Opinión

Cuando el crimen tiene premio

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

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“La culpa no la tiene el asesino sino la víctima”. Es el título -polémico por descontado- de una nouvelle del autor austríaco Franz Werfel (1920) que exploraba una relación padre-hijo. También es la ideología que las redes sociales atribuyen estos días a un periodista, Manuel Molares, del que sé muy poco, salvo que estoy en sus antípodas ideológicas, y que ha firmado una breve columna (Víctimas de su sexismo) para denunciar que “hay mujeres que se entregan voluntariamente a hombres violentos sabiendo que pueden matarlas”.

Encerrarlo en su caverna con un bozal es una de las medidas más suaves que las redes sociales han propuesto para acallar al mensajero. Se entiende la reacción visceral, visto el lenguaje empleado por Molares, arremetiendo contra el feminismo, describiendo a los asesinos como buenos amantes y derivando su atractivo de los dioses griegos, como si no fuera la Iglesia Cristiana la que ha impuesto este modelo patriarcal en Europa. Pero lo realmente grave no es el lenguaje ni el enfoque ideológico del opinador: lo grave es que los hechos que describe son reales.

Muchas víctimas de la violencia machista vuelven con su agresor tras el primer episodio de golpes

Es real que gran parte de las víctimas de la violencia machista – no solo en España, también en países del norte de Europa – vuelven con su agresor después de haber sufrido el primer o segundo episodio de golpes, amenazas o chantaje, a menudo después de haberlo denunciado ante los tribunales. Incluso después de haberse emitido una orden de alejamiento.

Hay muchos casos en los que se puede explicar por los condicionantes: porque hay hijos en común, porque se comparte vivienda y no hay ingresos para buscar otra, porque la víctima depende económicamente del agresor… Pero hay otros muchos (el caso del 1 de enero de Rivas Vaciamadrid es un doloroso ejemplo) en los que solo queda concluir que la mujer volvió por libre voluntad con un hombre cuyo carácter machista y violento ya conocía.

Esto, desde luego, no es de ninguna manera un atenuante para el asesino. Para el crimen cometido no tiene relevancia lo que haya hecho o haya dejado de hacer la víctima. Es obvio que el peso de la ley tendrá que caer entero sobre el agresor, y no he visto a nadie ponerlo en duda.

Encarcelar a los asesinos de mujeres es fácil; lo importante es conseguir que no haya más asesinatos

Pero desde Victoria Kent, como tarde, deberíamos saber que las penas “estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social” (Constitución Española, Art. 25): la cárcel no es una venganza sino un intento de la sociedad de corregirse y de ir eliminando de su seno no al delincuente sino al delito. Encarcelar a todos los asesinos de mujeres para que se pudran en la cárcel es fácil; lo importante es conseguir que no haya más asesinatos machistas. Y no se trata siquiera de reeducar al asesino individual –eso es cuestión de los psicólogos de la cárcel – sino de modificar la sociedad para desterrar, para siempre, el concepto de “matar por amor”.

Sí, se asustarán ustedes que utilice una palabra tan bonita como amor hablando de un asesino. Pero basta con revisar cine y literatura del siglo XX para acordarse – por si a ustedes se les ha olvidado – que hasta ayer mismo fue un concepto homenajeado por nuestros clásicos, de Fritz Lang a Joan Baez. Es esta ideología la que hay que desterrar. Y para ello no basta con encarcelar al asesino. Hay que preguntarse qué ocurre.

¿Por qué ellas se ven impulsadas a “dar otra oportunidad”?

Hay que preguntarse por qué una mujer, tras denunciar la violencia machista de un hombre, elige volver con él. ¿Es porque los hombres machistas “son buenos amantes que establecen una relación morbosa” como proclama Molares? ¿Es por la abnegación de un espíritu cristiano, que busca redimir al hombre y llevarlo por el buen camino, liberarlo de sus impulsos violentos? Puede que toda opción nos parezca denigrante para la víctima – porque es denigrante – pero eso no nos libera de la pregunta: ¿Por qué ellas se ven impulsadas a “dar otra oportunidad”?

Deberíamos preguntárnoslo. Deberíamos preguntarlas, antes de que las asesinen. Porque por cada mujer asesinada hay muchas, quizás decenas, que están a punto de serlo y que escapan con suerte. Supervivientes. Muchas de ellas, supervivientes tras darle otra oportunidad y otra al crimen, a la violencia, al machismo.

Toda mujer en esta situación merece apoyo a ultranza para salir de la trampa y sobrevivir. Jamás debemos decir: “Se lo ha buscado”. Si alguien lo dice es un desalmado.

Pero no debemos confundir tampoco esta situación con el “Se lo ha buscado” de los machistas – hombres y mujeres: las hay hasta ministras – que justifican una agresión sexual porque la víctima llevaba minifalda. O porque iba por un callejón oscuro a las tres de la madrugada. O porque estaba borracha. Porque dejemos claro esto: llevar minifalda – o las bragas en la cabeza o lo que se le ocurra – yendo borracha a las tres de la madrugada por cualquier calle es un derecho humano inalienable de cualquier persona, y la Justicia debe garantizar este derecho. Jamás hay justificación para una agresión sexual.

Pero estar junto a un hombre machista y violento no es un derecho inalienable. Es una traición.

El asesinato es solo el último y terrible escalón de un largo camino de sometimiento

Es una traición a un siglo de lucha feminista que intenta, con inmenso esfuerzo, enderezar esa rueda torcida de la humanidad, fomentada por las religiones patriarcales – cristianismo, judaísmo, islam, en perfecta armonía – que pone a las mujeres bajo tutela de los varones, las convierte en propiedad, en cosa sobre la que tomar decisiones. Sabemos que el asesinato es solo el último y terrible escalón de un largo camino de sometimiento, de control, de celos, de chantajes, de amenazas, de insultos y de juramentos de amor eterno.

Ha costado mucha sangre y sigue costando sangre acabar con el desequilibrio legal entre los sexos, llegar al menos al punto de poder proclamar que ningún hombre debe considerar propiedad a una mujer. Y quien lo haga, señores, merece rechazo.

Lo verdaderamente grave, y de nada sirve callarlo, es que hay muchos hombres hoy día que siguen considerando propiedad suya a cualquier mujer que se les acerque, y que no sufren el inmediato y rotundo rechazo de todas las mujeres con las que se cruzan. Que levante la mano quien no haya visto nunca a una amiga entregada a un hombre al que ella misma consideraba machista y del que, no obstante, se declaraba enamorada.

No: enamorarse de un hombre machista no es un derecho. Es un error

No: enamorarse de un hombre machista no es un derecho. Es un error. Y es una colaboración con un modelo de sociedad que desemboca en el asesinato. Porque al enamorarse, al hacer caso a sus exigencias (“Borra a tus ex de Facebook”, “Déjame las claves del móvil” ) se está premiando a un comportamiento criminal. Se está dando la razón a aberraciones como la de aquel tipo de Madrid que imparte talleres sobre “seducción”, invitando a romper la resistencia de las mujeres mediante la falta de respeto y la imposición de la voluntad masculina. Se le ha declarado persona non grata en varias ciudades: esto es un fracaso. Lo que debería pasar es que cerrase el chiringuito por falta de clientes: porque todo el mundo sabe que así no funciona.

Lo grave es que muchos hombres aún piensan que la violencia funciona, porque a muchos de ellos aún les funciona.

No. Al machismo no se le puede dar otra oportunidad. Ni en la mayor locura de amor

Todos conocemos a mujeres que reconocen haber cometido este error pero que siguen cayendo en él. Pregunten ustedes mismas por qué lo hacen. Por qué siguen premiando al machismo por encima del respeto, por qué encuentran atractivo a un hombre que se arroga el poder de decidir sobre su voluntad. Por qué están colaborando con el enemigo.

Porque la batalla está planteada, y es una batalla donde hay muertes. Muertas, para ser exacto. Y siempre las pone el mismo bando, porque los asesinos están en el lado del patriarcado. Y no basta con que policía y jueces hagan el trabajo que les corresponde – cada denuncia retirada es una puerta abierta a más maltrato – porque desterrar el crimen es tarea de toda la sociedad. El racismo no se combate solo encarcelando a neonazis: se combate dejando de reír las gracietas racistas. No están lejos las épocas en los que un asesino machista encarcelado podía recibir cartas de admiradoras.

Mientras no desterremos el machismo de nuestra cama, sin remisión y sin perdón, la lucha contra la violencia asesina se asemeja al intento de acabar con los incendios haciendo una caza al pirómano tras calcinarse el monte, pero entregando un tarjeta black a cada persona que tire una colilla encendida por la ventana.

No. Al machismo no se le puede dar otra oportunidad. Ni en la mayor locura de amor. Porque lo que está en juego no es solo la vida de la mujer que ofrece esta oportunidad. Es la vida de todas las demás mujeres.

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