Crítica

Yijab para pijas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

Patrizia Finucci
I love Islam

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Género: Novela
Editorial: Algaida
Páginas: 304
ISBN: 978-84-9877-818-2
Precio: 18 €
Año: 2010 (2012 en español)
Idioma original: italiano
Título originalI love Islam
Traducción: M. P. V.


Este podría ser uno de los mejores libros
de los últimos años sobre islam, mujeres, feminismo y prensa. Una pequeña genialidad satírica. «Cinco chicas occidentales solteras y fashion descubren un islam que conquista» dice el subtítulo en la portada de la edición española, que mantiene el título italiano original, I love Islam.

Veamos: la narradora en primera persona, que casualmente se llama igual que la autora, Patrizia, y también es periodista italiana como ella, decide un día escribir un libro sobre islam, feminismo y mujeres. La idea le viene cuando una amiga suya, tan pija y burguesa como ella, se casa con un turco. ¡Un turco! Pero ¿cómo es posible, santo cielo?

Habrá que investigar, concluye Patrizia (Patty para las amigas), qué hace tan atractivo el islam (aunque ni siquiera sabe si el turco en cuestión es musulmán). Plantea la operación conocimiento en su grupo de amigas más cercanas, con nombres como Meg, Wanda, Colla o Tamara, alguna felizmente casada, otras en perpetuo estado de alerta, como exige su condición de cazadoras empedernidas de novios potenciales, lo cual crea no poco conflicto si echan el ojo a la misma presa.

El contacto con el islam: un jovencito tunecino, exóticamente, musculosamente, musulmán

La mayor parte del tiempo, sin embargo, la dedican a comentar los precios de su último chal vintage o las bondades del nuevo té exótico-afrodisíaco; hay que consolarse con algo. Y ahora canalizan toda esta energía impulsiva a apoyar los avances de la investigación de Patty y a aportar sus propias experiencias sobre el contacto con el islam. Verbigracia un jovencito tunecino, exóticamente, musculosamente, atractivamente musulmán, o un guía turístico turco, que ¡ay! tiene pinta de homosexual.

Y ahí sale a la calle, armada de bloc y bolígrafo, la intrépida Patty y se dedica a investigar el fenómeno. Recogiendo datos sueltos de prensa, libros, países lejanos, metiendo todo en la batidora y sacando un gazpacho fabricado con latigazos saudíes, uñas pintadas en Emiratos, cambios de sexo en Irán, prisiones en Sudán, burkinis en las playas francesas, novelas eróticas de sirias exiliadas, el escote de las cantantes libanesas, fetuas asesinas indonesias y mujeres yihadistas. Exactamente como hacen —es tan conseguido que ni siquiera parece parodia— la mayoría de los periódicos que usted encontrará en el kiosco. Y ni siquiera digo solo los malos.

Y como hacen la mayoría de los periódicos, hasta los que se tienen por faro de la prensa patria, tras una breve entrevista con Margot Badran —aquella académica mutada en defensora de la autorregulación del mercado religioso en asuntos de la mujer— pasa a quienes realmente nos pueden contar qué es el islam y dónde va hoy día, y por qué hay que amarlo: las conversas españolas. Sí: María Laura Rodríguez (Quiroga). Ella. Con toda su retahíla de que si una lleva el velo es por decisión propia, por fe, por identidad, por libertad, siempre por libertad.

Y como todos sus modelos, las reporteras de la vida real, Patty evita cuidadosamente preguntar a su entrevistada en qué estima tiene el diccionario si llama libertad a la decisión de no poder quitarse algo. Eso sí, apunta con cierta malicia el origen de esta lumbrera del islam: «Antes era una hippy. Luego pasé al heavy metal, y luego lo intenté con el punk».

«¿Utilizar burkini? ¿Yo? No, no me hace falta, solo voy a la piscina en el horario reservado a mujeres»

Por supuesto, a la modesta Quiroga le gana por goleada su homóloga en Estados Unidos, Amina Wadud, la gran dama del islam norteamericano y corifeo en todo lo que es islam y mujer en el mundo, el ejemplo vivo de que se puede ser una musulmana pía y una mujer emancipada: es hija de un pastor metodista y pasó por la fase de monja budista antes de desembocar en la mezquita.

Emancipadas, sí. Este es el retrato de las mujeres que Patty se va encontrando por toda Europa. «¿Utilizar burkini? ¿Yo? No, no me hace falta, solo voy a la piscina en el horario reservado a mujeres». Y ante este despliegue de libertad de movimiento, las amigas de la reportera tienen una idea que da fe de su profunda comprensión de las dinámicas socioculturales del mundo en el que viven: Si la mujer musulmana se va liberando de las ataduras, y esto significa que accede al nivel de ponerse un velo floreado, en lugar de uno negro, ¿por qué no aprovechar el mercado?

Y ahí va Wanda a montar un negocio basado en la haute couture para empresas en Qatar, con filiales en París. Para velos de mujeres emancipadas. Velos que hacen juego con el esmalte de uñas y que cuestan aproximadamente un año de salario de todas esas mujeres musulmanas que no se ponen esmalte porque están fregando. Y que quizás nunca en la vida se han puesto un velo porque aún no les han dicho que eso lo manda su religión.

Hay puntos en los que la parodia de Patrizia Finucci llega a doler, lo reconozco. Pero qué quieren: es así como la prensa europea refleja los «avances» del islam. Ni siquiera falta la publicidad entre párrafo y párrafo, como en la prensa de verdad: si las grandes marcas a las que recurren las cuatro amigas pijas regalasen a la autora un accesorio por cada mención, Patrizia Finucci podría poner una tienda.

Para dar mayor sensación de realismo, la novela —que sea novela lo pone en la contraportada del libro, y uno está tentado a volver a verificarlo, pero sí, la editorial lo encuadra en su colección de ‘Narrativa romántica’— utiliza profusamente notas a pie de página para dar la fuente (normalmente prensa internacional) de todo lo que está relatando, como si de un ensayo se tratara. Parece hasta real.

Wanda se disfrazará con un burka  y Patty tomará nota de las reacciones de los transeúntes

Y como en la vida real, la reportera Patty evita cuidadosamente, a lo largo de 300 páginas, cruzarse con una sola mujer que le pueda contar la opresión que significa el velo, la segregación de sexos, la terrible presión sobre las adolescentes en las familias europeas reislamizadas, wahabizadas, el gueto. Aunque sabe que todo eso del velo es un fenómeno nuevo: las chicas a las que entrevista Patty, y que eligen voluntariamente el hiyab o el niqab son todas —lo dicen— hijas de mujeres que no llevan pañuelo.

No, en lugar de preguntar a una mujer que realmente está forzada o se ha forzado a llevar niqab, Patty tiene una mejor idea: Wanda se disfrazará con un burka —ese que trajo hace años el novio de Patty, que es reportero de verdad y ha ido a Afganistán— y ella tomará nota de las reacciones de los transeúntes. Incluido el momento cuando, tras su paño azul, pide un vermú en el bar. Espero que a Günter Wallraff no le estalle el diafragma de la risa cuando vea cómo se puede caricaturizar su método de trabajo para llevarlo hacia el absurdo.

El traductor ha intentado colaborar a su manera y ofrece una parodia de traducción

Es la traca final del libro. Y lo cerraríamos entre risas, si no fuera porque la obra tiene un fallo, y es que el traductor, o la traductora —su mayor acierto es ocultar púdicamente su identidad tras las siglas M. P. V.— ha intentado colaborar a su manera y ofrece un texto que es una parodia de traducción. Del «No me invitó a su matrimonio» (por boda), pasamos a los «inmigrantes bien insertados» en la sociedad, activamos la fantasía al leer que las mujeres europeas llevan «los perizomas al aire» pero acabamos claudicando ante la tarea de averiguar qué o quiénes pueden ser los gullahs (sic) que promulgan tantas normas islámicas.

Ya no sabemos si lo de escribir un par de veces yijab por hiyab es cosa de la traducción o un guiño de la autora a la ignorancia reinante. Pero cuando uno ve que con la frase «No hay una sin el pelo al descubierto» (pág. 203) se quiere decir que todas las mujeres presentes llevaban velo, ya se acaba el cachondeo. ¿Cuántas frases más puede haber en el libro que dicen lo contrario de lo que pretenden? ¿Quizás hayamos entendido todo mal? ¿Estamos seguros de que es una parodia? ¿Y qué si es la autora, y no el personaje, quien…? No, eso es imposible, pero ¿y qué si el lector no se da cuenta de la sátira y se toma el libro en serio?

Menos mal que en la última página, el novio de la periodista Patty, el verdadero reportero, el que ha viajado a países musulmanes, dice la única frase del libro que no es una caricatura, antes de apagar la luz: ¿De qué libertad estamos hablando, cuando ni siquiera puedes elegir no creer?

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