Crítica

Historias de no contar

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos
Acantilado
Dirección: Helena Tabernataberna-acantilado

Género: Largometraje
Intérpretes: Daniel Grao, Juana Acosta, Goya Toledo, Ingrid García Jonsson, Ana Gracia
Produccción: Lamia Producciones
Guión: Helena Taberna, según una novela de Lucía Etxebarría
Duración: 108 minutos
Estreno: 2016
País: España
Idioma: castellano


El filme empieza bien:
con una docena de figuras vestidas de blanco que bailan con antorchas alrededor de una hoguera y luego se lanzan, una por una, al mar.

Es una secta, nos ha quedado claro. Con final suicida. Buen material para crear un thriller: Gabriel, hermano de una de las adeptas, llega a Canarias para identificar los cuerpos y ver si entre ellos está el de Cordelia. No está. Empieza la búsqueda de la desaparecida. Con ayuda de la ex compañera de piso de la chica, Helena, y de la inspectora Santana, altiva pero tenaz.

Un thriller es un buen pretexto para contar una historia. Por ejemplo de cómo una secta engancha a sus adeptos. Pero este punto lo iremos descartando conforme avanza la película: prácticamente no hay escenas con diálogo entre los seguidores de la madre Heidi; lo que vemos de su trabajo diario – cuidar la plantación de verduras – más bien aburre, y la única escena de alegre recreo en la playa es de una decencia, una mojigatería casi insultante: vamos, esta secta no se inventó para hacer orgías. Para qué exactamente, no lo sabremos. Se nos supone que como espectadores tenemos claro que las sectas son capaces de captar a gente, y es cierto. Son capaces, las madres Heidi existen. No hace falta explicarlo, si la historia está en otra parte.

Ya era hora de tener en el cine español un personaje como la inspectora Santana

La historia fluctua a ratos sobre la relación entre Gabriel (Daniel Grao) y Helena, que sin duda le gusta (a quién no le gustaría enrollarse con Juana Acosta), pero para que la chica, que fue un tiempo amante de Cordelia, se convierta realmente en un polo de atracción capaz de separar a Gabriel de su novia-muy-novia en la lejana Bilbao y crear un dilema de triángulo emocional, primero tendríamos que saber qué siente él realmente por esa novia, si es que siente algo, si no se juntó con ella – y hace planes de futuro – simplemente porque es lo que toca si eres un joven y exitoso fiscal. Una curva emocional muy plana para un protagonista, aunque la de Helena tampoco se perfila más: en realidad, la relación que desarrollan ambos como mucho justificaría un polvo. Como mucho.

Está la historia de la inspectora Santana, su subordinado, Martínez, y su agente Julián, infiltrado en la secta. Esa no está mal, sobre todo porque la inspectora nos gusta (muy convincente Goya Toledo en este papel de tipa dura, cortante, siempre a la defensiva, dispuesta a mostrar su autoridad, precisamente porque tiene ese cuerpo de modelo, esas ganas de ser una mujer joven y guapa, una vez fuera de su despacho). Ya era hora de tener un personaje así en el cine español. Pero el conflicto de lealtad/traición con Martínez no da para más de minuto y medio, y lo de Julián…

La relación entre los hermanos Gabriel y Cordelia es la materia más potente, pero tampoco se cuenta

No, tampoco sabemos realmente si la inspectora y el agente están enamorados, si tienen un simple tonteo, y si a Julián le supone un drama convertirse en amante de una de las personas que debe vigilar, o si son gajes de oficio. Podemos intuirlo, podemos pensar que se anuncia una tragedia emocional tras algunos planos silenciosos, siempre que pensemos dentro de los raíles clásicos según los que un beso en pantalla es una promesa de amor eterno. Pero esta historia tampoco se nos cuenta.

Está la historia que realmente importa: la relación entre Gabriel y Cordelia. Llevan años sin verse, casi sin hablarse. Desde que él la abandonó. O eso dice él, quizás para enmascarar un choque más profundo. Quizás para callar una historia de amor entre hermanos. Le quieren hacer creer que por eso, él tiene la culpa de que ella se metiera en una secta. Esta es la materia más potente del filme, y por eso el mayor delito de Acantilado es que esta historia tampoco se nos cuenta.

Porque como thriller, qué quieren que les diga, no funciona. Para que nos creamos el personaje de un arqueólogo académico reconocido y a la vez cómplice en una trama delictiva de altos vuelos, un filme debería centrarse mucho en este personaje, no reducirlo a deus ex machina para resolver flecos sueltos.

No, no es que el filme cuente una historia inverosímil. En Canarias hay sectas y policías y conexiones bancarias, y mucho dinero de niños ricos y abducidos, y seguro que hay asesinatos y suicidios. Y arqueólogos. Todo eso está bien. Lo malo es que si una no se decide qué historia quiere contar exactamente, no puede contarla bien.

 

¿Te ha gustado esta reseña?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación

Donación únicaQuiero ser socia



manos