado por las “filtraciones” de gülenistas, asiente. Vienen para mostrar su rechazo al golpe de Estado y “mostrar que Turquía debe estar unida”.

Al gran evento, denominado “Encuentro por la democracia y los mártires” estaban invitados los ciudadanos y dos de los tres partidos de la oposición (el socialdemócrata CHP y el derechista MHP) con representación parlamentaria. El izquierdista y prokurdo HDP no fue invitado, a pesar de que ha condenado sin fisuras el golpe. Unos dos millones de banderas turcas se agitan en el recinto donde comenzaron a hablar el primer ministro Binali Yildirim, seguido de altos cargos militares y el imam jefe de Turquía, Mehmet Görmez. Mientras, Erdogan se dejaba besar por simpatizantes selecciones desde los asientos reservados para las celebridades.

El presidente fue el último en tomar la palabra en el escenario en el que reivindicó la cohesión nacional y el cierre de filas por la “democracia”. Pese a las advertencias de la Unión Europea, no desaprovechó la ocasión para volver a poner sobre la mesa la reinstauración de la pena de muerte, “si el pueblo la quiere” y “dado que se utiliza en la mayor parte del mundo, por ejemplo en Estados Unidos”.

Como colofón y en muestra de su poder convocante, Erdogan autoriza a terminar el miércoles 10 de agosto las concentraciones antigolpistas. La calle ya está tomada.

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