Opinión

Renacer de las cenizas

Mansoura Ezeldin
Mansoura Ezeldin
· 4 minutos

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“¿Qué nos importan los relatos? ¿Los dejamos a los escritores ocupados en los cuentos con moraleja y nos sumergimos en los juegos que nos destinan a matar el tiempo o a ignorar cómo nos tiene agarrados firmemente por el cuello?”

Con esta frase empieza la novela que estoy escribiendo en estos momentos, con el elogio del juego y una ruptura con las metas en los relatos y cuentos con moraleja. ¿Significa esta frase inicial también una ruptura con la realidad política y social?

Lo que sé es que lo que empezó de forma juguetona con la intención de sumergirse en los juegos artísticos y la gracia de su pureza se convirtió en algo habitado por el averno subterráneo que nos asedia, cada vez que me sumergía en la escritura. No de forma directa y ni siquiera evidente. Porque la novela no se aproxima a los terrores que tenemos alrededor, pero la matanza está oculta entre sus líneas. Porque la crueldad y el ahogo y la fragilidad de la existencia son en ella palabras clave.

Escribir nos propone una metáfora del mundo, no una imagen fotográfica, pálida copia de la realidad

Las preguntas y argumentos de mi novela anterior, La montaña esmeralda, eran, ellos sí, hijos de los terrores de la región, sin que los tratara de forma obvia. Escribirla era mi amuleto contra el olvido y las distorsiones. Y mi desesperado intento de hallar la fe en la posibilidad de renacer de las cenizas.

Me atrevo a decir que es imposible darle la espalda a la realidad, por mucho que se nos parezca que lo que escribimos está sumergido en la imaginación y la fantasía. Porque escribir de veras no puede apartarse de la realidad ni huir de ella. Pues incluso en los grados más extremos de ruptura con la realidad nos encontramos desmontándola y recomponiéndola de nuevo, deseando atrapar su esencia. Vemos que escribir nos propone una metáfora del mundo, no una imagen fotográfica cuya ambición se agote en ser una pálida copia de la realidad. Una metáfora de las masacres, no una simple observación.

Desde 2011 me ahogo entre cientos de imágenes y vistas tenebrosas, asfixiada por cúmulos de escombros y el polvo de los derrumbes. Habitada por ciudades que se tornan tumbas para sus habitantes, en una geografía llena de trampas que antes que patria es arena movediza.

Me pregunto qué sentido tiene escribir de forma creativa en medio de las matanzas, de qué sirve la escritura mientras sea incapaz de salvar la vida a una persona. Me veo oscilando entre el descreimiento total y la fe en su fuerza y su poder para afrontar las penurias.

Lo más importante que se ha escrito sobre los cambios históricos necesitó tiempo para madurar

No afirmo que haya llegado a respuestas sobre las que pueda descansar. Continúan dominando el desconcierto, las cuestiones, la confusión. No el desconcierto respecto a mi postura humana y personal respecto al carácter de la situación. Lo que me desconcierta es el arte: Sus preguntas, sus exigencias, sus sensibilidades frente a lo inmediato, al tumulto.

Sé, de forma oscura, que escribiré, algún día, sobre lo que sucede ahora. Tal vez cuando encuentre soluciones artísticas a las preguntas insomnes. Me fuerzo a tener paciencia, porque lo más importante que se ha escrito sobre los cambios históricos y sobre sus terribles espantos necesitó tiempo para madurar, e incluso a veces lo escribieron quienes no lo habían vivido. Hablo del arte, no de la documentación, el testimonio o los intentos de observación. Me refiero a escribir con la voz de las víctimas y hablando de ellas. No al comercio con sus tormentos ni a montarse sobre sus huesos para recibir equívocas alabanzas literarias.

Al final, me pregunto: ¿Es presuntuoso dedicarse a las condiciones estéticas en un tiempo de masacres, en días de sangre? Y me respondo, como quien piensa en voz alta: Quizás. Pero lo que aprendimos de lo que nos precedió, de las experiencias de quienes nos precedieron, es que la pobreza artística no aporta nada, y que la propaganda no deja de ser propaganda, ni siquiera cuando es empleada a favor de una causa justa.

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