Opinión

Este terrorismo nuestro

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 13 minutos

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Atentados por doquier. París, Estambul, Bruselas… La ola del terrorismo ha llegado a Europa. Y corremos cual pollo sin cabeza ante esa nueva realidad desconocida.

No. El terrorismo nunca se fue. Es un viejo invento europeo que nos ha acompañado durante un siglo largo, una parte clásica de la expresión política europea. El terrorismo es la continuación de la política con otros medios.

Y el terrorismo yihadista, tal y como lo vemos en París y Bruselas, es la continuación del mismo fenómeno europeo bajo otros símbolos, resultado de la evolución de las sociedades europeas y las circunstancias geopolíticas, pero que son tan europeas – y tan internacionales – como lo fueron el fascismo y el comunismo.

El terrorismo es la continuación de la política con otros medios

El terrorismo, sabemos, no es una ideología. Es una herramienta. Como lo son panfletos, megáfonos, periódicos, fusiles o tanques: cada ideología lo emplea según sus circunstancias y posibilidades. Desde la ultraderecha en los años veinte en Alemania, hasta el fascismo de Italia y las Brigadas Rojas en los setenta, la RAF alemana marxista en la misma época, ETA en España y el IRA en Irlanda en los ochenta…

Los noventa – con la RAF desarticulada, ETA desacreditándose y el IRA negociando – parecían traer la paz, y gracias a ese breve remanso, cierta generación puede creer hoy que eso de pegar tiros en plena calle o colocar bombas “no forma parte de la cultura europea”.

Falso. En 1979 hubo 200 atentados con un total de 283 víctimas mortales y 680 heridos en Europa Occidental, según estadísticas de la web Global Terrorism Database. Era un año “normal”: en la década 1975-1985 murieron 2.600 personas, 260 al año, cinco cada semana. En los últimos 20 años, en cambio (1994-2014, no hay datos posteriores) sólo han muerto 850 personas, menos de 1 por semana. ¿Qué ha ocurrido para que creamos estar viviendo en una época de terrorismo?

En 1979 hubo 200 atentados con 283 víctimas mortales y 680 heridos en Europa Occidental

Han cambiado los parámetros. En la década 1975-1985, más de un tercio de las víctimas falleció en ataques con sólo un muerto: el tiro en la nuca de ETA o similares ataques del IRA. El enemigo a abatir era el militar, el policía, el banquero, el político, y como tal se le seleccionaba y se le “ajusticiaba”. No como individuo sino como representante de una clase: el IRA ametrallaba coches con matrícula británica en Holanda, Bélgica o Alemania, si sospechaba que dentro iban soldados de Su Majestad, con o sin familiares. No importaba si alguna vez hubiesen pisado suelo irlandés o no.

Esta abstracción del enemigo es parte del marxismo clásico, tal y como lo reflejó Bertolt Brecht en 1935 en el poema ‘Interrogatorio del bueno’, en el que propone “ejecutar con buenos fusiles” al capitalista que ha demostrado ser “buena persona”: cuando uno forma parte del colectivo enemigo, no cuenta su condición personal. (El estalinismo puso en práctica esta visión).

A principios de nuestra década, muchos ataques de los yihadistas en Francia se dirigían contra supermercados o colegios judíos: era fácil trasponer la imagen del “enemigo banquero”, que oprime a las clases pobres, al “enemigo judío” que mediante su poder económico impide la paz en Palestina (el hecho de que los lobbys sionistas que impiden la paz en Palestina mediante su poder económico hablan insistentemente en nombre de “los judíos” facilita esa proyección criminal).

Los yihadistas franceses y belgas se inscriben en un reparto de poder geopolítico, como la RAF alemana

El atentado contra Charlie Hebdo se inscribió en la misma lógica terrorista: la ejecución de quién había sido declarado “enemigo del pueblo” porque con sus actos – la irreverencia – impide la felicidad del sometimiento a dios, única vía de salvación.

La masacre de París y las bombas en Bruselas (al igual que los atentados de Atocha en 2004 y Londres en 2007), en cambio, no se dirigían contra representantes de un supuesto poder opresor sino contra toda una población, considerada enemiga en su conjunto. También en esto hay precedentes en IRA y ETA, que intentaban aterrorizar la “población del enemigo” (Inglaterra o España como Estados opresores del territorio que los militantes pretendían liberar).

Pero para los yihadistas franceses y belgas ya no hay un territorio por liberar. Su motivo parte de una ideología mundial, como la de la RAF alemana o las Brigadas Rojas italianas. Y como tal se inscribe en un reparto de poder geopolítico: la retaguardia de la RAF era Alemania oriental, su referencia ideológica y geopolítica la Unión Soviética, y se entrenaba en países de su órbita: Yemen del Sur o campos de las facciones marxistas palestinas en Jordania.

Hoy, la referencia ideológica y geopolítica de los yihadistas franceses y belgas es Arabia Saudí, y se entrenan en territorio del Daesh en Siria e Iraq. El método es el mismo. La causa que enarbolan ha cambiado, pero una es tan mesiánica como la otra.

Era surrealista creer que medio centenar de activistas con kalashnikov iba a derrocar el Gobierno de la República Federal Alemana, con sus bases militares estadounidenses, e instaurar un dictadura de la clase obrera. Igual que es surrealista creer que unos cuantos suicidas acabarán con la UE y pondrán en su lugar un califato.

Sin embargo, dicen las encuestas, en sus mejores momentos, uno de cada cuatro jóvenes en Alemania Occidental expresaba simpatía por las metas de la RAF. Uno de cada cuatro.

El fusil de asalto como símbolo de un futuro mejor está arraigado en nuestra tradición

Creer en un utópico futuro para la humanidad, y sentirse elegido para abrirle camino matando y muriendo, no es algo nuevo para Europa. La RAF llevaba una metralleta en su logotipo. Al igual que el MRTA peruano, marxista también, que en los noventa vendía chapitas con su logo en las universidades españolas. El fusil de asalto como símbolo de un futuro mejor está arraigado en nuestra tradición.

Ni siquiera han cambiado otros símbolos. A los islamistas se les conoce como “los barbudos”, pero en los setenta, llevar barba era pregonar que te gustaba el Che Guevara, me dijo el periodista marroquí Mustafa Iznasni ya en 1999. También el discurso era casi indistinguible: justicia social, rebelión contra una policía opresora, un sistema feudal, anquilosado…

Sin los misioneros no hay un giro de una comunidad pobre hacia el fanatismo

Los misioneros de ese islamismo de nuevo cuño modelado según su antecesor izquierdista relevaron a los marxistas como movimiento universitario dominante, pero sobre todo pescaron almas en los barrios marginados – entre los parias de la tierra– donde predicaban con el ejemplo, ofreciendo ayuda material y moral a familias en la miseria. Eran los buenos. En agradecimiento, hubo quien estaba dispuesto a morir por ellos. Morir matando.

Este modelo de buscar acólitos nos ha llevado a creer que el islamismo es cosa de pobres. Pero no es la pobreza sino la sensación de marginación frente a un sistema injusto lo que impulsa buscar vías de rebelión. Y si la marginación es el caldo de cultivo, aún hace falta inyectar la bacteria: sin los misioneros no hay un giro de una comunidad pobre hacia el fanatismo.

El islamismo rampante en Europa se ha intentado explicar demasiado con la simple pobreza — falso— y la marginación —parcialmente cierto— dejando de lado la existencia de una red de misión bien organizada y financiada desde Arabia Saudí o Qatar, también desde Irán y Turquía, para llevar estas comunidades hacia el fundamentalismo. Una parte cada vez mayor de la población musulmana europa —de segunda generación en Francia, autóctona en Bosnia o Kosovo, inmigrante en España— se entiende ahora como un colectivo definido únicamente por su religión, el islam wahabí de nuevo cuño.

No son los parias de la tierra: muchos jóvenes europeos que acuden a Siria salen de cierta clase media

Ese islamismo wahabí no sólo ha acabado con el islam como religión tradicional, sino que también ha reemplazado el marxismo como futuro utópico, no sólo para quienes se creen descendientes de familias “musulmanas” sino también para numerosos conversos. La caída de la Unión Soviética hace difícil mantener aún la ficción de una próxima victoria del comunismo universal; la estrella brillante de Arabia Saudí y sus petrodólares han tomado el testigo.

Y no sólo son los parias de la tierra: muchos jóvenes europeos que acuden a Siria salen de cierta clase media. No es la pobreza, sino la causa que los empuja: también los militantes de la RAF venían de familias acomodadas. Se justificaban con la explotación de una clase obrera a la que no pertenecían. Igualmente, la marginación de los colectivos musulmanes –causada inicialmente por el racismo europeo y reforzada, intensificada y establecida como norma y modelo social “multicultural” gracias a la labor de los islamistas pagados desde Arabia Saudí – ofrece a los yihadistas el sentimiento necesario de rencor colectivo, incluso cuando se podrían fácilmente sobreponer a las condiciones materiales.

Entre las chicas es aún más obvio: acuden al califato como si fuera la discoteca de moda. Porque los barbudos con el kalashnikov son el nuevo sex-symbol, como escribió la comediante Shazia Mirza, cargada de razón. Antes se ligaba llevando la boina del Che. (La diferencia profunda entre el ultramarxismo y el yihadismo es el papel que se asigna a la mujer en su utopía. Por eso, el islamismo es mucho más destructivo socialmente que su predecesor).

A eso se añade Palestina, que como causa siempre ha estado muy a mano, lo mismo para el marxista Carlos ‘El Chacal’ como para los yihadistas de hoy. Eso, como las barbas, no ha cambiado.

En la geoestrategia de Arabia Saudí, el primer objetivo a dominar son los territorios islamizados

¿Qué ha cambiado? Por una parte, se ha designado prácticamente toda la humanidad como representante del enemigo opresor. Porque los atentados no se dirigen contra “cristianos” o “materialistas” sino igualmente, y en primer lugar, contra musulmanes que no comulgan con el wahabismo (Túnez, Egipto…) Es natural: en la geoestrategia de Arabia Saudí, el primer objetivo a debilitar, desestructurar, dominar son los territorios islamizados o arabizados. (En países más cercanos, ya llevados hacia la guerra, como Iraq, Siria o Yemen, los atentados suicidas forman simplemente parte de la táctica de guerra de milicias que actúan abiertamente).

En esto, el yihadismo europeo se parece a las brigadas ultrafascistas que colocaban bombas en Italia desde los años 50 hasta 1980, y especialmente en los setenta (Ordine Nero), despedazando a civiles sin mayor justificación ideológica que la de crear el terror. Amedrentar al ciudadano lo convence para que ceda su responsabilidad a la policía, respalde la opresión y renuncie a la democracia.

Al dividir el mundo en bloques, “musulmanes” y “occidentales”, se elimina la noción del ciudadano

Reemplazar la democracia con una dictadura patriótica fue la meta de los movimientos terroristas fascistas en esa época (Terza Posizione en 1980: 85 muertos en Bologna). No necesitaban tomar el poder; bastaba con socavar los conceptos de la democracia. Y esa misma es la estrategia del yihadismo: al dividir el mundo en bloques irreconciliables: “musulmanes” y “occidentales”, elimina la noción del ciudadano. Una vez aceptado que la religión pueda estar por encima de la igualdad de las personas – como ya acepta la izquierda europea cuando justifica el velo islamista –, es fácil colocar una parte de la población europea bajo tutela de una teocracia exterior, como Arabia Saudí (Cataluña ya ofreció ese papel a Rabat en 2014).

Esto tampoco es una novedad en Europa: recupera la ideología que motivó desde la guerras de los husitas en el siglo XV hasta la expulsión de los moriscos en 1610, la Guerra de los Treinta Años y las masacres de hugonotes durante el XVII. La idea de que la religión no es la base del Estado sólo empezó a imponerse en la Prusia del siglo XVIII y se generalizó tras la Revolución Francesa en 1789. Y en el sur del Mediterráneo fue contrarrestada por las propias potencias europeas: Francia declaró Argelia como parte integral del su territorio, pero confirió la nacionalidad – en 1870– sólo a los habitantes de fe judía, no a los musulmanes. Una política de sectarismo interrumpida por el baathismo y el nasserismo en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX pero recuperada en los setenta para frenar el avance del marxismo en los países ‘musulmanes’.

Los dictadores respaldados por Europa aplastaron la izquierda dando cancha a los islamistas

Fueron los dictadores respaldados por Europa – Sadam Husein en Iraq, Hassan II en Marruecos, Chadli Bendjedid en Argelia, Sadat en Egipto, Ben Ali en Túnez… -quienes encontraron la manera de aplastar definitivamente los movimientos de izquierda: dando espacio y cancha a los islamistas. Para que se mataran entre ellos.

La misma idea se aplicó en Europa, donde los servicios secretos alemanes y estadounidenses fomentaron la implantación de mezquitas con dinero saudí, y a escala global en Afganistán, donde el islamismo fue la herramienta para derrocar la Unión Soviética. Alcanzado este fin, el yihadismo ha tomado el lugar del enemigo vencido: tanto en la opinión pública que tiembla ante ese monstruo que amenaza al “mundo libre” –antes se llamaba Moscú– como en la cabeza de los jóvenes europeos que buscan una utopía por la que matar y morir.

La ultraderecha europea le ha hecho el juego al convertirse en su enemigo perfecto y proferir barrabasadas de una “superioridad” europea judeocristiana frente a la “barbarie islámica”. La izquierda, por su parte, observa paralizada, porque el yihadismo le ha robado los argumentos.

Lo curioso en todo ello es que durante la Guerra Fría creíamos que Moscú era enemigo de Washington. Hoy sabemos que Riad es un fiel aliado nuestro.

También por eso, el terrorismo yihadista es nuestro.

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