Opinión

Tosantos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

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Corre por las redes sociales una protesta: No queremos celebrar Halloween. De hecho, son dos protestas: por una parte está la Iglesia Católica, que ha perdido, como le suele pasar, una gran oportunidad para quedarse callada. Por otra están los que se sulfuran porque Halloween es un invento comercial yanqui o algo por el estilo, que no tiene nada que ver con nuestras tradiciones.

No no, nuestra tradición es cantar villancicos. Esos que dicen que a Belén va una burra. Belén, localidad que, según los mapas, se halla en Levante, el Levante allende mar, entre Siria y Egipto. Allí donde también iban los Reyes Magos montados en un animal tan patrio como es, de toda la vida, el camello. Y qué decir de la Semana Santa: si Dios elegió un determinado monte Calvario, más bien una modesta colina, en el extremo oriental del Mediterráneo para morir y salvar la humanidad, qué se le va a hacer, no se nos ocurrirá pensar que fue un truco de las agencias de viaje de la época para fomentar el turismo a una esquina que carecía de especial atractivos, sin las luces rojas de Petra, sin los veleros del Nilo y sin el ajetreo cosmopolita de Tiro. Mirándolo bien, la inversión en marketing debe de haber sido la más rentable de la historia.

Basta con agarrar una calabaza y disfrazarse de esqueleto, como en esas danzas macabras medievales

Halloween, en cambio, no es más que una fiesta de campesinos con hortalizas de allá de la periferia norte, no sé si Escocia o Irlanda. Y ni siquiera hace falta acordarse de dónde exactamente, basta con agarrar una calabaza y disfrazarse de esqueleto, como en esas danzas macabras – así se llamaban – que se celebraban en la Edad Media en toda Europa, sí, también en España, antes de pasarse de moda en el barroco, pero no sin haber hecho un cameo en el Quijote (II, XI).

Pero pasó de moda, argumentarán algunos, y toda la parafernalia de disfraces que se desplega hoy desde los jardines infantiles hasta las oficinas de las empresas más serias es un puro rollo comercial para vender máscaras y pinturas. Quién lo duda. Aunque un poco low-cost. Si usted busca la relación perfecta ritual-precio (perfecta para el vendedor, no para el bolsillo de usted), compre un vestido de primera comunión.

¿Un país que ha seguido a Lulú a través de sus edades, puede salivar ante 50 sombras de machismo gris?

Sí sí, a mí también me preocupa la colonización cultural anglosajona. Y tanto. Me parece muy grave que un país que ha seguido a Lulú a través de todas sus edades, sea capaz de salivar ante cincuenta sombras de machismo gris. Me pregunto cómo a las herederas de Carmen Rico Godoy se les puede vender la falacia de que Sexo en Nueva York habla de la liberación de la mujer. Me quedo patidifuso al ver una generación criada con las locuras de Almodóvar haciendo cola en las superproducciones de una industria capaz de fabricar panfletos prosistema como Forrest Gump. Un país que le ha visto las tetas a Elena Anaya en pantalla grande no debería jamás usar una red social que elimina un desnudo de Auguste Rodin por “inmoralidad”.

Sí: eso es grave. No porque estas producciones sean americanas o británicas sino porque difunden una ideología victoriana de mojigatería chic que España dejó atrás el año de la muerte del dictador, precisamente porque había aprendido – a bofetada limpia, en colegios de monjas y de curas – de reconocerla como lo que es: represión sexual. No importa el lugar de procedencia de las ideologías, religiones y costumbres. Importa lo que expresan.

La falacia de que toda tradición y costumbre que está arraigada en un lugar sirve perfectamente a sus habitantes, pero no a los del país de al lado, es preocupante. Sirve para justificar la inmovilidad y, peor, la opresión de cada población local por quienes se erigen en los guardianes de esta tradición. Lo vemos estos días con el pañuelo islamista, que para empezar ni es tradición pero se vende como tal. “Que lo hagan en sus países”, proclaman algunos: como si allí fuera menos grave ocultar a la mujer por considerarla objeto sexual. Llegan hasta el punto de decir que “la democracia no se puede exportar”, sugiriendo que en países como Iraq no les hace ninguna falta tener una sociedad democrática, cuando ya dijo el maestro Amin Maalouf que la democracia “siempre ha sido un producto de exportación”.

Está en la naturaleza de las religiones expandirse cual manchas de tinta por una hoja absorbente

Sí: todo se exporta. Las religiones y las ideologías, el cristianismo, el islam, el comunismo y el fascismo. ¿En qué se inspiraba la primera Constitución española de 1812 si no era en la Revolución francesa? Se escribió en un Cádiz sitiada por un ejército francés salido de aquella misma revolución, pero no importaba: las ideas habían llegado antes que los soldados. ¿Y qué leían los primeros dirigentes de la guerra de la independencia argelina –que se desató en el Tosantos Rojo hace 62 años precisamente hoy – si no eran las obras de pensadores comunistas y socialistas europeos?

También la siguiente guerra de Argelia, la contrarrevolución islamista de 1991 que dura hasta hoy, se basa en una ideología importada, en este caso desde Arabia Saudí y sus alrededores. Como todo lo que se llama islam en nuestras longitudes. Está en la naturaleza de las religiones expandirse cual manchas de tinta por una hoja absorbente. Precisamente por eso, la Iglesia Católica, que tan bien supo expandirse y fagocitar ritos paganos como el Halloween celta o sus diversas variantes en toda Europa, hace un espantoso ridículo al pretender que la misma fiesta que durante siglos ha vendido como “cristiana” en las islas británicas, de repente ya no sea lícita cuando se redifunde a España en versión modernizada.

A quién no le gustan las geminadas, siempre puede acudir al mercado de abastos de Cádiz

¿Miedo a la competencia comercial? Algunos obispados, como el de Cádiz, han intentado subir la apuesta del marketing: si los niños se disfrazan de monjitas y los niños, de santitos, todo quedará muy correcto y podrá llamarse Holywins. No es exactamente inglés, pero parece. Al menos, a los obispos. Si los niños son suficientemente tontos como para creer que lo guay es el nombre inglés del asunto, y no la transgresión de ser muerto, vampiro o demonio, es otra pregunta.

Porque de eso trataba la fiesta: de transgredir, una vez al año, el mundo de los vivos y fingir que se borran las fronteras. Que las tumbas se abren y todos somos inmortales, o todos muertos ya, tanto da. Impostar la muerte, reírse de ella, perderle el miedo. Por un día.

A quién no le gustan las geminadas, sean ll o w, siempre puede acudir al mercado de abastos de Cádiz. Allí lo llaman Tosantos. Y si bien no hay esqueletos ni demonios, si hay transgresión: este día, las hortalizas se tornan humanas, los pescados, alcaldes y barrenderos, las cabezas de cerdo, señores con gafas. Son ellos, los animales que mueren cada día en nuestra mesa, los que se vuelven vivos y nos recuerdan que todos somos de la misma condición, a cualquier lado de la tumba. La Iglesia, precisamente la de Cádiz, ha preferido no acordarse, y no porque no sea una fiesta patria: no sirve para vender disfraces, me temo. Pues mira, que le den calabazas.

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