Crítica

Increíble pero cierto

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos

Ivo Andric
El elefante del visir
andric-elefante

 

Género: Novela
Editorial: Xordica Editorial
Páginas: 296
ISBN: 978-84-1646-109-7
Precio: 21,95 €
Año: 1960 (2017 en España)
Idioma original: serbocroata
Traducción: Luisa Fernanda Garrido y Thiomir Pistelek
Título original: Priča o vezirovom slonu i druge pripovijetke

No sé si el hecho de haber peregrinado hasta Visegrad, con el correspondiente extravío por las carreteras de Gorazde, me acredita automáticamente como lector premium de Ivo Andric, o simplemente como un avezado buscador de excusas para viajar. Lo cierto es que visité el famoso puente sobre el Drina, el mismo que bautizó su mejor novela, todavía bajo la fuerte impresión que me causaron aquellas páginas, y desde entonces asocio el nombre de Andric con la buena literatura, más allá de épocas, modas y banderas.

Por eso celebré de inmediato el anuncio de Xórdica de publicar en un solo volumen tres piezas –relatos largos o novelas cortas, como se prefiera– del Nobel yugoslavo, inéditas hasta ahora, muy bien vertidas al castellano por el sólido tándem que forman Luisa Fernanda Garrido y Thiomir Pištelek. Tres textos diferentes entre sí, pero que guardan una absoluta coherencia temática y estilística con las otras obras que conocíamos de este autor, y se mantienen en un marco geográfico muy afín, sin despegarse nunca demasiado del cantón de Bosnia Central donde nació Andric.

Funde del modo más sugestivo el exotismo oriental con la cotidianidad europea

La primera pieza, la que da título al libro, recuerda poderosamente a Un puente sobre el Drina, especialmente a sus primeras páginas: ese mundo de los Balcanes otomanos, con una atmósfera que funde del modo más sugestivo el exotismo oriental con la cotidianidad europea, y poblado siempre por gobernadores de crueldad legendaria, es un medio en el que Andric se mueve como pez en el agua: no en vano fue el tema de su tesis doctoral. Pero no solo porque maneje muy bien las claves del siglo XVI, que lo hace, sino por su exquisita habilidad en incorporar al relato más o menos histórico todo un flujo de fábulas, mitos, habladurías, hasta que unos y otros se hagan casi indistinguibles en el mismo caudal.

El propio Andric lo reconoce al comienzo de esta ficción, cuando explica que en los cuentos populares de la vieja Bosnia “se esconde, bajo la apariencia de acontecimientos increíbles y la máscara de unos nombres imaginarios, la Historia real y no reconocida de esta región, de sus personas vivas y de las generaciones fallecidas hace mucho tiempo”.

Y ése es precisamente el gran atractivo de su escritura. En este caso, al ocuparse de la llegada a una villa de un elefante propiedad de un despótico visir, es capaz de envolvernos con todo tipo de impresiones, chismes y especulaciones para llevarnos poco a poco hacia donde quiere: al hecho de que ese animal enorme, pacífico y amenazador a la vez, va provocando cada vez más rechazo en el pueblo, tomándolo tal vez como chivo expiatorio de su aversión y su miedo hacia el propio visir.

Sin entrar en más interpretaciones, lo cierto es que, como sucede a menudo en Andric, como sucede casi siempre con los grandes escritores, sus historias transmiten la certeza de que todo ocurrió alguna vez en la realidad, tal y como se cuenta, o poco más o menos. Por increíbles que parezcan, nos convence de que todos esos personajes existieron, que se expresaban exactamente así, que incluso debe de haber algún grabado antiguo que refleje la irrupción del elefante en las calles de Travnik.

En todo ello ayuda, y mucho, el conocimiento de Andric sobre la naturaleza humana. Nunca pierde oportunidad para plasmar, con ágiles golpes de pincel, la astucia, la cobardía, la sabiduría, la mezquindad, la nobleza, la sevicia. De todo ello participa también el último relato del libro, Conejo. Éste es el mote (anterior en más de diez años a la famosa saga de John Updike) con que llaman incluso en su casa al protagonista de la historia, un hombre pusilánime, anodino, el prototipo de funcionario gris que arrastra como puede su existencia entre una esposa abyecta y un hijo no menos distante, hasta que dos sucesos dan un vuelco a su vida.

La guerra permitía ver con mayor claridad de qué pasta estaba hecho cada cual

Uno es el descubrimiento casual de la vida alrededor del río Sava y de sus gentes, que le permiten, acaso por primera vez, sentirse felizmente integrado en una comunidad. El otro es la guerra, la invasión de Belgrado por parte de las tropas alemanas, que dará un nuevo sentido a todo, y le abrirá la posibilidad de una suerte de redención extrema. Una guerra de aquellas que, con todas sus atrocidades, podían llegar a hacer de uno un hombre y permitían ver con mayor claridad de qué pasta estaba hecho cada cual, dejando que emerja a la superficie lo mejor y lo peor del ser humano.

De nuevo Andric esboza aquí espléndidos retratos psicológicos, y de paso mete al lector en el ambiente opresivo, terrorífico por momentos, de la ciudad asediada, donde a pesar de todo la vida cotidiana se impone con todas sus pequeñas grandezas y sus pequeñas miserias. Algo que el autor conoció de primera mano, pues al fin y al cabo el grueso de la obra de Andric se escribe con la Segunda Guerra Mundial y su inmediata posguerra como telón de fondo: es una formidable tarea de construcción, real y figurada, en medio de un mundo en proceso de demolición.

Da la impresión de que Andric se maneja mejor describiendo a hombres que a mujeres

He dejado para el final aposta el segundo relato, Los tiempos de Anika, por considerarlo algo por debajo de los anteriores en cuanto a calidad. Una historia decimonónica que gira en torno a la clásica mujer fatal que pone patas arriba a cuantos elementos masculinos la rodean, y que me recuerda tibiamente aquel relato borgiano de La intrusa, donde el choque de impulsos amoroso-sexuales de dos varones les lleva al crimen. Aquí Andric vuelve a hacer gala de su agudeza piscológica, pero da la impresión de se maneja mejor describiendo a hombres que a mujeres: no se explica de otro modo que Anika quede algo difuminada, y quede más definida por la mirada de los demás que por lo que ella misma piensa y siente. En esto el bosnio no es una excepción: han sido muchos los escritores que han acusado flaquezas similares.

A pesar de ello, Andric proporciona siempre una mirada histórica valiosa, encantadora, a través de esa voz que se fragmenta en múltiples voces sin dejar de ser nunca, paradójicamente, una sola, la voz de Ivo Andric. Por cosas así cogemos un coche y nos colamos en Visegrad, solo para tomar un café ante el viejo puente y volver. Por cosas así seguimos leyendo sus historias, y visitaremos algún día Travnik, y al pararnos en cualquier esquina o al conversar con cualquier vecino reconoceremos toda la verdad que hay en los libros de su hijo más ilustre.

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