Entrevista

Boualem Sansal

«A un militar no hay que pedirle democracia, sino exigirle que luche por ella»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Boualem Sansal (Sevilla, 2013) | © Ramsés García / Fundación Tres Culturas
Boualem Sansal (Sevilla, 2013) | © Ramsés García / Fundación Tres Culturas

Una visita de Boualem Sansal (Theniet El Had, Tissemsilt, 1949) a España es demasiado tentadora como para dejarla pasar sin intentar entrevistarle, aunque haya que hacerlo en la barra de un bar trianero, entre tapa y tapa, al filo de la medianoche. El escritor argelino ha llegado a Sevilla invitado por la Fundación Tres Culturas, a través del proyecto Menara, y lleva un largo día de entrevistas y conferencias. Tiene la mano fatigada de firmar ejemplares de su última novela publicada en nuestro país, Rue Darwin (Alianza), pero se muestra feliz de ver al fin el rostro de sus lectores españoles, que ya acogieron con entusiasmo su título anterior, la formidable El juramento de los bárbaros, que fue llevada al cine.

De formación científica, este ingeniero fue un alto funcionario que encontró su vocación literaria enfrentándose a los islamistas radicales, a los que sin duda debe algunas de sus canas. No obstante, Sansal mantiene en todo momento un carácter afable y una sonrisa inmutable, incluso cuando la grabadora se interfiere en el trayecto del tenedor… o del tenedor de su traductor, Wenceslao Carlos Lozano, que nos hace de intérprete.

Usted se caracteriza por ser uno de los escritores del panorama árabe que más cuida el lenguaje. ¿Eso significa también una actitud, una postura ante la realidad?
Sí, es un poco de todo a la vez, algo hay de eso.

¿En el sentido de que el cuidado de las palabras se parezca al cuidado de las personas?
No, no en ese sentido. Creo que una cosa bien pensada tiene que estar bien dicha, bien expresada. Como científico, intento ser lo más preciso que puedo en ese sentido. Incluso en las matemáticas hay que salvaguardar lo poético. El lenguaje matemático es tan preciso como poético.

La identidad es como la vida: cuando la tienes, es una banalidad, y cuando la pierdes es gravísimo

Su novela Rue Darwin se ocupa de identidades familiares, nacionales, religiosas… ¿Las identidades son una necesidad, o una fuente de problemas?
Es como la vida: cuando estás vivo, consideras que la vida es una banalidad, y cuando la pierdes es gravísimo. Cuando te quedas sin identidad, no hay mayor sufrimiento que ése. La gente que estaba en los campos de exterminio sufrían sin duda, pero no era solo un sufrimiento de tipo físico, de hambre y frío, que por supuesto que sí, sino sobre todo porque les habían robado la identidad.

Se habla mucho en estas páginas de convivencia. Me pregunto si el problema no es tanto de religiones, de razas, como de niveles económicos. ¿Cuándo todos están al mismo nivel social, se diluyen las diferencias?
Los pobres viven muy bien juntos. La pobreza es como una argamasa. Y los ricos también se sienten unidos por la riqueza. La cuestión de los pobres es de solidaridad, porque los unos no pueden vivir sin los otros. Cuando éramos pequeños, podía no haber nada de comer, si venía una visita, mandabas al niño a pedirle a la vecina un poco de aceite, a otra un tomate, y en cinco minutos ya había algo para almorzar. Y en el peor de los casos, pasaba el tendero, te daba algo y ya le pagabas cuando pudieras.

Un regreso al origen

La novela Rue Darwin narra la reunión en París de los hermanos de Yazid, tras la muerte del padre. Todos viven en la diáspora y han logrado desarrollar brillantes carreras y vidas estables, a excepción del pequeño, que se ha unido a los talibanes. Toca entonces regresar a la calle Darwin de Argel, donde cohabitaron judíos, musulmanes y cristianos, kabiles y franceses…, de los que ya no queda nadie. Allí comenzará una búsqueda de verdades que han quedado opacadas con el tiempo, una indagación en la propia memoria que pasa por enfrentarse a los traumas de la guerra de la independencia y a la amenaza permanente del integrismo islámico.

Hablando de identidades, llama la atención el personaje del rabino, retratado de un modo muy diferente a como suelen aparecer los judíos en el imaginario árabe actual. ¿Es una provocación?
¡Es que era así! Los rabinos también tienen derecho a ser buena gente. Cuando mi madre llegó a Argel, antes de conocer a su marido, ese rabino fue el que la alimentó y cuidó de ella. Y con el tiempo, tras la independencia, fueron ellos los que cuidaron del rabino, porque nunca quiso irse, nunca dejó el país en el que estaban enterrados sus padres.

¿Ha querido rendir un homenaje a las mujeres, y a su papel en los conflictos?
Sólo hay un homenaje a la vieja, a la abuela, una mujer de poderío. Y sobre todo, considerando que todo lo que digo sobre ella es cierto. Es una mujer que se convierte en una jefa de clan, en medio de una sociedad machista como aquella, por ser a su vez la hija del jefe del clan, hace y deshace la vida de los demás. Eso describe lo que puede hacer una mujer con carácter, incluso en un país como el mío.

Los homosexuales argelinos tienen que disimular, y mucho. Su vida puede ser un infierno

Hace poco conocí a una chica argelina que vestía minifalda, fumaba con delectación y aseguraba que no pensaba casarse. ¿Qué futuro le augura en Argelia?
Va a ser difícil para ella. Una chica que no sea virgen no tiene allí posibilidad de casarse, así que ya puede vivir la vida que quiera. Es algo que se ve actualmente, en efecto, mujeres de 30 o 40 años que no están casadas, algo que antes era inconcebible… Pero es por ese hecho, el de la virginidad, a menos que se trate de un matrimonio muy moderno. La cosa llega con los islamistas hasta el punto de que una mujer, aunque sea virgen y seria, si su hermana no lo es, tendrá problemas. Si su hermana lo ha hecho, ¿por qué no lo hará ella alguna vez?

La novela también toca un tabú, la homosexualidad. ¿Qué significa ser homosexual hoy en su país?      
Se van a un país donde los dejen vivir, claro. Si eres un homosexual rico, tienes tu mundito, se reúnen en hoteles, en fiestas privadas, y así, sí. Si eres pobre, llevarás una vida de miseria sexual, te buscarás la vida como puedes. Pero hay que disimular, y mucho. Basta con que sospechen que eres gay, para que conviertan tu vida en un infierno…

Escribe usted: “Someterse al miedo es tan feo como ejercer el terror”. Esa frase, ¿interpela a todos sus compatriotas?
Claro, es una reflexión general que remite al tema argelino. Someterse es animar al terror. Si tienes miedo, les das cancha. No hay que ceder.

¿Y cómo se vacuna uno contra el miedo?
En plan teórico es muy difícil expresarlo. Pero cuando estás metido en el ajo, acabas encontrando el camino. Es como la guerra, te parece horrorosa, pero . nunca sabemos hasta qué punto podemos ser cobardes, pero tampoco hasta qué punto podemos ser valientes. Hay gente que parecía asustarse con una mosca, y han sobrellevado las cosas con más dignidad y coraje que muchos. He conocido a mujeres, por ejemplo, que han seguido enseñando como profesoras cuando estaban amenazadas de muerte por los islamistas. De hecho, han matado a muchas.

Haciendo el repaso a la larga cadena de guerras argelinas que describe, termina dando la impresión de que esos conflictos son una fatalidad, que no hay manera de escapar de ello…
Es cierto, mucha gente allí piensa que están malditos, pero eso está dentro del ámbito religioso. En el fondo, las razones son mucho más objetivas y concretas. Pero muchos siguen pensando en una maldición divina. Cuando hubo un terremoto en 2003, el propio Bouteflika, un hombre culto y moderno, dijo que era un castigo de Dios. Y los islamistas le dieron la razón, ¡añadiendo que la culpa la tenían las mujeres!

Pero usted sí cree que la paz en Argelia sea posible.
Algún día, sí… Durante la guerra de Argelia circuló una expresión, Francia nunca habló de guerra, sino de “operación de pacificación”. Los argelinos la llamaron “la paz de los cementerios”. La guerra es fácil, la paz es difícil…

Hace siempre en sus libros retratos muy duros, muy críticos, de su país. ¿Qué tiene que hacer el país para volver a la calle Darwin?
No se sabe. El pueblo le pide a los militares “dadnos democracia”. Pero a un militar no hay que pedirle democracia, hay que exigirle que luche por ella. O al menos, que haga los menos estragos posibles. Los países del Este se liberaron de un régimen dictatorial sin necesidad de guerra, luego es posible. Lo que ocurre es que entre nosotros hay un elemento de religión, de superstición, de superchería histórica, les han vendido una historia inventada… No es tan fácil.