Crítica

Desvelos académicos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

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Margot Badran
Feminismo en el islam

Género: Ensayo.
Editorial: Cátedra.
Páginas: 580.
ISBN: 978-84-376-3008-3
Precio: 25,40 euros.
Año: 2012
Idioma original: Inglés.
Título original: Feminism in Islam
Traducción: Tania Arias

Feminismo en el islam. Gran título. Porque difícilmente pueda haber ahora mismo un tema más polémico y con mayores contradicciones, opiniones contrapuestas, tintes ideológicos y ausencia de información. Es de esas portadas que uno no puede evitar escoger en el escaparate y hojear para ver si ahí se esconde una luz que por fin nos aclare algo.

La autora, Margot Badran, es académica, por lo que aquí tenemos datos, informaciones precisas, opiniones fundadas, fuentes, nombres, fechas. Eso no hay quien se lo niegue. Si usted quiere escribir su tesis doctoral sobre algo relacionado con mujeres e islam, lo agradecerá: podrá no sólo citar ampliamente a Badran sino que encontrará una densa bibliografía en las notas al pie de página. En este sentido, el trabajo es irreprochable. Una obra de referencia.

Obra de referencia… pero ¿en qué? El título «Feminismo en el islam» le viene grande

Obra de referencia… pero ¿en qué? El título «Feminismo en el islam» le viene grande. Durante las primeras 325 páginas – más de la mitad del libro – uno piensa que habría sido más preciso titular «Evolución del feminismo en Egipto desde 1870 hasta casi nuestros días». El casi se debe a que la mayor parte de los ensayos en esta sección (un excelente estudio detallado del contexto histórico egipcio y un interesante capítulo sobre el tratamiento de la mutilación genital femenina) fueron escritos en los años 80 y 90.

Esa es otra: no se trata de un libro estructurado en capítulos (pese a que el índice los presenta como tales) sino de una colección de ensayos diversos, publicados en revistas académicas. Cada ensayo es autónomo y repite innúmeros datos y definiciones, perfectamente lógico pero poco de agradecer si se quiere leer el libro todo seguido.

Donde sí es de agradecer la estructura de ensayos sueltos es en la parte II, donde se incorporan Turquía, Yemen y Nigeria al ámbito contemplado y nos acercamos al tema que nos interesa: ¿cómo interactúan feminismo e islamismo? ¿dónde están las feministas hoy?

 Badran construye su visión del feminismo a través de una élite burguesa sujeta a las normas religiosas clásicas

Aquí descubriremos un curioso cambio de posicionamiento de la autora: si a finales de los 90 aún observaba con extrañeza el nacimiento de la corriente de mujeres con velo que asegura luchar por los derechos de la mujer y no en contra de ellos, y tiene sus simpatías en el lado de las feministas de toda la vida, en 2006 ya parece cooptada, al ensalzar a quienes buscan en el propio Corán las bases para poner freno a la progresiva opresión islamista.

Pero hablar de «las ideas y prácticas patriarcales que el Corán había llegado a suavizar y finalmente a erradicar en Arabia y otras sociedades» no sólo evidencia una enorme benevolencia hacia la religión sino también una gran ignorancia respecto a la Arabia preislámica, que da por buena la (falsa) visión que de esa sociedad ha construido la historiografía islámica clásica.

Algo que no es de extrañar porque desde el principio, Badran construye su visión del feminismo a través de los escritos que estudia y que reflejan únicamente la realidad de una pequeña élite burguesa sujeta a las normas religiosas clásicas de la clase instruida egipcia. Hace referencia varias veces al gesto de Huda Sharawi, que se quitó el velo en público en El Cairo en 1923, pero hay que prestar enorme atención para encontrar la única frase aislada que nos confirma el alcance real del gesto: todas las mujeres se cubrían la cara… excepto las campesinas, que por supuesto nunca llevaron velo y que por supuesto constituían la inmensa mayoría de la población en el Egipto de entonces. Es decir, Huda Sharawi simplemente abandonó unas convenciones clasistas. Pero la situación de la mujer del pueblo llano, sea de Egipto, de Turquía o del Magreb, no recibe ninguna atención en la obra de Margot Badran.

Este contexto condicionado por la visión de la burguesía (que también es la única presente en los libros de Fatima Mernissi) explica también la llamativa insistencia de Badran por defender el feminismo egipcio con vehemencia numantina contra las acusaciones de ser una «importación» europea o beber de fuentes extranjeras: no, no, es local y autóctono…

La propia necesidad de esta defensa ya demuestra que la autora ha asimilado, sin querer, la gran falacia del patriarcado religioso que asigna a la mujer la tarea de guardar la tradición y el hogar, y sólo al hombre le da permiso a innovar. ¿Alguien se ha visto alguna vez en la necesidad de aseverar que el Partido Comunista Egipcio nació de manera espontánea, sin influencias de Marx o Engels?

Y en esta línea, quince años más tarde, Badran se felicita porque las mujeres busquen ahora en el islam toda solución a la represión que éste causó. Son cientos de páginas de estudios de caso, testimonios, reflexiones teóricas… pero al final, el libro que lleva por título «Feminismo en el islam» y que acaba hablando de «feministas islámicas» renuncia a hacer la sencilla prueba del algodón. Está muy bien eso de reinterpretar el Corán de otra manera, pero cuando entran en colisión una cuestión de igualdad fundamental y un versículo del todo explícito, ¿con qué nos quedamos? ¿Qué hace una «feminista islámica» cuando el Corán (4, 12) ordena que el hijo varón reciba el doble de herencia que la niña? ¿Sí o no?

Cuando entran en colisión una cuestión de igualdad y un versículo coránico, ¿con qué nos quedamos?

Mejor no hacer esa pregunta, se dirán muchas. Las mujeres podrían verse forzadas a escoger bando y, de escoger el de la igualdad, ser denunciadas como unas sucias ateas. Y ahí surge al lector la fea sospecha, que Badran no es capaz de explicitar, que tal vez todo lo que se haya dado en llamar «feminismo islámico» no sea más que el feminismo de toda la vida forzado a ocultar su esencia bajo citas coránicas para no ser aplastado por aquellos que hoy – mucho más que en los sesenta – detentan el poder absoluto, los imames patriarcales y machistas, ya sin contrapeso desde que hasta Europa se entregó con armas y bagajes a la causa de la represión de la mujer bajo excusa exótica.

Pero ocultar este desequilibrio de fuerzas y fingir que ellas – las feministas – realmente prefieren colaborar con la opresión religiosa al reivindicar el Corán como referencia suprema de ley no hace avanzar precisamente la causa del feminismo.

Ahí tenemos el caso de Nigeria, al que Badran dedica un capítulo detallado (en el que no aclara por qué se expande en este país africano un islam calcado del inhumano modelo wahabí). Se felicita de que los dos casos de condena a la lapidación – Amina Lawal y Safiyatu Husseini – fueron anulados mediante «la estricta aplicación del fiqh», la jurisprudencia islámica: de nuevo todo es autóctono, no hacía tanta falta la presión extranjera, el mercado religioso se autorregula.

Todo es autóctono, no hace falta la presión extranjera, el mercado religioso se autorregula

En ningún momento se plantea Badran que absolver por falta de pruebas a una mujer condenada a muerte por adulterio no elimina la base de la ley: el adulterio es un crimen que merece la muerte. Aplaude el que se salvaran esas dos vidas gracias a que precisamente no se cuestionara esa esencia. ¿Feminismo?

Una advertencia final a las 9 académicas que firman como consejo asesor de la colección Feminismos editadas por Cátedra junto a la Universitat de Valencia: Entiendo que ustedes no podían encontrar una traductora que tuviera una mínima noción de contexto y que no estuviera tan rematadamente perdida ante el texto, ya no sólo por no saber nada de árabe sino por no dominar suficiente inglés, de manera que ahora hay párrafos sólo accesibles al lector que sepa reconstruir el original en su cabeza.

Pero la próxima, busquen a alguien que sepa al menos teclear en un buscador de internet un nombre propio para no escribir por defecto «el embajador egipcio» cuando se trataba de una embajadora. Eso tampoco es de feministas.