Crítica

El niño dios

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Hakan Günday
¡Daha!

 

Género: Novela
Editorial: Catedral
Páginas: 432
ISBN: 978-84-1667-336-0
Precio: 19,50 €
Año: 2013 (2017 en España)
Idioma original: turco
Título original: Daha
Traducción: Guillem Serrahima

Si mi padre no fuera un asesino, yo estaría muerto reza en la portada del libro, y cabe pensar que este era el título original, antes de que la editorial dijera que una frase tan larga no cabe en los catálogos, y era mejor ponerle Daha. Es decir: Más.

Pero si ustedes se esperan con este (sub)título una historia sobre la mafia turca – que daría para más de una novela – los tengo que desilusionar. Claro que el padre es traficante, aunque lo suyo no es la droga sino las personas, esas manadas de seres casi humanos que cruzan de Afganistán a Europa, pasando por Anatolia. Y que habitualmente solo aprenden una palabra en el periplo: Daha. Claro que también se muere alguien de vez en cuando, más bien por casualidad, claro que incluso en alguna parte, en una subtrama casi decorativa, también se comete algún asesinato, aunque a contrapelo, para decirlo así. Por obligación de las circunstancias.

Las circunstancias: esto es lo que convierte al padre del narrador en un asesino, o eso cree el niño, Gazâ, que tiene nueve años cuando arranca el libro, y ya va camino de convertirse en todo un avispado traficante de refugiados. Para empezar, cobrándoles el agua a los inmigrantes, ese agua que viene incluido en el precio del pasaje y que su padre le entrega para repartirlo gratis. Los niños pueden ser hijoputas. Sobre todo cuando tienen un padre del que aprender.

Los niños pueden ser hijoputas. Sobre todo cuando tienen un padre del que aprender

Pero esto no es un libro sobre la mafia, ni sobre la trayectoria de un pequeño mafioso. El crimen organizado en esta novela es poco más que una tramoya para aguantar el decorado, y ni siquiera está especialmente camuflada. Se nota que al autor no le importa gran cosa si nos resulta verosímil o no, si nos creeremos que los dos capitanes hermanos Harmin y Dordor, que llevan a los refugiados por mar, jamás se bajan a tierra y además leen a Arthur Cravan, si nos reímos o nos escacharramos de esas cinco páginas de subtrama, atornillada de cualquier manera al marco de la narración, sobre una ley sueca de matrimonios con muertos a causa de la fuga del hijo gay de un mafioso kurdo…

No, eso no importa. Pero este libro tampoco es una novela sobre el drama de los refugiados, como afirma la contraportada e insiste Francesc Serés en el prólogo. Ni siquiera en la medida en la que el Quijote no es un libro sobre el fenómeno de la caballería andante ni Moby Dick una obra sobre la vida de los balleneros. Donde Herman Melville al menos se ha documentado a fondo -pasándose mil millas náuticas, todo hay que decirlo- sobre el trasfondo necesario para dar vida al personaje de Ahab, Hakan Günday utiliza a los refugiados más bien como figurantes, justo con el perfil suficiente para formar el coro ante el que actúa su personaje principal, Gazâ. O cabe decir su personaje, porque los demás – el padre, el jefe local de la policía, y para de contar – tampoco pasan de un esbozo sombreado a trazos rápidos.

No es una novela sobre el drama de los refugiados, como Moby Dick no lo es sobre los balleneros

Sí: Cuma, el joven afgano muerto cuya voz y cuya rana de papel acompañarán al niño más allá de la niñez, y Rastin, igualmente afgano y durante unos capítulos una mezcla entre ratón de laboratorio y adversario de ajedrez, son refugiados, pero su papel en la novela no es transmitirnos los motivos, las razones, las raíces del fenómeno de la migración hacia Europa (que va más alla de una guerra o una brecha salarial). No, en esto no se mete el autor: ellos están allí simplemente para servir de espejo de lo humano y lo divino para el niño Gazâ. Tomando la palabra “divino” aquí en el peor sentido posible de la palabra: el de la omnipotencia frente a un ser indefenso.

Porque de eso sí va la novela: del poder. El poder de unos sobre otros, el poder de uno sobre muchos, el poder como pirámide, en el que el tirano situado en la cúspide – puede ser Dios, o puede ser Gazâ – delega sus funciones a uno situado un escalón más abajo, que asumirá la función de tirano para el resto del rebaño. Estas decenas de páginas centrales del libro tienen chicha, con independencia de si nos creemos el tinglado de cámaras y micrófonos que monta el mocoso de 12 años para convertirse en Ser Supremo para la manada de refugiados encerrados en el sótano.

Una másterclass de cómo funciona el mundo, del agente de policía patrullero hacia arriba

La metáfora es potente, y las conclusiones son precisas: las observaciones de Gazâ, los resultados de sus experimentos de delegar la crueldad en forma piramidal, su capacidad de erradicar, casi jugando, todo rastro de ética de la psique humana, deberían estudiarse en las facultades de Ciencias Políticas. Aquí, Günday ha dado lo mejor de sí. Una másterclass de cómo funciona el mundo, del agente de policía patrullero hacia arriba. Sin acabar en el Gran Dictador. Porque Gazâ, hijoputa como él solo, violador porque sí, inocente en su crueldad como dios es inocente de las barrabasadas que hace pasar a la humanidad, simplemente porque puede, porque nadie se lo impide, es un potente argumento contra al ateísmo racional, ese que afirma que el mundo no podría estar así de mal como está si Dios existiera. Puede.

Después de eso, las restantes 200 páginas del libro se las leerán ustedes porque sí, porque está feo dejar un libro a la mitad, y porque Günday, en fin, no escribe mal, y tiene cierta gracia. Aunque nos pida la hazaña de creernos que alguien puede quedarse enterrado -de verdad-entre cadáveres en un accidente. Imagino que también le da un poco igual si nos lo creemos. Ni eso, ni la extraña psicopatía antisocial que ocupará otras cien páginas, durante las que el protagonista va dando bandazos intentando llevar la narración hacia un conflicto edipal padre, como si lo del progenitor, la madre muerta y demás rollos freudianos aún nos importasen tras lo del sótano.

El linchamiento: expresión suprema de la unidad social, base para construir cualquier nación sana

Es solo hacia el final, con Gazâ analizando el linchamiento como expresión suprema de la unidad social, es decir base ineludible para construir cualquier grupo, colectivo o nación sana, cuando Günday recupera un poco de su potencia sarcástica, pero como a desgana. Y sí, están bien las tramas que trazan un amplio círculo para trenzar en la última página los mimbres con los que empezábamos en el capítulo uno. Pero si a esos mimbres se les deja secar al sol inclemente de cientos de páginas, el acabado será hirsuto y previsible. Pero habíamos quedado en que eso es lo de menos.

Daha, publicado primero en 2013, es la octava novela de Hakan Günday (Rodas, 1976) y ha cimentado su fama en Turquía, donde la crítica suele destacar su afición a los temas underground, lo clandestino, lo sexual y violento, marca también de sus obras anteriores. Traducido como Encore recibió el prestigioso Prix Médicis étranger en Francia (2015), país en el que circulan ya cuatro de sus novelas. Albergamos la esperanza de que estas también lleguen pronto al mercado español, dentro de esta reciente oleada de literatura turca traducida que ha demostrado, de forma contundente y afortunada, que allende el Bósforo existe vida fuera de la nebulosa Orhan Pamuk. Así que, estimados editores, lütfen: Daha.

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