Entrevista

Soledad Puértolas

«Ojalá podamos reconducir el debate sobre el sexismo en el lenguaje»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Soledad Puértolas (2011) | © Casa de América (Cedida)
Soledad Puértolas (2011) | © Casa de América (Cedida)

Sevilla| Octubre 2016

Escritora de larga trayectoria, Académica de la Lengua, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ha sido siempre un capítulo aparte en el panorama de la narrativa española. Ganadora del premio Sésamo en 1979 con El bandido doblemente armado, del Planeta 1989 con Queda la noche, y del Anagrama de Ensayo 1993 con La vida oculta, entre otros muchos títulos, acaba de publicar en Anagrama su segundo libro de relatos consecutivo, Chicos y chicas, “que no es más que la relación con el otro. Ahí entra todo, sobre todo a edad temprana. El gran problema de la adolescencia es ese, chicos y chicas”.

En este nuevo libro se ha decidido por la tercera persona. ¿Es por huir de la tiranía del Yo en las letras actuales?

«En este nuevo siglo, la familia se ha convertido casi en la protagonista de los relatos»

Sí, dada la presencia invasora del Yo, he tenido necesidad de investigar esa vía diferente. Claro que la tercera persona de hoy no es la de antaño, aquellos narradores omniscientes y omnipotentes. Esta que es muy rica, porque está muy pegada al narrador, pero además te da una perspectiva. Ahora mismo estoy escribiendo una novela, de nuevo en primera persona, pero hay momentos en que vuelvo a la tercera. De alguna manera, es más serena.

Hoy se escribe mucho sobre relaciones familiares. Usted también pasó por ahí, ¿es uno de las grandes cuestiones de nuestro tiempo?

La relación familiar ha cobrado, en efecto, mucha importancia. Hemos pasado de las grandes crónicas a los asuntos familiares, es toda una tendencia de la literatura desde principios de siglo… ¡desde principios del siglo XX, quiero decir! [Risas] En este nuevo siglo, la familia se ha convertido casi en la protagonista de los relatos. Y creo que Freud tiene mucho que ver con esto. Y el hecho de que el individuo se sienta muy perdido, la pérdida de valores colectivos…

¿El paradigma familiar ha quedado invalidado?

«No busco la complicación o sofisticación, sino esta llaneza de la que hablaba Cervantes»

No solo eso. Ahí se fraguan las primeras emociones, que si no nos determinan, si nos condicionan muchas vivencias, nuestra forma de ver la vida… Lo que en general nos interesa a los lectores y a los escritores de esta corriente es la formación de la persona. Cómo se hace la persona. Y la familia es el entorno más significativo y potente, incluso para querer romper con ella. Se han producido unos cambios muy fuertes. El individuo tiene cada vez más peso, y cada vez sufre más de soledad. Es una época que nos ha obligado a mirar mucho nuestra identidad.

Cuando usted empezaba a publicar, chocó mucho que algún personaje tuviera sexo con un casi desconocido. ¿Siente que hizo su contribución al famoso destape?

No especialmente, no era consciente. Me asombraba cuando me hacían estas preguntas, porque es que la realidad era así: era lo que tenía a mi alrededor, lo que percibía. Creo que todos los escritores, aunque no seamos costumbristas, lo hacemos de una forma más o menos consciente. Los valores de una sociedad se van a notar en lo que escribes, si eres alguien interesado en ligarlo todo. Me fascina la relación de las distancias cortas con el entorno. Si la distancia corta la aíslas, si te quedas con el plano de detalle de la película, pierdes todo lo demás. Por eso lo que reflejé era una sociedad que cambiaba

También se le acusaba de escribir como una anglosajona traducida. ¿Era porque huía del casticismo?

En el lenguaje, no. Lo que pasa es que no me interesa el reflejo de las costumbres más anecdóticas, prefiero profundizar en lo universal. Esto, claro, no de una forma consciente, te vas orientando de una forma muy intuitiva. La necesidad de comprensión que tenía me llevó a buscar esos puntos en común. Sí he podido rechazar, a lo mejor, actitudes cerradas, las escenas que se empantanan en modismos… Y con el lenguaje, sí he sido cada vez más consciente, buscaba algo que se pueda entender, pero con la pureza de la expresión. No buscar la complicación o sofisticación, sino esta llaneza de la que hablaba Cervantes. Toda llaneza es poca, entendida como pureza, no como bajar el nivel. El nivel es aquel con el que nosotros queramos impregnar a las palabras.

Ya que cita a Cervantes, a quien dedicó su discurso de ingreso en la RAE, me preguntaba si el IV centenario de su muerte se nos ha ido sin estar a la altura, si se podría haber hecho más…

Es difícil. Yo he participado en muchos actos, desde el punto de vista personal, no he parado en todo el año. Ha faltado coordinación, quizás, pero esto no es la lengua de Shakespeare, no es Inglaterra, tenemos otra manera de celebrar. Lo más importante, al final, es que leamos más. No por leer, sino porque la riqueza de la literatura, si se pierde, luego es muy difícil de recuperar. Yo cambiaría todas las celebraciones por una intensificación de los programas de la enseñanza de la literatura. Hacer un esfuerzo por plantearlo de manera que ilumine, que sea atractiva, que no resulte impositiva.

Hace poco, sin embargo, se hizo pública una encuesta según la cual al 42,3 % de los españoles “no les gusta leer”.

«Los niños pequeños, y las niñas, tienen pasión por la lectura, les encantan los cuentos»

Claro, eso nos deja perplejos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Bien es cierto que ha coincidido un momento social muy difícil, con esa invasión de otros medios de entretenimiento que han arrasado entre los jóvenes. Pero los niños pequeños, y las niñas, tienen pasión por la lectura, les encantan los cuentos, ¿qué pasa? ¿por qué no puede mantenerse ese hábito? Aparece la maquinita, está ahí y no podemos obviarla. Es un tema que me rebasa y a veces me agobia. Pero es la sociedad que nos ha tocado vivir, y siempre ha habido problemas con la lectura. Antes eran los monjes los únicos que leían, figúrate cómo ha ido cambiando.

¿Qué cree que no se ha dicho, o subrayado, sobre una obra tan social, tan vigente, como El Quijote?

El Quijote es la primera gran reflexión sobre el individuo. El momento en que un personaje se hace cargo de todo el sentido de la realidad, es impresionante cómo se adelanta a nuestras inquietudes. Para Don Quijote, la realidad es como la ve él, independientemente de cómo la ven los demás. Y hemos llegado a la conclusión de que es lo que nos pasa a todos, aunque él intenta imponer su visión contra viento y manera, a veces de forma violenta. Pero esa es su gran aportación, la importancia de tus ideales, de lo que tú crees, lo que quieres conseguir, es más fuerte que la realidad; cómo la realidad interior se impone sobre la exterior. Eso, y hablar. Es la novela donde se habla y se habla, y cómo la palabra es el único elemento de comprensión. Es casi un elemento casi propagandístico: es la novela que nos enseña que hay que hablar, y no liarse a tiros. Don Quijote echa a veces mano de las armas, pero todos acaban dialogando, siempre. Y si no nos entendemos, hay que seguir hablando.

Usted formó parte de la comisión creadora del Instituto Cervantes. ¿La institución de hoy se parece a lo que querían?

«El lenguaje está vivo; las imposiciones no funcionan, pero tenemos que ser conscientes de los cambios»

En el momento en que yo estaba en el ministerio de Cultura, con Javier Solana, había esta carencia, no teníamos un instituto parecido al Goethe, al British Council o a la Alianza Francesa… Claro, estos institutos siempre derivan a un lado o a otro, hacia la cultura o hacia la enseñanza. Es un punto muy difícil de determinar, que tiene que ver con el dinero que se tenga. Son institutos que dependen mucho de los presupuestos, y en época de crisis quedan más desprovistos de toda la parte cultural. Puedes comprender que hay otras prioridades, pero la cultura sale perjudicada.

Siguiendo con la RAE, ¿hay un debate pendiente sobre el sexismo en el lenguaje?

Por supuesto, no lo podemos negar. El lenguaje está vivo, la sociedad también, es verdad que las imposiciones no funcionan, pero tenemos que ser muy conscientes de los cambios y atender todas las propuestas que se hacen. En esto soy muy abierta, y además creo que el lenguaje siempre lo ha sido. El lenguaje precisamente es aquello que nos expresa, lo que ocurre es que hasta que se fijan los conceptos, a veces pasan siglos. Quizá debamos acostumbrarnos a que los cambios sean más veloces.

Como académica, ¿tiene algún consejo para evitar el exceso de imposición, y también la tentación de creer que el lenguaje está perfecto tal y como está?

La academia es un conjunto de personas que hablan y discuten. Si tuviera una conversación con quienes quieren imponer, les explicaría que no puedes tener un divorcio enorme entre el lenguaje político y el lenguaje social, en que nos expresamos todos. Tenemos que ser flexibles, unos y otros. Ver qué queremos expresar. Muchas veces, por ahorrarnos palabras, cometemos injusticias, dejamos fuera a muchas personas. A lo mejor hay que sacrificar una parte de la economía para favorecer la expresión. Y otras veces no… Cuanto más conscientes seamos de todo esto, más lo asimilaremos. Cuanto más hablemos, más veremos el camino.

Dos académicos empezaron a discutir sobre la cuestión y han acabado dando un espectáculo…

Ya… Es poco edificante. Es género humano, el individuo a veces, pues… Al final se desvirtúa el debate, absolutamente. Es una pena, habría que hablar de esto en unos términos que nos involucren a todos. Esperemos que se reconduzca.

Otra polémica de nuestros días, el Nobel a Dylan. ¿Se podría otorgar a Serrat o a Silvio Rodríguez la máxima distinción literaria de nuestro idioma?

«Son discutibles los Nobel de la Paz, pero en las Artes creo que todo el mundo se merece un premio Nobel»

Yo lo que creo que ha querido la Academia –creo, ¿eh?, no lo he reflexionado mucho– es hacer una cosa excepcional. No parece que vaya a tener continuidad, es un personaje que les ha parecido excepcional, es una institución respetable, que hagan lo que quieran. Me parecen más discutibles los Nobel de la Paz, pero los de las Artes, creo que todo el mundo se merece un premio Nobel. A Dylan lo admiro, me parece fantástico como cantante, lo que pasa es que parece que no lo encuentran…

Hay quien defiende la idea de que la poesía existe porque unos señores fueron de aquí para allá con su guitarra, hace muchos siglos…

Claro. Los de la guitarra, ahora, los hay de todas clases, magníficos y sin ninguna gracia. Yo no lo tomaría como un signo de cambio de nuestros tiempos.

Después de haber trabajado en el mundo editorial, ¿cómo cree que ha cambiado ese ámbito en las últimas décadas?

No tiene nada que ver. No solo en cuanto las nuevas técnicas, sino que el negocio, la caída de los hábitos de lectura, está apoyado sobre la idea de los best-sellers, que es un poco excluyente de una literatura no tan vendible. Y esa otra literatura, que es la que buscamos muchos, la que significa más que el mero entretenimiento, o que comunique algo más, está siendo muy difícil. No hay editores, ni escaparates para esos libros. Cuando termino un libro, me pregunto, a ver qué va a pasar ahora… Pero no hay que desesperar, la necesidad de creación es muy patente.

De los grandes editores que ha tratado, ¿quién le enseñó más?

Tengo suerte de tener a Jorge Herralde, que confía en mí. No me puedo quejar desde el punto de vista personal, sí desde el colectivo.

Me llamó la atención saber que odiaba viajar. Escribir un libro como Compañeras de viaje, ¿es una forma de delegar en sus personajes?

«A veces puede ser maravillosa, pero la aventura física de salir de casa me cuesta muchísimo»

Por supuesto, es una forma de aliviarme de esa carga que no sé si es pesada, pero sí puede llegar a ser inquietante. A veces puede ser maravillosa, pero la aventura física de salir de casa me cuesta muchísimo. Al parecer no es tan raro, somos personas que nos sentimos muy desprotegidas fuera de nuestro aire, y lo pasamos mal. Es una deficiencia. Hay personas muy viajeras, que se sienten mejor viajando que en casa. Pero tal vez tendemos a fijarnos en los detalles hostiles, pero quién sabe si podemos hacer algo con esa capacidad. Por ejemplo, consolar a las personas que les pasa lo que a mí, o enseñar a los otros lo que no ven.

Siempre que hablo con aragoneses, confiesan que no sienten nada mediterráneos, incluso manifiestan cierta fobia al mar. Usted es nadadora, ¿tiene otro punto de vista?

Claro, veo en Aragón una vocación que tiene mucho de nostalgia del mar, por esa huella histórica. Paso mucho tiempo en Galicia, y para mí el mar ha sido como encontrar el complemento perfecto. En los paisajes de interior aragoneses hay una nostalgia del agua.

 

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