Opinión

El escándalo ferroviario

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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El gran escándalo ferroviario

No soy especialmente envidioso, pero sí tengo envidia de los alemanes.

Les tengo envidia por Angela Merkel.

Merkel hizo algo que era totalmente opuesto a sus intereses políticos. Abrió las puertas de Alemania a casi un millón de refugiados, en su mayoría musulmanes, muchos de ellos de Siria, desangrada por la guerra.

Ningún pueblo, ni siquiera un pueblo de ángeles o Angelas, puede absorber a un millón de forasteros sin cierta aprensión. Pero Merkel tuvo el valor moral y político de aceptar este riesgo.

Ahora sufre las consecuencias.

En el Estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, uno de los que componen la República Federal Alemana y patria chica de Merkel, ha recibido un golpe contundente. En las elecciones autonómicas, su partido cayó al tercer puesto, tras socialdemócratas y ultraderecha. Una derrota devastadora, señal de que Merkel puede perder el poder en las próximas elecciones generales.

Alemania necesita a más trabajadores, a más gente que pague impuestos, para pagar las jubilaciones

La cancillera (mi ordenador insiste que esa palabra no existe) no es estúpida. Sabía que ella y su partido podrían pagar un alto precio por su decisión respecto a los refugiados. La tomó de todas formas.

Es verdad, puede que tenga también algunas razones más prácticas. Los alemanes son un pueblo envejecido. No tienen una religión que les ordena producir más bebés de los que tienen. Alemania necesita a más trabajadores. También necesita a más gente que pague impuestos, para que el Estado pueda pagar las generosas jubilaciones a los ancianos.

Pero aún así, ningún político normal con la cabeza bien puesta habría dejado pasar una oleada tan amplia de miseria humana, y ningún otro político en Europa lo hizo. Para hacerlo hace falta tener un baremo muy alto de convicciones morales. Entre los políticos, una especie que no se distingue por altos baremos morales, eso es algo muy infrecuente.

Como dicen los alemanes: Alle Achtung. Un respeto.

Hace muchos años leí una frase llamativa en el Muro de las Lamentaciones en Colonia.

Cerca de la entrada al Kölner Dom, la magnífica catedral de Colonia, había un enorme panel de corcho. Se invitaba a la gente escribir sus reflexiones y quejas en un trozo de papel que les proporcionaba la ciudad para pincharlo allí. Una de las notas rezaba: «Queríamos traer a trabajadores y descubrimos que habíamos traído a seres humanos».

Eso ocurre ahora en Alemania, al igual que en otras ciudades europeas, que han aceptado un número mucho mejor de inmigrantes.

Angela Merkel, hija de un párroco cristiano, me impresiona como mujer valiente, moral, obstinada

Alemania no tiene una tradición de grandes mujeres soberanas, como Isabel I de Inglaterra, María Teresa de Austria o Catalina la Grande de Rusia (que era alemana).

Angela Merkel, hija de un párroco cristiano, me impresiona como mujer valiente, moral, obstinada. Si yo llevara sombrero – ningún israelí laico lleva – me lo quitaría ante ella.

Pero hay un contrapeso a esta admiración y el asco que siento por el partido que la venció en las elecciones de Pomerania.

La «Alternativa por Alemania», que alcanzó el segundo puesto en ese Estado, es exactamente el tipo de partido que detesto en cualquier país. Una formación de ultraderecha, populista y demagoga.

Yo nací en Alemania, hoy hace exactamente 93 años, cuando un demagogo ridículo intentó montar un golpe de Estado en Múnich. La policía local y el Ejército lo aplastaron. La gente que seguía a Adolf Hitler entonces eran del mismo tipo que ahora los votantes de la ultraderecha de Pomerania.

Adolf Hitler finalmente llegó al poder, inició una guerra mundial que costó muchos millones de vidas humanas y destruyó Alemania (eso, al margen del holocausto). Yo estaba seguro de que algo así no podría volver a ocurrir en Alemania. En cualquier otra parte, sí, incluso en Israel, pero no en Alemania. Los alemanes habían aprendido la lección. Niemals wieder. Nunca más.

¿Cómo puede un partido de la extrema ultraderecha, racista y xenófobo, alcanzar siquiera un modesto triunfo electoral? Incluso si aceptamos que Hitler y sus nazis era algo único, esto es un fenómento extremamente preocupante.

Vi en mi juventud el ascenso de los nazis. No esperaba volver a ver algo así una segunda vez en mi vida

No hace falta tener un arraigado complejo judío para ver encenderse una luz roja. Confieso que estoy apabullado y también un poco preocupado.

En mi juventud vi el ascenso de los nazis. No esperaba volver a ver algo ni remotamente similar una segunda vez en mi vida.

Aun, Angela Merkel sigue en el poder y parece estar decidida a seguir su estrella y su política.

Como dije, envidio a su pueblo.

No creo que nadie en el mundo envidie a Israel por Binyamin Netanyahu.

De hecho, si tuviera que imaginar a un político que es exactamente lo opuesto a Angela Merkel, se me ocurriría Netanyahu.

Merkel es una heroína moral, Netanyahu es un cobarde moral.

Esto se ha visto en la farsa política que ha sacudido Israel en los últimos días: El gran escándalo ferroviario del shabat.

Israel es oficialmente un «Estado judío y democrático». Bueno, ni del todo judío ni del todo democrático, pero tanto da.

Siendo un Estado judío, Israel es el único país del mundo que no tiene transporte público durante el shabat, es decir el tiempo comprendido entre la puesta del sol del viernes hasta la aparición de tres estrellas en el atardecer del sábado. (No he visto estrellas en Tel Aviv desde que era un crío).

¿Por qué? Entre las dos enumeraciones de los Diez Mandamientos en la Biblia hay una diferencia neta. En la primera  versión (Éxodo, 20), la razón es divina: «Porque en seis días, el Señor creó cielo y tierra… y descansó el séptimo».

Pero en la segunda versión (Deuteronomio, 5), la razón es puramente social: «… para que tu esclavo descanse igual que tú. Y recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto». (El original hebreo pone «esclavo», aunque la traducción suele decir «siervo»).

En shabat no hay transporte público. Quien no tiene coche, no puede irse a la playa

A la mayoría de los ateos también nos gusta el shabat: el país está tranquilo, la mayoría podemos descansar o divertirnos. Pero ahí está la cuestión, como habría dicho Hamlet, que no era judío. ¿Cómo puede una persona pobre, que no posee coche propio, llegar a la costa mediterránea o al Lago de Galilea en el norte, al Mar Muerto en el este o al Mar Rojo en el profundo sur?

No puede. Se queda en casa y maldice a los rabinos.

Los rabinos están en la coalición gubernamental. Sin ellos, la derecha no tiene suficientes votos. La izquierda tampoco. De manera que hay que sobornarles. El resultado: no hay transporte público.

Este acuerdo se basa en algo llamado el status quo, que no es hebreo bíblico sino latín. Significa «el estado que», abreviando la parte de «…existía antes de (la guerra)». En nuestro caso, se refiere a la situación que se supone que existía antes de fundarse Israel.

La ley dice que los judíos no harán ningún trabajo durante el shabat, pero permite al ministro de Trabajo exceptuar determinados oficios si es absolutamente necesario para mantener en funcionamiento una sociedad moderna, tal y como asuntos de agua, electricidad etcétera. Los partidos ultraortodoxos están de acuerdo, a cambio de un módico precio (dinero para sus colegios, en los que se enseñan únicamente las escrituras sagradas).

Este status quo es bastante fluido. ¿Incluye arreglar raíles ferroviarios? Depende. Depende del estado de ánimo de los rabinos. Y del dinero que cambia de dueño.

De repente se ha expuesto en público que las autoridades ferroviarias llevan todo el rato haciendo reparaciones esenciales de las vías durante el shabat. Los rabinos amenazaron con derrocar el Gobierno. Así que Netanyahu claudicó el viernes de la semana pasada, diez minutos antes del inicio del shabat, y ordenó que se parase de inmediato todo trabajo ferroviario.

Los rabinos amenazaron con derrocar el Gobierno si continuaba haciendo arreglos ferroviarios en shabat

Esto provocó un desastre. El tráfico no se reanudó tampoco el domingo, para que se pudieran hacer las reparaciones necesarias durante este día laboral. Un caos tremendo.

Hay que subrayar que el ferrocarril no juega un gran papel en Israel. El transporte público utiliza sobre todo autobuses. El primer ferrocarril lo construyeron los turcos para facilitar el peregrinaje a La Meca. Los británicos añadieron algunas vías, especialmente durante la II Guerra Mundial, para transportar a sus tropas a Egipto.

La línea de Haifa a Damasco era el blanco de muchos chistes. Una señora llamó al maquinista: «¡Nos está siguiendo una vaca!» El hombre respondió, con toda calma: «No se preocupe. No nos adelantará».

Ahora tenemos a un nuevo ministro de Transportes, muy ambicioso, que quiere modernizar el ferrocarril. También insinúa que en algún momento querrá suceder a Netanyahu. Pero a Netanyahu no le gusta la gente que quiere sucederle, sea ahora mismo, sea en un lejano futuro. De manera que aprovechó la oportunidad para sabotear a su ministro.

A Netanyahu no le gusta la gente que quiere sucederle, así que aprovechó para sabotear a su ministro

La crisis llegó al Tribunal Supremo y éste decidió que el primer ministro no tiene competencias para cerrar el ferrocarril. Sólo el ministro de Trabajo tiene la autoridad de expedir o cancelar permisos de trabajo en shabat. Netanyahu pudo respirar hondo: ya no es su responsabilidad. Que se peleen los ministro de Transportes y Trabajo entre ellos. Cuanto más, mejor.

Durante esta semana, todo el mundo siguió el drama: ¿se reanudarán los arreglos de las vías en shabat o no? Los pobres soldados que tienen permiso para quedarse en casa en shabat ¿podrán utilizar el ferrocarril para volver a los cuarteles el domingo?

(Yo fui soldado, y nunca tuve demasiada prisa para volver al cuartel).

Sea como fuere, Netanyahu se ha perfilado una vez más como un político oportunista sin muchas agallas, que cede fácilmente ante las presiones en asuntos menores y no se ocupa en absoluto de temas importantes.

No, tristemente, de Angela Merkel no tiene nada.
© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 10 septiembre 2016 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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