Entrevista

Claudio Magris

«Los muros no están sólo en África y en América, sino también en Europa»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Claudio Magris (Turin 2004) | © Paul Badde / Cedida


Madrid| Noviembre 2014

La concesión del premio de la FIL de Guadalajara (México) reconocía el año pasado el papel de Claudio Magris (Trieste, 1939) como el escritor lúcido y comprometido que sus lectores ya conocen, por más que él mismo recele de la etiqueta de intelectual. Autor de títulos fundamentales como El Danubio o Microcosmos, premio Strega 1997, ha publicado recientemente en español un conjunto de narrativa breve, El conde y otros relatos (Sexto Piso), así como la conversación con Vargas Llosa recogida con el título La literatura es mi venganza y Stadelmann (Alfabia).

Aunque le precede su fama de serio, al otro lado del teléfono Magris se muestra afable y cercano, y muy contento de que su obra sea conocida en España, en buena medida gracias a los buenos oficios del traductor J. A. González Sáinz. “Fue una gran suerte encontrarme con él en mi camino”, celebra.

Acaba de aparecer en España su libro de conversaciones con Vargas Llosa. Son dos escritores que tienen en común haberse dedicado a la política, pero de modos distintos, ¿no?

Vargas Llosa sí que ha hecho carrera política, porque presentó incluso la candidatura a la presidencia de su país, Perú. Yo en cambio no he llegado a hacer política activa, más allá de los dos años que estuve en el Senado, entre el 94 y el 96. Sea como fuere, en el libro hay un discurso de doble: sobre la relación que hay entre la vida y la literatura, que debe ser irresponsable a veces –hay que vivir la vida como una terrible enfermedad incurable, ha dicho Vargas Llosa– y viceversa: el hecho de que el escritor, como hombre que es, con todos los deberes que tiene un hombre, no tiene por qué entender mejor la política que los demás. De hecho, a menudo, los grandes escritores del siglo XX han sido fascistas, nazis, estalinistas… No tenían ni idea de política.

O entendían la política solo como militancia…

Sí, hacer política puede ser más explícitamente una militancia, como ha hecho Vargas Llosa al presentarse a la presidencia del Perú, y también de un modo indirecto, porque la política es trabajar por la polis, por la ciudad, por la comunidad. Es saber que la calidad de la vida, de la mía por ejemplo, no acaba con los límites de mi persona, de mi cuerpo; sino que comprende la vida que me rodea, por tanto, también la vida de los demás, del mundo. Hay un deber elemental, no solo moral, sí, pero para vivir mejor hay que hacer cosas que hagan que el mundo sea mejor.

¿Cree en una especie de egoísmo positivo?

«Creer que se puede construir un paraíso cortando cabezas es peligrosísimo»

Por poner un ejemplo, había un gran empresario triestino, Primo Rovis, el pobre murió ya viejito, hace poco tiempo. Había escapado de la Istria convertida en Yugoslavia después de la II Guerra Mundial y se llegó a ser un próspero empresario del café. Un hombre muy inteligente, que ayudó mucho, que construyó hospitales y emprendió muchas obras sociales. Y una vez hizo unas declaraciones, muy inteligente él, dijo: “Yo estoy muy contento de pagar impuestos altos. Porque yo trabajo mucho y también gano mucho dinero, pero para mí la vida tiene sentido si en mi país los hospitales funcionan, las carreteras van bien… El bienestar de mi vida comprende el bienestar de la gente que me rodea. Y por eso estoy muy contento de pagar los impuestos”. Él no era un político, lo que hacía no era política de ningún partido; era un trabajar por la polis, por la gente.

Volviendo a la política. ¿Qué diría a la gente que piensa hoy que los políticos son un asco, gente sin dignidad?

Ha habido, en algunos países más y en otros menos, un deterioro de los hábitos, las costumbres. No es que los tiempos pasados hayan sido más puros, no, pero yo he visto una decadencia de los modales, del estilo, hasta el punto de que no nos da vergüenza hacer cosas que antes nos hacían que se nos cayera la cara. Y es muy distinta la situación de un país a otro. En Alemania, un presidente de la República ha dimitido porque habían descubierto que había copiado medio capítulo de su tesis. Y no por haber robado millones de euros.

¿La corrupción es el gran problema?

Lo que es gravísimo es la generalización, el criticar a uno u otro político, o a un momento o a una clase política concreta, porque no son todas iguales. Pero ese indiscriminado rechazo a la política y sobre todo a la democracia parlamentaria es realmente peligroso, porque deriva en totalitarismo. Deriva en algo populista que se nutre de este desprecio indiscriminado que es catastrófico. Hay que saber distinguir las cosas y denunciar la corrupción, los robos, sí, pero otra cosa es por ejemplo algo que leí hace poco: un escándalo que se había formado porque el alcalde de Roma no había pagado algunas multas de tráfico. Esto le puede pasar a cualquiera, y no es que yo esté a favor del alcalde de Roma, pero si no hubiera sido un político, nadie le habría señalado. Esto es grave, porque demuestra una incapacidad para razonar críticamente, distinguiendo unas cosas de otras.

Usted, que escribió Utopía y desencanto, ¿le da miedo oír hablar de utopía de forma tan populista?

No creo que se hable tanto de utopía, la verdad. Lo que me da miedo es una cierta disfunción del mundo, de una idea salvaje de crear o de seguir un ideal totalitario como el del extremismo político, étnico, religioso. Eso es peligrosísimo, creer que se puede construir un paraíso cortando cabezas. Eso da miedo.

El muro de Berlín cayó hace 25 años. ¿Qué piensa de estos nuevos muros de África, en Estados Unidos, los muros del siglo XXI?

«Debemos vivir nuestra identidad nacional como un juego de muñecas rusas»

Los muros no están desgraciadamente sólo en África y en América, sino también en Europa. Porque la caída libertadora del muro ideológico de Berlín fue una caída sola. Pero después han nacido otros muros étnicos, nacionalistas, de fronteras en todo el mundo, esas pequeñas identidades que rechazan cualquier contacto con el otro. Esto es un desastre. Se ha perdido el sentido de que nosotros pertenecemos a muy diversas identidades. Yo soy triestino y eso no choca con ser italiano, ni con ser europeo. Debemos vivir nuestra identidad nacional como un juego de muñecas rusas, y no verla como una oposición. Yo creo que muchos de los micronacionalismos son peores que los grandes nacionalismos. Ambos son detestables.

La situación económica, ¿está haciendo que Europa se aleje del Mediterráneo? ¿Hay una guerra de Berlín contra Atenas?

No. Naturalmente, está claro que en cada situación, cada grupo o cada identidad persigue su propio interés. Berlín mira por sus intereses más que por los de Atenas, así como la Fiat mira por sus intereses y no por los de la Volkswagen. Europa debería impedir o corregir esta situación. Yo no creo que haya una gran diferencia entre unos y otros. Sí es cierto que hay países de Europa que están mejor y otros peor, ya hay diferencias en las tradiciones culturales y económicas. Por ejemplo, pienso que un desastre para todos nosotros ha sido la victoria, al menos por ahora, del capitalismo de tipo anglosajón, financiero, sobre el capitalismo de origen alemán más legado a la producción que a las finanzas, más a la continuidad, a la duración de la propiedad. Este capitalismo es diferente del anglosajón, donde se venden las acciones antes de haberlas comprado. Este es el gran problema. Sobre todo esta insensata creencia del síntoma Chicago Boys, de una expansión salvaje que puede llegar a ser autodestructiva.

Es usted uno de los intelectuales firmantes del llamado Manifiesto Europa. ¿El desafío es, como dicen, unidad política o barbarie?

«La portera de Pirandello entendía mejor las cosas que el propio Pirandello»

Yo soy un verdadero patriota europeo y creo que necesitamos un estado europeo, en el que en los estados sencillos como España, Italia o Alemania, y en las regiones de cada uno de ellos los problemas sean europeos. Por ejemplo, la inmigración es un problema europeo. Es ridículo tener leyes diferentes en cada territorio. Es como si tuviéramos una ley de inmigración en Bolonia y otra distinta en Florencia. Y ahora la situación es complicada porque Europa parece incapaz de unirse. Creo en un estado europeo en el que yo pueda votar a un presidente del gobierno que se apellide Gómez, Rossi, o Schmidt. Creo sinceramente en ello. Y la debilidad de aquel manifiesto es que era un manifiesto de intelectuales. No existen los intelectuales capaces de razonar críticamente y autocríticamente. Considerar intelectuales a los escritores es un error tremendo. Un escritor que está preso de la promoción de su libro es como el obrero de aquella película de Charles Chaplin, Tiempos modernos, que en todo el día no sabía hacer más que apretar una tuerca. Por tanto, es necesario dejar de identificar a los intelectuales con algunas categorías como la literatura.

¿Usted no se siente cómodo en ella?

Yo pertenezco a esa categoría y me gusta formar parte de ella, pero no me considero mejor que los médicos, que los comerciantes. No se me pasa por la cabeza pensar que porque escriba libros de literatura entiendo mejor el mundo que quien dirige un restaurante. Más que nada porque los grandes escritores del siglo pasado, como he dicho, no han entendido nada, han sido estúpidos desde el punto de vista político, han sido fascistas, estalinistas… y nosotros seguimos adorándolos. La portera de Pirandello, por ejemplo, entendía mejor las cosas que el propio Pirandello.

Acaba de traducirse en España la última biografía de D’Annunzio, que es un caso paradigmático, casi un precursor del fascismo italiano.

D’Annunzio es una figura interesante porque ha escrito mucho, muchas cosas insoportables, pero también cosas muy grandes, como una de las claves de su obra: la forma diferente de vivir en su propia piel, contado en su biografía, las transformaciones del mundo, los cambios de la sociedad. En este sentido, es una figura que yo no amo, pero que es muy interesante por haber tenido la capacidad de exprimir las cosas, a pesar de las cosas ilegibles que legó.

Los valores de la Europa futura que usted sueña, ¿serán humanistas, o cristianos?

No hay contradicción porque un humanista que no es cristiano y al revés no es ninguna barbarie. Yo no creo que haya una contradicción. Sí que existen caricaturas, una forma clerical, totalitaria, que es un desastre. Existe también un ateísmo agresivo, que tan solo es fanático. Yo no siento esto, siento que somos herederos de la gran civilización griega, del cristianismo, de los hebreos, del iluminismo… y es un problema si empezamos a hacer estas contraposiciones. Después, cada uno de estos componentes culturales tiene dentro de él su propia degeneración. Existe una degeneración clerical, totalitaria, cristiana.

«Espero el momento en el que Italia o España no sean un estado sino una región del estado europeo»

E Italia, ¿qué lugar ocupará en esa Europa?

Yo creo que Italia ha cogido vuelo en su posición, y no sólo en su posición geográfica. Está en una situación buena, con un papel muy importante; el problema es si sabrá jugarlo bien o mal. Claro que Italia es importante, lo que puede ser un desastre es su gestión. El problema no es tanto la importancia de Italia sino si sabrá gobernarse correctamente. Yo espero que llegue el momento, que no veré, porque ya soy viejo, en el que Italia o España no sean un estado sino una región del estado europeo. Y de eso todavía estamos bastante lejos.

No quiero acabar sin preguntarle por sus cuentos. ¿Qué importancia tienen en la obra de Magris?

No sé qué decirte. Porque cada cosa que se escribe, cuando se escribe contemporáneamente, te gusta y piensas que es lo mejor que has escrito nunca y que es mucho mejor que todo lo escrito antes. En cambio, se debe ser autocrítico. Es una relación muy difícil. Yo los cuentos los siento como momentos fundamentales, porque aunque sean bastante breves, no son El Danubio, que afronta el mundo, pero en ellos se encierran momentos importantes. Y pienso que el sentido de la vida se encuentra en las cosas pequeñas. Creo que la gran Historia la podemos sentir o ver reflejada en las pequeñas historias como la mía o la suya también… En este sentido, me interesan los cuentos como momentos pequeños, como fragmentos pequeños pero de una totalidad inmensa. Después, que haya sido capaz o no de conseguir hacer ver esto en mi obra, es algo que no puedo juzgar yo.

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© Alejandro Luque  ·  Especial para M’Sur

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