Entrevista

Antonio Lozano

«El islamismo ha transformado Tánger»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 23 minutos
Antonio Lozano | © Cedida por el escritor
Antonio Lozano | © Cedida por el escritor


Sevilla | Julio 2017

Tangerino de 1956, Antonio Lozano es un caso no único, pero sí extraordinario en el panorama literario español, pues se ha ocupado durante años de temas que eran invisibles para el común de los escritores, aunque salpicaran cotidinamente la primera plana de los periódicos: Marruecos y el Estrecho, los inmigrantes, las pateras cargadas de sueños condenados, con demasiada frecuencia, a naufragar.

Afincado desde hace décadas en Agüimes (Gran Canaria), ha desarrollado una intensa labor como prometor cultural dirigiendo festivales como el del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes y el Festival Internacional de Narración Oral ‘Cuenta con Agüimes’. Como traductor, tarea que ha ejercido más esporádicamente que su hermano, Wenceslao Carlos Lozano, se ha ocupado de la obra de autores como Yasmina Khadra, Samir Kassir, Amadou Hampaté o Moussa Konaté, entre otros.

Pero sobre todo se ha dado a conocer como escritor, gracias a títulos como Harraga, Donde mueren los ríos, El caso Sankara o Un largo sueño en Tánger. Para él la literatura es “es una vía para hablar de las cosas que no me gustan del mundo”, afirma. Su última novela, aún inédita, hablará del tráfico internacional de órganos humanos.

El origen tangerino de su familia, ¿explica por sí solo su interés por el Magreb y África en general?

«Un fenómeno colonial: jamás se les ocurría enseñar a sus hijos la lengua del lugar»

En cierto modo sí, nací en Tánger y pasé mi adolescencia y juventud allí. Además de pasar dos años como profesor en Nador y Uxda, mientras estudiaba en Granada seguía teniendo la casa familiar allí, así que estuve yendo y viniendo constantemente hasta los 27 años. Luego ya me vine para Canarias, empecé a viajar al África Negra y descubrí un mundo totalmente distinto, pero fascinante. Me enamoré también de esa parte del continente. Después me he dedicado a leer mucho, a conocer todo lo que he podido a través de su literatura.

¿Considera Marruecos su tierra?

Sí, y aunque no hable árabe para mi desgracia, nunca me he distanciado del país.

Lo de la lengua me temo que es muy frecuente entre españoles nacidos en Marruecos, como en Ceuta y Melilla…

Creo que eso de la lengua es un fenómeno colonial, no se da solo entre los españoles, sino en todo el mundo colonial del siglo XX. Los ingleses estuvieron en la India, en Egipto, en Iraq, en Palestina, en Ghana y Nigeria, y jamás se les ocurría enseñar a sus hijos la lengua del lugar, eran los otros los que debían aprender la suya. Lo mismo los franceses, nunca estudiaron el wólof en Senegal ni el bambara en Malí ni el árabe en Argelia o Marruecos o Túnez. Es una característica, un síntoma de ese dominio colonial que es a un tiempo económico, político y cultural.

¿Cómo llegó su familia a Tánger?

Mi madre nació en 1923, y llegó a Marruecos siendo un bebé, con su familia, huyendo de la miseria de Andalucía y en busca de oportunidades de trabajo desde La Línea, como miles de españoles. Sus padres y sus tíos se repartieron por el país, Tánger, Casablanca… El caso de mi padre fue distinto: fue a hacer la mili a Ceuta, de vez en cuando iba a Tánger de permiso y allí conoció a mi madre, allí se casaron y allí permanecieron hasta el final. Ambos están enterrados en Tánger.

O sea que, cuando usted empezó a escribir sobre migraciones, el fenómeno no le era del todo ajeno, ¿no?

«Conocía a mucha gente en Tánger que tenía prohibido invitar a sus amigos marroquíes»

Nada ajeno, no tanto por el hecho de la emigración, que ya sabemos que es un movimiento eterno, continuo, que nos afecta en mayor o menor medida a todos. Para mí fue muy determinante el hecho de vivir entre dos orillas, primero en Marruecos y luego en Canarias, adonde llegué a los 27 años, y aquí sigo. Me siento de los dos lugares. Y cuando veo ese trasiego humano me afecta, me duele. Me sorprende el modo en que nuestra sociedad percibe a la gente que llega. Gente que para mí tiene un valor cultural altísimo, cada uno de ellos, pero que tanto los que vienen del Magreb como del África negra son tratados con desprecio e incomprensión. Me parece una idea tan errónea de la realidad que me duele y me incita a escribir.

En su novela Un largo sueño en Tánger se habla de la dificultad que tenían los españoles para acercarse a la realidad de los marroquíes. ¿En qué consistía esa barrera?

Pertenezco a la generación post-independencia, de hecho nací en el mismo año de la Independencia, en el 56. Tenía compañeros de clase marroquíes, ya que Tánger, por haber sido una ciudad con un estatuto especial y único, recibía a gente de muchas nacionalidades, y pude hacer amigos de procedencia muy diversa que conservo en muchos casos. Mi relación con los marroquíes era la misma que tenía con otros amigos españoles, o franceses. Pero era una relación totalmente distinta a la de nuestros padres, donde lo normal en las casas de españoles y franceses es que no entraran marroquíes. Conocía a mucha gente que tenía prohibido invitar a sus amigos marroquíes.

¿En qué se fundaba esa prohibición?

Otra vez hay que acudir a la mentalidad colonial, que convierte a los que estaban antes que tú en ciudadanos de segunda clase, incluso recogiendo ese estatus en las leyes que se generan. Los indígenas tenían derechos reducidos. Uno de los dogmas recogidos en la ley era que estaban obligados a determinados trabajos sin cobrar, una forma de esclavitud descarada. No olvidemos que en el Congo, por ejemplo, murieron más de 10.000 indígenas en la construcción del ferrocarril. Y en Argelia, más allá de los años 50, todavía se veían cosas así. Era una situación de desprecio y de dominio, muy arraigada en las mentalidades.

Su novela, ¿fue un modo de tomar distancia de todo aquello?

«Muchos españoles que se fueron dicen ahora: “¿Tánger? Está llena de moros”»

Por supuesto, necesitaba escribirla como quien salda una cuenta pendiente. Cuando eres pequeño y vives en ese ambiente, todo te parece normal, pero luego te haces preguntas. La relación colonial perduraba en el trato, españoles y europeos habían ido tratando a los marroquíes con un poco más de tacto, sí, pero la mentalidad era idéntica. Yo quería escribir una novela que retratara cómo eran esas relaciones entre europeos y marroquíes. Hablar del Tánger real, y no como esas historias en las que los pobladores marroquíes son un elemento exótico, de adorno. Que contaran cómo era el trato diario entre unos y otros, y cómo lo veían las distintas generaciones.

¿Queda algo de aquella esplendorosa Tánger internacional, eterno objeto de nostalgia?

La ciudad se ha transformado mucho pero, ¿cuál no lo ha hecho en medio siglo? Aún más, sin el estatuto internacional, que le daba unas características determinadas. Y porque había una gran cantidad de gente de países distintos, que siguieron viviendo en Tánger y se fue yendo poco a poco. Por otro lado, la ciudad era profundamente odiada por el rey Hassan II, como todo el norte de Marruecos, que la sumió en el abandono. Su hijo Mohamed VI ha dado un impulso importante a toda la zona. Otra cosa es cómo percibimos los cambios, eso es ya subjetivo.

¿Cuál es su percepción subjetiva?

 «Las chicas marroquíes antes iban a la playa en bikini, no llevaban velo»

Yo tengo siempre la necesidad de ir, y cuando voy la encuentro cambiada y a la vez encuentro en muchas cosas la misma ciudad en la que me crié. Otros muchos españoles que se fueron dicen ahora: “¿Tánger? Está llena de moros”, como si cuando vivían aquí no los vieran. Otros dicen que para qué volver, si no van a encontrar las calles de su infancia. Ese periodo de cosmopolitismo, que yo no diría de esplendor, porque el esplendor lo era solo para los europeos, mientras los marroquíes eran los criados, los que tenían los peores trabajos…

¿Y el balance?

El cambio que me resulta más importante y más negativo, más que la salida de los extranjeros, es la llegada el islamismo. Eso ha transformado Tánger y el país entero. Las chicas marroquíes se vestían como querían, iban a la playa en bikini, no llevaban velo. Ahora no. La mayoría lleva pañuelo ahora. Tiene que ver con el contexto internacional del islam radical, una etapa más de la Historia del mundo. Pero Marruecos no siempre fue así.

Por no hablar de lo radical que se ha vuelto el ambiente, por ejemplo, en ramadán…

«Los islamistas se han introducido en los barrios, tomando un papel de protección social»

Bueno, el ramadán siempre ha sido muy estricto en Tánger, aunque nunca tanto como en países como Emiratos o Arabia Saudí. Era obligatorio, y si no la hacías tenías que ocultarte, disimular. Antes existían los fanáticos, pero eran una minoría que ha ido ganando terreno. Es algo que tiene mucho que ver con el deterioro de la situación económica de las clases populares, con la falta de expectativas. Los islamistas se han introducido en estos barrios, tomando el papel de protección social, canalizando el sentimiento de rabia e impotencia con la situación de Israel y Palestina… Una parte importante de la población ha mirado hacia esa religión que promete una vida mejor en el Paraíso. El discurso ha colado, y eso es lo que más ha transformado a Tánger.

En su primera novela, Harraga, un joven tangerino sueña con una vida mejor en Granada. ¿Fue la primera experiencia en transformar en novela sus preocupaciones?

Esa preocupación me impulsó a escribir. Tenía ganas de hacerlo desde hacía tiempo, pero nunca me lanzaba. Fue la necesidad de explicar, de hablar, de compartir lo que sentía sobre la emigración, lo que me acabó animando. Estamos recibiendo mensajes de miedo, que nos hablan de emigrantes terroristas, ladrones, que vienen a quitarnos el trabajo, pero nadie se hace preguntas sobre el otro. La literatura me permite rescatar de esa masa a un individuo y darle la palabra. En el caso de Harraga, además del viaje real, lo que me interesaba era el viaje interior de ese individuo.

En otra de sus obras sobre el mismo tema, Me llamo Suleimán, los personajes quieren alcanzar la orilla europea pero no para quedarse, sino para hacer dinero y poder volver a su país. ¿Eso los convierte en excepcionales?

Es muy habitual. Saben que en Europa pueden estar una temporada, obtener dinero y con él volver a Marruecos o a su lugar de origen, tal vez puedan incluso comprar una casa, y desde luego estar al lado de su familia. Para un emigrante, vivir en Europa no es fácil ni agradable, nunca terminan de mirarle con buenos ojos. Te para la policía a diario, te sientes siempre acechado, es muy difícil la vida. La mayoría lo que quiere es volver. El emigrante aquí tiene los peores sueldos, no tiene contrato, ni seguro… En otras ocasiones, tampoco pueden volver porque no tienen trabajo en su país de origen. Pero si las condiciones de su país fueran mejores, la idea del regreso estaría presenta siempre.

¿Qué quería decir en Me llamo Suleimán que se hubiera quedado en el tintero en Harraga?

«Se habla del salto de la valla, y parece que ahí empieza todo. Olvidamos el viaje anterior»

Me di cuenta de que había dejado atrás un tema importante, el viaje físico hasta Europa. Se habla siempre de Melilla, de Ceuta, del salto de la valla, y parece que ahí empieza todo. Olvidamos el viaje que hay que realizar, un viaje en el que han muerto miles de personas cruzando el desierto, nada menos, miles bloqueados también en países de en medio, en una situación de desprotección absoluta. Mujeres que caen en redes de prostitución, hombres vendidos como esclavos. Hay una cantidad de sufrimiento, de drama, que va más allá de lo que le ocurre al que llega. Todo eso hay que conocerlo, ese sufrimiento merece algo más que el silencio.

¿Cómo llegó a toda esa información? ¿Tuvo posibilidad de hacer trabajo de campo, pudo hablar con inmigrantes en Canarias?

El tema me interesó siempre, había leído sobre el tema, recuerdo la novela de Mahi Binebine La patera, que me impresionó mucho. El hecho de haber nacido en Marruecos y viajado a África me dio también un conocimiento de esa realidad que me ha sido útil para mis novelas. Tuve ocasión también de hablar con gente que hizo el viaje, incluso alumnos míos de Marruecos y de Malí, que habían hecho el viaje, cuando trabajé en el instituto de Agüimes como profesor de francés. Esos chicos se pueden pasar años yendo a clases de inglés, de física, de matemáticas, sin enterarse de nada. Les preguntaba y siempre la respuesta era que aquí el gobierno les daba casas, coches y móviles a todos. ¿De dónde habían sacado eso? Eran cosas que no podían inventarse con 12 o 13 años, lo habían oído en la casa, en su entorno. Y eso estaba muy extendido. Eso me ayudó a conocer mejor cuál era nuestra percepción de la emigración y tener la certeza de que había que hablar de ello, desde los medios y también desde la literatura.

El caso Sankara fue su primera mirada sobre el África negra, en concreto sobre Burkina Faso. ¿Conocía bien el país?

«Una nota de cuatro líneas resumía cuatro años de una aventura política extraordinaria»

Burkina Faso fue mi primer viaje al África Negra. Yo no había oído hablar de Sankara en mi vida, pero allí me alojé en casa de un chico y en una de las habitaciones tenía la foto enmarcada de un militar. Pregunté por él y me habló de Thomas Sankara, asesinado hacía unos años por su mejor amigo. Me contó cómo había transformado su país y me llamó la atención, así que durante el resto del viaje le pregunté por él a todo aquel que me encontraba. La gente en África siempre está dispuesta a hablar, y todo el mundo me hablaba de Sankara con entusiasmo, y cada vez me enteraba de más detalles. Al regresar, comprobé que casi no había información sobre esta figura en España.

¿Ni en los archivos?

Me fui a la hemeroteca, y lo único que encontré fue una pequeña nota de cuatro o cinco líneas, donde se decía que en un país africano un capitán del ejército había matado a otro y había tomado el poder. En eso resumía cuatro años de una aventura política extraordinaria. En francés sí pude encontrar mucho más material, y me enamoré cada vez más del personaje, de cómo había transformado el país, acabado con la corrupción, dado los mismos derechos a la mujer y al hombre, prohibido la ablación e incorporado a mujeres a todos los altos cargos, impulsó una reforma agraria y bajó el nivel de analfabetismo, subió el número de las escuelas, apostó por la sanidad, el medio ambiente… Y sin embargo, nadie sabía nada de él en Europa. Quise aportar mi pequeño grano de arena y escribir una novela sobre Sankara.

¿Fueron los europeos los que truncaron aquel sueño?

Por supuesto, los servicios secretos franceses lo mandaron asesinar con la complicidad de Costa de Marfil y posiblemente de la CIA, porque hay muchas lagunas. No ha habido todavía una investigación judicial sobre la muerte de Sankara. Ahora que han echado del poder a Blaise Campoaré, la está empezando a haber, tras estar 27 años en el poder siendo un gran aliado de Francia, en los que devolvió a la miseria el país. El problema de Sankara fue precisamente desobedecer a Francia y no seguir las recetas del FMI y la Banca Mundial, además de tener un discurso panafricanista que era muy incómodo; tuvo varios rifirrafes en público con Mitterrand, y fue mucho más de lo que pudieron soportar los franceses.

Con Las cenizas de Bagdad dio otro salto respecto a su territorio narrativo habitual. ¿Llegó a visitar la capital iraquí alguna vez?

«Canarias es un lugar idóneo para muchas mafias, por atraer a tantísimo turismo»

No, lo que pasa es que el protagonista de esa novela es un personaje real, Waleed Saleh, un iraquí que vive en España, profesor de Estudios Árabes de la Universidad Autónoma de Madrid, gran especialista en Oriente Medio, y somos amigos desde hace mucho. En una ocasión aquí, en Agüimes, cenábamos y le dije: “Tanto tiempo que nos conocemos, y nunca me has contado cómo llegaste a España”. Y me contó cómo viví allí, su militancia en el Partido Comunista, cómo fue detenido y torturado, cómo llegó a Marruecos, cómo entró ilegalmente en España y hubo de partir de cero aquí, porque no hablaba una palabra en español… Toda su vida había sido una lucha contra los obstáculos de múltiples gobiernos, y él los iba superando uno a uno, con sufrimiento pero también con una fe ciega en su capacidad de superación. Era una oportunidad para hablar del ser humano que se enfrenta a situaciones difíciles con su dignidad, sus principios y su libertad. Y hablar también de la situación de Iraq. Retratar la vida de Waleed me exigió pasar muchas horas de conversación con él, tomar notas, y aprender más de la situación de aquel país y del trasfondo de la guerra.

Preludio para una muerte, La sombra del minotauro y Donde mueren los ríos están ambientadas en Canarias, pero muy diferentes de las islas de postal que se nos suele vender, pues hablan de corrupción y de otros asuntos turbios. ¿Quería contrapesar esa imagen idílica?

Sobre todo Preludio para una muerte y La sombra del minotauro, que están protagonizadas por un detective de Las Palmas, José García Gago, que vuelve en mi última novela, El viaje de los malditos, que todavía no está publicada. La primera habla del mundo rural, cómo se vive allí, las relaciones sociales, religiosas, políticas, culturales… En La sombra del minotauro se habla de Canarias como lugar idóneo para muchas mafias, por atraer a tantísimo turismo. En esa obra hablo de mafias dedicadas a la explotación sexual de mujeres.

¿Por qué hemos dejado de oír de llegada masiva de cayucos a Canarias? ¿Todo llega a Italia?

«En la sociedad canaria y española domina es el desconocimiento, el miedo y el rechazo al otro»

Es verdad que ahora hay menos, pero no quiere decir que no lleguen. La tensión mediática se ha focalizado en lo que ocurre con los refugiados y en las vallas de Ceuta y Melilla. A Canarias siguen llegando cayucos y pateras, aunque encontrar trabajo ahora no es tan fácil. La mayoría, sin embargo, no tienen la idea de quedarse aquí, sino de seguir para Europa. Hay periodistas que abordan el asunto de manera más acorde con la realidad: Pepe Naranjo, Nicolás Castellanos. Pero el discurso mayoritario sigue siendo el del miedo, que va aparejado a un discurso político muy peligroso. Las consecuencias tienen mucho que ver con el auge de los partidos racistas y de extrema derecha en Europa.

El hecho de ser puerto receptor, ¿ha hecho de los canarios un grupo más sensibilizado a estos problemas, o más expuesto a esos radicalismos?

Me encantaría decir que ha hecho que la población canaria está más sensibilizada, y hay una parte muy activa que trabaja con inmigrantes, pero sigue siendo una minoría. En la sociedad canaria y española, lo que domina es el desconocimiento de la realidad, el miedo, y el rechazo al otro. No creo por desgracia que haya una voluntad abierta y generalizada de aceptar el hecho migratorio, lo cual es especialmente triste en un lugar como este, que ha vivido muchísima emigración. Fueron miles y miles de canarios los que hasta en los años 50 tuvieron que irse en cayucos, muchos murieron y hoy los consideramos héroes porque salvaron del hambre a los que se quedaron. La memoria histórica también en esto nos falla, habría que trabajar para recuperarla.

¿Cree que si Marruecos sigue desarrollándose como hasta ahora, habrá europeos que acaben haciendo el viaje inverso y emigrando allá?

Están ocurriendo ya, muchas empresas españolas se han instalado en Marruecos, muchísimas, y hay cuadros intermedios que se van a trabajar con ellas. Que haya mayor cantidad de trabajo en Marruecos permitirá a algunos emigrantes marroquíes volver. Pero en este momento, españoles trabajadores yéndose para allá lo veo difícil, por el desconocimiento del idioma y de la cultura, y un nivel de salarios muy inferior al que existe en España. Marruecos se está desarrollando, pero sigue habiendo mucho paro y los sueldos son a menudo de miseria.

Revisando la trayectoria del festival de Agüimes, veo que escasean las compañías marroquíes. Estando tan cerca en la geografía y en su experiencia, ¿no es fácil encontrar compañías?

«El teatro marroquí debería estar más presente en el festival. Me hago responsable»

Es verdad que han venido bastantes menos de Marruecos que del África negra. Marruecos lo hemos trabajado más a través de la literatura, el cine… En el tema del teatro africano encontramos el problema de la lengua, y en África negra hay más obras cercanas a la danza y la expresión corporal, con su contenido social detrás. Alguna vez trajimos alguna obra en francés que hemos subtitulado, en portugués también… Pero tienes razón, el teatro marroquí debería estar más presente en el festival. Me hago responsable.

La traducción, ¿ha sido una actividad complementaria a su faena de escritor?

Sí, hace tiempo que no traduzco, la traducción te quita mucho tiempo y prefiero dedicarlo a la escritura, aunque en algún momento me lo han ofrecido. Pero he traducido a algunos autores africanos, de Argelia, de Malí… Traducir te ocupa más que escribir un libro [risas].

Usted, que conoce bien el norte de Marruecos, ¿se sorprende de lo que está ocurriendo estos últimos meses en el Rif?

«El rey pudo capear su propia primavera árabe, pero en el Rif la cosa se ha puesto difícil»

Lo veo con mucha preocupación. Esperaba que esa etapa de dejadez del Rif, de injusticia, sobre todo en la zona de Alhucemas, iba a pasar a la historia con la muerte de Hassan II. Alhucemas ha sufrido muchísimo, cuando Hassan II era todavía príncipe pero tenía poder en la policía, reprimió la revuelta del Rif con carta libre para hacer lo que quisieran: pillaje, violaciones… Arrasaron con la ciudad. En el año 83, cuando yo vivía en Nador, hubo una nueva revuelta, recuerdo las piedras que entraban por la ventana, intentaron entrar en la escuela española… Hubo muchos muertos, detenidos, torturas. Y Hassan II, en discurso televisado, le dijo a los habitantes del Rif: “No me hagan hacer como rey lo que ya tuve que hacer como príncipe”. Con el cambio de rey empezaron las visitas, las inversiones, pero parece que Alhucemas ha quedado al margen de esto. Parece que este estallido no es una broma pasajera. La muerte de este chico, este joven pescador me recuerda la reacción ante el vendedor que se inmoló, desata lo que el pueblo lleva dentro, esa situación de hastío e impotencia. Eso se ha trasladado al resto de Marruecos, y todavía no ha terminado.

¿Cómo acabará?

Sabiendo que el rey ha intentado mantenerse al margen de la responsabilidad, supongo que hará una de esas jugadas hábiles que suele hacer, hará concesiones para que se calmen los ánimos. Pero no dejará de ser un parche. Cuando la cosa estalla de esa manera, es porque hay un mal de fondo muy importante. Está desvelándose un problema general en Marruecos, hay decenas de miles de jóvenes sin expectativas de futuro, y eso es una bomba de relojería. El rey pudo capear hábilmente su propia primavera árabe, pero aquí la cosa se ha puesto difícil. No sé por dónde puede salir.

Viviendo allí, ¿sintió que los rifeños fueran muy distintos a los tangerinos, más orgullosos, o es un tópico?

No diría orgullosos, son gente con una seña de identidad propia, y al mismo tiempo han sido sometidos históricamente a un abandono, un desprecio y una represión por parte del poder central. En Nador la gente no hablaba árabe, sino rifeño, bereber, y alguna gente ni conocía el árabe. Ahora, tras el cambio constitucional, se ha reconocido el azamigh como lengua oficial, que estaba prohibida. No diría orgullosos, sino un pueblo con identidad que reclama que se les trate como a las demás regiones de Marruecos. Si no llega a ser por el hachís de Ketama, no sé de qué estarían viviendo, porque han estado abandonados.

¿Cumplió literariamente con Marruecos, o le queda algo por decir desde la novela?

No creo que vuelva pronto, de lo que me interesaba hablar, de la emigración, en ese tema ya lo he dicho todo, así como de las relaciones entre españoles y europeos y marroquíes. Al final igual surge algún tema, pero en principio no es un lugar al que tenga pensado volver literariamente. Físicamente sí: tengo ya un mono de Tánger tremendo…

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