Opinión

Pesadilla de noche y día

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Parece que ahora todo el mundo detesta a Binyamin Netanyahu, casi tanto como a su entrometida mujer, Sarita.

Hace seis semanas, Netanyahu era el gran vencedor. Contrariamente a lo que predecían todos los sondeos, consiguió una sorprendente victoria en el último momento, obteniendo 30 escaños en la Knesset de 120 miembros, y dejando muy por detrás al Partido Laborista (ahora reetiquetado como “El Campo Sionista”).

Los escaños extra no venían de la izquierda, sino de sus competidores más cercanos, los partidos de derechas.

Netanyahu es un antihéroe: tiene un peculiar talento para convertir a sus amigos en enemigos

Aún así, era un gran triunfo personal. Netanyahu estaba en lo más alto de su mundo, Sarita estaba radiante de felicidad. Éste no dejó lugar a dudas de que él era ahora el amo, y que estaba determinado a ordenar las cosas de acuerdo con sus deseos.

Esta semana tuvo su merecido. El último día del periodo que se le concedía por ley para formar su nuevo gobierno, estaba próximo a la desesperación.

Un viejo dicho hebreo lo expresa en pocas palabras: “¿Qué es un héroe? Aquel que convierte su enemigo en un amigo”.

En este sentido, Netanyahu es un antihéroe, ya que tiene un peculiar talento para convertir a sus amigos en enemigos. Sarita es una gran ayuda en este aspecto.

Winston Churchill aconsejó una vez ser magnánimo en la victoria. La magnanimidad no es una de las virtudes más destacadas de Netanyahu, que dejó bien claro que él y sólo él era ahora el amo.

Justo después de las elecciones, Netanyahu confirmó que el próximo gobierno sería una estrecha coalición de partidos ortodoxos y de derechas, que sería capaz de hacer por fin lo que él realmente quiere hacer: poner fin a todo ese sinsentido de los dos Estados, coartar la Corte Suprema, amordazar a los medios de comunicación y mucho más.

Todo iba perfectamente, el jefe de Estado lo invitó a formar el próximo gobierno, las negociaciones de coalición fluían sin problemas, y las figuras de ésta eran claras: el Likud, el Partido de la Torá de los asquenazíes, el partido ortodoxo oriental Shas, el nuevo partido de reforma económica de Moshe Kahlon, el partido nacionalista religioso de Naftali Bennett y el partido de extrema derecha de Avigdor Lieberman. Todos juntos sumaban una cómoda mayoría de 67 miembros en una Knesset de 120.

No es muy cómodo sentarse juntos en un gobierno cuando se odian y desprecian entre ellos

Los cabezas de partido no tienen que quererse los unos a los otros para formar una coalición, ni siquiera tienen que gustarse. Sin embargo, no es muy cómodo sentarse juntos en un gobierno cuando se odian y desprecian entre ellos.

El primero en lanzar una bomba fue Avigdor Lieberman.

A Lieberman no se le considera un “verdadero” israelí. Tiene un físico diferente, habla con un acento extranjero muy cerrado, su mente parece funcionar de un modo distinto. A pesar de haber llegado a Israel hace décadas, aún se le considera “un ruso”, cuando en realidad es de la Moldavia soviética.

Hay un dicho que es normalmente atribuido a Stalin: la venganza es un plato que se sirve frío. El pasado martes, 48 horas antes de que acabara el tiempo permitido por la ley para la formación de un nuevo gobierno, Lieberman soltó su bomba.

En las elecciones, Lieberman perdió más de la mitad de sus fuerzas a favor del Likud, reduciendo sus escaños a seis. A pesar de esto, Netanyahu le aseguró que podría mantener su puesto como ministro de Asuntos Exteriores, una concesión de poco valor, ya que Netanyahu hace todas las políticas de exteriores importantes él mismo.

De repente y sin provocación, Lieberman convocó una rueda de prensa e hizo una declaración trascendental: no se uniría al nuevo gobierno.

¿Por qué? Todas las exigencias personales de Lieberman habían sido satisfechas. Los pretextos eran claramente elaborados. Quiere, por ejemplo, que los “terroristas” sean ejecutados, una exigencia a la que los servicios de seguridad se resisten firmemente por creer (y con razón) que crear mártires es una mala idea. Lieberman también quiere mandar a prisión a las juventudes ortodoxas que se niegan a servir en el ejército, una exigencia ridícula de un gobierno en el que los partidos ortodoxos tienen un papel central. Y mucho más.

Era un claro y descarado acto de venganza. Obviamente, Lieberman había tomado la decisión desde el principio, pero lo guardó en secreto hasta el último momento, cuando Netanyahu ya no tenía tiempo de cambiar la composición del gobierno invitando, por ejemplo, al Partido Laborista.

Un gobierno de 61 miembros es una pesadilla continua; no se lo desearía ni a mi peor enemigo

Ciertamente, era una venganza servida en plato frío.

Sin los seis diputados del partido de Lieberman, Netanyahu aún cuenta con una mayoría de 61, justo lo suficiente para presentar el gobierno al Knesset y obtener un voto de confianza. Justo.

Un gobierno de 61 miembros es una pesadilla continua; no se lo desearía ni a mi peor enemigo.

En una situación como esa, ningún miembro de los partidos de la coalición puede ir al extranjero por miedo a una repentina moción de censura de la oposición. Para los israelíes, ese es un destino peor que la muerte. La única forma que diputado de la coalición tendría de viajar a París sería llegar a un acuerdo con un miembro de la oposición que quisiera ir, por ejemplo, a Las Vegas. Hoy por ti y mañana por mí, como dice el refrán.

No obstante, hay una pesadilla mucho peor que ataca a Netanyahu tanto de noche como de día: en una coalición formada por 61 miembros, “todos los bastardos son reyes”, como dice el refrán hebreo. Todos y cada uno de los miembros pueden obstruir un proyecto de ley propuesto por el gobierno, permitir ganar una moción a la oposición, abstenerse de cualquier voto crucial.

Todos los días serían un buen día para chantajes de todo tipo. Netanyahu se vería obligado a aceptar todos los caprichos de todos los miembros. Tortura como tal no fue concebida ni siquiera en la mitología griega.

El primer ejemplo ya se vio el día después de la bomba de Lieberman.

Esta gacela de ojos almendrados destaca en un odio intenso hacia los árabes, la izquierda, homosexuales y refugiados

Bennet, que aún no había firmado el acuerdo de coalición, se encontró a sí mismo en una posición en la que no habría un gobierno de Netanyahu sin él. Se estrujó el cerebro para buscar una manera en la que poder explotar la situación y obtener algo más de lo que ya le había sido prometido (y humillar a Netanyahu en el proceso), y se le ocurrió exigir que Ayelet Shaked fuera la nueva ministra de Justicia.

Shaked es la reina de la belleza de la nueva Knesset. A pesar de sus 38 años, tiene una apariencia muy femenina y juvenil. Tiene también un nombre bonito: Ayelet significa gacela, Shaked almendra.

Su madre era una maestra de izquierdas, pero su padre, nacido en Iraq, era un miembro de derechas del comité central del Likud. Ella sigue los pasos de su padre.

Esta gacela de ojos almendrados destaca en actividades políticas basadas en el odio: un odio intenso hacia los árabes, los políticos de izquierdas, homosexuales y refugiados. Ha sido autora de un buen número de proyectos de leyes de extrema derecha, entre los cuales se encuentra uno atroz que dice que el “carácter judío” de Israel tiene prioridad ante la democracia, y se antepone a las leyes básicas. Sus incitaciones al odio contra los indefensos refugiados de Sudán y Eritrea que de algún modo han conseguido llegar a Israel, es sólo uno de sus incansables esfuerzos. A pesar de ser la número dos de un partido extremadamente religioso, ella no es religiosa en absoluto.

Su relación con Bennett empezó cuando ambos eran empleados en la oficina de Netanyahu, cuando éste era líder de la oposición. De algún modo, ambos provocaron la ira de Sarita, que nunca perdona ni olvida. Por cierto, lo mismo ocurrió con Lieberman, que fue también director en la oficina de Netanyahu.

Así que ahora es hora de pagar. Netanyahu torturó a Bennet durante las negociaciones, haciéndolo sudar durante días. Bennett aprovechó la oportunidad tras la deserción de Lieberman e impuso una nueva condición para unirse a la coalición: Shaked tiene que ser ministra de Justicia.

Netanyahu, carente de cualquier otra alternativa práctica, sucumbió al chantaje. Era eso o no tener gobierno.

Yitzhak Herzog nunca ha pronunciado una idea original ni liderado una protesta exitosa

Ahora la gacela está a cargo de la Corte Suprema, la cual detesta. Escogerá al próximo fiscal general (conocido en Israel como “asesor judicial”), y formará el comité que nombra a los jueces. También estará encargada del comité de ministros que decide qué leyes puede presentar el gobierno a la Knesset, y cuales no.

No se trata de una situación muy prometedora para la Única Democracia de Oriente Medio.

Netanyahu tiene demasiada experiencia como para no saber que no puede gobernar en una coalición tan poco estable durante mucho tiempo. Necesita al menos un socio de coalición más en un futuro no muy lejano, pero ¿dónde encontrarlo?

El partido árabe está fuera claramente, así como el Meretz, y el partido de Yair Lapid, por la simple razón de que los ortodoxos no se sentarán junto a ellos en el gobierno. De modo que sólo queda el Partido Laborista (también conocido como el Campo Sionista).

Francamente, creo que Yitzhak Herzog se lanzaría a esta oportunidad. Ya debe saber a estas alturas que no es el tribuno popular que necesita su partido para liderarlo al poder. No tiene ni la estatura de un Apolo ni la lengua de un Netanyahu. Nunca ha pronunciado una idea original ni liderado una protesta exitosa.

Además, el Partido Laborista nunca ha destacado como oposición. Fue el partido en el poder durante 45 años consecutivos antes y después de la fundación del Estado. Como partido de la oposición es patético, al igual que «Buji» Herzog.

Unirse al gobierno de Netanyahu en unos meses sería ideal para Herzog. Nunca faltan pretextos; al menos una vez al mes sufrimos una Emergencia Nacional que exige Unidad Nacional. Una pequeña guerra, problemas con las Naciones Unidas, y cosas así. Aunque John Kerry dio esta semana una entrevista a la TV israelí, la cual acabó siendo una obra maestra de autohumillación abyecta y arrastrada.

Conseguir a Herzog no será fácil. Los laboristas no son un cuerpo monolítico, muchos de sus funcionarios no admiran a Herzog, consideran a Bennett un fascista y a Netanyahu un mentiroso compulsivo y un farsante, pero los atractivos del gobierno son fuertes, las sillas ministeriales son tan cómodas.

Mi apuesta: Netanyahu, el gran superviviente, sobrevivirá.

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