Opinión

Confesión de un megalómano

Uri Avnery
Uri Avnery
· 8 minutos

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El taxista que me trajo a Ramala no tuvo problemas con los puestos fronterizos israelíes. Simplemente los evadió.

Te ahorra muchos problemas.

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (así como de la OLP y del Movimiento Fatah), Mahmud Abbas, me había invitado a participar en las consultas conjuntas palestino-israelíes previas a la conferencia internacional en Paris.

Puesto que Benjamín Netanyahu se ha negado a participar en el evento de Paris codo con codo con Mahmud Abbas, la reunión de Ramala tenía la intención de demostrar que gran parte de la sociedad israelí sí apoya la iniciativa francesa.

Así como suena, la reunión de Ramala no fue simple en absoluto.

Los extremistas palestinos sostenían que cualquier reunión con los israelíes servía a la “normalización”

Antes de la muerte de Yaser Arafat en 2004, esas reuniones eran casi rutinarias. Desde nuestra primera reunión inédita en Beirut en 1982, durante el bloqueo israelí, Arafat se reunía con muchos israelíes.

Arafat tenía una autoridad moral casi absoluta, e incluso sus rivales en su propio bando aceptaron sus decisiones. Dado que, después de nuestra primera reunión, decidió que las reuniones palestino-israelíes servían a la causa de la paz palestino-israelí, incitó mucho a celebrar estos eventos.

Después de su asesinato, la tendencia opuesta ganó terreno. Los extremistas palestinos sostenían que cualquier reunión con los israelíes, cualquiera que fuese, servía a la “normalización” (un terrible, terrible hombre del saco).

Abbas ha puesto fin a esa tontería. Al igual que yo, cree que el Estado palestino y la independencia sólo pueden lograrse mediante una lucha conjunta de las fuerzas de paz de ambos lados, con la ayuda de las fuerzas internacionales.

Con este espíritu, nos invitó a Ramala, ya que normalmente no se permite a los palestinos entrar en territorio israelí.

Me sentó junto a él en el escenario y comenzó la reunión.

Mahmud Abbas –o “Abu Mazen”, como se le conoce generalmente- tuvo la amabilidad de mencionar que él y to somos amigos desde hace 34 años cuando nos conocimos en Túnez, poco después de que la OLP se mudara allí, tras abandonar Beirut.

Tengo respeto a Mahmud Abas.  El objetivo es aguantar y sobrevivir. Él es bueno en eso

Durante varios años, cuando mis amigos y yo íbamos a Túnez, se seguía el mismo procedimiento: primero nos reuníamos con Abu Mazen, que estaba a cargo de los asuntos israelíes, y elaboramos planes para una acción conjunta. Luego pasábamos a la oficina de Arafat. Arafat, que tenía una capacidad casi sobrenatural para tomar decisiones rápidas, decidiría en cuestión de minutos “sí” o “no”.

No podría haber dos personajes más distintos que Abu Amar (Arafat) y Abu Mazen. Arafat era un tipo “cálido”. Abrazaba y besaba a sus visitantes al viejo estilo árabe (un beso en cada mejilla para los visitantes ordinarios, tres besos para los preferidos). Después de cinco minutos, te sientes como si lo conocieras toda la vida.

Mahmud Abbas es una persona mucho más reservada. También te da un beso y un abrazo, pero no le surge tan natural como a Arafat. Es más distante. Se parece más a un director de un colegio de secundaria.

Tengo mucho respeto a Mahmud Abas. Necesita un gran coraje para hacer su trabajo: ser líder de un pueblo que está bajo la brutal ocupación militar, obligado a cooperar con la ocupación en algunos asuntos, tratando de resistir en otros. El objetivo de su pueblo es aguantar y sobrevivir. Él es bueno en eso.

Cuando le felicité por su coraje, soltó una carcajada y me dijo que yo había sido más valiente entrando a Beirut durante el sitio en 1982. Gracias.

Incluso antes de Netanyahu, el Gobierno israelí consiguió dividir en dos a los palestinos en el país. Simplemente rechazaron cumplir su solemne promesa, dada en Oslo, de crear cuatro “comunicaciones seguras” entre Cisjordania y Gaza, y así convertieron la división en casi inevitable.

Ahora, cuando oficialmente trata al moderado Abbas como amigo y a los extremistas de Hamás como enemigos, nuestro Gobierno actúa exactamente en la manera contraria. A Hamás se le tolera, a Abbas se le considera un enemigo. Eso parece perverso pero tiene bastante lógica: Abas puede hacer que la opinión pública en todo el mundo se incline a favor de un Estado palestino. Hamás no puede.

Tras el encuentro de Ramalá le entregué a Abbas un plan para que lo analizara.

Se basa en la evaluación de que Netanyahu nunca dará su acuerdo a verdaderas negociaciones de paz, dado que estas llevarían inevitablemente hacia una solución de Dos Estados, ¡oh no, no!

Propongo convocar una “Conferencia popular por la paz” que se celebraría, digamos, una vez al mes en el país. En cada sesión, la Conferencia tratará con uno de los apartados del futuro acuerdo de paz, como la ubicación definitiva de las fronteras, el tipo de frontera (¿abierta?), Jerusalén, Gaza, los recursos hídricos, las medidas de seguridad, los refugiados etcétera.

Se publicará el “Acuerdo popular de paz” definitivo, incluso con desacuerdos definidos

Un número igual de expertos y activistas de ambos bandos negociarán, pondrán todo sobre la mesa y se pelearán hasta estar de acuerdo. Si se puede alcanzar un acuerdo, genial. Si no, se definirán claramente las propuestas de ambos bandos y se dejan para después.

Al final, después de, digamos, medio año, se publicará el “Acuerdo popular de paz” definitivo, incluso con desacuerdos definidos, para servir de guía a los movimientos de paz en ambos bandos. Se continuarán negociandos los puntos en desacuerdo hasta que se llegue a un acuerdo.

Abbas escuchó atentamente, como suele hacer, y al final prometí enviarlo un memorándum escrito. Acabo de hacerlo, después de consultar con algunos de mis compañeros, como Adam Keller, el portavoz del movimiento Gush Shalom.

Mahmud Abbas se está preparando ahora para acudir a la conferencia de París, cuyo objetivo oficial es movilizar el mundo a favor de la solución de los Dos Estados.

A veces me pregunto cómo es que no me he contagiado con la megalomanía (algunos de mis amigos aseguran que eso no me podrá pasar porque ya soy un megalómano).

Pocas semanas después de la guerra de 1948, un minúsculo grupo de jóvenes en el nuevo Estado de Israel se reunió en Haifa para debatir un camino hacia la paz basado en lo que ahora se llama solución de los Dos Estados. Uno era judío (yo) otro era musulmán y uno era druso. A mí me acababan de dar de alta en el hospital y todavía llevaba mi uniforme militar.

Nadie prestó ninguna atención a este grupo. No había nadie interesado.

Hoy no hay nadie por ahí que crea en nada diferente a la solución de los Dos Estados

Unos diez años más tarde, cuando yo ya era diputado (también, por cierto, habían llegado a este cargo los otros dos), fui al extranjero para ver a quién podía convencer. Deambulaba por Washington, me reunía con personas importantes en la Casa Blanca, en el Ministerio de Exteriores y en las delegaciones de Naciones Unidas en Nueva York. Camino de casa me recibieron en los Ministerios de Exteriores de Londres, París y Berlín.

En ninguna parte le interesaba a nadie. ¿Un Estado palestino? Qué tontería. Israel debe negociar con Egipto, Jordania y los demás.

Di muchas decenas de discursos sobre esta propuesta en la Knesset. Algunas potencias empezaron a fijarse. La primera era la Unión Soviética, aunque bastante tarde, bajo Leonid Brezhnev (1969). Le siguieron otros.

Hoy no hay nadie por ahí que crea en nada diferente a la solución de los Dos Estados. Incluso Netanyahu finge creer en ella, a condición, claro, de que los palestinos se conviertan en judíos o emigren a Groenlandia.

Sí, yo sé que no lo hice yo. Lo hizo la Historia. Pero se me puede permitir sentir un poquito de orgullo. O un poquito de megalomanía.

La solución de los Dos Estados no es ni buena ni mala. Es la única.

Es la única solución que hay.

Sé que hay gente buena, incluso admirable, que cree en la así llamada solución del Estado Único. Me gustaría pedirles que evaluaran los detalles: ¿cómo sería, cómo funcionarían de verdad el Ejército, la Policía, la economía, el Parlamento? ¿Con un apartheid? ¿Con una guerra civil eterna?

No. Desde 1948 todo ha cambiado, pero no ha cambiado nada.

Lo siento, la Solución de los Dos Estados sigue siendo la única partida que se puede jugar.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 14 Enero 2016 | Traducción del inglés: Imane Rachidi

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