Crítica

Sangre resbalada gime

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos
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Rachid Boudjedra
Los campos de chumberas

Género: Novela
Editorial: Alianza
Páginas: 216
ISBN: 978-84-206-8479-6
Precio: 18 €
Año: 2010 (2014 en España)
Idioma original: francés
Título original: Les figuiers de Barbarie
Traducción: Wenceslao-Carlos Lozano

Muda canción de serpiente. Chumberas en las colinas. Quizás haya una sombra de morera. Dos chavalas adolescentes, dos gemelas, se ligan a un joven de buena familia y a su amigo, de no tan buena, aunque casi. Juntas. Jugando al escondite de las identidades ¿cuál soy yo? El amor, es decir el sexo, que es decir el amor, es compartido entre cuatro o no es. Estamos en los últimos años 50. Argelia lleva existiendo 120 años. Una colonia francesa.

Pero esto se acabará: por todas partes arrecia la sangre. Apenas adultos, Omar y su amigo – el narrador – se afiliarán al Maquis. Ese que desde los montes desnudos o boscosos de la Argelia profunda dispara sobre los reclutas franceses, pone minas al paso de los convois militares, huye bajo los bombardeos aéreos, ve morir a su lado, despedazados por la metralleta, a sus mejores compañeros. En la alcazaba de Argel, ellas, las chicas del Maquis, colocan bombas en los cafés para despedazar a civiles, son detenidas y torturadas, ejecutadas. La guerra es sucia y huele a sangre seca y a excrementos, es decir a mierda.

Es mucho más sucia que esto: ya antes de que termine, unos cabecillas de la rebelión mandarán matar a otros. Por sospechas, por miedo, por riñas, por yo qué sé. Los mejores caerán bajo las balas o la soga de de sus propios compañeros. Mientras tanto, Francia va metiendo mano dura. Horcas. Guillotinas. Y mientras tanto, los colonos franceses, los pies negros, aquellos que creen que esta tierra es y será para siempre Francia, forman su propia guerrilla, mucho más despiadada aún.

La guerra de la independencia de Argelia es el mito fundacional del país. No hay novela argelina que no bucee en sus intestinos

La guerra de la independencia de Argelia es algo así como el mito fundacional del país. ¿No hay novela argelina que no bucee en sus intestinos? No no, responde airado Yasmina Khadra, confrontado con el hecho de que el motivo reaparece hasta en sus obras de serie negra. “El pueblo no lo vive así”.

Pero es oficial. Quien quiera ser presidente de Argelia debe primero demostrar que haya participado en la revolución del 1 de noviembre de 1954, si entonces tenía más de 12 años. Si nació más tarde, debería demostrar que sus padres no estaban involucrados en actos hostiles a esta revolución. Lo dice, todavía hoy, la Constitución (art. 73).

Omar no quiere llegar a ser presidente: es un probo arquitecto. Pero sufrirá toda su vida porque su padre fue jefe de policía de Batna, al servicio del poder colonial. Del opresor. De poco vale estar convencido de que eso no es cierto, que fue agente doble, un infiltrado del Maquis: aún hay que negar rotundamente lo que todos saben, que tu propio hermano haya estado combatiendo con los colonos contra el Maquis.De nada vale haber puesto tantas veces la propia vida en el tablero, parapetado en los montes con la metralleta: pesa grave el honor familiar.

Este libro exige a gritos hacer las cuentas. Con la inimaginable crueldad con la que las tropas coloniales francesas aplastaban en el siglo XIX la resistencia popular argelina, masacrando pueblos enteros (la despiadada guerra israelí contra Gaza parecería humanista en comparación). Con las guillotinas bajo las que caían cabezas francesas, aquellos modestos profesores, artesanos, gente del pueblo llano, que se aliaron, por convicción, con el Maquis, combatían contra la que decía ser su patria, a favor de una que luego jamás iba a serlo. Con François Mitterrand, que luego tanto hablaría de derechos humanos, pero que firmaba las sentencias de muerte como ministro (Boudjedra no lo nombra, pero lo digo por si no pillan las alusiones). Con la propia organización que, ganada la independencia, llevó Argelia lentamente hacia un letargo de nepotismo y corrupción y, finalmente a la nueva guerra, la de los años noventa.

Ahora, los herederos de aquellos héroes del Maquis son quienes detienen, torturan, ejecutan en secreto, masacran, y los islamistas son quienes disparan desde las colinas y colocan bombas en los cafés de Argel. Si en 1960 te pegaba un tiro en la calle un comunista del FLN por ser europeo, ahora te pega un tiro un islamista del GIA por no llevar velo. Qué poco ha cambiado, camaradas. Y el whisky es más caro ahora que entonces.

Ahora es un mundo de hombres: ya no son ellas quienes colocan las bombas en la alcazaba. Ya no hay guerrilleras como entonces. Ya no hay gemelas.

Éste es el libro que quiso escribir Rachid Boudjedra. ¿Lo ha conseguido? Es un único grito largo, nunca pierde la rotunda densidad lírica del lenguaje, siempre arroja a manos llenas el olor, desde el fétido de las llagas al dulce de una vulva, el tacto áspero o fangoso, el bramido de las bombas y del silencio. Pero aunque cada frase cae como un golpe seco de ron en la garganta, a ratos tengo la sensación de que divaga algo, que no cincela ese tremendo paralelismo de dos guerras espejadas como lo merecería. Que las gemelas se quedan fuera del foco demasiado rato cuando es que se trata de ellas. Que ni siquiera me queda claro por qué el final es tan confuso, mientras aterrizamos en el aeropuerto, tras una hora de vuelo.

Bienvenidos a Argelia.