Opinión

El Parlamento en pie

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Hace años, cuando era yo parlamentario, decidí llevar a cabo una protesta en la sala de plenos de la Knesset.

Me puse una camiseta con el eslogan “La paz es más grande que Eretz Israel”. En medio del debate, me quité la chaqueta y exhibí el eslogan.

Tras unos minutos, vino un ujier y me dijo educadamente: “El presidente de la Cámara quisiera hablar con usted en su despacho”.

El presidente de la Cámara era por entonces Yithzak Shamir, antiguo comandante de la organización terrorista clandestina Lehi. Me recibió con una amplia sonrisa, me invitó a tomar asiento y dijo: “Uri, ya has montado tu protesta. Ahora te pido que te quites la camiseta y vuelvas a tu escaño”. Por supuesto, le obedecí.

Me he acordado de aquel pequeño incidente a raíz de algo mucho más grave que ha sucedido esta semana en la Knesset.

El vicepresidente estadounidense ha honrado a Israel con su visita y se le ha dispensado una recepción propia de un rey.

¿Por qué? Ni idea. A mi modo de ver, el tipo no es más que un tonto bien parecido y bien vestido. Dondequiera que ha ido, ha pronunciado discursos que harían sonrojarse a los sionistas más ardientes. Se ha dedicado a alabar Israel a base de halagos desvergonzados y datos históricos falsos con palabras infantiles y aduladoras.

Nadie en Israel recuerda que la doctrina evangélica extremista que Pence profesa no tiene un final feliz

El Israel oficial estaba en éxtasis. Nadie se ha molestado en recordar al personal que la doctrina cristiana evangélica extremista que Pence profesa no tiene precisamente un final feliz. Según las creencias del vicepresidente, una vez que todos los judíos del mundo se hallen reunidos en Tierra Santa, Cristo regresará a la tierra y todos los judíos se convertirán a su religión. Los que no lo hagan perecerán.

El punto álgido de la visita ha sido el discurso de Pence en el pleno de la Knesset. Esto es ya curioso de por sí. En su calidad de vicepresidente, Pence no goza de tal derecho. Pero el gobierno israelí estaba deseoso de adular al hombre que quizá un día se convierta en presidente.

De hecho, la única razón para no derrocar a Trump que me cabe en la cabeza es la aterradora perspectiva de que Pence se convierta en presidente.

A mí me habían invitado al acto en el salón de plenos como antiguo parlamentario, pero por supuesto decliné el honor. Lo que ha sucedido es de vergüenza.

Cuando el vicepresidente empezaba a deshojar su rosario de lisonjas, los parlamentarios se pusieron de pie para darle una clamorosa ovación. Y la cosa se repitió una y otra y otra y otra vez. Ridículo y repugnante.

Durante los diez años en los que fui parlamentario, no recuerdo un solo aplauso

Al contrario que en el Congreso de Estados Unidos, en la Knesset no se permiten los aplausos. Durante los diez años en los que fui parlamentario, no recuerdo un solo aplauso, no hablemos ya de múltiples ovaciones en pie.

Después del discurso, los portavoces de cada partido tenían derecho a un turno de respuesta. Todos los partidos judíos se dedicaron a alabar de todo corazón al político estadounidense. No había forma de diferenciar si pertenecían a la coalición de gobierno o a la oposición.

Pero la escena realmente vergonzosa tuvo lugar justo al principio del discurso. Cuando Pence empezaba a hablar, los diputados de la Lista Conjunta Árabe se pusieron en pie y exhibieron unas cuantas pancartas en protesta por el reciente reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por parte de Trump.

Parece que los servicios de seguridad de la Knesset estaban avisados de antemano. No tardaron ni dos segundos en echarse encima de los trece parlamentarios de la Lista Conjunta y expulsarlos de la sala. Desagradable escena, más desagradable aún a causa del atronador aplauso de la mayoría de los parlamentarios judíos.

Se enviaba un mensaje claro: los árabes no son verdaderos ciudadanos del Estado de Israel

La Lista Conjunta Árabe es una coalición de tres partidos árabes con posicionamientos políticos muy distintos: comunistas, nacionalistas e islamistas. No tuvieron más remedio que coaligarse cuando la mayoría judía promulgó una ley que elevaba la cláusula de barrera con la descarada intención de deshacerse de los partidos árabes, ninguno de los cuales alcanzaba por sí solo el mínimo legal para obtener representación parlamentaria. Por eso se organizaron en una lista conjunta y se convirtieron en la tercera fuerza de la Knesset.

La desagradable escena era completamente innecesaria. El presidente de la Cámara bien podría haber actuado como Shamir lo hizo en mi caso: después de un minuto de protestas podría haber pedido a los parlamentarios árabes que se sentaran una vez manifestado su desacuerdo. Sin embargo, el actual presidente de la Cámara no es un Yitzhak Shamir. Era activista sionista en tiempos de la Rusia soviética. Su mentalidad es completamente diferente.

La escena enviaba un mensaje muy claro a los dos millones de ciudadanos árabes de Israel y a las decenas de millones de árabes que viven en los países limítrofes: los árabes no son verdaderos ciudadanos del Estado de Israel.

El impacto visual es inequívoco: todos los judíos de la Knesset aplauden la expulsión de todos los árabes. Una clara polarización nacional que expresa que los árabes son extranjeros en el “Estado Judío”, por muchos siglos que hayan habitado en su actual territorio.

La división, no obstante, no es tan limpia como parece a simple vista. En la Lista Conjunta Árabe figura un comunista judío y al mismo tiempo la mayoría de las facciones judías tienen un miembro árabe. El humor popular les da el nombre de “árabes mascota”.

No termina todo ahí. Al día siguiente la policía anunciaba que va a recomendar que se encause a los tres miembros nacionalistas de la Lista Conjunta por vulnerar la Ley de Financiación de Partidos.

¿Por qué se hace público la investigación de Balad justo un día después del altercado en la Knesset?

Dado que los partidos políticos con representación en la Knesset perciben financiación estatal, cualquier otra donación que puedan recibir está determinada por la ley. Los ciudadanos israelíes pueden donar hasta cierta cantidad. Las procedentes del extranjero no están permitidas.

Según la policía, Balad, el partido árabe nacionalista, habría recibido grandes donaciones en metálico del extranjero y las habría ocultado con documentación falsa. La investigación ha durado dos años y se ha interrogado a 140 personas.

¿Ah, sí? ¿Por qué, entonces, se hace público todo el asunto justo un día después del altercado en la Knesset? Los ciudadanos árabes creerán que se trata de un castigo por insultar al vicepresidente de los Estados Unidos.

¡Qué vileza! ¡Qué estupidez!

A pesar de todo, los árabes no son las víctimas más desafortunadas del actual gobierno. Ese papel se reserva para los africanos.

Hace ya años que los refugiados negros procedentes de Sudán y Eritrea llegan a Israel cruzando la frontera por el Sinaí después de un largo y azaroso periplo. Al final, Israel construyó un muro para interrumpir el flujo de emigrantes. Pero antes de que eso sucediera, unos 35.000 africanos negros llegaron a Tel Aviv y se instalaron en los barrios más pobres, donde no tardaron en tener problemas con la población local.

Aunque el gobierno construyó una prisión especial para ellos, no ha tenido más remedio que liberar a muchos. Solían trabajar ilegalmente lavando platos y realizando labores parecidas.

Un acuerdo secreto con Burundi y Ruanda: recibirán dinero por cada inmigrante que acojan

Ahora, el gobierno israelí ha llegado a un acuerdo secreto con los gobiernos de Burundi y Ruanda: dichos países recibirán una cantidad de dinero por cada inmigrante que acojan. Las víctimas también recibirán unos cuantos dólares si abandonan Israel de forma voluntaria. De lo contrario serán encarcelados indefinidamente.

La medida ha causado una conmoción en el país. Todo el mundo sabe que las vidas de los inmigrantes peligran en esos países africanos. Robos, violaciones y asesinatos los acechan. Muchos otros morirán tratando de llegar a las costas europeas.

El carácter racista de todo el asunto es dolorosamente obvio. Israel está lleno de trabajadores extranjeros, desde ucranianos a chinos. Se les podría reemplazar fácilmente con los africanos, que podrían asumir sus empleos. Pero son negros. Incluso podría suceder, ¡Dios no lo quiera!, que alguno se casara con una casta chica judía.

Pero de pronto, ha sucedido algo completamente inesperado: una insurrección moral. Tras una oleada de manifestaciones y artículos periodísticos, los ciudadanos han hablado con voz nueva.

Han jurado no actuar como los empleados ferroviarios alemanes, que transportaron a los judíos a la muerte

Cientos de pilotos y tripulaciones aéreas han exigido a las aerolíneas que se nieguen a transportar a los refugiados de Israel a África. Muchos han anunciado que no piensan hacerlo. Han jurado no actuar como los empleados ferroviarios alemanes, que transportaron a los judíos a la muerte en los campos de exterminio.

Cierta anciana, superviviente de los campos, ha anunciado en la televisión que está dispuesta a esconder a cualquier refugiado que necesite su ayuda. Ha hecho un llamamiento a todas las mujeres israelíes para que hagan como ella y los escondan en los áticos de sus casas, en clara alusión a Ana Frank, que se ocultó con su familia en un ático en Ámsterdam durante el Holocausto.

Está pasando ahora mismo, crece como la marea. Es una voz israelí que no se oía desde hace mucho tiempo. Una voz que ha permanecido muda durante muchos años, la voz de mi Israel, la voz del Israel de ayer y, ojalá, la voz del Israel del mañana.

Hubo un tiempo en que podía sentirme orgulloso de ser israelí. Quizá estemos viendo el retorno de esa época.

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© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 27 Ener0 2018 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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