Crítica

Otra lectura obligada para Zoido

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Pietro Bartolo, Lidia Tilotta
Lágrimas de sal
bartolo-lagrimas

Género: Ensayo
Editorial: Debate
Páginas: 160
ISBN: 978-84-9992-738-1
Precio: 16,90 €
Año: 2016 (2017 en España)
Idioma original: italiano
Traducción: Manu Manzano
Título original: Lacrime di sale

En los primeros fotogramas del multipremiado filme Fuego en el mar, el director Gianfranco Rosi mostraba el trabajo de un médico de la isla italiana de Lampedusa que acababa siendo uno de los personajes más carismáticos de la cinta. Ese doctor se llamaba y se llama Pietro Bartolo, y tiempo después de aquel rodaje y de su tremenda repercusión, se ha decidido a escribir un libro con la ayuda de la periodista Lidia Tilotta.

Su intención es sobre todo hablar del drama de la emigración, que en ese rincón del archipiélago de las Pelagias se ha convertido en una masacre cotidiana. Casi medio millón de desesperados han llegado a la isla en los últimos años, y se calcula que sus aguas han sido la sepultura de más de 15.000 náufragos procedentes de todo el Magreb, el África Negra y Oriente Medio. Bartolo lleva 25 años viéndolos ser rescatados en condiciones lamentables, y en calidad de voluntario ha puesto su ciencia al servicio de estos hombres, mujeres y niños.

Bartolo nunca ha tenido que echarse al mar huyendo pero conoce la muerte en el agua

No obstante, la memoria de estas labores humanitarias se mezcla con la de la propia experiencia del doctor, y aquí encontramos uno de los mayores aciertos del libro. Aunque Bartolo nunca ha tenido que echarse al mar huyendo del hambre o de las guerras, ha conocido algunas situaciones que le permiten identificarse con el sufrimiento de lo que en su país se califica a menudo como clandestinos. Cuenta, por ejemplo, de los horribles mareos que sufría cuando navegaba en un pesquero como ayudante del maquinista, o la vez en que, con dieciséis años, cayó al agua y estuvo a punto de ahogarse a cuarenta millas de Lampedusa. O la muerte en el mar de gente cercana, como la extraordinaria historia de su tío Chilinu.

Son solo anécdotas, nada que no le haya pasado quizá a cualquier chaval de una villa marinera: pero es suficiente para ser consciente, cuando ve las embarcaciones atestadas de cuerpos hacinados, de que no se trata precisamente de una travesía placentera.

 Cualquier lampedusiano conoce cuán duro es el aislamiento del mundo

El libro contiene otro gran acierto: al mismo tiempo que Bartolo desgrana recuerdos de los inmigrantes que fue atendiendo a lo largo de estos años, va brindando mucha información de cómo ha sido la vida en la isla, y de cómo sus habitantes han tenido que luchar para conseguir servicios básicos que en la vecina Sicilia, sin ir más lejos, existían desde hacía años. Ahí la identificación con los desgraciados es más sutil, pero igualmente palpable. Cualquier lampedusiano conoce cuán duro es el aislamiento del mundo, o cómo afecta la separación de los seres queridos. Es imposible para ellos no entender el dolor –no solo físico– que lastra esas embarcaciones.

En este sentido, el testimonio de denuncia se mezcla con un canto de amor a la ínsula natal y un grito reivindicativo: como parte de Italia que es, Lampedusa –como su hermana Linosa– no se merece el abandono al que ha sido sometida. Ni merece quedar reducida hoy, bajo la enorme presión migratoria, a una suerte de oficina de inmigración perdida en el Mediterráneo.

La prosa de Pietro Bartolo, por otro lado, tiene el encanto del testimonio en primera persona, si bien se vuelve a menudo demasiado sinuoso, y adolece de cierto melodramatismo completamente innecesario: aunque tiene la clara intención de conmover a los lectores, lo que cuenta ya debería ser, de por sí, bastante impactante, y no hay necesidad de emplear ni aditivos ni edulcorantes.

Tal vez no sea el mejor libro que podría haberse escrito, pero es un testimonio excepcional

A diferencia de la mayoría de los europeos, para los cuales el flujo de inmigrantes en el Mediterráneo se reduce a cifras que por excesivas pierden ya el sentido, para Pietro Bartolo y sus ayudantes todo se traduce indefectiblemente en nombres, rostros, voces, historias. “Tres horas. Eso tardamos en rescatar a quinientas cuarenta personas. Estábamos agotados…”, relata el doctor. Quinientas cuarenta, cifras casi de récord. Otros días eran cien, doscientas, trescientas: deshidratadas, desnutridas, abrasadas por el combustible. Acarreando historias de explotación, abusos sexuales, mutilaciones. Así durante veinticinco años.

Estas Lágrimas de sal aliñadas con historias familiares, pequeñas crónicas locales y hasta un resumen sobre cómo Rosi realizó su película, tal vez no son, desde el punto de vista formal, el mejor libro que podría haberse escrito con los materiales disponibles, pero componen sin duda un testimonio excepcional acerca de un lugar que es mucho más que una factoría de malas noticias. Qué pena que las autoridades europeas, como nuestro ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, tampoco tengan éste en su mesita de noche.

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