Opinión

Cruzados y sionistas

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Hace unos días, yo estaba sentado en un restaurante en Cesarea, mirando el mar. Los rayos del sol bailaban sobre las olitas y detrás de mí se alineaban las ruinas misteriosas de la antigua ciudad. Hacía calor, pero no demasiado, y yo pensaba en las Cruzadas.

Cesarea la fundó el rey Herodes hace unos 2000 años y la nombró según su soberano de Roma, Augusto César. Luego volvió a ser una ciudad importante en la época de los cruzados, que la fortificaron. Estas fortificaciones son las que ahora convierten el lugar en una atracción turística.

Durante algunos años de mi vida, yo estaba obsesionado con las Cruzadas. Empezó durante la «Guerra de Independencia» de 1948, cuando por casualidad leí un libro sobre las Cruzadas y me enteré de que sus tropas se habían asentado en las mismas localidades frente a la Franja de Gaza que ahora ocupaba mi batallón. Los cruzados tardaron varias décadas en conquistar la Franja, que en esa época se extendía hasta Asquelón. Y ahí sigue Gaza hasta hoy, en manos de musulmanes.

Acabada la guerra, yo leía todo lo que podía sobre las Cruzadas. Cuanto más leía, más me fascinaban. Tanto que hice algo que no hice nunca antes ni después: escribí una carta al autor del libro que se consideraba la mayor autoridad sobre esa época, el historiador británico Steven Runciman.

«Quería llamar el libro ‘Un manual para los sionistas de cómo no hacer las cosas'»

Para mi sorpresa, recibí de inmediato una respuesta escrita a mano, en la que Runciman me invitaba a ir a verle, si en algún momento pasaba por Londres. Unas semanas más tarde resulta que pasaba por Londres y lo llamé. Me insistió en que lo visitara de inmediato.

Como casi todos aquellos que combatieron contra los británicos en Palestina, yo era un anglófilo. Runciman, un aristócrata británico típico con toda la peculiar idiosincracia que esto conlleva, me parecía encantador.

Hablamos durante horas, y continuamos la conversación cuando mi mujer y yo lo visitamos más tarde en una antigua fortaleza escocesa en la frontera con Inglaterra. Rachel, que era aun más anglófica que yo, casi se enamora de él.

Hablábamos de un tema que yo había puesto sobre la mesa desde el principio en nuestro primer encuentro: «Cuando usted escribió su libro ¿pensó alguna vez en las similitudes entre los cruzados y los sionistas de hoy día?»

Runcimán contestó: «La verdad, casi no pensaba en otra cosa. Al libro quería ponerle de subtítulo: ‘Un manual para los sionistas de cómo no hacer las cosas'». Se rió un momento y añadió: «Pero mis amigos judíos me aconsejaron mejor no ponerlo».

De hecho, en Israel es casi tabú hablar de las Cruzadas. Tenemos algunos expertos, pero en general se evita el tema. No recuerdo que en los pocos años que pasé en el colegio hubiese oído hablar nunca de las Cruzadas.

Entre Bar Kojba y el sionismo, en Palestina no ocurría nada, según se enseña en el colegio

Eso no es tan sorprendente como parece. La Historia judía es etnocéntrica, no geográfica. Empieza con nuestro antepasado (legendario), Abraham, y sus charlas con Dios, y continúa hasta la derrota de la rebelión de Bar Kojba contra los romanos en el año 136 d.C.

A partir de ahí, nuestra Historia se despide de Palestina y se da un garbeo por el mundo, concentrándose en sucesos que ocurrieron a los judíos, hasta el año 1882, cuando los primeros presionistas fundaron algunas colonias en la Palestina otomana. Durante todo el tiempo en medio, Palestina estaba vacía. Allí no ocurría nada.

Eso es lo que los niños israelíes aprenden todavía hoy.

En realidad, en esos 1746 años pasó un mogollón de cosas, más que en muchos otros países del mundo. Al Imperio romano le siguió el bizantino, el árabe, el otomano y el británico, hasta 1948. Los reinos de los cruzados eran un capítulo propio e importante.

La mayoría de los israelíes se sorprenderían al enterarse de que los cruzados residieron en Palestina casi 200 años: mucho más tiempo que los sionistas hasta ahora. No era un episodio breve, fugaz.

La similitud entre cruzados y sionistas impacta a primera vista. Ambos movimimientos trasladaron un gran número de personas de Europa a Tierra Santa (durante el primer medio siglo de su existencia, los sionistas trajeron casi únicamente a judíos europeos a Palestina). Dado que ambos llegaron de occidente, la población local musulmana los consideraba invasores occidentales.

Ni los cruzados ni los sionistas tuvieron un solo día de paz durante toda su existencia. La sensación de estar bajo una perpetua amenaza militar dio forma a toda su historia, su cultura y su carácter.

Los cruzados tenían algunos armisticios temporales, especialmente con Siria, pero nosotros ahora también tenemos dos «acuerdos de paz», con Egipto y Jordania. También se parecen más bien a armisticios, al no haber ningún sentimiento real de paz o de amistad con estos pueblos.

Tanto entonces como ahora, la suerte de los cruzados la favorecía el hecho de que los árabes no paraban de pelearse entre ellos. Hasta que el gran Salah-ad-din (Saladino), un kurdo, apareció en escena, unió a los árabes y derrotó a los cruzados en la batalla de los Cuernos de Hattin, cerca de Tiberíades. Después, los cruzados se reagruparon y aguantaron en Palestina otras cuatro generaciones.

La ministra de Justicia quiere que por ley, los «valores sionistas» prevalezcan sobre los «valores democráticos»

Tanto los cruzados como los sionistas se consideraban, de forma bastante consciente, como «cabeza de puente» de Occidente en una región ajena y hostil. Los cruzados, desde luego, llegaron como un ejército de Occidente, para reconquistar el Monte del Templo en Jerusalén. Theodor Herzl, el fundador del sionismo moderno, escribió en su libro Der Judenstaat, la Biblia del sionismo, que los judíos serviríamos en Palestina de avanzadilla de la cultura (occidental) contra la barbarie (musulmana).

La Ciudad Santa, por cierto, sigue siendo hasta hoy el foco de una batalla diaria. Esta misma semana, las autoridades israelíes permitieron a dos diputados de extrema derecha entrar en el área del Monte del Templo, afortunadamente sin incitar las confrontaciones entre judíos y musulmanes que tuvieron lugar en ocasiones anteriores.

También la semana pasada, nuestra ministra de Justicia (a la que yo he llamado «un diablo disfrazada de bella mujer») acusó al Tribunal Supremo de Israel de poner los derechos humanos por encima de los «valores del sionismo» (sean lo que sean). Ya ha propuesto una ley para dejar claro que estos «valores sionistas» son legalmente superiores a los «valores democráticos» y tienen preferencia.

La similitud es aun más evidente cuando hablamos de la paz.

Para los cruzados, la paz era impensable. Toda su empresa se basaba en la meta de liberar Jerusalén y toda Tierra Santa («¡Dios lo quiere!») del islam, el enemigo mortal. Eso excluye de antemano toda paz con los enemigos de Dios.

Los sionistas hablan de la paz sin parar. No pasa una semana sin que Binyamin Netanyahu emita alguna emocionante declaración sobre cuánto ansía la paz. Pero ya está absolutamente claro que ni sueña con abandonar ni un palmo de tierra al oeste del río Jordán. Hace pocos días confirmó de nuevo públicamente que no «arrancará» ni un solo asentamiento del suelo de Cisjordania. Bajo la ley internacional, todos estos asentamientos son ilegales, todos.

Por supuesto hay enormes diferencias entre los dos movimientos históricos, tan enormes como las diferencias entre el siglo XI y el XXI.

¿Nos podemos imaginar a los caballeros templarios con bombas atómicas? ¿Saladino con tanques? ¿El viaje de los caballeros hospitalarios de Clermont a Yafa en avión?

Los judíos en la Europa del XIX, con sus naciones, eran una excepción, un vestigio del Imperio bizantino

En la época de las Cruzadas, la idea de «nación» moderna aún no había nacido. Los caballeros eran franceses, ingleses o alemanes, pero en primer lugar eran cristianos. El sionismo nació de la voluntad de convertir a los judíos del mundo en una nación en el sentido moderno de la palabra.

¿Quiénes eran estos judíos? En la Europa del siglo XIX, un continente de naciones nuevas, eran una excepción antinatural, y por eso se les odiaba y se les temía. Pero en realidad eran un vestigio no reformado del Imperio bizantino, en el que la identidad de todas las comunidades se basaba en la religión. Las comunidades étnico-religiosas eran autónomas y legalmente se hallaban bajo la jurisdicción de sus dirigentes religiosos.

Un hombre judío de Alejandría podía casarse con una chica judía de Antioquía, pero no con su propia vecina cristiana. Una mujer católica romana de Damasco se podía casar con un hombre católico de Constantinopla, pero no con el griego ortodoxo de enfrente. Esta estructura legal todavía existe en muchos países exbizantinos. Incluido – usted nunca lo habría adivinado – Israel.

Pero aparte de todas las diferencias de época, la comparación sigue siendo válida y da mucho que pensar. Sobre todo si uno está sentado en la costa de Cesarea, con la impresionante muralla de los cruzados justo a sus espaldas, y a pocos kilómetros del puerto de Atlit, en el que los últimos cruzados fueron arrojados literalmente al mar, cuando todo acabó, hace solo 726 años.

Como dijo Runciman, espero que aprendamos a tiempo a no ser como ellos.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 2 Sep 2017 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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