Opinión

El de los refugiados

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

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Así que António Guterres. La verdad es que no había seguido las quinielas de los últimos meses para averiguar quién iba a ocupar durante el próximo lustro ese cargo que debería ser el más poderoso del mundo – no lo es: le gana de calle cualquier ejecutivo de la Banca – y que la BBC ha llamado “el curro más complicado del mundo”. Un curro que da úlcera, según me dijo uno que tiene que saberlo: Boutros Boutros-Ghali, que tuvo que presenciar en directo el genocidio de Ruanda sin poder hacer nada.

Las guerras las hacen otros, y a la ONU le queda el papel de la chica con la fregona

Así que ahora le ha tocado este trabajo a António Guterres. El de los refugiados. No puedo decir que siga su trayectoria desde los inicios, aunque desde luego hace un poco de ilusión pensar que se metió en política justo después de la Revolución de los Claveles. Con los socialistas, que era en aquella época lo más razonable que se podía hacer, porque los comunistas tenían muy claro entonces que no querían una democracia burguesa para Portugal. Luego llegó a primer ministro.

Dicen que no lo hizo mal, pero que perdió popularidad cuando se derrumbó un puente en mi patria chica, en Entre-os-Rios (59 muertos; menos mal que yo ya no vivía allí: lo crucé muchas veces) y que esto llevó a que dimitiera meses después, tras un mal resultado de las elecciones locales. Eso fue cuando aún había políticos que dimitían.

Si mal no recuerdo sólo me encontré con Guterres una vez. Hace poco más de un año y aún era alto comisionado para los refugiados, jefe del ACNUR, cargo que ocupó durante diez años, de 2005 a 2015. Fue en una conferencia de prensa en Estambul, y dio todos los titulares.

“We are not longer able to clean up the mess”. Lo digo en inglés porque es difícil de traducir. Imagínense una de Tarantino (Pulp Fiction) y el dilema de cómo quitar la sangre del coche después de pegarle un tiro a alguien sin querer, una escena que bien podría llamarse Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre, aunque esa es otra peli.

No son los países ricos los que en este momento tienen a los refugiados en sus fronteras

Pues ese es el cometido que tiene el ACNUR hoy día: las guerras las hacen otros, sin preocuparse de cuánto salpique, y a la ONU le queda el papel de la chica con la fregona. “Hacen las guerras confiando en que nosotros, la sociedad civil, el ACNUR, las ONGs, ya arreglaremos el desaguisado», dijo Guterres. «Pero no: ya no somos capaces de arreglarlo. Ya no tenemos capacidad ni recursos».

Habría deseado que algunos políticos escucharan a Guterres ese día. Quizás alguno leyera lo que los periodistas mandábamos desde la sala. Pero desde luego, de nada sirvió. La guerra sigue. Y sigue habiendo millones de refugiados en Turquía, sin que los países de Europa – y mucho menos aún los países árabes del Golfo, denunció Guterres – quieran hacerse cargo. Negocian miserables cuotas, retornos, deportaciones, erigen vallas y muros, y suben las polémicas en la prensa, fingiéndose amenazados por una “oleada”, todo con tal de no ver. El portugués lo dijo con más diplomacia: “La discusión dramática sobre los grandes números de refugiados que llegan a los países desarrollados no se corresponde con la realidad».

Porque no son los países ricos los que en este momento tienen a los refugiados en sus fronteras; son los pobres o medio pobres. “Son Líbano, Jordania, Kenia, Etiopía… “ recordó Guterres. En Líbano, un tercio de la población son ya refugiados (sirios o palestinos), y aquí nos peleamos por cien más o cien menos.

“Los refugiados no son terroristas. Son las primeras víctimas del terrorismo”. Me habría gustado que lo hubiera escuchado aquel ministro de Defensa español que hablaba de infiltrados del Daesh entre los refugiados (con pretextos espurios). Y siguió: sí, todo país tiene derecho a cerrar sus fronteras a los inmigrantes en busca de una vida mejor, pero no tiene derecho a cerrarlas ante quienes huyen de una guerra: “Tienen la obligación legal de acoger a refugiados”.

Tajante. Sin discusión. Ustedes han firmado la Convención de Ginebra de 1951: cúmplanla. Y no confundan las dos condiciones, no metan en el mismo saco a refugiados y a inmigrantes, porque no es lo mismo, aunque en la prensa es fácil de hacer el mismo drama de ambos.

Tener el derecho a cerrar la frontera a inmigrantes no significa tener razones para hacerlo

Y tener el derecho a cerrar la frontera a inmigrantes, subrayó Guterres, no significa tener motivos o razones para hacerlo. “La migración no es un problema sino una solución para los problemas del mundo”, insistió. Portugal, eterno país de emigrantes, y ahora nuevamente, sabe un rato de esto, recordó. Y por cierto, a los refugiados también se les debería permitir trabajar. “Beneficia a ambas partes: facilita la integración de los solicitantes, los hace menos vulnerables, y también puede ayudar a la economía del país que los acoge».

Es una señal de rara, casi extraña, clarividencia de los grandes potencias del mundo – al secretario general lo propone el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas – que se haya elegido para el cargo de máxima relevancia – que no poder – internacional a quien mejor conoce el drama que en los últimos años está desgarrando parte de nuestro mundo, todo el Mediterráneo oriental. Esta es la parte que vemos. Y siguen ahí – nos lo recordó él – Somalia, Afganistán, Congo… “Las viejas crisis nunca mueren”.

Y en los tiempos que corren, pese a quienes nos quieren hacer creer que ya no existen las ideologías, que ya no existe derecha e izquierda, también da algo de esperanza que el nuevo secretario general sea quien fue presidente de la Internacional Socialista durante seis años (hasta 2005). Ya sé que los partidos socialistas han colaborado en la última década plenamente en el acoso y derribo de los Estados de bienestar que fundaron en los ochenta, pero tengo por mí que en muchos casos menos por voluntad y más a punta de una pistola cargada con primas de riesgo. Como ocurrió en Portugal, forzado a pedir un rescate que no necesitaba, forzado a entregar hasta su soberanía legisladora.

Tengo la sensación de que la elección de António Guterres es una buena noticia

No me hago ilusiones: António Guterres tampoco podrá arreglar el mundo desde la silla en la que le han sentado hoy. Pero al menos podrá hablar y tendrán que sacarlo en televisión en lugar de dejar que tres periodistas de agencia apunten sus palabras en una sala de hotel mediano de la periferia de Estambul.

Recuerdo la invasión de Iraq: nadie la pudo frenar, y mira que unos cuantos millones salimos a la calle por ello. Pero en aquellos días, un titular recorría la prensa: Hay dos superpotencias en el mundo: Estados Unidos y la opinión pública. Estaban enfrentados. Y en aquel caso, al frente del bando del No a la guerra se había puesto Kofi Annan.

No he visto hacer lo mismo a su sucesor: cumplió las escasas expectativas que teníamos de él. Pero tengo la sensación de que la elección de António Guterres es una buena noticia.

Ahora, quizás volvamos a ver en las pantallas a alguien que nos pregunte, tal y como lo hizo hace medio siglo un poeta al que le acaban de dar, en una carambola de justicia histórica, el Nobel, lo que bien cabe preguntar hoy a unos cuantos dirigentes, de Moscú a Washington y Damasco:

How many deaths will it take till he knows
That too many people have died?

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