Opinión

Rojiverde

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Canal 10, uno de los tres canales de televisión de Israel, emitió esta semana una noticia que seguramente asustó a un montón de espectadores. Estaba titulada «¿Quién organiza el Movimiento por el Odio Mundial a Israel?», y su temática consistía en las decenas de grupos de varios países que están llevando a cabo una vigorosa campaña de propaganda a favor de los palestinos y en contra de Israel.

Los activistas entrevistados, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos ─un buen número de ellos judíos─ se manifiestan en los supermercados contra los productos de los asentamientos y/o de Israel en general, organizan encuentros de masas, dan discursos, movilizan a los sindicatos y presentan demandas contra políticos y generales israelíes.

Según la noticia, los distintos grupos utilizan métodos similares, pero no hay un liderazgo central. Incluso cita (sin atribución, por supuesto) el título de uno de mis artículos recientes,’Los Protocolos de los Sabios de Anti-Sión’, y también afirma que no existe tal cosa. De hecho, no hay necesidad de una organización mundial, dice, porque por todas partes está aumentando espontáneamente el sentimiento pro-palestino y anti-israelí. Recientemente, tras la operación ‘Plomo Fundido’ y el incidente de la flotilla, este proceso ha cobrado impulso.

En muchos lugares, revela la noticia, ahora hay coaliciones en rojiverde: casos de colaboración entre organismos de derechos humanos izquierdistas y grupos locales de inmigrantes musulmanes.

Ahora hay coaliciones en rojiverde entre organismos izquierdistas e inmigrantes musulmanes

La conclusión de la historia: esto es un gran peligro para Israel y tenemos que movilizarnos en su contra antes de que sea demasiado tarde.

La primera pregunta que se me vino a la cabeza fue: ¿qué impacto va a tener esta noticia sobre el israelí medio?

Ojalá pudiera estar seguro de que les hará volver a pensar en la viabilidad de la ocupación. Como dijo uno de los activistas entrevistados: los israelíes deben llegar a comprender que la ocupación tiene un precio.

Ojalá creyera que ésta sería la reacción de la mayoría de los israelíes. Sin embargo, me temo que el efecto podría ser muy diferente.

Como dice la alegre canción de los años 70: «El mundo entero está contra nosotros / No es tan terrible, lo superaremos. / Porque a nosotros también nos importan un bledo / Ellos. // … Nos sabemos esta canción / Por nuestros antepasados / Y nosotros también la cantaremos / A nuestros hijos. / Y los nietos de nuestros nietos la cantarán / Aquí, en la Tierra de Israel, / Y todos los que están contra nosotros / Se pueden ir al infierno.»

El autor de esta canción, Yoram Taharlev (‘puro de corazón’) ha sabido expresar con éxito una creencia judía básica materializada durante el periodo de persecución en la Europa cristiana que alcanzó su punto culminante en el Holocausto. Todos los niños judíos aprenden en el colegio que, cuando seis millones de judíos fueron asesinados, el mundo entero se quedó mirando y no movió un dedo para salvarlos.

Eso no es del todo cierto. Muchas decenas de miles de no judíos arriesgaron sus vidas y las vidas de sus familias para salvar judíos; en Polonia, Dinamarca, Francia, Holanda y otros países, incluso en la propia Alemania. Todos sabemos acerca de las personas que se salvaron de esta manera, como el ex presidente del Tribunal Supremo Aharon Barak a quien, de niño, un agricultor polaco lo sacó a escondidas del gueto, y el ministro Yossi Peled, que estuvo escondido durante años con una familia belga católica. Sólo a unos pocos de estos héroes, en gran medida anónimos, los citó Yad Vashem como «Justos entre las naciones». (Entre nosotros, ¿cuántos israelíes, en una situación similar, pondrían en peligro sus vidas y las vidas de sus hijos para salvar a un extranjero?)

Creer que ‘todo el mundo está contra nosotros’ está profundamente arraigado en nuestra psique nacional
Pero la creencia de que ‘el mundo entero está contra nosotros’ está profundamente arraigada en nuestra psique nacional. Nos permite ignorar la reacción mundial a nuestro comportamiento. Es muy conveniente. Si todo el mundo nos odia de todas formas, la naturaleza de nuestras acciones, buenas o malas, no importa. Odiarían Israel incluso si fuéramos ángeles. Los gentiles son antisemitas, y punto.

Es fácil demostrar que esto también es falso. El mundo nos quería cuando fundamos el Estado de Israel y lo defendimos con uñas y dientes. El día siguiente a la Guerra de los Seis Días, todo el mundo nos aplaudía. Nos querían cuando éramos David, nos odian cuando somos Goliat.

Esto no convence a los de ‘el mundo nos odia’. ¿Por qué no hay ningún movimiento mundial contra las atrocidades de los rusos en Chechenia o de los chinos en Tíbet? ¿Por qué sólo contra nosotros? ¿Por qué los palestinos merecen más simpatía que los kurdos en Turquía?

Se podría responder que, como Israel exige un tratamiento especial en todos los demás asuntos, nos miden con otro rasero en lo que respecta a la ocupación y los asentamientos. Pero la lógica no importa. Son los mitos nacionales lo que cuenta.

Ayer, el tercer periódico más importante de Israel, Ma’ariv, publicó una historia acerca de nuestro embajador en Naciones Unidas bajo el revelador título: ‘Tras las líneas enemigas’.

Recuerdo uno de los enfrentamientos que tuve con Golda Meir en la Knesset, cuando comenzó la empresa colonizadora y llegaron las airadas reacciones en todo el mundo. Como ahora, la gente le echó toda la culpa a nuestra incapacidad para ‘explicarnos’. La Knesset celebró un debate general.

Orador tras orador, declamaron los clichés de siempre: la propaganda árabe es brillante, nuestras ‘explicaciones’ son despreciables. Cuando llegó mi turno, dije: No es culpa de las ‘explicaciones’. La mejor ‘explicación’ del mundo no puede ‘explicar’ la ocupación ni los asentamientos. Si queremos ganarnos la simpatía del mundo, no son nuestras palabras lo que debe cambiar, sino nuestras acciones.

Tuve un enfrentamiento con Golda Meir en la Knesset cuando comenzó la empresa colonizadora

A lo largo de todo el debate, Golda Meir —como de costumbre— se quedó en la puerta de la sala del pleno, fumando un cigarrillo detrás de otro. En resumen, respondió por orden a todos los oradores ignorando mi discurso. Yo creía que había decidido boicotearme cuando —tras una pausa dramática— se volvió hacia mí. «El diputado Avnery cree que nos odian por lo que hacemos. No conoce a los gentiles. Los gentiles quieren a los judíos cuando los maltratan y son miserables. Odian a los judíos cuando tienen éxito y salen victoriosos.” Si estuviera permitido aplaudir en la Knesset, toda la Cámara habría estallado en un aplauso ensordecedor.

Existe el peligro de que las actuales protestas por todo el mundo provoquen la misma reacción: que la opinión pública israelí se una contra los malvados gentiles en vez de unirse contra los colonos.

A algunos de los grupos de protesta no podría importarles menos. Sus acciones no están dirigidas a la opinión pública israelí, sino a la opinión internacional.

No me refiero a los antisemitas, que están intentando subirse al carro de este movimiento. Son una fuerza insignificante. Tampoco me refiero a aquéllos que creen que la creación del Estado de Israel fue un error histórico desde el principio y que debería ser desmantelado.

Me refiero a todos los idealistas que quieren poner fin al sufrimiento del pueblo palestino y al robo de sus tierras a manos de los colonos, y ayudarles a fundar el Estado libre de Palestina.

Estos objetivos sólo se pueden conseguir mediante la paz entre Palestina e Israel. Y esa paz sólo puede lograrse si la mayoría de los palestinos y la mayoría de los israelíes la apoyan. La presión del exterior no será suficiente.

Cualquiera que entienda esto debe estar interesado en una protesta mundial que no empuje a la población israelí a abandonarse en brazos de los colonos sino que, por el contrario, los aísle y vuelva a la opinión pública contra ellos.

¿Cómo se puede lograr esto?

Lo primero es diferenciar claramente entre el boicot a los asentamientos y un boicot general a Israel. La noticia de la televisión insinuaba que muchos de los manifestantes no ven la frontera entre ambos. Mostraron a una mujer británica de mediana edad en un supermercado, agitando fruta con la mano en alto y gritando: «¡Esto viene de un asentamiento!» Luego mostraron una manifestación en contra de los productos cosméticos Ahava que vienen de la parte palestina del mar Muerto. Pero inmediatamente después, hicieron un llamamiento al boicot de todos los productos israelíes. Tal vez muchos de los manifestantes—o los editores del video— no tienen muy clara la diferencia.

Quieren castigar a los que apoyan el boicot a los productos de Israel, hasta los de los asentamientos

La derecha israelí también tiene borrosa esta distinción. Por ejemplo: un reciente proyecto de ley de la Knesset quiere castigar a aquéllos que apoyan el boicot a los productos de Israel, incluyendo —como declara explícitamente— los productos de los asentamientos.

Si la protesta mundial se centra claramente en los asentamientos, muchos israelíes se darán cuenta de que hay una clara línea entre el legítimo Estado de Israel y la ocupación ilegítima.

Eso también es válido para otras partes de la historia. Por ejemplo: la iniciativa para el boicot a la compañía Caterpillar, cuyos monstruosos bulldozers son un arma importante de la ocupación. Cuando la heroica activista por la paz Rachel Corrie murió aplastada bajo uno de ellos, la compañía debería haber retirado todos los suministros, o al menos asegurar que no se utilizarían para la represión.

Mientras los presuntos criminales de guerra no sean llevados ante la justicia en Israel, uno no puede oponerse a las iniciativas para llevarlos ante la justicia en el extranjero.

Después de que esta semana los teatros más importantes de Israel hayan decidido dar representaciones en los asentamientos, será lógico boicotearlos en el extranjero. Si están tan interesados en ganar dinero en Ariel, que no se quejen si pierden dinero en París y Londres.

La corriente pacifista que antes sacaba a cientos de miles a la calle está en un estado de depresión

En segundo lugar está la conexión entre estos grupos y la opinión pública israelí.

Hoy en día, la gran mayoría de los israelíes dicen que quieren la paz y están dispuestos a pagar el precio pero que, lamentablemente, los árabes no quieren la paz. La corriente pacifista dominante, que en su día podía sacar a cientos de miles a la calle, se encuentra en un estado de depresión. Se siente aislado. Entre otras cosas, su antes íntima conexión con los palestinos, que se estableció en tiempos de Yasser Arafat después de Oslo, se ha aflojado bastante. Así que mejor tener relaciones con las fuerzas de protesta extranjeras.

Si la gente de buena voluntad quiere acelerar el fin de la ocupación, debe apoyar a los activistas israelíes por la paz. Debe construir una estrecha relación con ellos, romper la conspiración de silencio contra ellos en la prensa mundial, dar a conocer sus valientes acciones, y organizar más y más eventos internacionales en los que palestinos y pacifistas israelíes se presenten codo con codo. También sería bueno que, por cada diez multimillonarios que financian la extrema derecha en Israel, hubiera al menos un millonario apoyando las acciones en búsqueda de la paz.

Todo esto resulta imposible si se hace un llamamiento para el boicot a todos los israelíes, independientemente de sus opiniones y acciones, y si se presenta a Israel como un monstruo monolítico. Esta imagen no sólo es falsa, es extremadamente perjudicial.

Muchos de los activistas que aparecen en esta noticia suscitan respeto y admiración. ¡Cuánta buena voluntad! ¡Cuánto valor! Si apuntaran sus actividades en la dirección correcta, podrían hacer mucho bien; bien para los palestinos, y bien para los israelíes también.